Ser pobre: La garantía de una muerte asegurada

 

Si nos detenemos un instante para analizar las cifras sobre víctimas del Sida en el mundo, llegaríamos a una rápida conclusión sobre cuál es el problema de fondo.

Por ejemplo, sólo el año pasado más de tres millones de personas murieron en el mundo a causa del Sida. Más de cinco millones se infectaron con HIV. De ellos, casi cuatro millones son africanos. En el Caribe, el Sida es la principal causa de muerte entre la población menor de 45 años. Según la Organización Mundial de la Salud 36,1 millones de personas sufrían la enfermedad en todo el mundo en el 2000, y 21,8 millones de personas murieron por Sida desde el inicio de la epidemia.

Aunque el problema no se limita únicamente al Africa subsahariana, al ver la cifra correspondiente a esta región (25,3 millones) es muy fácil deducir que la causa principal de la enfermedad es la pobreza. Vivir o morir, en esta sociedad capitalista, es sólo una cuestión de dinero.

En los países centrales de Europa o en los Estados Unidos, una farmacoterapia contra el Sida cuesta aproximadamente US$ 10.000 anuales por paciente. Estos precios estan protegidos por las tan nombradas patentes que han generado una barrera “extra” entre los medicamentos y los pobres del mundo. En realidad, el costo de producción de estas drogas es apenas de entre US$ 300 y 500 al año.

En la actualidad, gracias a estos tratamientos los enfermos de sida han prolongado su expectativa de vida y mejorado la calidad de la misma. Sin embargo, en los países más pobres millones de personas son condenadas a una muerte prematura. La “solución” que han buscado los gobernantes a semejante tragedia es insignificante, casi irrisoria.

En 1997 se sancionó una ley (en Sudáfrica) que permite la venta de drogas “no patentadas”, lo cual reduce su precio en gran proporción. Incluso algunos laboratorios productores de genéricos de alta calidad –como Cipla, de la India– se han ofrecido a proveerlos casi al costo. Tres gigantes propietarias de patentes –Abbott Laboratories, Merck y Bristol Myers Squibb– han imitado esta iniciativa para no ganarse una publicidad desfavorable. El gobierno brasileño, a partir del 2002, fabricará drogas básicas para combatir la enfermedad sin respetar los derechos de patentes de los grandes laboratorios.

Pero aunque esto parezca muy positivo (que en parte lo es) en realidad no es tan así. Tomemos tan sólo un ejemplo comparativo para ilustrar el problema. En los Estados Unidos el promedio de ingresos per cápita es de más de US$ 35.000 por año. En contraste, en una gran parte de Africa no alcanza a los US$ 350 anuales. Esta realidad desigual se repite como regla general entre países ricos y países pobres, dejando al desnudo una cruda conclusión: es evidente que aunque se eliminen las patentes, y se abastezcan de productos genéricos, la gran mayoría de los africanos y de los pobres del mundo no pueden acceder a un tratamiento antisida. En la práctica, dicha ley no cambia en casi nada la situación de los enfermos pobres de Africa. Incluso el presidente del Banco Mundial, James D. Wolfensohn, reconoce que la venta de genéricos al costo de producción “no está al alcance de la vasta mayoría de personas infectadas en los países en desarrollo”(1). Por otra parte, la proporción de enfermos que recibe medicamentos en forma gratuita es mínima, ya que de otra manera se acabaría el negocio de los grandes laboratorios.

Otros expertos en el tema, como Jeffrey D. Sachs(2), plantean una salida que no soluciona el problema de fondo sino que, por el contrario, reproduce la desigualdad extrema al mantener intactas sus causas estructurales. Para Sachs la “solución” sería fijar distintos niveles de precios para los países pobres y los ricos. Los laboratorios deberían “proveer medicamentos a las naciones pobres casi al costo de producción”. En los países ricos, en cambio, se mantendrían los altos precios como forma de “preservar los incentivos a la innovación” (destacado nuestro). Por otra parte, estos países deberían prestar “ayuda” a las naciones pobres para posibilitar el uso de los medicamentos a los pueblos. Esto se implementaría creando un fondo global de salud destinado a ayudar a los países menos desarrollados a comprar las drogas y los servicios médicos contra el sida y otras enfermedades letales. El eje principal de su propuesta es mantener altos los precios en los países centrales como única forma de que “la industria farmacéutica siga avanzando”, ya que sin obtener altas ganancias los laboratorios dejarían de invertir en investigación y desarrollo de nuevas y mejores drogas.

En esto último Sachs tiene razón. Ninguna corporación capitalista, cuyo único fin es la ganancia, va a invertir un solo centavo sin la seguridad de que ello le genere buenos dividendos. Es decir, que la vida o la muerte de millones de seres humanos depende de cuánta ganancia obtengan estas corporaciones. A la vez, tampoco se tiene en cuenta a los pobres de los países centrales, que no tienen ingresos suficientes para costear un tratamiento adecuado. ¿Acaso Sachs se olvida que en los países ricos también existen millones de pobres y marginados? Además se plantea como solución que los gobiernos de dichas naciones “ayuden” a los países más pobres. Claro está que esa “ayuda” se entiende mejor si la llamamos por su verdadero nombre: préstamo, y mejor aún si la entendemos como deuda y más deuda de los países pobres con el imperialismo mundial. El argumento para justificar este plan es que las investigaciones financiadas por el Estado (capitalista por supuesto) son buenas, pero insuficientes; mientras que el sector privado sería el que mejor desarrolla e introduce nuevos productos, por lo cual la vida de millones de personas debe quedar en sus manos.

Hemos tomado esta problemática del Sida y las patentes tan sólo para dar una muestra de lo que conlleva ser pobre en este mundo capitalista. Si tomáramos otros datos de la realidad relacionados con la salud llegaríamos a la misma conclusión. Enfermedades curables, para las cuales existen tratamientos desde hace mucho tiempo, son la causa de muerte de cientos de miles de personas en el mundo. La tuberculosis, la malaria, el cólera y otras enfermedades medievales han resurgido con ferocidad entre los más desprotegidos de esta sociedad, justamente a causa de la miseria en que viven.

Habiendo en el planeta recursos naturales y tecnológicos en abundancia, que permiten producir alimento de sobra para toda la población mundial, hay cientos de millones que padecen hambre y mueren todos los días por este motivo y por falta de una mínima atención médica. Esto sucede porque esos recursos son de propiedad privada, están en manos de unos pocos.

Por eso, la válida pelea contra las patentes a los medicamentos y la defensa del derecho a la salud (que incluye el tratamiento del Sida) debe ser parte de una lucha que abarca mucho más, incluyendo el elemental derecho de comer.

En definitiva, el punto es que mientras exista la propiedad privada de los medios de producción, de los recursos naturales y tecnológicos, mientras unos pocos capitalistas decidan sobre la vida o la muerte de miles de millones, ser pobre seguirá siendo la garantía de una muerte asegurada.

Rose (La Plata)

 

 

1. James D. Wolfensohn. “El Sida ya no es sólo un problema de salud”, El Día, 7/7/2001, La Plata. © 2001, Global Viewpoint. Distributed by Los Angeles Times Syndicate International.

2. J. D. Sachs es titular de la cátedra Galen L. Stone de Economía y del Center for International Development de la Universidad de Harvard. Ver J. D. Sachs, “Las patentes y los pobres”, La Nación, 7/5/2001.