Capitulo 2
Mi familia, como la de la
mayoría de los habitantes de este país, es una combinación
de inmigrantes europeos. El apellido materno Barrionuevo, si bien de
origen español, quizás oculte algunas gotas semitas. Cuando
la diáspora se acercó a los pueblos del viejo continente se
agrupó en villorrios periféricos, formando nuevos barrios;
Barrionuevo, Castelnuovo o Neustdat llevan implícito un origen común
sospechoso para los partidarios de la solución final.
Mi abuelo paterno, Corsi, decidió dejar Italia y venir a América
luego de eludir fortuitamente una visita hecha entre gallos y medianoche
por los acólitos del Duce.
Los Barrionuevo tuvieron tres hijos, dos varones y una mujer. Los
Corsi, un solo varón. Ambas familias, con gran esfuerzo, lograron
darle una educación a sus descendientes. Fue así que la
maestra de sordos María Antonia Barrionuevo conoció al
futuro ingeniero Aldo Corsi en la pileta del Racing Club de Villa Del
Parque. De ese matrimonio nacimos cuatro hijos, dos varones y dos mujeres.
La mayor, María Elina, nació en 1955; yo en 1957. Myriam y
Mariano vinieron en el '64 y el '69 , respectivamente.
En febrero de 1963, yendo en auto de Necochea a Mar del Plata,
tuvimos un accidente serio. Papá estaba en Buenos Aires y viajábamos
con mamá y Marielina. La imprudencia de un distraído
camionero o, quizás, un movimiento exagerado de volante, hizo que
el volkswagen diera dos tumbos y nos dejara diseminados sobre el asfalto
estival. Mi madre perdió un embarazo de cinco meses y se fracturó
la cadera y el fémur, dejándole una secuela que se agravó
con los años; nosotros dos, fractura de cráneo. En ese
momento tuve una experiencia a la que durante mucho tiempo no le presté
atención, hasta que un día leí algo al respecto. Me
refiero a la gente que estuvo a punto de morir y "regresó";
la llamada experiencia OOBE- iniciales de las palabras inglesas out of the
body experience: experiencia fuera del cuerpo. Recuerdo que a pesar de
tener el cráneo fracturado y aplastado, todo bañado en
sangre, nadie reparaba en mi. No sentía miedo ni nada parecido,
solo miraba el cuadro. Uno o dos automóviles cruzados en la ruta,
mucha gente alrededor y dos hombres llevando a mi madre inconsciente. La
cabeza le colgaba hacia un costado mientras los brazos acompañaban
en un movimiento de vaivén el paso de los socorristas. Y sobre todo
esa sensación de que nadie estaba a mi lado.
Todavía es posible encontrar en el álbum familiar
fotos del comienzo de clases de ese año: mi hermana y yo, ambos con
la cabeza vendada, miramos a la cámara desde la acera del colegio.
Quizás por el accidente y una pequeña secuela motora,
de niño fui mas bien retraído y tímido, reacio a
integrarme a los demás compañeros de escuela. Marielina,
creo recordarla de esta forma, era mas segura de si, tenía su grupo
de amigas.
Pocos años después del accidente, en 1966 y merced de
una antojadiza pero para nosotros benéfica resolución del
Ministerio de Educación, mamá se pudo jubilar relativamente
joven.
Mi hermana y yo, cada uno en su colegio religioso, teníamos
nuestro grupo de amigos. Dado el carácter confesional y el criterio
imperante en esos años en dichos colegios, el mío era
exclusivo de varones y el de ella, lógica elemental, para niñas
y señoritas.
Pasaron los años. Empecé el secundario junto con la década
del '70. Mi pequeño grupo de amigos de la escuela primaria se
disolvió y a pesar de seguir en el mismo colegio me encontré
con caras nuevas, no necesariamente amigables. Siempre a alguien le toca
ser el centro de las burlas; y me tocó a mi.
A mi hermana le gustaba ir a bailar con su grupo. Yo por temor a
quedar excluido del mío , aceptaba ir a regañadientes a los
bailes. Esto significaba quedarme sentado cavilando acerca de cual era la
mejor táctica para invitar alguna niña a bailar. De esta
forma, pasada la medianoche comenzaba a dormirme y a proponer a mis acompañantes
el retorno a casa.
