Poesias
Victor Hugo
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La abuela

Oh madre de nuestra madre,
¿Estás durmiendo? …. ¡Despierta!
Otras veces en tus sueños
Murmuras y balbuceas,
Y parece que aun dormida
Hablas con alguien y rezas;
Más hoy estás tan inmóvil
Como una Virgen de piedra,
Y a tus labios silenciosos
Ni el aliento vida presta.
¿Por qué más sobre tu pecho
Hoy inclinas la cabeza?
Dinos, ¿qué daño te hicimos
Para que ya no nos quieras?
Mira: la pálida lámpara
Se extingue; el hogar humea;
Y si no quieres hablarnos
Como solías abuela,
Lámpara, hogar y nosotros
Moriremos de tristeza.

¿Qué dirás cuando despiertes
De ese letargo y nos veas
A nosotros dos ya muertos,
Muerto el fuego, la luz muerta?
También entonces tus hijos
Sordos serán a tus quejas;
Para que resucitemos
A cielo harás mil promesas,
Y bien habrás de abrazarnos para darnos vida nueva.

Tiéndenos tus manos frías
Que nuestras manos calientan;
Y de antiguos trovadores
Cántanos coplas añejas.
Háblanos de los guerreros
Que servían fadas bellas,
Y a sus damas les llevaban
En vez de flores banderas;
Dinos el nombre amoroso
Que era su grito de guerra.
Dinos como se conjuran
Los fantasmas, ¡Ay abuela!
Cuéntanos aquella historia
De un monje que vio en su celda
A Lucifer por los aires
Volar con alas siniestras:
Dinos que rubí en la frente
El rey de los gnomos lleva,
Dinos a quien el demonio
Teme más en su caverna,
A los mandobles de Orlando
O a los salmos de la Iglesia.
Ven; enséñanos tu Biblia
Con sus láminas tan bellas,
Los santos de azul y oro,
Y el cielo con tanta estrella,
Y el Niño, el Buey y los Magos…
Y esas latinas sentencias
Que a Dios hablan de nosotros,
Descífranos letra a letra.

La luz oscila y se apaga,
Descienden las sombras densas;
Quizás ya por la ventana
Malos espíritus entran ….
Tú, que el miedo nos quitabas,
Hoy nuestro pavor aumentas.
¡Cielos! ¡Tu manos está tan fría!
A veces con ansia tierna,
Nos hablabas de otro mundo
Do cada paso nos lleva,
De la gloria, del sepulcro,
De la vida pasajera,
Y de la muerte ¡la muerte!
¿Qué es la muerte? ¿No contestas?

Y oyéronse largo rato
Sus sollozos. Y risueña
Rayó al fin la blanca aurora,
Y no despertó la abuela.
Dio al aire lúgubres sones
La campana de la aldea,
Y un pastor vio aquella noche,
Por la mal cerrada puerta,
Delante del santo libro,
Junto a la cama desierta,
Dos niños arrodillados
Que rezaban con voz trémula.

            Victor Hugo