HACIA EL AÑO 20 D.G.

 

" Los intelectuales del siglo xx no han sido capaces de formular profecías que anunciaran lo que debería suceder. No nos dieron una hoja de ruta a cumplir o de la cual desviarse. Así se explica que al inmenso alivio que trajo la caída del Muro siga ahora una sensación general de desconcierto. Hemos salido de Egipto. ¿Cuál es la Tierra prometida?"

Mariano Grondona (1993)

 

Una evaluación de la Seguridad Internacional, en el año 10 DG

 

A fines de los años `90 y a una década de la finalización de la Guerra Fría, simbolizada en la apertura del Muro de Berlín, el sistema internacional revela una estructura compleja, en la cual la distribución de poder varía en los diferentes segmentos o subsistemas que lo componen. Producto de la implosión soviética, en el ámbito del poder duro (militar) se asiste a una virtual unipolaridad de EE.UU., el único actor con la capacidad para llevar a cabo una proyección de fuerza a escala global. Esa unipolaridad se transforma en multipolaridad en torno a las formas blandas, no militares, del poder, vinculadas esencialmente con la economía y la tecnología, registrándose la distribución de recursos y capacidades en torno a más de dos Estados. Considerada en conjunto la estructura del actual sistema internacional, que no responde a los cánones de un balance de poder tradicional, ha llevado a los estudiosos de los asuntos internacionales a acuñar conceptos como multipolaridad desigual o balance de poder asimétrico, con el objeto de poder describirla.

En términos absolutos, en las postrimerías de la década del `90 estamos asistiendo al mayor nivel de expansión del sistema político democrático, en el sentido que le asigna a este término la modernidad de Occidente, así como del modelo capitalista de generación y distribución de riqueza. Nunca la democracia capitalista había sido puesta en práctica en tantos Estados, más allá de los resultados obtenidos, ni la suma de aquellos había cubierto similar proporción de la superficie del orbe. Empero, esta expansión no ha implicado necesariamente el triunfo de los ideales de Occidente, teniendo en cuenta las múltiples versiones existentes de democracia y capitalismo, producto de la influencia de factores culturales, históricos, económicos y geográficos en cada caso de aplicación. Conforme pasa el tiempo, la tesis del fin de la Historia de Fukuyama se muestra más la consecuencia del exitismo desmedido de la clausura de la Guerra Fría y menos una evaluación desapasionada y objetiva de la realidad.

La puja entre las corrientes realista e idealista de la política internacional, en el segundo caso con especial énfasis en los postulados de la Paz Democrática, parece haberse resuelto a favor del realismo. En comparación con la Guerra Fría, el sistema internacional no es hoy más pacífico, ni registra cuantitativamente niveles de violencia ostensiblemente menores; de todos modos ésta cambió de forma predominante de expresión, privilegiando las intraestatales y transestatales, en desmedro de las interestatales.

La proliferación de conflictos intraestatales, caracterizados por enfrentamientos de naturaleza cultural entre dos o más partes, fue uno de los rasgos de la primera década de la post Guerra Fría. En la mayoría de los casos, la génesis de estos conflictos muestra una compleja interacción entre dos variables independientes, la finalización de la contienda interhegemónica y el fenómeno de raíz tecnológica conocido como globalización, y otras dos permeables a las primeras y retroalimentadas entre sí, el antagonismo cultural y la crisis de gobernabilidad que resulta de la erosión de las estructuras estatales. El fin de la Guerra Fría dejó de limitar a los conflictos periféricos en función de un enfrentamiento bipolar, decretó la finalización de los esfuerzos de las antiguas superpotencias por sostener regímenes políticos ineptos e impopulares y dio vía libre a las tendencias a favor de la autodeterminación de los pueblos, que suelen manifestarse en el plano étnico. La globalización económica, por su parte, tiende a complicar la inserción en sus esquemas globales de numerosos países, agravando hacia el interior de los mismos graves cuadros sociales preexistentes.

Así, tanto el fin de la Guerra Fría como la globalización comunicacional y económica están contribuyendo a reducir los márgenes de gobernabilidad de numerosos Estados, hasta el extremo de su virtual colapso, es decir, su transformación en un Estado fallido. En algunas ocasiones las tendencias de autodeterminación de los individuos, expresadas en sentido étnico, se originan en la merma de la gobernabilidad; en otras, se asiste a lo contrario, siendo tales tendencias las que influyen en la caída de la gobernabilidad. Más allá del sentido de esta relación causa-efecto, en los Estados que no son simultáneamente Naciones las variables gobernabilidad y autodeterminación siempre se retroalimentan en forma inversamente proporcional, en un verdadero círculo vicioso que se ve potenciado por contextos sociales premodernos donde la cultura política imperante desvaloriza las libertades y derechos individuales, y la pluralidad étnica.