En los veranos íbamos de vacaciones a Mar de Ajó, a la
casa que mis abuelos habían comprado hacia tiempo.
A veces salíamos de caza nocturna quebrando toda ética
del deporte de reyes. Mi padre manejaba, mi hermana alumbraba con un
reflector el costado del camino mientras que yo, sentado en el capot con
mi escopeta, buscaba alguna pieza para abatir. Cuando aparecía algo
en el haz de luz golpeaba la carrocería, mi padre detenía el
coche y Marielina cerraba los ojos porque no soportaba el desenlace.
Algunas veces, por no mirar , se escapaba la afortunada liebre , lo cual
provocaba un rápido intercambio de mutuas recriminaciones.
Quizás por ese impreciso antepasado marrano o tal vez por la
sugerencia que los camisas pardas de Benito Mussolini le hicieron al nono,
lo cierto fue que mis padres rehuyeron en su juventud al tufillo
fascistoide de los dos primeros gobiernos de Juan Peron.
Si había que definirlos políticamente, podrían
haber sido adjetivados tibiamente de no- peronistas. Esto no era
incompatible con su esfuerzos por inculcarnos sentimientos altruistas. Así
se explica nuestra inscripción en escuelas religiosas, como forma
de crecer en un ambiente de caridad cristiana.
Mi colegio tenía una metodología algo distinta al de
mi hermana, en lo referido a la formación de generaciones de
creyentes. Quizás por ser exclusivo para varones, el aglutinante
primario de las actividades extra escolares eran los campamentos o los
torneos deportivos. El de ella, en cambio, escogió como camino la
visita a hospitales y villas de emergencia. Recuerdo algunos almuerzo de
domingo, cuando Marielina volvía impresionada por las cosas que veía
en sus visitas de caridad. Posiblemente eso era algo demasiado difícil
de digerir para una adolescente de clase media.
Ella termino el secundario en 1972 y se inscribió en la
facultad de veterinaria. Yo, mientras tanto, pasaba a cuarto año y
aún no tenía bien en claro que carrera deseaba seguir. Mi
interés en el funcionamiento de las armas me sugería que
ingeniería quizás fuese mi vocación, pero todavía
tenía dos años mas para decidirme.
En el verano de 1973 presencié por primera vez en forma
consciente, al igual que muchos otros jóvenes, lo que una campaña
electoral representaba. Aun hoy después de tantos años
recuerdo los slogans. Escuchar por radio ". . . ganaremos la primera
y no habrá segunda vuelta" me parecía una impudicia; no
era posible que los peronistas ganaran. ¿sabia realmente la gente a
lo que se exponía?
Llegaron por fin las elecciones y en casa el triunfo de Campora-
Solano Lima fue tomado como una derrota. Pasó Marzo y mi hermana
empezó sus estudios universitarios en un clima de euforia
estudiantil ya que la aplastante victoria garantizaba la total libertad de
los centros de estudiantes. A principio de mayo bajo prescripción
medica comencé a nadar para superar un problema asmático. El
país se iba preparando para el cambio de gobierno. Un profesor mío
de filosofía, Jordán Bruno Genta, sostenía que
semejante mayoría podía ser explicada únicamente bajo
la inspiración diabólica. El 25 de mayo, mientras la
multitud les gritaba "se van, se van y nunca volverán" un
grupo de militares abandonaba la Plaza de Mayo. Hacia la tarde de ese día
la atención de los argentinos se dirigió a la calle Bermúdez,
de Villa Devoto donde ahora se cantaba "primera ley vigente, libertad
a los combatientes" y se recibía en libertad al grupo de
amnistiados que abandonaban la cárcel.
El año fue pasando. Cada vez más me fui entusiasmando
con la actividad acuática. Mariel empezó a militar en el
centro de estudiantes de veterinaria. La participación popular es
la llave para promover cambios profundos en la sociedad, según se
decía entonces. Cuando fue a manifestar a la histórica plaza
en contra del golpe de Pinochet, me pidió prestada una campera que
tenía capucha, según ella para evitar ser fotografiada por
la C. I. A. ; en mi opinión una excusa cualquiera para usarla.
