Conferencia del autor en
el “Foro sobre Nuevas Amenazas: El dia
después al 11 de septiembre de 2001”, organizado por el Instituto de
Seguridad de la Fundación Novum Millenium y la Universidad Católica de Salta
(sede Buenos Aires-Gendarmería Nacional)
La crisis internacional destada el 11 de septiembre pasado, a partir de los actos terroristas ejecutados en EE.UU., puede ser objeto de diferentes análisis, según sea su orientación y especificidad. En el nivel estratégico y en términos de Seguridad Internacional, de nuestro análisis se desprenden cuatro elementos a destacar.
El primer elemento tiene que ver con la naturaleza del
conflicto. El periodismo y la opinión pública han hecho un lugar común del concepto
“nueva guerra”; sin embargo, esta
guerra no es nueva, sino en todo caso el último episodio de un conflicto que
está en desarrollo desde hace años, y que tiene tres características claramente
diferenciadoras del modelo de “guerra
tradicional”.
Es que en el modelo de “guerra tradicional”, los actores involucrados son los Estados;
las interacciones, consecuentemente, se plantean en términos interestatales; y
el ejercicio de la violencia se asocia al poder militar. A partir del 11 de
septiembre, queda en claro para el ciudadano común que en términos de Seguridad
internacional no deben soslayarse actores no estatales, como organizaciones
terroristas; que existen fenómenos, como el terrorismo, cuya dinámica es
transnacional; y que están plenamente vigentes formas racionales de ejercicio
de la violencia diferentes al poder militar.
Repetimos, la “nueva guerra” no es novedosa, en rigor
de verdad. Desde hace un tiempo, se alude a la misma bajo el rótulo de “amenazas asimétricas”, entendiendo por asimetría no una diferencia de fuerzas,
sino de códigos (escritos y no escritos), procedimientos y modalidades de
ejercer la violencia. Pero sí es cierto que las amenazas asimétricas ocupaban
un lugar marginal dentro del pensamiento castrense de los Estados más desarrollados,
donde el énfasis estaba puesto en la previsión de conflictos armados
interestatales de mediana intensidad, con profuso empleo de la tecnología. En
otras palabras, la tan mentada “Revolución
de los Asuntos Militares” (RMA, por sus siglas en inglés).
Como síntesis de este primer
elemento a destacar, vinculado con la naturaleza del conflicto, digamos que los
hechos del 11 de septiembre nos alejan del tradicional modelo de “guerra trinitaria” (Estado, Sociedad y
Fuerzas Armadas) de Clausewitz, para acercarnos al modelo hobessiano del hombre
como lobo del hombre.
Como segundo elemento, destaco que el 11 de septiembre hemos
comprobado la vigencia de la amenaza terrorista en nivel internacional. Tres
factores han sustentado esta vigencia, en las últimas décadas.
Primero, los avances
tecnológicos, que en términos de armamento permiten a los terroristas “matar más y mejor”, mientras en
términos organizativos se puede coordinar y ejecutar operaciones de una punta a
otra del globo, gracias a los adelantos en materia de transportes y
comunicaciones). Segundo, el accesible costo comparativo de una acción
terrorista, frente a otras modalidades de empleo de la violencia; baste
recordar cálculos de Bruce Hoffman según los cuales el explosivo empleado en el
primer atentado a las Torres Gemelas (1993) costó sólo U$S 400 y generó daños
estimados en U$S 550 millones. Tercero, el respaldo de Estados sponsors, que
proveen a las organizaciones terroristas de dinero, logística, documentación,
armamento e inteligencia para que éstas incrementen su efectividad.
Pero en este tercer factor,
observamos hoy una importante modificación. Partiendo de la presunción que los
atentados en Nueva York y Washington fueron ejecutados por la organización Al Quaida de Osama bin Laden, la misma
no parece contar con el respaldo financiero explícito de ningún Estado, sino
que se autofinancia, como una suerte de “empresa
terrorista privada” que opera como una red. Salvando las distancias, el
caso más similar sería el grupo Abu Nidal
de los años 80 y 90, sólo que éste no operaba en red y tenía una capacidad
operativa menor.
¿Qué sabemos hoy de Al Quaida? Poco. Se supone que su
membresía total fluctúa entre 3 mil y 5 mil personas, con un alcance planetario
que incluiría Argelia; Egipto; Yemen; Arabia Saudita; Afghanistán; Bosnia;
Sudán; Albania; Filipinas; Chechenia; Eritrea; Kosovo; Pakistán; Indonesia;
Filipinas; Tadjikistán; Bangladesh, Palestina y otros países. ¿Se conocen todos
los grupos que la integran? Al parecer tampoco, conociéndose sólo aquellos que
firmaron junto a Osama bin Laden las declaraciones de guerra a EE.UU., Israel y
otros presuntos enemigos del Islam. Entre estos grupos se incluye al egipcio Al
Jihad, siendo importante tener en cuenta que su líder Ayman al Zawahiry podría
ser (si no lo es ya) el sucesor de Osama bin Laden en Al Quaida.
Urge conocer los alcance de Al Quaida. Y en lo que respecta a la
Argentina, es de vital importancia saber hasta qué punto son válidas las
noticias periodísticas según las cuales en los atentados de Nueva York y
Washington estuvo implicado el terrorista libanés Imad Mugnieh. Mugnieh,
recordemos, está sindicado como el jefe de operaciones especiales de Hezbollah, grupo al cual accedió a
través del líder religioso Mohammed Hussein Fadllallah, que controlaba los
grupos de estudiantes musulmanes a los cuales él pertenecía. Mugnieh, además,
habría sido quien llevó a cabo los atentados antinorteamericanos en Beirut de
1983.