Los conflictos intraestatales de la post Guerra Fría muestran un nuevo tipo de violencia, legitimada más en la irracionalidad mítica que en la racionalidad ideológica, donde cada protagonista identifica a la contraparte como verdadera corporización de los males que lo aquejan. Esa violencia no reconoce límites, transformándose en un fin en sí mismo: una guerra total, que transgrede los postulados de la guerra moderna y de sus ejecutoras naturales, las FF.AA., en materia de logística, organización, empleo de la variable tiempo, tecnología, doctrina, dirección, alianzas, táctica, perfil del combatiente, aceptación y generación de bajas, marcos jurídicos de regulación, costos económicos y orientación social. Es en función de esta realidad que se está sugiriendo un replanteo conceptual de la Estrategia, que no sólo debe "pensar la guerra", en el tradicional sentido interestatal, sino también "pensar la crisis" interna de los Estados.

La extrapolación a niveles macro de numerosos abordajes analíticos a los mencionados conflictos intraestatales parece ser la causa de la popularidad que han adquirido en los últimos tiempos las lecturas del sistema internacional en clave cultural. En la consolidación de esas apreciaciones Huntington jugó un papel vital, al anunciar un futuro protagonizado por la competencia multipolar entre ocho grandes bloques miméticos con otras tantas civilizaciones, agregando que la muestra más acabada de ese futuro se encuentra en el Islam y su presunto carácter confrontativo con los valores de Occidente. Sin embargo, esta posición revela la persistencia de un pensamiento y un lenguaje estratégicos residuales de épocas de la Guerra Fría, que presupone siempre la existencia de un enemigo, y que tiende a caratular de tal manera a toda contradicción entre Estados o grupos de Estados.

La presencia de un pensamiento estratégico residual en la tesis de Huntington relativiza su utilidad para comprender acabadamente numerosos episodios de la actualidad: los conflictos más usuales de la post Guerra Fría, los intraestatales, no muestran necesariamente la coexistencia de más de una civilización en pugna, ni toda relación entre civilizaciones es esencialmente una relación conflictiva, salvo que una de ellas perciba un intento de influencia o dominación por parte de la otra. Esto es válido en el caso del mundo islámico, que comenzó a ser percibido como amenaza en Occidente hacia finales de la década del `70, con la instauración en Irán de un régimen autoproclamado teocrático, de sesgo antioccidental, que respaldó en forma concreta a diversas organizaciones musulmanas extranjeras, muchas de las cuales empleaban la violencia para lograr sus objetivos políticos (el caso de Hezbollah sería paradigmático). Fue en esos momentos y debido a esas percepciones que apareció el concepto de fundamentalismo islámico.

Lo que muestra el mundo islámico, finalizando el siglo, es un proceso de islamización fuertemente relacionado con el deterioro socioeconómico que experimentan las capas sociales más amplias de los Estados musulmanes desde mediados de la década del `70, cuando entran en crisis los modelos foráneos de desarrollo económico basados en la urbanización y la industrialización, y se deslegitiman las élites políticas laicas. A modo de respuesta la islamización, movilizada por las figuras religiosas en detrimento de la postura del Estado, implica que lo sagrado pasa a ocupar el lugar de tales modelos en la escena social y política. En su mayoría, los protagonistas de estos procesos desligan sus objetivos del empleo de la violencia, siendo sólo una proporción mínima de los mismos quienes adoptan la conducta contraria, amparándose en una distorsión del concepto jihad; aún en estos casos, el blanco primario de la violencia no es Occidente en general, sino gobiernos de países musulmanes que, en la visión de esos grupos ultras, se apartaron de las prescripciones del Corán. Son únicamente estas entidades radicalizadas, que deslegitiman al adversario mediante la manipulación de la retórica sagrada, las que merecen el apelativo de fundamentalistas.

La promoción del empleo de la violencia contra blancos no sólo musulmanes por parte del régimen teocrático iraní y su desconocimiento a un conjunto de normas básicas de la política internacional (sobre todo la de soberanía de los Estados), verdadera raíz de las percepciones occidentales del Islam como amenaza, están más relacionadas con objetivos políticos de Teherán que con los dictados del Corán. El mantenimiento del balance de poder regional, la obtención del liderazgo del Mundo Musulmán, la eliminación de la oposición política en el exilio y el mantenimiento del apoyo ciudadano a la Revolución Islámica se incluirían entre tales objetivos.

Si uno de los rasgos predominantes de la primera década de la post Guerra Fría, en materia de seguridad internacional, fue la proliferación de conflictos intraestatales de naturaleza cultural, otra de sus características distintivas fue la existencia de múltiples amenazas transnacionales, entendiendo como tales a aquellas situaciones o casos cuyo potencial de daño alcanza y cuya resolución exige la acción concertada de más de un Estado. El grupo de amenazas transnacionales que en la agenda internacional de la actualidad ostentan un status prioritario incluye a las migraciones masivas; el terrorismo; el crimen organizado y su subfenómeno más difundido, el tráfico y comercialización de estupefacientes; el deterioro del medio ambiente; la proliferación de armas de destrucción masiva y vectores y la guerra informática (o guerra cibernética).

El incremento cuantitativo de los movimientos migratorios a partir del fin de la Guerra Fría es indisociable de dos factores ya mencionados, el aumento de conflictos intraestatales caracterizados por un alto grado de violencia y la globalización de raíz tecnológica; es este salto tecnológico, que en los países de avanzada se expresa en una automatización productiva que conspira contra la creación de empleo, el que contribuye a constituir las migraciones en amenaza: se percibe que sus protagonistas agravan situaciones sociales de por sí complicadas, transformándose en elementos indeseados, catalizadores de la violencia xenófoba y, en algunos casos, de conflictos intraestatales.

