LA MASONERÍA Y EL CAMBIO SOCIAL,

EN 140 AÑOS DE HISTORIA CHILENA.

Sebastián Jans

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INTRODUCCIÓN.

En 1862, se funda la Gran Logia de Chile, punto de partida para la cronología y la historiología de la Francmasonería Chilena. Previo a ello, cuatro logias habían sido fundadas, dependiendo de poderes masónicos extranjeros. Lo de antes, puede considerarse una "pre-historia", donde hay existencia logial y alguna vida masónica, pero, sin las debidas exigencias actuales de regularidad.

Pretendemos, en este trabajo, aproximarnos a establecer los nexos entre la masonería chilena y los cambios sociales que Chile experimenta, desde la segunda mitad del siglo XIX, hasta nuestros días. Queremos aportar al debate respecto de aquello que es aceptado en los ámbitos intra y extramurales, donde se identifica y se vincula a la Masonería con una serie de episodios que han sido importantes en la historia chilena, y en los que se le considera cumpliendo un rol determinante.

Sin duda, en los 140 años de existencia de la Gran Logia de Chile, hay una gravitante presencia de masones en el desarrollo de los eventos nacionales, dando asidero a aquellas afirmaciones, pero, también, hay acontecimientos y procesos en que se ha construido un supuesto que no tiene fundamento. En ambas alternativas se han construido mitos, que, a veces, han sido benignos y, en otros casos, mal intensionados.

Obviamente, muchas veces, se produce una confusión histórica, en la evaluación de la "acción masónica", en el sentido de suponer participación institucional en determinados hechos, es decir, una participación oficial de la Orden. En otros casos ocurre lo contrario. No pretendotener la última palabra al respecto.

Siendo un trabajo de síntesis, no hemos podido recoger en toda su magnitud los múltiples sucesos en que los masones o la masonería chilena, han tenido una incidencia en el cambio social. En virtud de ello, solo consideraremos los eventos más trascendentes o decisivos, con el propósito de contribuir a la idea que rodea la conmemoración de los 140 años de la fundación de la Gran Logia, poder regulador de la masonería simbólica en Chile.

DE LA INDEPENDENCIA A LA REPÚBLICA PELUCONA.

Previo a la fundación de la Gran Logia de Chile, existen antecedentes de la presencia masónica en Chile, a través de diversos personajes que fueron iniciados en Orientes extranjeros, y, más de alguno, fue iniciado en logias que funcionaron brevemente en el territorio nacional. Hasta ahora, los antecedentes no son suficientes para definir con claridad, el desarrollo histórico de ellas, y siguen siendo motivo de un debate que continuará en el futuro. En ese contexto, tiene especial importancia, el análisis en torno a la condición masónica de las Logias Lautarinas, porque al despejar las posibles dudas, se clarifica la influencia posible de la Francmasonería en el proceso de la Independencia Chilena.

Al respecto, historiadores muy dispares, masónicos y profanos, han expresado su opinión, en uno u otro sentido. De los más eruditos en el estudio masónico, podemos citar el caso del jesuita José Ferrer Benimelli, que ha afirmado que no hay relación comprobada entre la Masonería y la independencia hispano-americana. En el mismo sentido, Frederick W. Seal-Coon, de la Logia inglesa de Investigación Masónica "Quator Coronatti", investigando la condición masónica de Francisco de Miranda, que tiene un efecto sobre sus discípulos, entre ellos O’Higgins, concluyó con un afirmación taxativa: "falto de pruebas". Esta posición se enfrenta, por el lado contrario, a la sostenida por el historiador chileno Benjamín Vicuña Mackenna y a la mayoría de los historiadores masónicos de nuestra Obediencia.

Al respecto, contribuyendo modestamente a éste interesante debate, creo que los parámetros respecto del ser y hacer masónicos a fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX, en América Latina, tienen una profunda diferencia con los parámetros de lo que hoy entendemos como masonería. No está demás recordar que, a propósito de los procesos político-sociales vividos por Europa Central, a fines del siglo XVIII, hubo muchos masones que optaron por una especie de masonería operativa, convencidos de que era un periodo de acción y protagonismo, en que se estaba pariendo una nueva época que ponía fin al imperio del absolutismo y del poder clerical.

Muchos de aquellos masones pertenecían a las colonias españolas, sometidas aún a la juridicción del Santo Oficio, que no simpatizaba en ningún sentido con una organización en que se reconocían iguales gentes de distintas religiones, incluyendo protestantes, hugonotes, herejes, etc.

Resulta más que obvio, que la organización masónica que Francisco de Miranda propugnara, no apareciera con nombre alguno referido o conectado directamente con la masonería (tales como "logia", "oriente", etc). Por lo demás, no escapaba seguramente a Miranda, aquellos puntos de vista contrarios a los franceses, con los cuales tanta proximidad había tenido, en la sociedad inglesa de fines del siglo XVIII. Si Miranda recibió la luz masónica de parte de los franceses, ello no fue sino en alguna de las logias militares del ejército revolucionario francés, un referente no muy bienvenido en la Inglaterra en que le tocó vivir, gobernada por William Pitt, el Joven, y con el cual debió negociar el apoyo para la causa independentista sudamericana.

Estas vicisitudes no escaparon, por cierto, a sus discípulos. Enfrentados a la disyuntiva de la carrera militar y a resolver por las armas el conflicto independentista, aquellos que lideraron el movimiento revolucionario contra España, no tenían otra opción que la logia militar, que fue lo que llevó a San Martín, a fundar una logia que ligara a todos aquellos que estaban por independizar el sur americano. Desde ese punto de vista, resulta lógico que la Gran Reunión Americana y los Caballeros Racionales de Miranda, a quien O’Higgins está tan estrechamente vinculado durante su presencia en Londres, fuera el antecedente de la Logia Lautarina, de la cual nuestro Padre de la Patria fue destacado protagonista.

No se puede negar que, desde el punto de vista doctrinario, hay importantes diferencias con lo que ahora entendemos como una práctica masónica regular, donde la masonería está instituida en la sociedad, con presencia legal, sedes estables, lugares y días de reunión habituales, registros accesibles, etc. Seguramente, y resulta más que obvio, ser masón a inicios del siglo XIX, en América Latina, debe haber sido una proeza organizativa, moral, filosófica y ritual.