¿Por qué es importante saber si
Mugnieh está vinculado a Al Quaida?
Para establecer si existen relaciones entre esta organización y Hezbollah, teniendo en cuenta que
constantemente se alude a la presencia de Hezbollah muy cerca de nuestro
territorio: en la llamada Tres Fronteras,
sobre todo en el sector paraguayo de Ciudad del Este. Si Hezbollah integra Al Quaida
deberíamos pensar, por carácter transitivo, que esta última organización tiene
presencia en las puertas del territorio nacional.
El tercer elemento a resaltar en nuestro análisis de los hechos
terroristas del 11 de septiembre, es que esos episodios inevitablemente
influirán en el diseño y la operatividad de las instituciones multilaterales
que los Estados han constituido para atender las cuestiones de la Seguridad y
la Defensa. Dos ejemplos en tal sentido estuvieron protagonizados por el
Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) y la Organización del
Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Cuando se sugirió la activación
del TIAR para secundar colectivamente a Washington en su respuesta al
terrorismo, muchas voces se opusieron alegando que no se identificaban “Estados agresores” frente a los cuales
actuar. En cambio, la OTAN efectivamente pudo ser activada, gracias a la
flexibilidad que le otorgó el cambio de su “doctrina
estratégica” en 1999, durante su 50º aniversario. En ese momento,
recordemos, la Organización reivindicó su competencia frente a crisis y
amenazas difusas que no estuvieran encuadradas en el capítulo V de su Carta; en
otras palabras, que no estuvieran corporizadas en un Estado.
Los casos del TIAR y la OTAN
ayudan a identificar el interrogante clave que deberán responder las
instituciones multilaterales relacionadas con la Seguridad y la Defensa: ¿los
mismos sirven sólo para la “guerra
tradicional” y clausewitziana a la cual aludimos al comienzo de este
análisis, o también son efectivos frente a la amenazas no estatales,
transnacionales y asimétricas? En nuestro hemisferio, las respuestas que arroje
este debate se reflejarán automáticamente en la Comisión de Seguridad
Hemisférica de la Organización de Estados Americanos (OEA), organismo
representativo (mucho más que el TIAR) encargado de redefinir los conceptos e
instituciones asociadas a la seguridad del continente.
Finalizando, como cuarto elemento a resaltar, los
atentados en suelo estadounidense tendrán una inevitable repercusión en el
campo de la Inteligencia. Como tantas veces anteriormente (y basta recordar la
Guerra del Golfo), la realidad vuelve a demostrar que puede ser de vital
importancia contar con sistemas de inteligencia altamente tecnificados, capaces
de interceptar señales y obtener imágenes en cualquier punto del planeta, pero
que esa tecnología es insuficiente si no está complementada por una adecuada
capacidad de recolección basada en fuentes humanas (HUMINT), junto a una sólida
capacidad de análisis. Los satélites pueden decir dónde está Osama bin Laden,
pero no lo que piensa ni pretende hacer.
Por último, la mencionada “capacidad de análisis” debe ser
reformulada, no sólo en el área de Inteligencia sino también en los campos de
la Seguridad Internacional y la Defensa. Durante el último mes, se han
utilizado palabras y conceptos como shiítas,
sunnitas, jihad, talib y fatwa, entre otras, con una
superficialidad proporcional a la ignorancia que suele relevar quien las
empleaba. Pero la clave no radica en dejar de usar esos u otros conceptos, sino
en hecerlo de manera adecuada.
¿Qué queremos decir? Que como ya
han alertado algunos polemólogos que analizan la Seguridad Internacional de
esta post Guerra Fría, algunos de ellos conocidos por nuestra intelligentzia (Eric de la Maissoneuve,
Bjorn Moller) y otros absolutamente ignotos en estas latitudes (Martin Van
Creveld y Ralph Peters, entre otros), la complejidad de las amenazas actuales a
la seguridad de Estados e individuos requiere que las mismas sean abordadas
desde “lo cultural”.
¿Es lo mismo decir que quienes
estrellaron los aviones contra las Torres Gemelas son suicidas que no merecen
el perdón de Dios, a decir que los mismos son mártires de una religión que no
acepta el suicidio, y que intentan conseguir la gracia de Dios a través de sus
actos? No se puede anticipar las acciones de un enemigo, ni mucho menos
vencerlo, si no se entiende cómo piensa. Por eso hoy el análisis estratégico
sobre temáticas tales como el terrorismo internacional debe incluir disciplinas
esenciales, otrora opacadas por el reinado de la estrategia militar y la
geopolítica clásica: la antropología, la sociología, la psicología, la ciencia
política, el estudio de religiones comparadas, la filosofía y hasta la teología.
En suma, en términos de Seguridad Internacional el análisis de la crisis internacional iniciada con los actos terroristas ejecutados en EE.UU., nos muestra la consolidación de nuevos modelos de ejercicio de la violencia, alejados del modelo de “guerra tradicional” clausewitziana; la vigencia del terrorismo como instrumento de ejercicio racional de la violencia, con la novedad que supone su “privatización”; el replanteo de las instituciones multilaterales abocadas a la Seguridad y la Defensa; la revalorización de la HUMINt y la capacidad de análisis en el campo de la Inteligencia, y la confirmación del necesario abordaje cultural que demandan las amenazas del orden emergente de la post Guerra Fría.
Muchas Gracias