A lo largo del primer decenio posterior a la contienda interhegemónica, el terrorismo se consolidó como una de las más peligrosas amenazas transnacionales. Esta jerarquía es el resultado de la combinación entre las características distintivas del fenómeno y la influencia que ejerce en el mismo el nuevo contexto internacional, tanto en lo estratégico como en lo tecnológico. Estratégicamente, ahora los Estados que sostienen al terrorismo son independientes respecto a contextos mayores (como fue la Guerra Fría) que limiten su capacidad decisoria; a partir de la autonomía de sus sponsors, las organizaciones terroristas ven facilitado su acceso a facilidades logísticas y medios financieros. En lo tecnológico, el empleo de nuevos y más potentes explosivos incrementa el potencial de daño, la rapidez y autonomía de los medios transporte permite alcanzar blancos lejanos y mejores vías de fuga, mientras el salto en el campo de las comunicaciones optimiza la operatividad.

En su empleo de la violencia, el terrorismo internacional encuentra su punto de coincidencia con el crimen organizado, una de las más peligrosas amenazas perceptibles en el orden emergente de la post Guerra Fría. Lejos de circunscribirse al tráfico y comercialización de estupefacientes, como suele suponerse, sus acciones ilegales se diversifican en múltiples direcciones en forma simultánea y en más de un Estado, interactuando con otras entidades de su tipo en verdaderas redes globales y descentralizadas; en todos los casos, la corrupción y manipulación de funcionarios públicos es un rasgo característico de la criminalidad organizada. La actual situación de Rusia muestra que, bajo ciertas circunstancias, la expansión a escala global de la democracia capitalista y la globalización pueden tornarse funcionales al crimen organizado: en el primer caso, si coinciden un cierto vacío de poder generado por la retirada desordenada y poco transparente del Estado de la actividad económica y social, con la ausencia de una cultura política democrática arraigada en la población y sus elites; en el segundo, porque el agravamiento de la situación económica y social de numerosos Estados puede hacer que la criminalidad sea elegida por sectores sociales amplios como estrategia de mejora de su nivel de vida.

Aún cuando el tráfico y comercialización de estupefacientes ha dejado de ser el punto nodal de la criminalidad organizada, su constante agravamiento durante toda la década del `90 y su consolidación como la mayor movilizadora de capitales ilegales a nivel global lo transforman, por sí mismo, en una amenaza transnacional. Al contrario que otras amenazas, y en similitud a algunas manifestaciones de terrorismo, en ciertos Estados el narcotráfico amerita respuestas de índole militar, en el marco doctrinario de los Conflictos de Baja Intensidad (CBI); esta opción se vincula, en forma directamente proporcional, con la probabilidad de que los carteles ilegales traduzcan su poder económico en feudalización territorial.

Frente a la proliferación horizontal de armamento de destrucción masiva, donde las amenazas giran en torno a su posesión por Estados inestables y belicosos o por grupos terroristas o criminales, las respuestas que articuló la comunidad internacional en los últimos años privilegiaron la constitución y consolidación de regímenes ad hoc; sin embargo, sólo en relación a las armas nucleares se logró un grado de efectividad adecuado, al contrario que en los casos químico y biológico, que incrementan su potencial de amenaza a partir de la conjunción de dos factores: respecto a su fabricación, menores niveles de precios (de los insumos), complejidad tecnológica (que por otra parte es dual), requerimientos de infraestructura y riesgos de manipulación; en relación a su detección, la inexistencia de mecanismos eficaces de verificación. A pesar de la experiencia de la Guerra del Golfo, la comunidad internacional tampoco alcanzó un grado máximo de eficacia en su esfuerzo por neutralizar la proliferación misilística, dado que el régimen abocado a la cuestión no ha articulado mecanismos de imposición de su decisión a un Estado ni puede extender sus actividades a la esfera civil, en un contexto de empleo de tecnologías duales.

El deterioro medioambiental está consolidado como amenaza transnacional, culminando un proceso de constante jerarquización iniciado más de dos décadas atrás. En la actualidad, el eje de la cuestión parece concentrarse en las respuestas de la comunidad internacional a aquellos Estados que promueven o consienten actividades percibidas globalmente como lesivas al medio ambiente. Generalmente, los mismos sustentan un limitado grado de desarrollo y justifican su conducta en proyectos orientados a la resolución de graves situaciones socioeconómicas internas, aún cuando el deterioro ambiental conspira contra sus propios objetivos: produce migraciones internas hacia los centros urbanos, que desbordan la infraestructura existente, elevan los índices de desempleo y subempleo, aumentan la criminalidad y deterioran los niveles de salubridad. Estos Estados son penalizados económicamente por dúmping ecológico, agravando aún más la brecha que los separa de los países desarrollados, quienes imponen las sanciones teniendo en cuenta criterios de competitividad global (eliminación de la competencia). Por otro lado, la flexibilización de los criterios de intervención que se registró en la primera década de la post Guerra Fría obliga a considerar como una hipótesis plausible el intento de internacionalización de territorios de alto valor ambiental (real o simbólico), alegando la ineficacia de los gobiernos locales en su protección.