El cuaderno de O’Higgins, que pone de manifiesto, ante los ojos del profano Vicuña Mackenna, la existencia logial que lo une a San Martín, más allá del simple propósito político y militar, evidencia elementos con caracteres de "landmarks", en la organización y relaciones de quienes integraban la Logia Lautarina. Sobre esas consideraciones, tenemos elementos suficientes, en la intencionalidad y en la forma organizativa, considerando las limitaciones de su tiempo, para reconocer la condición masónica de O´Higgins, más allá de puntillosas y muy contemporáneas exigencias de "regularidad", y para reconocer la influencia masónica en el proceso independentista.

Es más, prueba también del concepto masónico que lo animaba, lo constituye el reconocimiento a los disidentes religiosos, cuando, siendo gobernante, permite el establecimiento de lugares de sepulcro para aquellos condenados por la iglesia romana, por diferencias de conciencias, a la exclusión de los cementerios legalmente reconocidos.

Con posterioridad a la existencia de la Logia Lautarina, durante mucho tiempo se creyó que no hubo presencia logial en Chile, sino hasta mediados del siglo XIX. Sin embargo, ello sería rebatido por los antecedentes que dan cuenta de la existencia de la "Filantropía Chilena", que presidiera Manuel Blanco Encalada, dependiente de un Gran Oriente Nacional Colombiano, y que responde, al parecer, a la misma condición de singularidad de las Logias Lautarinas.

A modo de síntesis, podemos concluir que el proceso independentista fue obra de masones volcados a un propósito claramente operativo, que adoptaron determinadas modalidades de regularidad a las exigencias de su tiempo y de la geografía que debieron enfrentar, en medio de las vicisitudes de una guerra que se enfrentó con pobres recursos y mucha adversidad.

Durante el periodo inmediatamente posterior a la Independencia, sólo aquel hito de la "Filantropía Chilena" es el que muestra a masones asociados a los acontecimientos nacionales. El periodo pelucón, posterior a los primeros intentos organizativos de la República, no da cuenta de la actividad de masones en los hechos que caracterizan a los acontecimientos sociales de ese momento, y quienes tendrán fuerte presencia en las luchas contra el régimen concebido por Portales, adquirirán la condición masónica con posterioridad, como es el caso de Bilbao y Lastarria.

LA REPÚBLICA LIBERAL

Cuando la Gran Logia de Chile es fundada en 1862, hacía un año que el régimen pelucón había llegado a su fin, y gobernaba al país la fusión liberal-conservadora, un estado de compromiso entre la mayoría de los conservadores y el emergente partido liberal, que representaba la posición de quienes se habían opuesto al régimen que implantaran Portales y Prieto, treinta años antes, como expresión del poder y dominio de la clase aristocrática de origen colonial.

Resulta obvio que quienes fundaran las primeras logias chilenas, tuvieran una aproximación más cercana a las ideas liberales, y manifiestamente refractarios al conservadurismo. Esto, debido a que, los inmigrantes que habían llegado a Valparaíso o Copiapó, entre los años 30 y 40 del siglo XIX, eran hombres que traían las ideas que habían producido grandes cambios en sus países de origen, especialmente, franceses e ingleses. En el caso de los franceses, hacía poco más de cincuenta años que se había producido la Revolución de 1789, y varios de ellos venían de las turbulencias de la revolución social de 1848. En el caso de los ingleses, traían todo el ímpetu de la nueva economía liberal, que la industrialización en Inglaterra estaba gestando, en el contexto de las formas capitalistas de producción.

Estos inmigrantes fueron los que convirtieron a Valparaíso en un bullente puerto comercial y financiero, proyectado hacia California y Australia, así como contribuyeron a hacer de Copiapó la cuna del capitalismo chileno, cuando el país aún no se desprendía de la rémora feudal española. Pero, también, éstos inmigrantes, fueron los que constituyeron las logias que, asociadas a los principios y doctrinas de tolerancia y libertad, echarán las bases de una francmasonería chilena.

No resulta extraño, entonces, que la máxima figura intelectual chilena de su época, fuera el primer nacional en ser iniciado, en el contexto del propósito desarrollado por Manuel de Lima, por formar una logia en idioma español. En efecto, José Victorino Lastarria, el primero en muchos episodios de la historia chilena, padre de la generación intelectual de 1842, y apóstol del liberalismo, será el primer chileno en ser iniciado en la logia "L’Union Fraternelle", en noviembre de 1853.

Tampoco resulta extraño que, al constituirse la primera logia en Santiago – Justicia y Libertad N° 5 -, bajo los auspicios de la novel Gran Logia de Chile, concurrieron a su fundación los elementos más activos en las luchas liberales de la ciudad, como era el caso de Angel Custodio Gallo y Guillermo Matta, ambos hermanos de los desterrados caudillos de la revolución de 1859, que protagonizara la emergente burguesía minera copiapina. En esa logia, sería iniciado, apenas constituida, Juan Nepomuceno Espejo, y, poco después, Eduardo de la Barra, exponentes del liberalismo político a ultranza, que se expresaría precisamente en un partido radical.

La masonería, representando la evolución espiritual hacia el librepensamiento y hacia los principios de libertad social, obviamente, no era contraria al trasfondo filosófico del liberalismo, pero, tampoco era equivalente; sin embargo, por su propia condición, constituía la antonimia del conservadurismo de raigambre absolutista, porque aquel no solo se confundía con el despotismo de origen español, sino con también con un fuerte compromiso clerical, factor de fundamental importancia para la mantención del statu quo político-social.

Difícil, por lo tanto, era que aquellos miembros de la clase política pelucona del partido conservador o del partido nacional – representante del monttvarismo -, con fuertes lazos eclesiásticos, pudieran ser invitados a una logia, o tener interés en participar en una organización donde la libertad de conciencia constituía el fundamento de su doctrina.

A pesar de la participación política de importantes masones en las luchas del liberalismo, no puede establecerse en ningún documento de la época que hubiese un propósito de las logias o de la Gran Logia de Chile, tendiente a promover el liberalismo, o por parte del liberalismo en promover su crecimiento e influencia dentro de la masonería. Sin embargo, ambos compartían la necesidad de reducir la influencia clerical, considerada como un factor que coartaba el desarrollo espiritual de los individuos y la sociedad, y, por lo tanto, un elemento retardatario para la evolución político-institucional del país, contribuyente a la ignorancia y al sojuzgamiento de las conciencias.

En su programa, para el periodo 1873-1875, el Gran Maestro Binicio Alamos, planteaba como objetivos "trabajar por la separación de la Iglesia y el Estado" y para "proteger a las víctimas de la intolerancia religiosa", aspectos ambos que eran parte de las propuestas del liberalismo. Pero, los objetivos planteados por el Gran Maestro Binicio Alamos no indicaban una estrategia política al respecto. En virtud de ello, masones fueron los que se constituyeron en apóstoles del laicismo y de la lucha anticlerical, como es el caso de Espejo y De la Barra. El primero, a través de la prensa y del Parlamento; el segundo, en tanto, sería autor de los ahora míticos libros "Saludables advertencias a los verdaderos católicos y al clero político" y "Francisco Bilbao ante la sacristía: refutación de un folleto", referencias obligadas para entender el proceso que permitirá la instauración de la república liberal y las primeras leyes laicas.

