GUILLÉM DE MONTRODÓN

 

 

Esta Logia creada el 21 de Septiembre de 1981 y registrada con el nº 272 de la Gran Logia Nacional Francesa (Distrito de España), ingresando en la Gran Logia de España, (Masonería Regular) el 20 de Octubre de 1982. Tomó el nombre de un insigne templario. Esta pequeña historia revela la personalidad de un Gran Hombre contada por su discípulo más notable: El Rey Jaime I el Conquistador.

Guillem de Montrodón nació en Taradell, comarca del Osona en 1164(?) Hijo de Guilem de Montrodón y de Guillema. Desheredado por no ser el primogénito, encauzó su vida hacia la religión, ingresando en la Orden del Temple en 1197 como freire. En 1203 es nombrado Maestre, en 1205 toma el cargo de Administrador del patrimonio templario en Gardeny (Lérida). Procurador de las posesiones templarias en Aragón y Cataluña en 1206, Procurador de Provenza, Cataluña y Aragón de 1207 a 1211. En 1212 intervino en la batalla de las Navas de Tolosa junto a los insignes: Pedro I de Aragón, Sancho VII de Navarra y Alfonso VIII de Castilla entre otros. También intervino en la batalla de Muret junto al Rey Pedro I de Aragón que murió en ésta.

Tras la muerte del Rey, las intrigas de los nobles provocaron la intervención del Papa Inocencio III, quien encomendó la custodia y educación del pequeño rey (Jaime I), al entonces Maestre del Temple, Guillem de Montrodón, en el castillo de Monzón (Huesca). En 1220 en nombrado Procurador de las Rentas Reales para Cataluña. En 1227 se retira de la vida activa, muriendo en 1230(?).

Jaime I escribe sus recuerdos, el tiempo que pasó junto a su maestro, en Monzón:

"Uno de los aspectos que siempre y a lo largo de mi azarosa vida me intrigó, de mi estancia en el castillo de Monzón, fue el no saber realmente lo que hacían los freires y el Maestre en los sótanos o cripta del castillo. Aunque en alguna ocasión tenía que limpiar y ordenar por mandato de mi Maestre, recuerdo (cuando mi mente está serena de las obligaciones de mi cargo) momentos, a los que entonces no les daba importancia; no sólo bajaban a la cripta templarios, sino que, de vez en cuando, también lo hacían musulmanes, árabes y otros que me eran desconocidos. Cuando salían (yo siempre esperaba a mi protector ya que eran los únicos momentos en que se ausentaba de mí), su semblante era relajado y sonriente, incluso tenía ganas de jugar, situación que por mi edad estaba deseando. Todo esto era subyugante para mí, que iba a ser el Rey, en muchas ocasiones, busqué mil artimañas, como niño que fui, para colarme en éstas reuniones y de ésta manera saciar mi curiosidad, pero me fue harto imposible, así fue que en una de éstas ocasiones, aunque realmente sólo pude oír, la profunda impresión que causó en mi, es algo que nunca. logré olvidar

Los dientes me entrechocaban de emoción a un tiempo, al temor de que me descubrieran, escuchaba desde un orificio o respiradero que daba al pasadizo de la cripta como ellos la llamaban, sin poder ver absolutamente nada de lo que hacían, por las voces pude identificar a los que conocía, sin temor a equivocarme. Un gran silencio se produjo, roto por la voz que mejor entendí y conocía del castillo, rompiendo el silencio con éstas palabras, el Maestre dijo:

"Que la luz de la más ANTIGUA FE alumbre nuestra reunión, Hermanos".

Otro contestaba:

"Que la luz invisible del oculto saber contenido en la TAU que preside nuestro templo, guíe nuestros pasos".

Al poco, otro respondía:

"Que la luz del ARQUITECTO UNIVERSAL nos alumbre el camino que debemos seguir".

Un gran silencio volvió a producirse, lo que me indujo a marcharme.

El Maestre de vez en cuando decía:

"El Temple es una vía, para que la humanidad obtenga la espiritualidad necesaria a su deseo".

En otras ocasiones también decía:

Será difícil que todos los hombres vivamos bajo un mismo casco o credo, si no tenemos contactos con la divinidad, a través de una armonía consigo mismo y con su entorno".

No puedo por menos recordar que, en cierta ocasión, algo turbó mi mente infantil; saliendo a todo correr en su búsqueda, cuando extenuado y llorando de temor le expliqué, me dijo recriminándome, al tiempo que con un soberbio bofetón me llevó en volandas hasta un reposadero:

"Un Rey no debe tener miedo a nada físico, y menos aún, a lo que no se ve".

Me tomó de la mano y me hizo otra observación:

"Nosotros (el Temple) y yo en particular, hemos sido encomendados de prepararos, es preferible que llores ahora, a que de Rey, puedas lamentarte de que no lo hiciera. En éste castillo, vuestra alma se curtirá para sufrir el rigor de la lucha".