En ese tiempo, contiguos a nuestra casa, teníamos dos
departamentos que estaban alquilados. El más antiguo de los
inquilinos, un pacifico oficial del ejercito, gozaba de cierta confianza
con nosotros y se permitió bromear acerca de la fantasía de
mi hermana.
Al iniciarse el periodo lectivo en el '74 nos encontramos en el
colegio con la novedad tener que armar una versión actualizada de
la Unión de Estudiantes Secundarios. Como estábamos en el
ultimo año, nos sentimos importantes por la responsabilidad
encomendada.
Aunque queríamos aparentar un gran dominio dialéctico,
la mayoría de nosotros repetía lo que los padres decían.
Así, el que provenía de una familia peronista, se proclamaba
defensor incondicional de todos los actos de gobierno. En el caso mío,
si bien de tendencia radical, mi familia y yo recibíamos el mote de
"gorilas", categoría vaga en la que se incluía
desde el tímido no- peronista hasta el furioso antiperonista.
Mientras tanto yo iba progresando en mis marcas. A instancias de mi
entrenadora y superando mi temor acepté participar en los Inter
colegiales que se iban a realizar en octubre. Si bien no terminaba de
alcanzar los tiempos mínimos como para representar en forma oficial
al club, mi desempeño permitía abrigar alguna posibilidad de
éxito. No lo podía creer, que alguien me tuviera confianza
era un elemento más que motivante. Se acercaba el ultimo fin de
semana de octubre y la posibilidad de obtener mi primer medalla me impedía
dormir . Me repetía que el lunes , después de izar la
bandera, seguramente se iba a comentar algo delante de todo el colegio.
Llegó el torneo y como era previsible ese sábado gane dos
pruebas, con medallita y todo. En casa me felicitaron. El domingo a la
tarde mientras fantaseaba acerca de la gloria inminente, llamó un
compañero para avisar que al día siguiente no iba a haber
clase: Habían asesinado al profesor Genta y teníamos que ir
al velorio. Colgué el teléfono aturdido. ¿Genta muerto?
¿porque?
Lo que más recuerdo del velorio fueron los detalles del
atentado, contados por los celadores.
Acorde con su fervor religioso, repitió ese domingo por
ultima vez, y sin saberlo, la tradición de ir a misa de nueve. Al
terminar esta y en la misma vereda de la iglesia, se le acerco un muchacho
joven. Sin pronunciar ninguna arenga revolucionaria, sin ninguna emoción
visible, apuntó con cuidado y a menos de tres metros hizo fuego. No
disparo una vez, sino varias. Genta, ya acribillado y sabiendo que lo
separaban segundos de la eternidad, hizo un esfuerzo y alcanzo a
persignarse.
Quede doblemente impresionado, por la muerte violenta y por la
valentía de la fe. Me pregunte que haría yo si alguien me
acribilla.
Ya cerca de fin de año Marielina había empezado a
cuestionar el ideario político familiar. Al principio eran
preguntas acerca de la coyuntura nacional. Luego fueron cambiando hacia
una mezcla de discusiones domesticas y replanteos de un sinnúmero
de legados de la generación anterior. Si me tocaba presenciar este
tipo de situaciones por lo general aprobaba la postura de papá, más
por una cuestión afectiva que por una razón intelectual.
Esto la alteraba. No podía entender como su hermano fuera
intelectualmente un perezoso que adaptara las ideas paternas para no
analizar las propias . Cuando el enojo se le pasaba, nos contábamos
cosas que nada tenían que ver con la política y pasaban mas
por lo pequeños proyectos de cada uno.