Cerrando el grupo de las amenazas transnacionales que en la primera década de la post Guerra Fría han adquirido más relevancia, la guerra informática es hija del actual salto tecnológico. La creciente interconexión de redes de computadoras y bases de datos (internetworking), y la dependencia pública y privada de las mismas, aumentan la peligrosidad de la guerra informática, cuyo objetivo básico es el control o destrucción de información. Las dificultades que plantea el enfrentamiento a los agresores informáticos se vinculan con la inexistencia de un frente de combate concreto (el mismo es virtual), así como de límites entre lo local y lo global, y entre lo público y lo privado; con los bajos costos operativos de esta actividad; con la ineficacia de los sistemas tradicionales de detección de agresores; y con la ampliación cuantitativa de los blancos susceptibles de recibir una agresión, siendo en cierta forma irrelevante si los mismos están físicamente protegidos o no.

Si a lo largo del primer decenio de la post Guerra Fría se asistió a un cambio en la morfología de la violencia, cuya expresión privilegió las formas intraestatal y transestatal, en este último caso a través de un lote reducido de amenazas, las respuestas brindadas desde el campo de la Seguridad Internacional no siguieron necesariamente el mismo patrón; básicamente, las mismas continuaron girando en torno al Estado, sea como promotor o destinatario de la amenaza, y al poder militar, que nunca dejó de ser la última ratio de esos actores. Con esta orientación, en los últimos años se resolvió el llamado dilema de la Seguridad, cuyo desafío histórico fue evitar que el incremento en la seguridad militar de un Estado disminuya la seguridad de sus vecinos, mediante el concepto de Seguridad Defensiva. Este planteo propuso la adopción, por parte de los Estados, de una postura militar y un nivel de fuerzas que aseguren una defensa efectiva sin constituirse en amenaza para otros Estados, dando lugar a los modelos de Defensa No Ofensiva o Defensa No Provocativa.

Por la misma época la complejización de los abordajes preventivos de la seguridad, cristalizados en las Medidas de Fomento a la Confianza (o Medidas de Confianza Mútua), desembocaron en el planteo conocido como Seguridad Cooperativa; su innovación radica en la busqueda y obtención de los objetivos estatales mediante el consentimiento de otras unidades homólogas, antes que a través de las amenazas de coerción, priorizando la cooperación y la prevención de conflictos. De todos modos, casos como el de Haití y el de Corea del Norte sugieren que este modelo se encuentra todavía en una situación embrionaria y que su implementación efectiva a nivel global podría llegar a demandar más de veinte años.

La asociación entre Seguridad y poderes blandos, presente en los debates internacionales durante la compulsa entre superpotencias, se incrementó en la post Guerra Fría en función de la consolidación y expansión del proceso de globalización, sustentada en un importante avance tecnológico que se concentra principalmente en las Tecnologías de la Información. Producto de este salto tecnológico, en los últimos años las brechas existentes en materia de bienestar se han ido ampliando, tanto en el seno de cada Estado como entre países ricos y pobres. En los Estados desarrollados, la automatización productiva está reduciendo la demanda de mano de obra carente de altos niveles de formación y preparación, incrementando los niveles de desempleo y ampliando las brechas de ingresos entre diferentes sectores sociales. Estos efectos negativos se ahondan en los países de desarrollo limitado (más de la mitad de los Estados existentes), que revelan severos cuadros de descapitalización, caída de competitividad, pérdida de mercados externos, desinversión y desindustrialización; en forma directa, estos cuadros inciden negativamente en los campos alimenticio, sanitario y de la estabilidad social.

A lo largo del primer trienio de la post Guerra Fría, a partir de las tareas del PNUD, fueron revalorados los efectos asimétricos de la globalización entre Estados con diferentes grados de desarrollo, por su incidencia en la conformación o agravamiento de situaciones susceptibles de ser evaluadas como amenazas, en sí mismas o por sus derivaciones potenciales. En el ámbito de la seguridad, este impacto de la globalización se tradujo en nuevas construcciones teóricas, como la Seguridad Humana y la Cultura de Paz. La primera alega que la resolución de conflictos no pasa sólo por el empleo de la fuerza, sino por otras respuestas de naturaleza económica, social y política, centradas en el individuo; en esa línea, se debe garantizar a los individuos un contexto de estabilidad que posibilite su desarrollo. La cultura de paz asevera que la educación, la cultura y la comunicación pueden contribuir a la resolución pacífica de conflictos, promoviendo una actitud cívica adecuada y un desarrollo económico y social equilibrado, dado que cierto grado de justicia social es imprescindible para lograr la paz. Ambos casos consideran a las ONG`s un actor imprescindible en su articulación; esto confirma que, aunque esas entidades no son un efecto de la finalización de la Guerra Fría, la superación de este enfrentamiento jerarquizó su promoción de los valores democráticos, su contacto con la ciudadanía, su efectividad en la inclusión de temas específicos en agendas de trabajo estatales y multilaterales, y su idoneidad en la ejecución de políticas diseñadas.