Lo que se llama "república liberal" en la historiografía chilena, es el periodo político que se produce con el quiebre de la fusión liberal-conservadora, en el gobierno de Federico Errázuriz Zañartu, y que se extiende hasta la guerra civil de 1891. Durante esos casi cuatro lustros de predominio liberal, en que se implementan las primeras leyes de laicización del Estado chileno, un número relevante de miembros de la Masonería, ocuparon altos cargos en el gobierno y en las diversas reparticiones públicas, así como obtuvieron cargos de representación electoral.

El motivo de esta destacada participación obedece, fundamentalmente, a que, siendo los miembros de la Masonería, una parte importante de los sectores ilustrados del país, fue una consecuencia lógica que éstos tuvieran funciones de pre-eminencia en la administración del país, en la cultura, y en la sociabilidad de su tiempo.

Los cambios sociales que Chile experimenta, entre 1850 y 1891, se refieren a tres aspectos que serán fundamentales en el desarrollo social chileno, y que se acentúan con la república liberal. En primer lugar, adquiere presencia política y concurso por el poder la burguesía minera surgida en Copiapó, y la burguesía financiera y mercantil, que se desarrolla en Valparaíso. En segundo lugar, se afianza el proyecto liberal, que reducirá la influencia clerical sobre el Estado y la sociedad civil, promoviendo en términos políticos la república democrática y en lo económico el dejar hacer (laissez-faire). Y en tercer lugar, comienzan a constituirse las clases medias, sobre la base de una pequeña burguesía propietaria y una clase media vinculada a la administración del Estado, y a la administración de las empresas mineras y comerciales.

LA REPÚBLICA PARLAMENTARIA

Los conflictos que animaron la escena político-social de Chile, durante la república liberal, con el gobierno de Balmaceda fueron reemplazados paulatinamente por otros. El liberalismo, que había luchado por laicización del Estado, abandonó aspectos doctrinales de fondo, para aliarse al partido clerical en su lucha contra las potestades presidenciales.

El presidencialismo, obra e institución del régimen pelucón, se mantuvo bajo la república liberal y no sufrió modificaciones, dejando al Presidente de la República con poderes ilimitados, por lo cual, la gestión gubernativa se hacía absolutamente discrecional de quien detentara el mando. Carente de una posibilidad cierta de retomar el poder perdido veinte años antes, el conservadurismo renegó del autoritarismo de ayer, y se proclamó campeón de los derechos del Congreso y del poder de los gobiernos locales, expresados en las comunas.

Era tal la exacerbación del estado de ánimo conservador, que, para algunos historiadores, de no haber mediado la Guerra del Pacífico, entre 1879 y 1883, que la república liberal enfrentó con notable éxito, es probable que la guerra civil no hubiera sido en 1891, sino cinco o más años antes.

Efectivamente, solo el sentimiento de victoria guerrera, hizo prolongar la continuidad de un sistema político, en que un Presidente de la República tan autoritario como Domingo Santa María, podía reinvindicar las mayores aspiraciones liberales e implantarlas, así como imponer las leyes laicas, operando sobre el parlamento de un modo directo en su generación electoral.

Menos autoritario que Santa María, pero, más convencido de la necesidad de operar sobre la clase política para llevar a cabo su gestión, Balmaceda, más que víctima de sus errores, fue víctima de la culminación de un proceso político que necesitaba rectificar su institución superior: la Presidencia de la República.

La clase burguesa, aliada estrechamente a la clase latifundista, no se convencía de la necesidad de un país industrial, ni de un país de nacionalizaciones. La oligarquía no aceptaba a un Presidente de medio pelo, capaz de intervenir directamente en los poderes del Estado, para determinar el tipo de parlamento que necesitaba. Los propietarios del salitre, fundamentalmente North, no veían con buenos ojos a ese Presidente que había hablado de nacionalización en el mismo Iquique, y que advertían tan divorciado de las clases propietarias. Los agentes ingleses veían un peligro en aquel Presidente que coqueteaba con los alemanes, y los alemanes no percibían a ese hombre como una apuesta favorable hacia el futuro. Sin embargo, el Mandatario poseía una camarilla adicta, férreamente unida en torno a su mecenazgo. El conflicto solo podía resolverse a través de la guerra civil.

Reemplazó a la república liberal un remedo del parlamentarismo inglés, sin corona, pero, con un Presidente de la República que hacía lo que las efímeras mayorías parlamentarias posibilitaban. Pocos historiadores han valorizado en positivo lo que significó el sistema parlamentario de gobierno, que destacó por la corrupción, por la ineficacia y por constituir la más fiel expresión de oligarquización en las estructuras del poder.

Sin embargo, durante ese periodo histórico, comienzan a incubarse cambios sociales profundos, a consecuencia de la propia realidad económica del país, y de los cambios que se viven a escala planetaria. La evolución capitalista y las políticas de industrialización que promoviera Balmaceda, provocarán que, en los centros urbanos principales, comience a advertirse una naciente clase obrera, derivada del artesanado y del campesinado que comienza a emigrar a las ciudades.

En las faenas portuarias y en los tranvías, en tanto, se advierte un proletariado que comienza a expresar sus primeras demandas, ya en la última década del siglo XIX. Sin embargo, será en la minería – el sector más dinámico del país -, donde se manifestará un movimiento obrero organizado de manera activa, que planteó sus primeras acciones de resistencia ya en 1890, y que hacia fines del siglo XIX, había protagonizado diversos movimientos reivindicativos.

La huelga y las sociedades de resistencia se multiplicaron, constituyendo las formas de expresión de sus reivindicaciones por mejoras salariales, por la reducción de la jornada de trabajo, por pago en moneda legal – recordemos que se les pagaba por medio de fichas – y por el mejoramiento en el trato por parte de patronos y capataces. De este modo, el proletariado vinculado a la extracción del salitre, del carbón y del cobre, es el que protagoniza los más significativos movimientos por sus demandas, y, en no menor medida, los gremios de Valparaíso y Santiago.

