Movimiento
ficticio y movimiento real.
[A.M.Bonano]
El movimiento anarquista
El movimiento anarquista en
su estructura está compuesto por pequeños centros de poder que se desarrollan,
actúan, juzgan, condenan, absuelven, deciden y se equivocan como todos los
centros de poder. La función que desarrollan es semejante a la de sindicatos y
partidos al servir de enlace entre las exigencias del capital y las presiones
del embate de clase. Su óptica es la de sumar el mayor número posible de
personas bajo una sigla o bandera. En este caso, el poder se mide en base al número
de militantes, o mejor, el número de grupos federados (que la cosa impresiona más
en cuanto no se sabe si un grupo está constituido por 2 o 200 militantes).
Muchos compañeros están más atentos a los congresos y a las reuniones que a
las propias luchas; más inclinados a redactar artículos filosóficos para las
revistas que insisten en publicarles que al compromiso personal; no tan
preocupados en atacar al poder como en tratar de molestarlo lo menos posible
para seguir disponiendo de pequeñísimos espacios donde luchar o donde
ilusionar con su lucha. La verdad es que en Italia el movimiento es, en su mayor
parte, un movimiento ficticio. Quitando raros casos, está fuera de las luchas.
Luchas que no pocos grupos y federaciones se atribuyen. Algún grupo va más
adelante y se complace haciéndonos conocer sus experiencias dentro de algún
consejo de fábrica o comité de barrio. Lo que aquí queremos subrayar es que,
a menudo, detrás de toda esta tendencia o colectivo se pueden encontrar algunas
personalidades más fuertes que otras, que acaban por construir un verdadero y
propio centro de poder, administrándolo en perfecta armonía con las reglas
universales del poder. No falta, y es evidente de modo particular en el
movimiento anarquista italiano la tendencia a sobrevalorar la importancia del
movimiento en sentido específico como elemento dinamizador de la revolución
libertaria. Es de nuevo la manía del crecimiento cuantitativo, de la fuerza numérica,
tanto más fuerte y desconcertante cuanto menos se es, y cuanto más lejos se
está de las condiciones que hacen posible el crecimiento mismo. Resumiendo,
tenemos pues un movimiento que se coloca como depositario de un patrimonio de
ideas, análisis y experiencias bien precisas, pero que no tiene una relación
directa con las luchas. Falta su presencia en las masas, que se considera como
condición «única» de su mismo llamarse movimiento anarquista. Pero no todos
los compañeros que se sitúan dentro de este movimiento comparten las ideas
susodichas, no todos se acomodan a la espera de un crecimiento cuantitativo que
debe producirse dentro del movimiento, crecimiento determinante para cualquier
acción a desarrollar «en las» masas. Algunos ven el problema en sentido
opuesto. En general este distinto análisis es realizado por los denominados
grupos autónomos, aunque no es para nada homogéneo o universalmente aceptado.
Movimiento
ficticio y movimiento real
Consideramos como movimiento
anarquista ficticio el conjunto de los compañeros que administran una posición
de poder dentro del movimiento, que no hacen un preciso trabajo anarquista
contribuyendo al crecimiento de la conciencia revolucionaria en las masas, sino
que se limitan a presidir las reuniones y congresos, tratando de dirigir a los
compañeros más jóvenes o menos preparados hacia lo que ellos consideran los
principios indiscutibles del anarquismo. Quedan los otros compañeros que por
debilidad o por aquiescencia acaban por adecuarse a las decisiones que son
tomadas siempre por las mismas personas. Esos, aunque comprometidos en las
luchas concretas desnaturalizan el significado mismo de la necesidad de la
delegación y no se ocupan de prepararse de modo tal que válidamente se
contrapongan a la «tiranía» del compañero más competente o de más
autoridad. El resto del movimiento comprende dos direcciones bien precisas: los
que teorizan la necesidad de la minoría específica, constituyéndose como
vanguardia destinada a tutelar los sacros principios del anarquismo (o
anarco-leninismo); y los autónomos, que se debaten entre entre el estímulo
originario del crecimiento y una nueva visión del movimiento en sentido real En
el caso de que estos últimos grupos se autoconsideren los depositarios de la
verdad y, como tales, destinados a recoger la herencia de las sacras virtudes
anarquistas del pasado, su destino está señalado con anticipación. Muy
prestos también ellos encontrarán a su líder (si no lo han encontrado ya) y
marcharán en las filas del movimiento ficticio; en el caso de que giren la
mirada fuera de la organización, hacia la realidad concreta de las luchas,
entonces tal vez sean los compañeros más indicados para darnos un nuevo análisis
de la esencia y las posibilidades de un movimiento anarquista real. Pero, en
general, el movimiento anarquista no molesta mucho y se le deja dormitar en paz.
