por Jose Luis Bárcenas

A veces, para expresar una idea, los físicos han imaginado un ser con capacidades sobrehumanas pero no sobrenaturales, es decir, capacidades superiores a las de cualquier persona pero que no violan ninguna ley fundamental de la Naturaleza. A estos seres se les suele llamar demonios, a pesar de que no tienen ninguna mala intención.

El primer demonio de renombre es el demonio de Laplace. El físico y matemático francés Laplace fue una de las principales figuras en el desarrollo de la mecánica creada por Newton. Estaba convencido de que todos, absolutamente todos los fenómenos de la naturaleza, incluido el comportamiento humano, obedecían las leyes de Newton y podían explicarse y predecirse a partir de ellas.

 

En otras palabras, el mundo, si obedeciera las leyes de Newton, sería completamente determinista. Para expresar esta idea de forma más gráfica, Laplace imaginó un demonio, capaz de conocer la posición y velocidad de todas las partículas del Universo en un momento dado, y capaz también de resolver las ecuaciones de Newton del Universo. Un demonio con estas capacidades (sobrehumanas pero no sobrenaturales) conocería el devenir de todo lo que existe, conocería el más leve movimiento de cualquier cosa o persona que viviera en los próximos cien mil millones de años.

Da igual que un demonio con estas capacidades exista. Lo importante es que puede existir. Y si puede existir y conocer lo que vamos a comer en nuestro próximo cumpleaños, esa comida está ya decidida, y nuestra sensación de que podemos elegir el menú el día antes e incluso cambiar de opinión en el último segundo, esa sensación es pura ilusión. Todo está escrito. Determinismo, fatalismo. Ésa es la moraleja del demonio de Laplace.

Determinisimo, azar y voluntad.

La ciencia fue, hasta principios del siglo XX, decididamente determinista. La mayor parte de los científicos pensaban que toda la realidad obedecía a leyes de Newton y que el estado presente del Universo determinaba con exactitud el estado en cualquier tiempo futuro, sin espacio para ningún tipo de azar. Se pensaba que el azar que observamos era producto de nuestra ignorancia. Sin embargo, a principios del XX, la Mecánica Cuántica mostró que había acontecimientos en la Naturaleza intrínsecamente aleatorios y que el futuro no podía ser determinado aunque tuviéramos la máxima información sobre el estado presente de un sistema o del Universo entero.

Si detrás de cualquier decisión que tomemos no hay más que actividad química y eléctrica de nuestras neuronas, y si esta actividad se rige por leyes de la Física, entonces al sensación de voluntad no sería más que una combinación de azar y determinismo. La combinación de ciertos procesos aleatorios, quizá de naturaleza cuántica, y del determinismo por el cual causas acumuladas a través de la memoria consciente o inconsciente se manifiestan en nuestros actos y decisiones.

CONCLUSION

Hemos renunciado a la búsqueda de un saber que, de una u otra forma, restituya al mundo la transparencia que le postulaba la razón clásica, con peligro de producir el anacronismo fantástico del dualismo espíritu-materia. Y que cuando hablamos de las leyes de la física como si nos dieran acceso a una realidad fundamental, producimos el mismo movimiento paradójico que la anciana de las tortugas:

Un día en que el filósofo William James, que se dedicada en sus ratos libres a la vulgarización científica, acababa de explicar en una pequeña ciudad del campo americano cómo la tierra gira alrededor del sol, vio, cuenta la anécdota, venir hacia él a una anciana con aire decidido, la cual le interpeló, parece ser, en estos términos: no, la tierra no se mueve, porque, como es sabido, está incrustada sobre el lomo de una tortuga. James, por lo visto, decidió ser cortés y preguntó sobre qué, en esta hipótesis, reposaba la tortuga. La anciana replicó sin dudar: "Pues ni que decir tiene que sobre otra tortuga." Y James insistió: "Pero la segunda, ¿sobre qué reposa?". Entonces, concluye la historia, la anciana, triunfante, graznó: "No merece la pena, señor James, hay tortugas hasta abajo (all the way down)."

He querido hablarles de la anécdota de las tortugas con el fin de que estos pequeños animales de aspecto prehistórico, lentos y obstinados, nos recuerden hasta qué punto somos hoy prisioneros, sin perspectiva, de algunos lenguajes sumamente formalizados: la ciencia, la informatica, la religión, la historia, etc.

La realidad se nos presenta, con postulados, transparente y opaca al mismo tiempo, y esto puede traer interpretaciones equivocadas y pseudocientíficas. Quizá deambulamos constantemente por esa zona gris, más cerca del caos que del orden, mientras nos convencemos de que jamás alcanzaremos la posición del demonio de Laplace.

No debe entristecernos el hecho de no poder acceder a toda la información conocida por el personaje creado por Pierre Simon de Laplace, su DEMONIO DE LAPLACE. Gracias a nuestra fenomenal ignorancia, actividades tan edificantes como una partida de billar tienen un desenlace incierto, aun cuando los jugadores sean mejores que "Felson el rápido". Esta comunión entre lo impredecible y lo determinista nos libera de lo que, de otra forma, sería un aburrimiento cósmico.

¿No lo creen así?