Pero, también se advierte la presencia creciente de los sectores medios, que, paulatinamente, ganan importancia social y política. La clase media vinculada a la burocracia del Estado, que había tenido su asentamiento en la república liberal, y un incremento sustancial durante el gobierno de Balmaceda, durante la república parlamentaria comenzará a convertirse en un protagonista significativo, incrementada con la clase media que se genera con la administración y burocracia de las empresas privadas y el comercio.

Debido a su condición ilustrada y a su relevancia electoral, ganada con las reformas del gobierno de Santa María, ventajas que no poseía el proletariado, que estaba al margen del alfabetismo y del derecho a sufragio, las clases medias ganarán gravitación, en la medida que se empiezan a manifestar a través de sus propias organizaciones sociales y políticas. De manera importante, el Partido Radica será su canal político más relevante. Así, hacia fines del siglo XIX, en éste partido se enfrentarán dos concepciones: la de Mac Iver, integrante del estado de compromiso liberal-conservador, surgido en 1891, y la de Valentín Letelier, exponente de una aspiración mesocrática que irá ganando terreno.

El impacto de la guerra civil de 1891, en la masonería fue desbastador. El proceso de crecimiento y la influencia que había tenido en los 30 años anteriores, tuvo su antonimia entre 1891 y 1906, menguando la cantidad de logias y de miembros en actividad. Miembros de la Orden, durante la guerra civil, habían quedado en uno u otro bando, lo que, desde luego, trajo efectos en las actividades logiales. Varios miembros de la Orden debieron marchar al exilio, enfrentar el saqueo de sus casas y el abuso de los vencedores. Otros quedaron en el poder y se vincularon estrechamente con el régimen parlamentario. A los efectos de la guerra civil, se sumó el cisma producido por la formación de una Gran Logia alternativa, que se negaba a aceptar una masonería más allá del Tercer Grado.

La recuperación de la Gran Logia de Chile se iniciará solo a partir de su traslado a Santiago, y con la acción del Gran Maestro Víctor Guillermo Ewing, y de su sucesor Luis Navarrete. A partir de entonces comienza a manifestarse un fuerte crecimiento, especialmente en los sectores medios de la sociedad (profesionales, educadores, funcionarios públicos, comerciantes, militares, etc).

Por entonces, empero, la situación social que viven los proletarios, no escapa a la preocupación de los masones. Hacia 1884, se tiene el antecedente de que Augusto Orrego Luco, planteaba ante la logia "Deber y Constancia", la necesidad de buscar "modificación de las condiciones oprobiosas en que vivían los obreros". Esta preocupación no era nueva en la Orden, ya que 12 años antes, la Gran Logia de Chile había constatado que la mejor manera de apoyar a los sectores marginados de la sociedad, era a través de la educación, dándole instrucción y esclarecimiento a los hijos de los proletarios. Consecuencia de esa decisión se había fundado la Escuela Blas Cuevas, en Valparaíso, y diversas instituciones para ayudar a los estudiantes pobres.

Sin embargo, hacia fines del siglo XIX, las exigencias eran de otro tipo. Ya no se trataba solo de educar al pueblo, sino darle al proletariado las herramientas de formación política, para que se convirtiera en un protagonista en las decisiones sociales. Es así como, en 1887, el destacado masón Eduardo de la Barra, participa en la fundación del Centro Carlos Marx, destinado a la formación de líderes obreros para los ámbitos político y gremial.

De la misma forma, algunos masones encabezados por el retirado general Estanislao del Canto, colaboraron en la fundación del Partido Obrero Francisco Bilbao, integrado por intelectuales y profesionales que buscaban desarrollar una organización que diera verdaderas posibilidades a los obreros y artesanos de acceder al escenario político.

El proceso de recuperación de la Orden, a través de los mandatos de los Grandes Maestros Ewing y Navarrete, traerá una revitalización importante de la participación de masones en los eventos nacionales. En ese contexto, uno de los hechos más sobresalientes será la lucha por la Instrucción Primaria Obligatoria, que corresponderá a una instrucción específica del gobierno superior de la Gran Logia de Chile, que los parlamentarios y líderes políticos pertenecientes a la masonería promoverán con decidida resolución.

Producto de la Gran Guerra de 1914 en el escenario europeo, comenzaron a desencadenarse una serie de sucesos que culminarán con una crisis generalizada. El movimiento obrero, que había robustecido su organización, y las clases medias, golpeadas brutalmente por la crisis y la desidia gubernamental, iniciarán uno de los movimientos sociales más importantes del siglo, al que se sumó, por primera vez, la juventud como un sector social relevante.

En ese periodo histórico de dramáticos alcances, aparecen en las luchas sociales los nombres de muchos masones. Entre ellos, los más relevantes son Carlos Alberto Martínez, en el ámbito obrero, y Santiago Labarca, entre las organizaciones de clase media. Martínez, iniciado en 1917 en la Logia "Franklin", obrero de imprenta y dirigente del Partido Obrero Socialista (POS) en Santiago, se convertirá en líder de la Asamblea Obrera de Alimentación Nacional, vanguardia del movimiento social entre 1918 y 1919, que conmovería al país con los mítines del hambre, denunciando las dramáticas condiciones de los sectores proletarios, producidas por la crisis económica, y agravada por la ineficacia del gobierno de Sanfuentes. Labarca, en tanto, ingeniero, iniciado también en 1917 en la Logia "La Montaña", representó todo el ímpetu progresista de los sectores ilustrados del país, en aquella coyuntura histórica que será la antesala de grandes cambios en la sociedad chilena.

Aquel movimiento social pondrá en manos de la mesocracia la responsabilidad de los destinos del país, a través de un proceso que se inicia con la elección de Arturo Alessandri como Presidente de la República.

LA REPÚBLICA MESOCRÁTICA

El agotamiento del sistema parlamentario significó, a la larga, la derrota de la oligarquía y su desplazamiento del control de las estructuras de poder del Estado. Ello provocará que nuevos actores sociales alcancen gravitación en la institucionalidad, al punto de constituir un nuevo bloque de poder, donde los sectores sociales medios serán el eje de la nueva hegemonía político-social. De éste modo, las clases medias extienden su presencia a todas las instituciones, incluyendo el gobierno, el poder legislativo y el poder judicial.

En ello incidirá la llegada al poder de Arturo Alessandri, que incorpora al gobierno a una importante cantidad de políticos y dirigentes de las clases medias, que habían sido gravitantes en la lucha electoral presidencial y en la lucha social de los dos años previos. Alessandri, en ese momento, representó los aires de cambio que promovía el movimiento social, que buscaba poner fin a la corrupción e ineficacia del régimen parlamentario.