La ilusión democrática abre espacios de acción imaginaria ante los ojos de
muchos compañeros y los induce al error.
El
movimiento anarquista real
La parte no desdeñable del
movimiento anarquista internacional que está constituida por los grupos autónomos,
como habíamos indicado, no tiene un derecho mayor que cualquier otra, a
declararse parte -o constituyente- del movimiento anarquista real. También aquí
se pueden verificar fenómenos de concentración elitista, de elefantismo
obtuso, de atraso en los análisis en en las estrategias de lucha. Al contrario,
nos parece que el lugar más seguro para buscar el movimiento anarquista real
está fuera de los esquemas y de las iglesias. Se sitúa en las masas que en
concreto plasman sus postulados en la confusión y en los cambios de opinión,
en los errores y en los titubeos, pero con un notable esfuerzo de autoorganización
de la lucha, empleando en ellos una estrategia anarquista de aproximación a la
revolución social. Pero esta búsqueda en las masas no se puede hacer de modo
ciego. En las masas explotadas la organización de los ataques al poder
(patronos, sindicatos, partidos) es un hecho espontáneo, emergente de modo
inmediato del proceso de explotación. En estas luchas se dan un mínimo de
condiciones para el crecimiento de un movimiento real que no es cuantificable en
términos de grupos o federaciones, sino que, indirectamente, resulta medible
sobre la base del número de acciones de un cierto tipo que son realizadas sobre
la base de la circulación de ciertas ideas, sobre la base de la respuesta que
ciertas ideas reciben en determinados ambientes de explotación. En esta
perspectiva las tesis anarquistas del pasado no pueden ser aceptadas de forma
sagrada, sino que deben ser leídas en clave de actualidad, como modelos de acción
y no como estereotipos momificados. Sólo de este modo se podrá tener un
movimiento anarquista real que no resulte atrasado frente a los estímulos teóricos
procedentes de las situaciones reales impuestas por el movimiento real de los
trabajadores. Este, resistiendo a la eliminación física en las cárceles y en
los manicomios, rechazando jugar el rol asignado por el poder, desarrolla una
organización autónoma que puede también llegar a formas bien precisas de
articulación. El movimiento anarquista real no puede ser extraño a esta
germinación organizativa espontánea: obligatoriamente debe formar parte de
ella tratando de garantizar la esencia libertaria que emerge del movimiento de
base: la lucha contra todo tipo de poder. Pero este movimiento anarquista real
no debe asumir ninguna forma de prevalencia sobre las organizaciones del
movimiento de los trabajadores y no puede ser administradas por especialistas
iluminados capaces de mantenerlas en vida en momentos de cansancio. El punto
esencial a no olvidar es que estos famosos momentos de reflujo lo son para el
movimiento ficticio de los trabajadores, no para el movimiento real, sometido en
todo instante a la presión incansable de la explotación y el genocidio.
El
movimiento ficticio y el dominio de lo aparente
Nosotros somos partidarios
de la organización, pero la organización no puede ser un problema en sí
misma, aislada de la lucha; un obstáculo para acceder al combate de clase. El
conjunto organizativo despegado de la realidad cae en el dominio de lo aparente
y se eleva a la categoría de catedral en el desierto. En su interior se
producen todo tipo de disputas entorno a las estrategias y tácticas, que nada
tienen que envidiar a las reales; sólo que todo sucede en mundo ficticio. El
motivo de esta situación se deberia buscar en la existencia de pequeños
centros de poder que empujan a muchos compañeros a rotar en torno a ellos,
mientras los pocos que administran estos centros, en base a la ley de cualquier
organización de poder, no pueden hacer otra cosa que continuar administrándolos.