En relación a la ONU, la finalización de la Guerra Fría significó para la misma un desafío a su capacidad para lograr y mantener la paz y la seguridad internacionales, en un nuevo contexto caracterizado por la proliferación de conflictos intraestatales y por la extensión de la ópticas sobre seguridad a dimensiones no militares ni interestatales. La primera respuesta a ese desafío no fue tanto el empleo multilateral de la fuerza contra Irak, en el marco de la Guerra del Golfo, sino la postura adoptada frente a las posteriores represiones de Hussein a las minorías kurdas y chiítas. El desenlace de esa colisión entre los derechos de los individuos y de los Estados fue el uso del instrumento militar para garantizar la distribución de ayuda humanitaria y la seguridad de grupos en riesgo; surgieron así las intervenciones humanitarias que caracterizaron a la primera década de la post Guerra Fría.

A partir de la Guerra del Golfo se ha asistido a una modificación cuantitativa y cualitativa de la conducta de la ONU respecto al empleo de efectivos militares en operaciones de paz. En el primer caso, el desbloqueo de los mecanismos decisorios del CSNU, por la finalización del enfrentamiento ideológico entre EE.UU. y la URSS produjo un aumento de la cantidad de operaciones, de los recursos humanos involucrados en las mismas, y de su costo. Cualitativamente, aparecieron nuevos modelos de utilización del poder militar: además de prestar ayuda humanitaria a partir del derecho de injerencia, imponiendo en forma coactiva la paz, colaborando en la reconstrucción de un Estado colapsado y ejerciendo la Diplomacia Preventiva. Este último modelo, esbozado en el informe Agenda para la Paz, contempla instalación de fuerzas militares multilaterales dentro de los límites territoriales de un Estado amenazado por otro o bajo riesgo de conflicto armado interno; en los últimos tiempos, teniendo en cuenta las enseñanzas de la crisis desatada en Ruanda, la comunidad internacional está avanzando en uno de los puntos nodales de la Diplomacia Preventiva: la formación de una fuerza militar multinacional fuertemente armada, en estado de disponibilidad permanente (stand-by forces), para desarrollar las mencionadas acciones.

La virtual unipolaridad de EE.UU. en el ámbito del poder duro (militar), y su indisputada capacidad para llevar a cabo una proyección de fuerza a escala global, se tradujo en las primeras etapas de la post Guerra Fría en su proclividad a emplear la fuerza en conflictos periféricos que no involucraran en forma directa sus intereses. Sin embargo, a lo largo del último lustro esa posición ha cambiado radicalmente, estableciéndose nuevos parámetros de intervención en conflictos regionales basados la relación costo-beneficio que surge de la contrastación entre el tipo de interés nacional afectado y los riesgos de la operación, en término de pérdida de vidas humanas. El desenlace de esa ecuación está íntimamente vinculado con la capacidad de Washington para reducir los riesgos que ofrecen las oportunidades de participación.

 

La Seguridad Internacional, en los albores del siglo XXI

 

Si hasta aquí hemos reseñado las principales características de la Seguridad Internacional en el año 10 DG, su análisis no ha hecho más que confirmar la dinámica que ha revelado este campo de las relaciones internacionales a lo largo del último decenio. Este dinamismo es, indudablemente, el principal escollo al momento de enfrentar el desafío de intentar esbozar, aún en sus trazos más gruesos, la evolución de esta temática en los próximos años; al fin y al cabo, como se ha mencionado al comienzo de esta obra, intelectuales y estudiosos de talla internacional, con acceso a la mayor y mejor información, vieron fracasar sus pronósticos cuando la tinta en que habían sido escritos aún no se había secado.

Por lo pronto, sólo pueden hacerse limitados intentos de reducir los márgenes de incertidumbre sobre la evolución de la Seguridad Internacional, a través de la ubicación del tema dentro de un contexto más amplio, que lo pauta y condiciona: el de la evolución del orden emergente de la post Guerra Fría, a diez años de su inicio. Es en este nivel donde, a través de una atenta observación, parece descubrirse la existencia de fuerzas poderosas que le imprimen a ese orden en transición su impronta y que, al no revelar visos de debilitamiento, se proyectan inercialmente al futuro. Es imposible excluir, en un listado no exhaustivo, a seis de esas fuerzas en particular, que por convención denominaremos multipolaridad desigual, vigencia de la cultura, pérdida de soberanía, descongelamiento del sistema, globalización dual e impacto tecnológico.

Por multipolaridad desigual entendemos la disimil distribución de poder en los diferentes segmentos del sistema, con unipolaridad estadounidense en el campo militar y una creciente multipolaridad en la economía y la tecnología. La vigencia de la cultura alude a la existencia de múltiples formas de vida espiritual personales o de grupos humanos limitados, estructuradas de diversa forma (comunidades étnicas, comunidades étnicas o naciones) y que, pese al carácter fractal de la cultura, en algunos casos son antagónicas con otras formas diferentes. La pérdida de soberanía implica el creciente debilitamiento de las capacidades reales del Estado para ejercer poder en su territorio, en desmedro de otro tipo de actores, percibidos como legítimos o no, o en beneficio de los derechos individuales en caso de colisión con estos últimos. El descongelamiento del sistema se refiere a la flexibilización, o desaparición, de los límites que imponía la lógica bipolar a la evolución de determinadas situaciones o la adopción de determinadas conductas, por parte de actores estatales o no estatales. El concepto globalización dual debe ser entendido como la ampliación de las brechas de bienestar, intra e interestatales, como resultado de la creciente integración internacional de los mercados y la internacionalización de las estrategias empresariales de producción. El fuerte sustento que provee el avance de la tecnología a la globalización, constituye a su vez el factor impacto tecnológico.

