Yo escuché sus palabras, y en ambas cajas mis alegrías y tristezas guardé. Pero la dorada se fue poniendo más pesada y la negra estaba tan liviana como antes.
Con curiosidad abrí la caja negra para saber por qué seguía tan liviana y encontré, en el fondo de la caja un hueco por el cual habían caído todas mis tristezas.
Mostré a Dios el hueco y reflexioné en voz alta:
- Me pregunto dónde habrán ido mis penas...
Él me sonrió:
- Hijo mío, todas tus penas están conmigo.
Le pregunté:
- Señor, por qué me has dado las cajas, por qué la dorada y la negra con un hueco.
- Hijo mío, la dorada es para que cuentes tus bendiciones, la negra es para que olvides todas tus penas.