Nos parece que estos compañeros, aunque de buena fe, son responsables directos
de esta situación si continúan sin hacer nada al respecto. Es verdaderamente
extraordinario el esmero con el que son embalsamadas ciertas momias por quien
debería ser por definición contrario a todo tipo de conservadurismos. En
sustancia es la ilusión producida por la apariencia lo que empuja a estos compañeros
a comprometerse en algo que no tiene sentido si no es considerado un fin en sí
mismo. De ahí las grandes fatigas para mantener en pie organizaciones que sólo
tienden a perpetuarse a sí misma esperando que llegue el día glorioso de pasar
a la acción. El proyecto revolucionario anarquista parte del contexto específico
de la realidad de las luchas. No es un producto de la minoría, no es elaborado
por ésta y exportado al movimiento de los trabajadores, que lo adquiere en
bloque o a plazos. El proyecto revolucionario no es ni siquiera una realización
acabada en todas sus partes. Los anarquistas no deben imponer su conciencia de
minoría revolucionaria a la clase trabajadora. Actuar en este sentido
significa, involuntariamente, perpetuar la violencia leninista. Al contrario,
participando en el proceso de autoorganización de la masa, trabajando dentro,
no como teóricos políticos o especialistas militares, sino como masa, se puede
evitar el obstáculo insuperable de la minoría separada que intenta «viajar»
hacia la totalidad de la masa, pero no sabe decidirse sobre la metodología a
emplear. Es necesario partir del nivel real de las luchas, del nivel concreto y
material del combate de clase, construyendo pequeños organismos de base, autónomos,
capaces de colocarse en el punto de coincidencia entre la visión total de la
liberación y la visión estratégica parcial que la colaboración
revolucionaria hace indispensable. No se trata pues de propaganda, de «hacerse
conocer» por las masas, no se trata de acceder a los grandes medios de
comunicación, no se trata de hablar en televisión a millones de espectadores;
se trata de realizar en cada hecho de la lucha de masa la conciencia
revolucionaria de la minoría, transformando en hecho-concreto la conciencia que
en convento minoritario, quedaba en simple abstracción; haciendo que la
necesidad del comunismo advertida por las masas se realice, poco a poco, en una
concreción cotidiana, en una organización material de la vida.
¿Qué
movimiento?
Pero, en definitiva ¿qué
cosa debemos entender por movimiento anarquista? Pensamos que debe ser entendido
en el sentido más amplio de término, como el conjunto de todas las fuerzas que
luchan por la realización de una revolución social libertaria; pero pensamos
también que la cristalización oficial de algunos componentes de este
movimiento, el ponerse cómodo sobre temáticas escolásticas, el encerrarse en
conventos que escupen sentencias de absolución o condena, haya acabado, al día
de hoy, por transformar la parte más grande de este movimiento en un pesado e
inútil carrozón ideológico. Sin embargo, más allá de la estructura, que está
matando todo, hay compañeros, individuos que intentan luchar por su ideal, que
ven con claridad como este choque continuo con la estructura acaba por oprimirlo
cuando debía exaltarlo y hacerlo realizable. Estos compañeros son los
destinatarios privilegiados de nuestro discurso.
La
organización
La
organización específica de las masas explotadas se da a través de la
autoorganización. Esta puede extenderse en el curso del combate y del
desarrollo de las contradicciones, pero sin perder su fundamento espontáneo de
autorregulación. Esto garantizará la persistencia de una estructura
horizontal, única salvaguardia para continuar la lucha. El aislamiento es la
causa de la derrota revolucionaria, no sólo sobre el plano militar, sino, más
todavía, sobre el político. Ello no es posible cuando el organismo actuante no
es producto de un dualismo (organismo de masas-organización específica), sino
que es la masa misma la que extiende su actividad estructurándose de modo autónomo.
Todo está todavía por hacer en esta dirección. La masa desarrolla e
incrementa diariamente su necesidad de comunismo, elabora su propia teoría,
determina sus enemigos. No podemos continuar quedándonos en lo cerrado de
nuestros grupos, meditando análisis y proponiendo estrategias de acción como
producto de un organismo que se considera interlocutor privilegiado de la masa.
Debemos poner al revés el razonamiento, dejar de contarnos y comenzar a contar
a los explotados y guettizados.
De
nuevo sobre el error del crecimiento cuantitativo de la minoría
La vieja ideología
cuantitativa se puede transferir bajo la forma de objetivación de la minoría
misma. El compromiso por la lucha viene dado por la búsqueda del crecimiento
del movimiento específico, de la minoría. No debemos basarnos en las propias
perspectivas y en los intereses propios, utilizando las ocasionales instancias
del movimiento de los trabajadores como detonador del proceso de desarrollo y de
amp!iación, sino, al contrario, el punto de partida debe ser la transformación
de la realidad misma, esto es, la transformación de la relación existente
entre autoorganización y delegación de las luchas. Por eso, el «terreno»
sobre el que comprometerse sólo puede ser el propuesto por los estímulos de la
realidad misma, tomando en cuenta, como sabemos, que estos estímulos están
divididos entre el empuje hacia la autoorganización de las luchas y el impulso
hacia la delegación. Si en un barrio crece el descontento por ciertas carencias
del poder que causan disfunciones (aumento de la explotación), esto no
significa que el barrio esté dispuesto a autoorganizar la lucha para resolver
el problema inicial, hacer disminuir la explotación que lo golpea y pasar a
profundizar la lucha por otros objetivos más generales y más específicamente
revolucionarios. A menudo, todo lo que está dispuesto a hacer es esperar para
ver qué camino es el más eficaz para obtener aquello de lo que carece.. Por
este simple motivo, sindicatos y partidos pueden en todo momento obligar al
poder a eliminar las contradicciones y, haciéndolo así, a apagar las luchas.
