Llegó a México en 1980 procedente de Tandil (una ciudad ubicada al "sur del Paraíso", a decir del autor), en la Provincia de Buenos Aires. Y su ligero equipaje incluía una armónica, guitarra y acordeón; instrumentos con los que ya experimentaba sonidos y una poética que con el tiempo se harían característicos de este músico argentino.

Cacho Duvanced, de apellido europeo y herencia migrante sureñoamericana, sabe escuchar los ecos metafóricos de aquellas vivencias de historias personales, cotidianas y culturales de un pueblo y una región, que recrea en la atmósfera de sus composiciones.

En su primer disco, Si te encuentro (1984), deja constancia de todo ello. Participó en el disco 10 grandes de la Nueva Canción donde, entre otros compositores, comparte créditos con Silvio Rodríguez, Alfredo Zitarrosa, Nacha Guevara y la misma Amparo.

En 1987 da conocer Lo que ellos quieran, disco que lo sitúa poética y musicalmente entre los creadores más fecundos de su generación.

Su más reciente disco, Volveremos a andar, confirma la consecución de una búsqueda que encuentra en el rock, tango, jazz y folclore latinoamericano las fuentes para una fusión acorde a la naturaleza de su identidad poética y musical. A lo que habría que agregar la singularidad de un universo donde la ironía y el juego parecen atenuar desolaciones e incertidumbres varias, pero siempre cargadas de instancias líricas.

Ediciones Pentagrama

 

Debo haber conocido a Cacho Duvanced hace unos diez años, en casa de unos amigos comunes. Yo acababa de llegar a México, pocos días después de la caída del Muro de Berlín, y no salía de mi asombro. Era el tema obligado de conversación.

Se respiraban aires de derrumbes. "El muro no se cayó solo, cubano", me dijo, al tiempo que afinaba Las cuerdas de su guitarra: "lo tumbaron a patadas, loco, ladrillo a Ladrillo.

Yo me llamo Cacho". Me dio la mano. Tenía dedos de albañil. Supe enseguida que seríamos amigos. Que podía confiar en él.

No se por que, pero estaba claro. Mas claro ni el agua. Fue una premonición. Una iluminación. Sin pedirle permiso a nadie, Cacho comenzó a decir una canción llena de pájaros. Yo no le hice mucho caso. En silencio, pasaba lista de los tabiques que aun faltaban por dinamitar en este mundo "para todos dividido", del que escribiera César Vallejo, el peruano triste: las paredes del desamor, por ejemplo, o las tapias de los prejuicios o los diques de la intolerancia o las murallas de la pobreza o tantos bloqueos inútiles. La sala, a media luz, se iba inundando de voces: su hija y mi hija jugaban en el patio. Trinaban. Las risas de las niñas hacían coro al trovador. Luego de los primeros arpegios, me fui hundiendo en la silla y me deje vencer nota a nota, verso a verso. "Loco tú, poeta", pensé al rato.

Canto toda la noche, como advirtiéndome que, a partir de ese preciso instante, lo iba a oír cantar la vida entera. Las niñas dormían en el sofá, Las dos mezcladas bajo una manta a cuadros, escocesa. Los gallos rara vez se equivocan: iba a amanecer. De hecho, amanecía. Los poetas son los auténticos lideres de los pueblos; me dije. Sólo ellos, los perseguidos, los solitarios, los andariegos, los payadores, saben de las amargas verdades del alma, de las fuentes de nuestros miedos, fobias, alegrías, esperanzas y desesperanzas. Desayunamos restos de ensalada. Diez años después, sigo escuchando a mi hermano Duvanced, con idéntico fervor, en otra silla. Hoy no vuelan los pájaros, aunque se sienten, a lo lejos, vibrantes aleteos. Los niños, ahora suman tres, han crecido: discuten, en el jardín, sus propios líos.

Cacho y yo repasamos las mezclas de Volveremos a andar. Rumbas. Tangos tremendos. Homenajes. Poemas a pecho descubierto. Puras verdades. Entonces me enseña un tema que cuenta de los caminos que faltan por recorrer: a lo largo de la bellísima tonada, unos viejos se enfrentan a un regimiento de granaderos, en una plaza pública. Lanzan sus prótesis dentales, como quien arroja a Belcebú una granada. "Bárbaro, Cacho", exclamo. AI rato, nos quedamos rendidos en el piso, junto a la chimenea apagada: Nuestros hijos nos abrigan. Bajo la manta, Cacho susurra: "Escúchame, Eliseo Alberto de Diego, no te hagás el sonso: lo tumbaron a patadas, se bien lo que te digo". "¿A quién?", murmullo en seco. "Cómo que a quien, loco: ¡al muro!" y yo me río.

Eliseo Alberto

 

Qué alegría me causa encontrar verdadero talento. Mi regocijo se vuelve agradecimiento para quienes logran confirmar que, a pesar de mi edad avanzada, conservo la facultad de asombro. Eso me pasa al escuchar canciones de Cacho Duvanced, no sólo por estar bien hechas sino por aportar fina ironía aun cuando traten temas tan serios. Como lo que uno quisiera que los hijos fueran o dejaran de ser. La sátira punzante con que aborda algunos tópicos políticos y como, ante una perdida sentimental, lo que mas le preocupa es haber perdido su camisa, nos marcan la pauta de su especial humorismo. 'I Dominar este difícil género, es cumplir con la más bella misión que pueda ser concedida: Hacer que la gente ría. Nada, que para mí este "cacho" me resulta "entero".

Vicente Garrido