Su gobierno pronto se vio atrapado por la realidad que imponía el parlamentarismo, cayendo en una incapacidad manifiesta, que se hizo más evidente ante la imposibilidad de contar con suficiente apoyo en el Congreso Nacional para emprender las reformas que se proponía. El descontento social que afectaba al país, paralizado ante la indiferencia de la oligarquía, desencadenará el movimiento de los oficiales jóvenes del Ejército, que llevará a la crisis política que alejará a Alessandri temporalmente del gobierno y del país. La Junta de Gobierno, que le reemplazó y que pretendió gobernar a contrapelo de la Juventud Militar, duró solo cuatro meses. Sin duda, este movimiento de los jóvenes oficiales, estuvo emparentado, de alguna manera, con otros movimientos militares de descontento con las oligarquías locales, como el movimiento de los tenientes, en Brasil.

La acción de la Juventud Militar iniciará un profundo cambio en las estructuras políticas, que darán paso a la república mesocrática. Para ello contaron con el apoyo del movimiento social que se había expresado siete años antes, y que creyó encontrar su rumbo con la candidatura alessandrista. Sin embargo, como expresión de un movimiento transformador, éste terminó desvirtuándose en la medida que fue hegemonizado por el coronel Ibañez, que construyó, a través del militarismo, su acceso al poder, eliminando de su camino a los oficiales más doctrinarios, comprometidos con los planteamientos de la Juventud Militar y del Comité Militar Revolucionario.

A pesar de que la dictadura de Ibañez respondió a la personalización y militarización de la opción reformista, frustrando el movimiento democrático y social, su acción no pudo escapar a la profundización del predominio mesocrático. Su caída, en medio de la protesta social, produjo una crisis institucional que dio luz a radicales propuestas, que buscaban hacer realidad un proyecto socialista de tipo latino-americanista, ligado a las propuestas del peruano Haya de la Torre, siendo el más relevante, el intento revolucionario, que lideraran Eugenio Matte y Marmaduque Grove, en 1932, que caería a pocos días, ante la instauración de una nueva dictadura encabezada ahora por Carlos Dávila.

El retorno al gobierno de Alessandri, ésta vez representando a los sectores oligárquicos, permitirá la recuperación institucional y la derrota del militarismo entronizado en las FF.AA., y un paréntesis en la mesocratización del Estado. Sin embargo, el advenimiento del Frente Popular, en 1938, producirá un gran salto adelante, que se asentará sólidamente con los gobiernos radicales, teniendo su continuidad hacia los 1960. El gobierno de Jorge Alessandri (1958-1964), si bien significó la presencia de un Presidente de la República proveniente de la Derecha tradicional, no produjo cambios en la hegemonía político-social mesocrática, como tampoco el gobierno de Eduardo Frei Montalva, que introdujo la variante de la incorporación del campesinado como actor político, producto de la reforma agraria y de la sindicalización campesina.

En cuanto a los gobiernos radicales,éstos fluctuaron políticamente entre la centro-izquierda y la centro-derecha, de acuerdo a los resultados electorales y al escenario internacional, desarrollando un proyecto sustentado fuertemente en la capacidad de gestión de las clases medias, equilibrando las reivindicaciones obreras con la reivindicación burguesa y viceversa. De una manera importante, no tocaron a la clase terrateniente, esencialmente porque muchos de los propietarios de la tierra, sobre todo aquellos que no tenían un origen tradicional, mantuvieron gran proximidad con el Partido Radical.

Haciendo una síntesis de las características de la república mesocrática, podemos señalar los siguientes aspectos:

  1. Consolidación de un proyecto democrático, sobre la base de la ampliación del derecho de sufragio, incorporando a todos los que sabían leer y escribir, y a la mujer.
  2. Funcionamiento efectivo de las instituciones, a través de la división de los poderes públicos (ejecutivo, legislativo, judicial).
  3. Pluralismo y alternancia en el poder, lo que permitió que todos los partidos políticos tuvieran participación en el gobierno.
  4. Subordinación de las fuerzas armadas al poder político.
  5. Desarrollo de un proyecto de industrialización, con marcado acento proteccionista.
  6. Un vasto plan educacional fundado en lo que se llamó el Estado Docente.
  7. Consolidación de la legislación social (sindicalización, seguros sociales, salud pública, etc).

En todo el desarrollo de la república mesocrática, hubo una importante participación de los miembros de la Masonería, en diversas instancias y episodios. A pesar de que, sectores tendenciosos, han involucrado a la Orden en actividades conspirativas, en muchos de los acontecimientos de este periodo, especialmente con los sucesos de 1920, 1930 y 1940, lo cierto es que, institucionalmente, la Masonería tuvo una adecuada distancia frente a los sucesos políticos, incluso cuando algunas de sus máximas autoridades estuvieron directamente involucradas, antes, durante o posterior al ejercicio de sus altas responsabilidades masónicas, como es el caso de los Grandes Maestros Boccardo, Matte, Adeodato García o Quezada.

Sin embargo, es necesario reconocer que hubo ciertos acontecimientos en que la Orden, institucionalmente, no se mantuvo al margen. Sin embargo, ello se manifestó con la necesaria referencia ética, no política, aún cuando el tema en debate estuviera radicado esencialmente en ese ámbito.

De éstos eventos, uno de los grandes episodios correspondió al proyecto de Instrucción Primaria Obligatoria, que se debatió en el Congreso Nacional, cuando aún la república parlamentaria estaba en plena vigencia. No es un misterio que la Gran Logia de Chile planteó ante toda la Obediencia, la imperiosa necesidad de respaldar esa propuesta de manera decidida, y notables nombres de la Masonería llevaron la posición de vanguardia en el debate parlamentario.

La elección de Arturo Alessandri, fue vista con simpatía por la Orden, en primer lugar, porque éste era miembro de ella, y, en segundo lugar, porque los ideales que giraron en torno a su candidatura eran coincidentes, en gran medida, con los sentimientos abrigados en los debates logiales de la época. Sin embargo, el Gobierno Superior de la Orden mantuvo la debida equidistancia entre las actividades y preocupaciones iniciáticas, y las actividades extramurales que cada masón estaba conminado a realizar, bajo el imperio de los principios de la Masonería. Institucionalmente se mantuvo dentro de los estrictos cauces de su actividad docente y fraternal, y cuando recibió a Alessandri en sus templos, lo hizo para recibir a un hermano más, que, a pesar de no tener una actividad permanente en su Taller, reconocía su condición de masón e hizo descansar en masones muchas de las tareas de su gobierno.

Sin embargo, también ocurrió, que, con el paso del tiempo, en muchos masones se advirtió el descontento y el desconsuelo, al comprobar los errores del gobierno, y la frustración de ver como el sistema político tenía paralizada la gestión pública, y como el gobierno y el parlamento eran incapaces de dar solución a los problemas que venían arrastrándose por más de 8 años, sin ninguna expectativa de solución.