Si nos basamos en lo mostrado por la primera década de la post Guerra Fría, los conflictos intraestatales mantendrán su presencia en el escenario internacional, dado que persistirán los factores que en mayor medida los han fomentado: el descongelamiento del sistema, la globalización dual y la vigencia de la cultura; este último elemento probablemente imprima al empleo de la fuerza en esos eventos características particulares, absolutamente diferentes a las de la guerra moderna tradicional.

La globalización dual y la vigencia de la cultura también tendrán una indudable influencia positiva en la aparición de modelos de organización política y social que, en tanto diferentes a la modernidad de Occidente, pueden ser percibidos como una amenaza desde esta última civilización. Contribuirá a este estado de cosas que actores estatales o no estatales que promueven esos modelos contemplen el empleo de la violencia en el logro de sus objetivos, aún cuando esa opción sea opuesta a la ortodoxia del modelo; la enseñanza de los últimos años sugiere que esta alternativa es prácticamente inevitable. En suma, el mal llamado choque de Civilizaciones seguirá vigente y desde Occidente continuará percibiéndose al Islam como amenaza.

Los flujos migratorios también serán influidos, en forma directamente proporcional, por la globalización dual; en función del impacto tecnológico actual posiblemente se incremente la letalidad potencial del terrorismo, en tanto el descongelamiento del sistema conspirará contra las limitaciones de sus actos, en términos geográficos o de intensidad. Similar influencia que en el terrorismo probablemente ejerzan el impacto tecnológico y el descongelamiento del sistema en relación a la guerra informática y a la proliferación de armamento de destrucción masiva no nuclear; por esa causa, ambas amenazas seguirán vigentes en los próximos años.

En términos teóricos, también puede esperarse un crecimiento del crimen organizado, teniendo en cuenta que este fenómeno se verá favorecido por una constelación de factores; entre ellos, nuevamente debemos incluir a la globalización dual, tanto en lo que hace a la interconexión de los mercados de capitales de la cual se vale la criminalidad, como del atractivo que puede generar esta actividad en sectores sociales desfavorecidos por la tendencia globalizadora. Por cierto la vigencia de la cultura también generará un efecto dinamizador en la criminalidad organizada, en aquellos casos en que la cultura política imperante favorezca la corrupción.

Una vez más, la globalización dual incidirá positivamente en el crecimiento de una amenaza transnacional, en este caso el deterioro medioambiental. Los Estados "perdedores" de la tendencia globalizadora difícilmente asignen recursos particularmente escasos a la cuestion ambiental, ni subordinen su actividad económica a condicionantes de ese tipo; por otra parte, los criterios de competitividad que impone el nuevo juego económico, influenciado por el impacto tecnológico, probablemente fomenten la imposición a estos actores de sanciones que agravarán aún más su situación.

La asociación entre Seguridad y poderes blandos seguirá presente en los próximos años, consecuencia inevitable de la vigencia de la globalización dual; no sólo por ese motivo, sino también por la vigencia de la cultura, seguirán ganando terreno construcciones como Seguridad Humana y Cultura de Paz. Las ONG`s incrementarán su peso como actor en el subsistema de seguridad internacional, producto tanto de la globalización dual como de la pérdida de soberanía. La mayor capacidad decisoria que le genera a la ONU el descongelamiento del sistema, sumada a la pérdida de soberanía, también avalará su protagonismo de intervenciones humanitarias y otras formas de operaciones de paz no tradicionales, orientadas a mitigar los efectos de la globalización dual y las manifestaciones de la violencia enraizadas con la vigencia de la cultura.

Hasta aquí, hemos visto la incidencia que tendrán las fuerzas estables que se hallan presentes en el orden emergente de la post Guerra Fría, en la evolución del subsistema de seguridad internacional. Una incidencia que, indudablemente, configura un pronóstico con altos niveles de conflictividad y una presencia multiforme de la violencia; en suma, una situación en la cual los niveles de inseguridad son, por lo menos, tan altos como en la actualidad. En esta línea de pensamiento, si dos de las cualidades que caracterizarán a la Seguridad Internacional en los albores del siglo XXI serán la conflictividad y la violencia multiforme, ya mencionadas, una tercera será la complejidad, vinculada con la dinámica de los fenómenos que lo integran. Estos fenómenos, influenciados por las fuerzas estables del orden mundial emergente, no tendrán lugar en forma aislada los unos de los otros; lejos de eso, interactuarán y, en la mayoría de los casos, se potenciarán sinérgicamente. Dentro de ese conjunto de múltiples interacciones convienen señalarse, por su importancia, las que girarán en torno a los conflictos intraestatales, los flujos migratorios, el crimen organizado, la proliferación de armamento de destrucción masiva y el deterioro ambiental.

