El escudo
El Milagro
Soneto en vano
Raíz Antigua
Reclamo
Soneto insistente
Soneto del amor evocado
La hoguera
Corazón
Olvido
Presencia en el Olvido
Pasa el viento
Canción del amor ignorado
Todavía
El Cántaro

El Escudo

Cuánto te quise, amor, cuánto te quiero,
más allá de la vida y de la muerte.
Y aunque ya nunca más he de tenerte
eres de cuanto es mío lo primero.
 
Más que el sol del estío, verdadero,
tu recuerdo mitiga, por mi suerte,
la sombra que me ciñe y se convierte
en la luz que ilumina mi sendero.
 
Nada ni nadie desterrar haría
de mi frente aquel tiempo jubiloso
en que eterna dicha parecía.
 
Contra el olvido y su tenaz acoso
defenderá por siempre y a porfía
su condición de escudo milagroso

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El Milagro

Pienso en ti.
 
La tarde,
no es una tarde más;
es el recuerdo
de aquella, otra, azul,
en que se hizo
el amor en nosotros
como un día la luz en las tinieblas.
 
Y fue entonces más clara
la estrella, el perfume
del jazmín más cercano,
menos
punzantes las espinas.
 
Ahora
al evocarlo creo
haber sido testigo
de un milagro.

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Soneto en vano
 
¿A dónde iré que no me alcance el vuelo
de tu mirada que en azor se muda,
y la noche de sueños me desnuda
con el brillo quemante del desvelo?
 
¿En qué sitio del aire, el mar, el cielo,
encontrará mi corazón ayuda,
la clara mano que mi mal acuda
y en dulcedumbre me convierta el duelo?
 
La frente pensativa me rodeas
de lejanas memorias. Me recreas
los rostros del amor enceguecido.
 
Y es inútil que huya de tu acecho
si te oigo vivir dentro del pecho
con la vida sin muerte del olvido.

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No es de ahora este amor.
 
No es de nosotros
donde empieza a sentirse enamorado
este amor, que nada espera.
Este vago misterio que nos vuelve
habitantes de niebla entre los otros.
Este desposeído
amor sin tardes que nos miren juntos
a través de los trigos derramados
como un viento de oro por la tierra;
este extraño
amor,
de frío y llama,
de nieve y sol, que nos tomo la vida,
aleve, sigiloso, a espaldas nuestras,
en tanto que tu y yo, los distraídos,
mirábamos pasar nubes y rosas
en el torrente azul de la mañana.
no es de ahora. No.
De lejos viene
-de un silencio de siglos,
de un instante
en que tuvimos otro nombre y otra
sangre fugaz nos inundó las venas-,
este amor por amor
este sollozo
donde estamos perdidos en querernos
como en un laberinto iluminado:

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Reclamo

¡Amor! ¡Amor! ¡Qué has hecho de mi vida!
Mi vida que era como una agua mansa,
como una agua ceñida...
 
Antes de ti, qué fácil para el alma
la espera de sus pasos y qué fácil
su ligera partida...!
 
Antes de ti qué fácil la ventura
frente a la lluvia clara y el silencio
de las tardes dormidas...!
 
Pero contigo, Amor, la lluvia no es “la lluvia”
ni me da su regalo de sonrisas,
y es tortura el silencio cuando pasa
por las tardes dormidas...
 
Antes de ti, qué fácil el olvido
del país todo rutas para el sueño
que detrás de tus ojos existía...
 
Antes de ti, ¡qué fácil el momento
de la estrella primera, sobre el Ángelus
brillando sorprendida!
 
Pero contigo, Amor, cómo se vuelven
la estrella y olvidar angustia viva...
Cómo tus manos claras, inasibles,
la dulzura me trizan...
 
Contigo, Amor, este fingido gozo
mientras el alma cuenta sus espinas,
y esta quebrada voz para su nombre,
y este afán inquietando la alegría...
 
Contigo este decir atribulado...
¡Amor! ¡Amor! Qué has hecho de mi vida!

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Soneto insistente

Cuando presiente el corazón la gloria
de ser libre por gracia del olvido,
me llega entre la noche, como un ruido
del mar en la distancia, tu memoria.
 