La abrupta manifestación del descontento militar de 1924, con el ruido de sables efectuado por los jóvenes oficiales del Ejército, que hicieron sonar en las tribunas del Congreso Nacional, permitió comprobar que éstos estaban dispuestos a presionar por cambios. En aquella generación de oficiales, que provocó el derrumbe del parlamentarismo, imponiendo una Constitución Presidencialista, la separación de la Iglesia y del Estado, las leyes sociales y el Estado mesocrático, hubo varios miembros activos de la Francmasonería, y otros que habían sido iniciados algunos años antes. Sepúlveda Chavarría indica que Marmaduque Grove había sido iniciado en 1912; Alejandro Lazo, en 1917; Sócrates Aguirre, en 1918; Carlos Ibañez, en 1912; etc.

Como hemos visto, la participación de los militares en las pugnas de poder, terminó por dar bríos al militarismo, que terminó por consolidar una opción de poder dictatorial, que, como muchos movimientos militares de la época, provenía esencialmente de la clase media.

La Gran Logia mantuvo su prescindencia del proceso político. No colaboró ni combatió a Ibañez, dice Sepúlveda Chavarría, y muchos miembros de la Orden tuvieron activa participación en el gobierno, incluyendo al joven Gran Maestro Héctor Boccardo, contribuyendo a darle el acento social que el militarismo no poseía. Es necesario reconocer que mucha de la legislación social, que esperaban los trabajadores durante décadas, fue promulgada por éste gobierno, bajo la gestión de los ministros masones.

En la caída de la dictadura y en los posteriores hechos, el suceso más destacado, en cuanto a la participación de miembros de la Orden, lo constituye la efímera República Socialista, que encabezaran Eugenio Matte y Marmaduque Grove, junto a varios miembros de logias de Santiago, donde cabe destacar a Eugenio González Rojas y Carlos Alberto Martínez. Recordemos que Matte ejercía el cargo de Gran Maestro, cuando optó por integrar la junta de gobierno revolucionaria de junio de 1932. Este hecho será la antesala de la fundación del Partido Socialista, el año siguiente.

Durante la década de los 30, las expresiones partidarias más importantes, por donde los masones canalizaron sus inquietudes políticas, fueron el Partido Radical y el Partido Socialista. El primero, de manera importante, durante las cuatro décadas de la república mesocrática, fue el espacio donde se dio una triada de servicio público de positiva recurrencia: radical, bombero y masón. El PS, en tanto, fue expresión de aquellos masones que veían en el compromiso político un medio para efectuar transformaciones más profundas que el centrismo que el PR planteaba. Ambas fuerzas políticas concurrirán junto al Partido Comunista, a la constitución del Frente Popular, que llevó a la Presidencia de la República a un miembro de la Masonería: Pedro Aguirre Cerda. Lo propio ocurrirá con la elección de Juan Antonio Ríos, al morir repentinamente aquel.

Hacia los años 1960, el movimiento popular que lideró Salvador Allende, dio cuenta de la presencia masónica a través de los mismos partidos: el PS y el PR, especialmente, en las elecciones de 1970, que contó con el apoyo oficial de éste último partido. Es un dato de la realidad que Allende – masón desde su juventud -, debió enfrentar políticas antimasónicas dentro de su partido, expresadas en el ampuerismo, en una primera etapa, y posteriormente, en los sectores cubanizados que se expresan con fuerza a partir de 1966. Frente a éstos embates, Allende siempre defendió con hidalguía su condición masónica, y , a pesar de que estuvo por largos periodos ausente de los trabajos de su Taller, nunca dejó de expresar sus lazos con lo que la Orden representaba en sus principios y doctrinas. Ello lo reivindica masónicamente en su asistencia a la Logia "Franklin", cuando siendo candidato por la Unidad Popular, concurre a exponer sus puntos de vista en que resume sus objetivos y doctrina, que asocia profundamente a su formación masónica.

LA REPÚBLICA NEO-LIBERAL.

En 1973, un golpe de Estado puso fin a la república mesocrática. Paradojalmente, aquella, que se había instaurado con el pronunciamiento de los militares, sucumbía también por la acción de los militares. Desde luego, eran otros militares, en otras condiciones, en otras circunstancias; sin embargo, se manifestaron ciertas constantes. Como en los años 1920, la Armada fue la institución, en la cual, los sectores conservadores centraron su acción conspirativa. De la misma forma, el proceso de participación política de las FF.AA. tendió hacia el militarismo como concepción ideológica, es decir, hubo un proceso de partidización de las instituciones armadas.

Buscar las causas de la crisis de 1973, es una tarea aún compleja, y constituye una simpleza o una conclusión tendenciosa, considerar solo las contradicciones emanadas de la acción o carácter del gobierno de Allende. Transcurridos ya casi 30 años de tales sucesos, aún están latentes muchas pasiones en torno a ellos, que distorsionan el estudio sereno, pero, con ánimo superior, esbozaremos algunas ideas al respecto.

El gobierno de la Unidad Popular se estableció en medio de la confrontación que caracterizó la guerra fría. El mundo dividido en dos bloques, después de la II Guerra Mundial, determinó zonas de influencia para cada bloque, en el que, cada país, era comprendido.

En ese contexto, había países ubicados en posiciones estratégicas, debido a su importancia geopolítica, que se entendían como lugares en disputa, y que permitían la acción confrontacional de las potencias, de un modo focalizado. Ello creó lugares de permanente disputa, como es el caso de los Balcanes, el sudeste asiático, Cuba, el Golfo Pérsico, etc. Chile, un país en el sur de América, carente de importancia estratégica, con un sistema político ordenado, no fue nunca de relevancia para las dos grandes potencias, salvo por su contribución cuprífera al mercado mundial, que, por lo demás, estaba en poder de las empresas norteamericanas.

Un experimento de inspiración socialista, no era lo más importante para las dos potencias hegemónicas, en una zona que se entendía bajo influencia norteamericana. De allí que, el proceso de la Unidad Popular, tuviera más atención y despertara más entusiasmo en Europa occidental y en el Tercer Mundo, que en EE.UU. o los países del Este. Para la socialdemocracia europea y los países no alienados, resultaba atractivo llevar a cabo un proceso de cambios hacia el socialismo, en el contexto de una sociedad democrática. En tanto, la Unión Soviética, objetivamente, fue indiferente a los problemas del gobierno de Allende, ya que Chile era un país que no estaba en su zona de influencia. Desde luego, EE.UU. siguió el camino que entonces aplicaba asiduamente, cuando tenía problemas en su patio trasero: el del "garrote".

