A pesar de algunos triunfos parciales, la situación del ejército sitiado era deseperada. Mis tropas, cuyo número crecía sin cesar, rodeaban la ciudad con círuclo de hierro  que se estrechaba cada día más; en Querétaro escaseaban los víveres y las municiones, el tifo diezmaba los soldados; Maximiliano, que durante largo tiempo había esperado ver llegar de Mexico al general Márquez con ejército de auxilio, no tenía ya ilusiones a este respecto: sabía que, bloqueado por el ejécito del general Díaz, Márquez no podía salir de la capital sitiada. Desalentado, vacilaba en continuar una lucha cuyo término no era dudoso. Fue entonces cuando despachó secretamente a mi cuartel general al coronel Miguel López, en el que tenía confianza absoluta, para hacerme en su nombre las siguienes proposiciones.
  La ciudad y el ejército llamado imperialse rendirían a discreción, con la única condición de permitir a Maximiliano salir con su escolta de húsares húngaros para ganar un puerto del Golfo, Tampico por ejemplo, donde la fragata austriaca La Novara lo esperaría para conducirlo a Trieste. Una vez a salvo a bordo de este navío, Maximiliano se comprometía, no solamente a firmar su abdicación, sino a reconocer al gobierno republicano del Presidente Juárez. Además recomendaba a la clemencia de la República, a los generales y oficiales que había combnatido con él.
   Usted comprenderá la gran impresión que mecausaron esas declaraciones, pero yo no tenía autoridad para aceptarlas, ni siquiera para discutirlas. Jefe de ejército, mi papel era puramente militar y de ninguna manera político; así lo dije al coronel López, agregando sin mebargo que yo trasmitiría fidlepisimamente cuanto él acababa de decirme al gobierno -el cual se encontraba entonces en San Luis Potosí- y que me atendría a sus órdenes.
   El coronel López se retiró tan miseriosamente como había venido, y fue a dar parte al Archiduque de la conversación que conmigo había tenido.
   Tal como yo la había prometido y como era mi deber, trasmití por correo especial al gobierno las proposiciones del Archiduque. La respuesta no se hizo esperar. era neta y categórica:- Nada de condiciones. Maximiliano debe entregarse a discreción: la justicia militar decidirá su suerte.
   La noche siguiente al día en que yo había recibido la respuesta telegráfica del gobierno, el coronel López se presentó de nuevo ante mí, provisto de un documetno que acreditaba sin lugar a duda, su calidad de enviado de Maximiliano.
-¿Y bien!- me dijo- ¿acepta el gobierno? El Emperador saldrá de Querétaro mañana en la noche; indíqueme usted el punto por donde debe pasar; yo lo acompañré hasta a bordo de La Novara.
   Por toda respuesta puse ante los ojos del coronel el despaco del goberno. Él palideció horriblemente, se quedó un instante silencioso y después irguiéndose ante mí, con una voz que pugnaba por ser fime, dijo:
-¡Pero esto es la muerte! ¿Lo ha pensado usted general? La muerte ¿Es horrible!
-Es la justicia coronel, y será igual para todos. Vuelva usted a Querétaro y dígale a su soberano que no se haga ilusiones. Si quiere ahorrar sangre mexicana, si intenta no amentar la cantidad de víctimas ya demasiado numerosa, no debe retardar un solo día su rendición.
   Con estas palabras me despedí del coronel López, cuya emoción, notoriamente sincera, me impresionó acaso mpas de lo que yo hubiera querido.
   Veinticuatro horas más tarde, López solicitaba una nueva entrevista y me rogaba a nombre de Maximiliano que insisitera ante el gobierno para que le permitiera salir de Querétaro.
-El Emperador empeña su palabra de caballero, de jamás volver a México, y para convencer a usted perfectamente de la resolución, he aquí -agregó López- el texto de una proclama que será publicadainmediatente después de su partida. Después de dar las gracias a todos los que habían servido a su causa, el Archiduque los  impulsaba a unirse sin reserva a la República, única forma de gobierno posible en México.
-¿Por qué no haber hecho esto hace tres meses? Ahora, se lo repito a usted, es demasiado tarde.
-Pues bien- repuso López- ya que el gobierno rehusa acceder a la petición del Emperador, sea. Su Majestad renuncia a la lucha. Mañana en la noche (15 de mayo de 1867), haga usted ocupar le covento de La Cruz; entrará ustedes sin disparar un solo tiro, y el Emperador estará allí.
   Así se hizo y el 15 de mayo, a las cuatro de la mañana, yo hacía ocupar el convento de La Cruz.
   Maximiliano, acompañado del príncipe de Salm Salm y del general Castillo se presentó algunos instantes después....Al entegarse algunas horas mpas tarde, en el Cerro de las Campanas, al general Corona, no hizo sino seguir punto por punto la resolución que había tomado y que López me había comunicado la víspera.
   Maximiliano había hecho jurar a López que jamás divulgaría las gestiones que por su orden hbaía intentado ante mí, y López mantuvo su palabra, sufurendo estóicamente hasta su último día el oprobio y la infamia que se vinculan al nombre de un traidor. Yo mismo guardé silencio durante largos años sobre las proposiciones del Archiduque, y si he creído conveniente restabelcer la verdad de los hechos, es que estimo que ya es tiempo de poner término a una leyenda q ue ha durado demasiado, y que es justo dar al César lo que es del César.
   Maximiliano nunca confesó, ni a sus más fieles amigos, las entrevistas secretas que había hecho celebrar conmigo....
Entrevista realizada por el Barón Gustav Gotkowski al General Mariano Escobedo en 1897, viajando de Celaya a México
Regreso a Mariano Escobedo