Con ella viene la tenaz historia
de lo que pudo ser y nunca ha sido.
Arduo amor, ni ganado ni perdido,
batalla sin derrota y sin victoria.
 
Cada vez que en mi mano reverdece
la rama del olivo y aparece
después de la tormenta la alegría,
 
algo tuyo regresa de la nada
y de nuevo destruye la dorada
esperanza fugaz de un claro día.

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Desvelo

A la hora del alba cuando sueño
me abandona,
recorro los momentos
de nuestro amor, en busca
de los rostros de entonces,
los sueños, las palabras.
 
Todo en vano.
 
Nos fue borrado el tiempo,
sus implacables manos,
deshaciendo los cuerpos para sólo
dejarnos, viva llama, que no cesa
de arder en el vacío.

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Soneto del amor evocado

Toca mi corazón tu mano pura,
lejano amor, cercano todavía,
y se me vuelve más azul el día
en la clara verdad de la hermosura.
 
Memoria de tu beso, la dulzura
recobra su perdida melodía.
Y torna al cielo de la frente mía
el ángel inicial de la ventura.
 
El viento es otra vez un manso río
de jazmines abiertos. El estío
entreabre su vena rumorosa.
 
Y el tiempo se detiene desvelado,
a orillas del recuerdo enamorado
que enciende el corazón cuando le roza.

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La hoguera

Esta es, amor, la rosa que me diste
el día en que los dioses nos hablaron.
Las palabras ardieron y callaron.
La rosa a la ceniza se resiste.
 
Todavía las horas me reviste
de su fiel esplendor. Que no tocaron
su cuerpo las tormentas que asolaron
mi mundo y todo cuanto en él existe.
 
Si cruzas otra vez junto a mi vida.
hallará tu mirada sorprendida
una hoguera de extraño poderío.
 
Será la rosa que morir no sabe,
y que al paso del tiempo ya no cabe
con su fulgor dentro del pecho mío.

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Este es mi corazón. Mi enamorado
corazón, delirante todavía.
Un ángel en azul de poesía
le tiene para siempre traspasado.
 
En él, como en un río sosegado,
el cielo es de cristal y melodía.
Y a su dulce comarca llegó un día
con un paso de niño iluminado.
 
Este es mi corazón. La primavera
que inaugura las rosas, vana fuera
sin su espejo de gozos repetido.
 
Y vano el tiempo del amor que mueve
las alas de los sueños, y conmueve
la sangre con su canto sostenido.

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Olvido

Ha de pasar la vida. Ha de llegar la muerte.
He de quedar tendida bajo la tierra, inerte,
insensible, callada, como estatua de cera
que al romperse en pedazos abandonada fuera.
 
Ya sin brillo los ojos que te siguen ahora
con miradas que besan y  besos que te imploran,
y muy quieta la inquieta ambición de caminos
que embriagada me tiene como mágico vino...
 
Ha de pasar la vida. Ha de llegar el largo
dolor de estar sin verte. Acaso el grito amargo
de tu angustia la tierra estremezca un momento..
Mas, después, poco a poco callará tu lamento.
 
Y de nuevo otro paso, no mi paso ligero,
a compás con el tuyo cruzará los senderos,
y otro labio ¡no el mío! te dirá que la vida
es hermosa: “...La rama que se da florecida,
 
el temblor del lucero, y la nube, y el canto,
alegría te enseñan... Es inútil el llanto...!”
Y una vez más el viento jugará con tu risa,
y miel pura en tu boca otra boca sumisa
 
dejará bien amado, mientras rueda el estío...!
Y tal vez cuando lleguen esos días sombríos,
en que llora la lluvia su dolor lentamente,
y en las sombras el paso del misterio se siente
 
surgiré en tu recuerdo con aquella encantada
vaguedad de las cosas hace tiempo olvidadas,
que retornan a veces en la luna de oro,
en lo triste de un verso, en el eco sonoro
 
de un arroyo que pasa... Y dirás: “¿Cómo era
la mujer que yo quise una azul primavera
en que estaban los campos aromados y llenos
de rumores festivos bajo el cielo sereno...?
 
¿Eran claros sus ojos? ¿me embriagó su dulzura?
¿Sus cabellos... tenían de las mieses maduras
el color milagroso? ¿Era leve su mano?
¿Sonreía? ¿Lloraba? ...”. ¡Y tu afán será en vano!
 