Si nos atenemos al Programa de la Unidad Popular y los planteamientos señalados por Salvador Allende, antes y durante su gobierno, tanto en sus discursos y planteamientos, tomando como referencia principal sus mensajes presidenciales al Congreso Nacional, su discurso de ascensión al mando, el discurso ante las Naciones Unidas, etc. queda claro lo que su gobierno pretendía, y que se inscribía en una profundización del proyecto mesocrático, en los aspectos fundamentales de orden económico, político y social, y en el cual adquiría una presencia relevante la incorporación al sistema democrático de la clase obrera, como protagonista en el proceso político.

Los objetivos propuestos, de orden económico, buscaban la profundización del proyecto proteccionista y de gestión estatal, aplicado desde los años 1940, a través de la definición de tres áreas de propiedad (social, privada y mixta), la nacionalización de las riquezas básicas, especialmente del cobre, y la profundización de la reforma agraria. En lo político, la reforma más importante residía en la propuesta de un parlamento unicameral, y en algunas reformas del sistema judicial. En lo social, dentro de un contexto de propuestas muy moderadas, planteaba la incorporación de las organizaciones de trabajadores a instancias de decisión nacional.

Se trataba de un programa que apuntaba a una mayor socialización del Estado mesocrático, pero, en ningún aspecto, hacia una socialización similar a las realidades que mostraba el entonces bloque soviético, en los llamados socialismos reales, de dictadura de partido único y Estado policiacos. El concepto socialista de Allende se emparentaba más con las propuestas de la socialdemocracia europea, desde una perspectiva no alineada, no solo por lo que proponía su gobierno, sino por lo que había sido su pensamiento desde sus orígenes políticos.

Sin embargo, tenía una naturaleza rupturista al definirse por una opción abiertamente anti-oligárquica y anti-imperialista. Estos serán los aspectos que llevarán al gobierno de Allende a enfrentarse radicalmente con los sectores tradicionales de la sociedad chilena y con Estados Unidos, cuyo gobierno, encabezado por Nixon, apenas conocido el triunfo de Allende, inició las operaciones, primero, para impedir el proceso constitucional de ascenso presidencial, y luego, para provocar su derrocamiento.

Lo que ocurre con la caída de Allende, no sólo es el desenlace de su gobierno, sino que también lo es de un sistema político que había entrado en la encrucijada de profundizar su naturaleza o derrumbarse. Como todo proceso histórico, la democratización que impusieran los sectores sociales medios en las décadas precedentes, había llegado a su máximo nivel dentro de los moldes previsibles, y la alternativa era profundizar la democracia o esperar su derrumbe. Esto, en razón de los que venía ocurriendo con algunos años de antelación.

Así, por ejemplo, los sectores tradicionales, expresados en el Partido Conservador y el Partido Liberal, habían quedado reducidos en 1965 a una mínima expresión electoral. La carencia de una fuerza conservadora sólida, que contribuyera a equilibrar el escenario político, hizo que se robusteciera dentro de ella un sector de reminiscencias facistoides, que jugará un rol preponderante en la formación del Partido Nacional, que buscará reagrupar a la Derecha a inicios del gobierno de Frei Montalva. Su plataforma política se basará, esencialmente, en su lucha contra las reformas impulsadas por el gobierno demócrata cristiano, que estaba expropiando una parte importante del latifundio chileno, y, luego, en la desestabilización del gobierno de la Unidad Popular.

Sin embargo, en realidad, el escenario político chileno se había desestabilizado abruptamente, a partir de 1964 y 1965, cuando la Democracia Cristiana ganó sucesivamente las elecciones presidenciales y parlamentarias, hegemonizando el poder político. Como nunca antes, un solo partido se impuso en el escenario político-social, como fuerza autovalente y autovalidada. Las consecuencias que ello produjo, serían tremendamente negativas para la forma de hacer política en Chile. Desapareció la negociación, la versatilidad en los actores y la capacidad de consensos, imponiéndose una virtual dictadura de partido único.

Paralelamente, el radicalismo, que había sido el articulador del escenario político por tres décadas, fue desplazado de su hegemonía sobre el centro político, perdiendo su capital político entre los sectores medios, que le daban su fuerza electoral, y entre los propietarios de la tierra que le daban el sustento económico. Superado electoralmente por la fuerza incontrolable de la DC, sin capacidad económica, sobrevino la crisis interna, desapareciendo como la "bisagra" en que descansaban las alas del espectro político. La DC, que entonces pudo haber cumplido la función del radicalismo, no lo hizo, ya que el equilibrio lo hacía dentro de su propio partido, mayoritario y hegemónico.

En tanto, la izquierda, se había estancado electoralmente, debido a que muchas de sus reivindicaciones históricas habían sido asumidas por la DC (sindicalización, reforma agraria, organización popular, etc), que las estaba llevando a la práctica, dejando a aquellos partidos sin parte importante de su discurso. Ello provocó que, en la izquierda, surgieran contradicciones que se mantuvieron hasta septiembre de 1973, entre un sector que confiaba en los métodos de la democracia existente, y un sector cubanizado, que quería opciones más radicalizadas, en el contexto de la influencia ejercida en toda América Latina, por parte de la revolución de Fidel Castro.

Estos factores, que alteraron la práctica política de los treinta años anteriores, crearon el ambiente para la polarización, la carencia de diálogo, y las contradicciones que desencadenaron el desenlace.

El régimen que se impuso por la fuerza de las armas, en 1973, significó para la derecha política y económica, la primera oportunidad de disponer de todo el poder, desde 1938, cuando Arturo Alessandri terminara su segundo gobierno. Si bien, posteriormente, la derecha había estado en el gobierno, ello fue en coalisiones y morigerada por la política centrista y mesocrática del Partido Radical. Con todo el poder a su disposición, fruto de su alianza con los militares, dio paso a la instauración de un modelo que destruyó el poder de la mesocracia. Este modelo significó la re-oligarquización, que tuvo como protagonistas decisivos a una renovada burguesía financiero-comercial y a una emergente nueva burguesía productiva, que basó gran parte de su desarrollo en la industrialización agrícola (frutícola y pesquera).

Son datos de la realidad más que conocidos los alcances que caracterizaron al régimen dictatorial, que encabezara Augusto Pinochet, que no es necesario reiterar, dentro de los objetivos de este trabajo.