Por su capacidad de influencia sobre el resto de fenómenos, tienen particular relevancia los conflictos intraestatales: la experiencia indica que estos eventos potenciarán nuevas migraciones, las actividades criminales y el deterioro ambiental; en aquellos casos en que los contendientes respondan, en términos huntingtonianos, a las civilizaciones musulmana y occidental, probablemente deba agregarse a este listado el fortalecimiento de la percepción del Islam como amenaza. En sentido contrario, tales conflictos se constituirán en catalizadores directos de operaciones de paz no tradicionales, del involucramiento de las ONG`s y de iniciativas de Cultura de Paz.

Otro fenómeno cuya presencia generará fuertes efectos en los restantes es el que alude a las migraciones masivas. Las enseñanzas de acontecimientos recientes hacen esperar que las migraciones detonen o agraven conflictos intraestatales, generen deterioros ambientales y, en el caso de flujos de procedencia musulmana orientados hacia Occidente, fomenten las visiones occidentales del Islam como amenaza; también en este caso puede esperarse un florecimiento de las iniciativas de Cultura de Paz, tanto para subsanar sus aspectos estructurales como para facilitar los procesos de adaptación de los inmigrantes en sus nuevos contextos.

Los efectos de la criminalidad organizada también se expanden en múltiples direcciones, dentro del subsistema de Seguridad Internacional. En la medida que su crecimiento afecte los niveles de gobernabilidad de un Estado hasta extremos cercanos a su colapso, estará fomentando la eclosión de conflictos intraestatales; probablemente induzca la aparición de flujos migratorios protagonizados por individuos que intentarán escapar del contexto de criminalidad; mantendrá vigente las metodologías terroristas, que le son características, y otorgará nuevos visos de peligrosidad a la guerra informática. Al contrario que los otros factores mencionados anteriormente, los conflictos intraestatales y los flujos migratorios, es probable que el crimen organizado fomente la proliferación de armas de destrucción masiva, al menos en sus formas no nucleares.

Tanto la mencionada criminalidad como el terrorismo verán incrementada su peligrosidad a causa de la proliferación de armamento de destrucción en masa, un fenómeno que dotará a los primeros de mayor capacidad de daño; tampoco puede descartarse que tal proliferación influya en las visiones occidentales del Islam como amenaza, en aquellos casos en que esa difusión involucre actores estatales o no estatales de esa extracción cultural. El deterioro ambiental podrá incluirse entre las causas mediatas de algunos conflictos intraestatales y, una vez eclosionados, en un factor de agravamiento de los mismos; la constante jerarquización de esta amenaza incrementará el protagonismo de las ONG`s como actores del subsistema y podría redundar en la aplicación de alguna forma de intervención multilateral, cuyos criterios se flexibilizan en forma permanente.

Abordando desde otra perspectiva la interacción entre los fenómenos que, a tono con las fuerzas estables del orden mundial emergente, caracterizarán en los próximos años al campo de la Seguridad Internacional, se pueden efectuar previsiones igualmente pesimistas. No habrá fenómeno más afectado por los restantes que aquel constituido por los conflictos intraestatales, cuya permeabilidad será directamente proporcional a las migraciones masivas, la criminalidad organizada y el deterioro ambiental; en sentido inverso, la evolución de tales conflictos se verá negativamente influenciada por el desarrollo de operaciones de paz no tradicionales y por la aplicación de iniciativas de Cultura de Paz.

Las iniciativas de Cultura de Paz y la aplicación multilateral de operaciones de paz no tradicionales también pueden limitar la traducción de algunas situaciones de migraciones masivas en términos de amenaza. Inclusive, aquellos flujos que se originen en el Mundo Musulmán y que se orienten hacia Occidente pueden mermar, en la medida en que se consoliden en esta última región geocultural las percepciones del Islam como amenaza. Sin embargo, las migraciones estarán fomentadas por los conflictos intraestatales, el deterioro ambiental y la existencia de altos niveles de terrorismo y crimen organizado.

El potencial de daño del terrorismo se verá fomentado por la criminalidad organizada, la proliferación de armas de destrucción masiva y la guerra informática; estos dos últimos fenómenos, proliferación y guerra informática, también agravarán la situación del crimen organizado, el cual hallará en los conflictos intraestatales otro foco de alimentación. En lo que hace al deterioro ambiental, su agravamiento en función de los mencionados conflictos intraestatales y las migraciones masivas es por demás previsible, como también lo es el fortalecimiento de las ONG`s como actores del subsistema internacional.

En otro orden de cosas, los altos niveles de interacción entre los fenómenos que caracterizarán a la seguridad internacional en los próximos años darán lugar a dos tipos de situaciones por demás significativas, que complejizarán aún más al subsistema: por un lado, la permanente retroalimentación entre muchos de esos fenómenos, dando lugar a la aparición de verdaderos círculos viciosos; por otro, la conformación dentro del subsistema de subsistemas aún menores y más específicos, integrados por más de dos fenómenos, que operan en una suerte de circuito cerrado.

Respecto a las retroalimentaciones, tales son las relaciones que se presentarán entre los conflictos intraestatales, por una parte, y los flujos migratorios, la criminalidad organizada y el deterioro ambiental, por otro; la criminalidad organizada no sólo se retroalimentará con los conflictos intraestatales, sino también con la guerra informática y la proliferación de armamento de destrucción masiva, respectivamente; además, se registrarán otros feedbacks entre el terrorismo y la guerra informática, así como entre los flujos migratorios y el deterioro ambiental. Por último, la consolidación de las ONG`s como actores del subsistema de seguridad internacional se retroalimentará, en forma separada, con la realización de operaciones de paz no tradicionales y con la aparición de iniciativas de Cultura de Paz.