Llegó 1975 y mi ingreso a ingeniería. Para entonces
Marielina ya pertenecía a la Juventud Universitaria Peronista,
quebrando la tradición de la familia. En mi facultad aprendí
a caminar por los pasillos esquivando cartelones de las agrupaciones político-
estudiantiles. Estas, a pesar de las insistentes invitaciones a luchar por
el cambio, no lograban seducirme. Yo trataba de permanecer el menor tiempo
posible ahí. Encontrarme con una exigencia de estudio a la que no
terminaba de adaptarme, y el hecho de no profundizar ninguna amistad, me
hacia sentir particularmente incomodo. Mariel se daba cuenta de la
diferente actitud mía a ir a "paseo Colon" y la de ella
de ir a "la facu". Yo lo percibía como un calvario difícil
de aceptar Los domingos al atardecer, cuando volvíamos del club,
sentía yo algo indefinido al prever los deberes de la semana
venidera. Así como yo no tenía amigos o compañeros de
estudio en la facultad, ella no los tenía en el club. Y si durante
años fue una tradición el asado en el club los domingos al
mediodía, ese año Mariel empezó a comer sola en casa,
aduciendo que era el único día de la semana en que podía
estudiar tranquila con los compañeros.
Mis padres empezaron a molestarse con nosotros, aunque por
diferentes motivos. Mi hermana, según mi madre, tomaba la casa como
una pensión: solamente aparecía para comer y dormir. Y además
había empezado a fumar delante de ellos. En mi, caso el rendimiento
académico no era de los mejores. Mi padre dijo que era por culpa de
la natación y marcó un horario restringido de entrenamiento.
Yo empece a añorar los días en que era estudiante
secundario, cuando todo estaba bien y las peleas en casa eran por quien
ponía la mesa. El paisaje porteño también había
cambiado; no era raro ver pasar coches a gran velocidad, con sirenas
pidiendo paso. El 21 de septiembre, Día del Estudiante, la confitería
de enfrente de casa se llenó de chicos festejando. Corrí la
cortina del comedor y los mire pensando que ya nunca mas iba a poder
festejar esa fecha. Un día, nuestro inquilino militar se acercó
a hablar con papá. Gracias a que la relación era más
de buenos vecinos que de locador - locatario, le hizo una confidencia.
Mientras estaba revisando cierto fichero con otro compañero surgió
la dirección de nuestra casa y el nombre de Marielina. Con cierto
riesgo para su carrera pudo hacer desaparecer esos datos, pero venia a
darle un consejo: que Mariel no apareciera tanto por la facultad, a menos
que fuese para estudiar.
- Por las dudas ¿vio?-
Para esa época ya se había cumplido un año de
lo de Genta y se publicó una solicitada en su memoria. Recorté
el panegírico y lo archivé en un cajón.
Luego de la charla con el inquilino aquel, mi padre fue probando
distintos argumentos para que mi hermana militara menos y estudiara más.
Finalmente cambió de táctica y compró una modesta
hectárea de tierra en la zona de Pilar, para criar animales.
Algunos cerdos y una docena de ponedoras fue el patrimonio inicial
de ese albur empresarial.
Al principio la idea surtió el efecto buscado ya que viajar
dos o tres veces semanales para atender la explotación, si bien
producía un deterioro en el estudio , disminuía el carácter
participativo en la facultad.
Lamentablemente, la cosa no funcionó económicamente
como se esperaba.
En diciembre Mariel empezó a trabajar como empleada en un
comercio cerca de casa, haciendo juegos malabares para poder preparar
alguna materia. Si bien ese cambio ella lo tomaba en cierta medida como un
retroceso , ser empleada en una casa de artículos para el hogar le
traía menos responsabilidades y cierto ingreso mínimo para
sus gastos personales.
La relación de ella con mis padres y conmigo iba gradualmente
tornándose difícil; en ocasiones discutía con ellos
insistiendo en seguir trabajando, a pesar de que en casa no faltaba
dinero. Otras veces me cuestionaba, diciendo que con dieciocho años
era más útil a la familia trabajando, en vez de entretenerme
en la pileta. Cuando a veces volvíamos temprano del club, mi madre
se quejaba del olor a cigarrillo que ella y sus amigos dejaban, amen de la
pila de platos para lavar. En lo personal, eran contados los compañeros
de mi hermana que me caían medianamente soportables.
Quizás por la molicie que se adivinaba debajo de la ropa,
quizás porque los intuía cómplices de Marielina en la
actitud contestataria hacia los mayores, el hecho era que mis forzados
saludos rayaban con la descortesía
En el verano de 1976 Marielina que se quedó a trabajar y
fuimos a Mar de Ajó sin ella. Como solía hacer cada verano,
aprovechaba cuando el mar se presentaba calmo y, con un exhibicionismo mal
disimulado, gustaba de internarme mar adentro. A fines de enero había
tomado confianza y trataba todos los días de llegar un poco mas allá.