Mis recuerdos se acercan siempre a las palabras que dejaron buena semilla en mi mente, me enseñó que el hombre, sea Rey o siervo, está siempre fundamentalmente sólo en éste mundo.

A menudo me recordaba:

"Ten cuidado con aquellos que te endulzan el oído".

Aprendí sobre todo, una cosa que no he olvidado: que el hombre, sea rey o sea siervo, está fundamentalmente solo en este mundo y que si una sola vez siquiera en su vida logra encontrar un amigo o un ser amado, no debe dejar que nada ni nadie puedan separarle de él.

Cuando conquisté Valencia y hube de indicar el símbolo para esa ciudad, no pude por menos que recordar por un instante lo que me dijo mi maestre del murciélago: Maestre, le dije, ¿porque vuelan en la obscuridad y no se golpean contra los muros ni contra los árboles?, él me respondió "Eso sucede porque ven mas allá de donde alcanza nuestra vista, la luz del día los deja ciegos, no dejándoles ver nuestro mundo, pero en cambio ven mas allá de donde alcanza nuestra vista, lo que para nosotros son tinieblas y misterio, para ellos es luz. Lo mismo que los ojos del alma, que un día podrán ver todo el misterio de la muerte, que para nosotros es tan obscura".

En otro momento que pasé descansando en éste enclave a orillas del Río Cinca, le pregunté sobre lo rápido que pasa el tiempo y sobre apuntes que guardaba para éstas ocasiones, sus palabras eran como un bálsamo para mí, suavizando mi espíritu inquieto.

"El tiempo es una mentira en la mente del hombre y una idea en la de Dios, que todo lo tiene presente. Escucha el rumor de la corriente en cualquier río, él te enseñará a oír, como has de contemplar la vida y juzgar a los hombres; sin embargo, por tu situación a lo largo de tu reinado, te verás obligado a dañar a unos, para favorecer a otros".

"Recuerda cuando visites Tierra Santa, que allí encontró el Temple a Maestros Sufís, que nos abrieron de par en par los ojos del alma para ver más allá de nuestro pobre cuerpo mortal".

"Sube a menudo a tu morada para encontrarte a ti mismo y cuando bajes, vuelve a coger lo que dejaste, porque sin ello estarás a merced de los vientos y de los hombres".

Recuerdo su sentido de la caridad y la benevolencia, visitando el pueblo en día de mercado, todo el mundo le saludaba sonriente, sin temor alguno, la gente daba la sensación de tenerle un gran respeto. Cuando fui mayor, supe del socorro a pobres, enfermos y necesitados que llevaba a cabo.

Yo no sé como, no sabía por qué, pero sentía como mías sus palabras, como un ideal que algún día, cuando fuera grande, podría cumplir. Cercano a marchar de mi estancia en Monzón, cada día estaba más formado y con espíritu combativo, al que el Maestre me contestaba:

"Señor..., respeto vuestras ilusiones, admiro y comparto vuestra idea..., pero soy viejo y la fuerza de un joven como vos me abruma, pero... ¿qué diríais vos, del perro que olvida sus propias pulgas para rascar las del vecino? Dejad tranquilos a los locos, que griten y se dejen matar por su ideal de martirio, los hombres de todas las épocas van gritando con toda su fuerza, sin percatarse que su voz queda apagada en el desierto, excepto la de aquellos que en silencio colaboran con la naturaleza".

"Nuestro cerebro se asemeja a una cueva en la que poco a poco guardamos objetos visibles e invisibles y de vez en cuando, expresamos con la fuerza y el fuego de un dragón alado".

Maestre, cuando sea Rey, ¿estaréis a mi lado para que mi espíritu no desfallezca?

"Quizás cuando me necesitéis, habré pasado la frontera del Jardín, sin embargo, hay un Cruzado que destaca para estar a vuestro lado, os pido por vuestro bien, que lo tengáis en gran estima por ser de corazón puro, a éste, más adelante lo necesitaréis, será un erudito médico, filósofo, cristiano, alquimista, llamado...

Me dijo al oído su nombre, para que no fuera expuesto a oídos indiscretos.

Aprendí en Monzón, que un Rey no puede ser sólo un hombre que ciñe una corona real y que manda a su antojo a sus súbditos. Aprendí que un Rey, para serlo de verdad, tiene que merecer el poder que Dios le ha concedido y que, en cada instante de su vida, tiene la obligación inexcusable, por más insignificante que esto pueda parecerle, de velar por la unión y la libre concordia de todos sus súbditos. Salir de Monzón, fue para mí, entrar definitivamente en mis reinos, sabiendo que era Rey y que como Rey tenía que actuar.

Jurar en Sigena, ante la tumba de mi padre, fue afirmarme en todo lo que había obtenido de las enseñanzas de Monzón, había jurado cumplir como Rey por encima de todas las penalidades que se me pudieran presentar.

 

Bibliografía

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