En cuanto a lo segundo, un circuito cerrado que se perfila con nitidez es el que afecta a los conflictos intraestatales, los flujos migratorios y el deterioro ambiental. En un sentido secuencial tales conflictos fomentarán migraciones masivas que pueden afectar negativamente la preservación del medio ambiente, deterioro éste que retroalimenta los conflictos intraestatales; en sentido exactamente inverso, el deterioro ambiental generado por los conflictos intraestatales podrá inducir procesos migratorios cuya capacidad para agravar conflictos preexistentes o influir en la eclosión de otros nuevos no debe ser soslayada.

En síntesis, tanto la incidencia en el subsistema de seguridad internacional de las fuerzas estables que se hallan presentes en el orden emergente de la post Guerra Fría, como las interacciones susceptibles de ser registradas entre los fenómenos que componen ese subsistema, permiten esbozar el siguiente escenario (01), respecto a los albores del siglo XXI:

 

En líneas generales, se seguirá asistiendo a la aparición o prolongación de conflictos intraestatales, con empleo de la violencia; continuarán las percepciones occidentales del Islam como amenaza; los flujos migratorios masivos crecerán y mantendrán su vigencia el crimen organizado y las metodologías terroristas, posiblemente con mayores niveles de letalidad; la proliferación de armamento de destrucción masiva, especialmente en sus aspectos biológico y químico, no se habrá superado, como tampoco la amenaza que conlleva la guerra informática; el deterioro ambiental persistirá, así como las percepciones de amenaza que producirá. Frente a este contexto, iniciativas como Seguridad Humana y Cultura de Paz seguirán ganando terreno, las ONG`s se consolidarán como actores relevantes del subsistema y la ONU continuará promoviendo intervenciones humanitarias y operaciones de paz no tradicionales.

Más específicamente, todos los fenómenos mencionados interactuarán entre sí, con disímiles niveles de intensidad. Por la cantidad de impactos que generarán, así como por la capacidad de retroalimentarse con otros fenómenos, jugarán un papel decisivo en la seguridad internacional los flujos migratorios, el deterioro ambiental y, muy particularmente, el crimen organizado y los conflictos intraestatales. Será especialmente este último tipo de conflictos el fenómeno distintivo del contexto de la seguridad internacional, en función de una cualidad inédita: el doble atributo de ser el fenómeno con mayor cantidad y calidad de interacciones con los restantes, e integrar el único subsistema específico dentro del campo de la seguridad internacional.

 

Nadie puede asegurar que este escenario, ni ningún otro, sean inevitables; metodológicamente, su utilidad se circunscribe a reducir los niveles de incertidumbre. En cambio, podría decirse que, salvo que acontezcan hechos por demás significativos, de naturaleza aleatoria –usuales en el campo de las Ciencias Sociales-, los contrastes entre el escenario planteado y la situación global de la seguridad internacional en los albores del siglo XXI serían limitados. Puesto que esos hechos significativos se vinculan con la voluntad humana y su capacidad de moldear el futuro, nítidamente aparecen dos cursos de acción para mejorar en los próximos tiempos la seguridad internacional.

La primera de esas vías consiste en potenciar y desarrollar en forma conciente y constante dos fenómenos específicos del subsistema de seguridad internacional: las iniciativas de Cultura de Paz y la participación de la ONG`s. Hasta el momento, estos son los únicos fenómenos identificados que conspiran simultáneamente contra el estallido y desarrollo de conflictos intraestatales, las percepciones occidentales del Islam como amenaza, la jerarquización de los flujos migratorios en términos de peligrosidad y la opción por la metodología terrorista; a la vez, son parte vital e insustituible de las intervenciones humanitarias y operaciones de paz no tradicionales que continuará promoviendo la ONU. Con todo, esta opción tiene sus limitaciones, vinculadas con la ya descripta multiplicidad de interacciones que registrará el subsistema de seguridad internacional; por esa causa, su efectividad estará atada a cuestiones coyunturales.

Transformar en estructural la efectividad coyuntural que pueda lograr la comunidad internacional, en su esfuerzo por mejorar los parámetros de la seguridad internacional en el futuro, obliga a trascender los límites de este subsistema. Esto implica operar con las fuerzas estables del orden emergente de la post Guerra Fría. Es en este plano donde los esfuerzos por reducir los niveles de conflictividad y violencia multiforme inherentes a la seguridad internacional redundarán en beneficios duraderos, si se logra disminuir el carácter dual de la globalización y reducir los antagonismos culturales existentes.

Nada de esto es imposible. Recordemos, aún no ha llegado el fin de la Historia.

 

NOTAS Y ACLARACIONES

(01): Entendiendo a los escenarios en la forma en que los conceptúa el Saint Gall Center for Futures Research: "imágenes del futuro, que representan un proceso, están basados en una metodología, incorporan el conocimiento de expertos y facilitan el aprendizaje organizacional