Una mañana , cuando estaba a 300 metros de la costa, me encontré
de improviso con un tiburón. Durante una eternidad contemplé
paralizado la amenazante aleta . Por esas jugadas de la mente, pensé
que prefería el ataque de un puma; al menos podría adivinar
la dirección del zarpazo mortal. El escualo describió un
circulo a mi alrededor y desapareció de la superficie. El corazón
se me hizo pequeño temiendo el desenlace. Después de un
tiempo indefinido, me di cuenta que volvía a estar solo en medio
del mar. Nadé hacia la costa como si fuera la ultima carrera de mi
vida. Al tocar la arena salvadora, me prometí nunca más
tentar al destino yendo tan lejos ni tan profundo.
A medida que los días transcurrían en la playa, yo
sentía un disgusto creciente por la cuenta regresiva para empezar a
preparar los exámenes de marzo. Marielina, sumergida en el verano
porteño, arregló en su nuevo empleo cinco días de
vacaciones para disfrutar el distendido ambiente familiar. Pero como
sucede cuando se comparte la casa de veraneo con los suegros de la nuera,
al llegar en el colectivo de las seis de la mañana entró en
lo mejor de la tradicional pelea estival. Como resultado de esta
escaramuza, los Corsi - Barrionuevo emprendimos a las tres de la tarde un
anticipado retorno a la Reina del Plata. En el camino de regreso, por
unanimidad, la familia determinó que el próximo verano no lo
compartiríamos con los abuelos ; trataríamos de combinar las
vacaciones para estar los seis juntos, aunque solo fuese una semana.
Empezó Marzo, el mes más triste de todos. Que termine
el verano, significa otra temporada en que muchos nadadores abandonan para
siempre la actividad. Y sabia que algún día yo también
tendría que imitarlos . Además, enfrentarme con el periodo
lectivo intacto era algo difícil de digerir. Estaba preparando Física
con un circunstancial compañero del cual no retengo ni el rostro,
ni el nombre. Previendo que nos costaría prepararla, nos anotamos
en el ultimo llamado, el 27. Cuando faltaban cuatro o cinco días
para rendir, la incertidumbre sobre la suerte del examen desapareció
y se instalo en mi la certeza del aplazo. Le pregunte a Marielina su
parecer acerca de la reacción paterna ante lo inevitable. Entre
divertida al verme tan asustado y molesta ante mi temor por la opinión
de los demás, volvió a preguntarme si realmente estaba
convencido de estudiar la carrera de nuestro padre. A veces me gustaba la
indiferencia que tenía cuando papá se enojaba; en ese
momento quise tener aunque sea la mitad de su seguridad.
El 24 de marzo cuando baje a la cocina a desayunar, "La Nación"
mostraba en la portada la foto de un helicóptero abandonando la
Casa Rosada. Lo primero que se me ocurrió fue ¡que bueno! por
fin la echaron. Luego, un pensamiento especulativo ganó mi mente ¿suspenderían
el examen?. Al mediodía el tema central en la mesa familiar fue el
golpe. Mi hermana se mostraba particularmente satisfecha con la intervención
de las fuerzas armadas. Esto me desconcertó
- ¿Pero, no eras peronista vos?-
- Si, pero esta tipa era una inútil. Así el país
no iba. -
Durante los días siguientes toda la gente con la que hable
estaba contenta con el cambio. Recuerdo que me pare frente a un quiosco y
vi que una revista luego de loar al "gobierno del pueblo"
durante tres años, se había apresurado a editar una edición
"especial" sintetizando los mil días de la vergüenza,
o algo así. Fui a la facultad a rendir el examen y me encontré
con una pulcritud desconocida. Las pancartas que antes incomodaban el
paso, habían desaparecido. Un sobrio cartel anunciaba lacónicamente
que las nuevas autoridades habían suspendido hasta nuevo aviso toda
actividad política en la facultad.
Capitulo 3
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