Luego de 17 años en el poder, un estado de compromiso entre las fuerzas democráticas y los sectores que sustentaron la dictadura, permitió iniciar una transición inconclusa, que ha permitido generar, democrática y constitucionalmente, tres gobiernos de las fuerzas opositoras que participaron en el pacto transicional. Sin embargo, los fundamentos del sistema impuesto por los militares se mantienen inalterables en lo relativo al control del poder real.

El gran cambio vivido por el país, en las últimas décadas del siglo XX, obviamente, ha estado caracterizado por un proceso de re-oligarquización, donde, las clases trabajadoras perdieron todo protagonismo, y toda capacidad de organización y participación, sumiendo una parte importante en la pauperización, y la clase media aún no se rearticula como una fuerza social dinámica y dinamizadora de la sociedad.

En el contexto del proceso que hemos analizado, la Masonería, a partir de los 1960, comenzó a debilitar su influencia en la sociedad, en la medida que ocurrieron procesos que fueron marginando a los masones de las instancias de decisión social. Uno de esos factores fue el debilitamiento del Partido Radical, al que se sumó la caza de brujas dentro del Partido Socialista. Reiteremos que, en éste partido, la condición masónica fue atacada por sectores tendenciales de fuerte compromiso ideológico castrista. Respecto del liberalismo partidario, quedaban muy pocos masones actuando, lo que se acentuó cuando éste quedó reducido a la mínima expresión electoral.

El factor más contribuyente al debilitamiento de la influencia masónica lo constituyó la fuerte hegemonía de la Democracia Cristiana, fuertemente influida y respaldada por la Iglesia Católica, dominada entonces por los influjos del Concilio Vaticano II. Insuflada por los éxitos electorales, el PDC desarrollará una fuerte escalada hacia las organizaciones sociales, copando muchas instituciones en las cuales la presencia masónica era tradicional, y que, a partir de ese momento, quedaron en manos de personeros con fuerte predominio confesional. Lo más decisivo, para la influencia masónica, fue la pérdida de conducción de importantes instituciones, especialmente las de tipo educacional, tales como las universidades públicas, y los establecimientos de enseñanza media.

Los conflictos de 1973, sin duda, produjeron hondos efectos en la Orden Masónica, pues, resulta obvio, que su influencia en la sociedad chilena, siguió decreciendo.

La realización del III Convento Masónico Nacional será, sin lugar a dudas, el primer paso hacia la recuperación del rol que la Francmasonería chilena espera cumplir en la sociedad. Progresivamente, la Orden ha ido recuperando su papel de referencia moral en la sociedad, la presencia del Gran Maestro en la Mesa de Diálogo constituye un hito trascendental, sumado a otros pasos significativos.

¿Cómo culminará este periodo que, preliminarmente, hemos llamado "república neo-liberal", y hacia dónde avanzará nuestro país, nuestra sociedad? La respuesta a esas interrogantes tiene que darla nuestra generación y el tiempo que vivimos. Para muchos estamos a las puertas de una gran oportunidad; para otros, estamos a las puertas de una tremenda frustración.

CONCLUSIÓN.

El futuro presenta grandes desafíos, en un mundo muy diverso al que hemos analizado, con mirada retrospectiva, en las páginas de este trabajo. Los desafíos de ayer, determinados por las condiciones sociales y geográficas, casi insulares, que caracterizaron a Chile por más de 140 años, ahora se vuelven difusas frente a la impronta de la globalización. Sin embargo, como comunidad nacional, seguimos siendo un desafio ineludible, a pesar de la transculturización y de la dependencia de los escenarios mundiales, típicos de nuestro tiempo.

Nuestra república camina hacia su bicentenario, que se conmemorará cuando ya se haya avanzado una década en el siglo XXI, la centuria de lo imprevisible y lo inasible. ¿Qué seremos capaces de hacer como Nación, como país, como comunidad nacional, para enfrentar los futuros desafíos?

Muchos analistas consideran que el gran debate futuro estará centrado en los temas valóricos. Pero, también, un importante desafío de cara al Bicentenario, por ejemplo, dice relación con la superación de la extrema pobreza de nuestro país, lo cual implica no solo adoptar medidas técnicas y lograr éxitos en el ámbito económico. Más que eso, superar la pobreza es un esfuerzo que abarca lo cultural y lo societario. No basta que las personas sumidas en la pobreza extrema tengan un trabajo y un ingreso, sino que hay que sacarlas de la marginalidad cultural y social.

Sin embargo, dentro del debate doctrinal y ético, no podemos evadir lo que implican los temas valóricos, como en los 140 años precedentes, donde siempre la Orden Masónica tuvo una opción y una línea sostenida de acción.

Al respecto, uno de los procesos que tendrá un notable impacto en los años venideros, es el desarrollado por los sectores más conservadores de nuestra sociedad, hacia el dominio de todas las estructuras de poder. Es la consecuencia del proceso de re-oligarquización que hemos vivido. Hay una tendencia que busca copar todas las instancias de decisión y conducción, ejerciendo un poder que opta por lo tradicional, por la involución y por lo retardatario.

Esta tendencia reúne a empresarios de fuerte compromiso confesional, con sectores políticos de estrechas vinculaciones con la jerarquía vaticana y con el Opus Dei, jerarquías militares comprometidas con lo más arcaico del confesionalismo, y sectores profesionales que se vinculan al integrismo religioso. Sus objetivos son de claro predominio social.

Es un predominio que se ha venido haciendo cada vez más perceptible, y que ha ido imponiendo su hegemonía, a través de los medios de comunicación, de la gestión económica y política, y que se proyecta transversal y verticalmente. La influencia que ejerce la jerarquía vaticana sobre éstos sectores dominada por principios decimonónicos, es de notoria evidencia, y se hará más profunda.

En un mundo que margina cada vez más a los marginados, que se vuelve más drástico en las diferencias sociales y entre las naciones ricas y pobres, donde los conflictos por cuestiones de conciencia pueden volverse tan dramáticos que solo puedan resolverse por la violencia, sin duda, hay muchas tareas que enfrentar,  a fin de hacer posible que el Hombre encuentre la luz que le permita su emancipación espiritual y material, en libertad, igualdad y fraternidad.

 

BIBLIOGRAFÍA REFERENCIAL.

Crónicas de la Masonería Chilena. Manuel Sepúlveda Chavarría.

El Desarrollo Económico-Social de Chile. Julio César Jobet.

150 años de Evolución Institucional. Julio Heise.

Historia de Chile. Francisco Antonio Encina.

El Desarrollo de las Ideas Socialistas en Chile. Sebastián Jans.

Militares Chilenos. La deliberante década 1924-1933. S.Jans

 

Noviembre de 2001 e\ v\