Nuestra tarea no puede ser, por tanto, sólo la de llegar antes que ellos, sino
la de introducir la lucha en un cuadro más amplio, en un proyecto
revolucionario más complejo, que pueda desplazar la relación autoorganización-delegación!
del lado de la autoorganización. Y esto no es posible encerrándose en el hecho
en cuanto tal, en la acción como fin en sí misma, o peor todavía, en una
perspectiva de crecimiento cuantitativo de la minoría. En estos últimos
tiempos, la necesidad de comprender bien esta relación se hace más apremiante.
Podemos decir que el disenso se ha institucionalizado. La contestación, el
formular peticiones no ortodoxas, una cierta animosidad de la base, cosas que
hasta ayer causaban un cierto pánico en los sindicatos y en los partidos, hoy
pueden ser objeto de debate en las instituciones. Mediante la discusión, la
apertura, las asambleas de base, el diálogo, se impone, de forma limpia y sin
escorias, lo que quiere el poder. Por tanto, el obietivo de intervención no
puede ser establecido a priori, sino que va delimitándose en el curso de la
intervención misma y sobre la base de las modificaciones que ello causa sobre
la realidad de las luchas. No puede valorarse en base a resultados objetivos
inmediatos por alcanzar, porque esta también puede ser tarea de partidos y
sindicatos; no puede ni siquiera valorarse en base a una ideología a priori,
que acaba por hacerse afirmación maximalista y, muchas veces, inoperante frente
a una realidad que se va estructurando sobre una serie de contradicciones. Si,
por ejemplo, nos limitásemos a denunciar las condiciones de los encarcelados,
seríamos sin duda útiles a los compañeros a los compañeros que sufren la
represión; pero limitándo. nos a esto, condenaríamos nuestra intervención a
quedar en manos de una minoría externa que se acerca a la realidad y la divisa,
se bate por ella y, - al límite, hace algo por cambiarla a mejor. Pero este «cambiar
a mejor» es útil también para el poder que, antes o después, debe también
decidirse a adoptar sistemas más refinados y socialdemócratas de represión;
sistemas igualmente, si no más, eficaces. La acción práctica de la minoría
es la realidad de las luchas es, pues, la de impulsar el desarrollo de la
autoorganización, rompiendo con el delegacionismo y el dirigismo, aunque esté
camuflado de proyecto revolucionario.
La
fragmentación de la realidad de las luchas
La existencia misma del
poder y de la explotación es el indicio más seguro de la fragmentación de la
realidad de las luchas. En caso de que éstas lograsen fundirse en una acción
homogénea, es decir, hiciesen prevalecer la tendencia a la autoorganización,
el poder sería barrido. Y dado que este último aprecia perfectamente el
peligro, se organiza en consecuencia. Sus aliados más eficaces: los partidos y
los sindicatos. Esta fragmentación no se traduce en una distinción de niveles
según la presencia reformista, tecnocrática o revolucionaria. Es una
fragmentación que desciende en vertical, en profundidad. Una realidad de lucha
en una fábrica, barrio, guetto, escuela, manicomio, etc. no es nunca
calificable como «realidad» reformista, tecnocrática, revolucionaria, etc.,
siempre tiene un conjunto de problemas y de estímulos que la caracterizan, un
conjunto de tendencias y prejuicios, de separación y de empeño, de compromisos
y de toma de conciencia. Sólo cerrando los ojos se puede admitir, por definición,
que la minoría es monolítica porque ha tomado conciencia, mientras que la
realidad es fragmentaria porque ha de ser conquistada por la minoría. En
realidad las cosas son muy distintas, el proceso es, para ambos elementos de
esta relación, una tendencia y una constante modificación.
Alfredo M. Bonanno
Este texto fue publicado en Ekintza Zuzena nº 16.