La mujer que quisiste una azul primavera
y cruzó de tu brazo por caminos y eras.
volverá a ti sin llanto, ni color, ni sonrisa
-como un poco de bruma que deshace la brisa
 
sobre el río cansado –imprecisa, distante,
como estrella que rueda temblorosa un instante
y se pierde en la noche... ¡Y ya nunca sabrás
si me hallaste en la vida o en un sueño no más!

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Presencia en el Olvido

Tu ya no tienes rostro en mi recuerdo. Eres,
nada más, la dorada tarde aquella
en que la primavera se detuvo
a leer con nosotros unos versos.
 
Y eres también esta y leve
melancolía que con sus pasos mueve
sobre mi corazón,
y casi no es melancolía...
 
Alguna vez yo tuve
tu rostro y tus palabras...
Hoy no se que se hicieron.
 
Hoy eres solamente
esas pequeñas cosas que se llaman
un día, un libro, el lento
caminar de la mano de la estrella.
y a veces –pocas veces- el silencio
fijándome los ojos desolados
en un sitio del aire, como ciegos...
 
Yo sé que estás lejos de mi limite,
que ya no eres ni la voz ni el eco...
Si por el cauce de mi sangre subes,
llegas, vano fantasma, ante mi sueño.
 
Y te quiero mirar, y es esa tarde
dorada, que ya dije,
lo que encuentro...
 
La tarde que tenía un campanario
entre los dedos,
y una humana dulzura en la forma de entendernos...
 
Tú ya no tienes rostro.
Ya no eres.

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De aquel amor que nunca fuera mío
y sin embargo se tomo mi vida,
me queda esta nostalgia repetida
sin fin, cuando sollozo y cuando río.
 
A veces desde el fondo del estío,
llega la misma música entreoída
en el tiempo gozoso, la encendida
música que cayera en el vacío.
 
Y quiere asirla el corazón. Beberla
como un vaso de vino. Retenerla
para creer de nuevo en la dulzura.
 
Pero se escapa y huye con el viento,
y me deja tan sólo este lamento,
donde esconde su rostro la amargura.

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Canción del amor ignorado

Tú ves mi rostro nada más.
Mi rostro.
que todo calla.
 
¡Ay, si pudieras
mirarme el alma!
 
¿Es ella? ¿Es otra?
¿quién es esta mujer
enamorada,
que tiene el pecho en trémula agonía
de bosque en llamas?
 
Dirías...
 
Pero no sabes
nada

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Todavía
 
Amor de amor aquel que nos uniera
una vez en el tiempo ya distante.
Amor en que tú fuiste amado amante
y yo amada y amante también fuera.
 
Otro amor sin igual no conociera
nunca el haz de la tierra. Fulgurante
más que el sol del verano delirante,
toda sombra su lumbre destruyera.
 
Amor de amor. Tan alto y extremado,
que el mismo cielo al serle comparado,
cosa fútil y vana parecía.
 
La vida canceló su encendimiento...
y sin embargo en el recuerdo siento
que me quema la sangre todavía.

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El Cántaro
Tú llegaste a mi vida como llegara un día
Jesús de Galilea al poso de Siquem;
Cansado, sitibundo, la pupila sombría,
y sombría en el alma la tristeza también.
 
Yo era entonces murmullo, claridad, alborada...
Agua que entre las piedras revierte su cristal,
y cuando vi la angustia que tus ojos callaban
murmuré suavemente: “Ven tu sed a calmar...”
 
Y fui samaritana feliz y jubilosa,
como jamás lo fuera la que Jesús halló.
Hecha cántaro el alma, la acerqué, generosa,
a tus labios exangües. ¡Y frescura te dio!
 
Fue milagro mi dádiva en tu silencio triste;
hizo luz en la sombra de tu lento sufrir,
y transformó la angustia que en los ojos trajiste
en un vívido anhelo de soñar y reír.
 
Si te llama algún día, desde un largo camino,
el afán de distancias, y te lleva otra vez,
mi alma, que entre tus labios fuera cántaro henchido,
en el brocal del pozo ¡se romperá de sed!