José López Portillo

La administración de López Portillo estuvo marcada por esfuerzos para aprovechar los inmensos recursos petroleros de México y por lograr una mayor independencia económica de Estados Unidos. Promovió la denominada Alianza para la Producción, promulgó una ley de amnistía política, y en el campo de las relaciones internacionales restableció las relaciones diplomáticas con España. Convocó una importante reunión Norte-Sur y propuso en la Organización de Naciones Unidas un Plan Mundial de Recursos Energéticos. También introdujo importantes cambios en la Cámara de Diputados, al incrementar el número de miembros a 400, teniendo en cuenta que al menos 100 de ellos deberían ser miembros de partidos de la oposición. De este modo, logró que pudieran ser oídas las demandas de los partidos más pequeños y no sólo las del PRI.

El país que recibió López Portillo tenía una situación económica muy difícil: si bien en 1976 el PIB mostraba un crecimiento real en pesos del 4.4% sobre 1975, hecho el cálculo en dólares y tomando en cuenta la devaluación y el incremento demográfico, el PIB per capita cayó 2.5 %: el déficit de las finanzas públicas alcanzaba un impresionante 9.1 del PIB y, por consiguiente la inflación se situaba en un nunca visto 27.2 %. La deuda externa total al 30 de junio de 1977 era de 20,948 millones de dólares, o sea más de cuatro veces la que existía al fin del período de Díaz Ordáz. Además, como dijo el presidente "los dueños del dinero lo comprometieron en actividades especulativas, o en rentismo, o lo sacaron del país". Anunció que los dos primeros años de su gobierno se dedicarían a superar la crisis, los dos intermedios a consolidar la economía y los dos últimos serían de expansión acelerada.

Olvidándose del antagonismo de Echeverría con los empresarios hizo un llamado a éstos para que unieran sus esfuerzos en una "Alianza para la Producción" en que intervendrían todos los sectores; expresó que tocaba a los patrones contribuir para aliviar la carga pública, que el gobierno no se oponía a que ganaran si el país ganaba con ellos. En materia hacendaria López Portillo prometió que el empresario que quisiera invertir encontraría en la política fiscal una fuente de estímulo; manifestó también que se daría mayor progresividad al impuesto sobre la renta a personas físicas pero que en cambio se alentaría la reinversión de las empresas; para elevar el ahorro doméstico, el gobierno emitió los petrobonos con tasas de interés atractivas e indizadas al precio del petróleo que entonces estaba al alza; igualmente y con el mismo propósito permitió que la banca recibiera depósitos en dólares que cubrirían los riesgos cambiarios.

La política agraria del Presidente López Portillo parecía también alejada del populismo: el incremento de la producción de alimentos constituía el principal objetivo del sector agropecuario y la solución completa del problema agrario no radicaba en el campo, sino en el reordenamiento de la economía; había que "afectar cuanto antes todo lo afectable" (de tierras) para dedicar todos los esfuerzos a aumentar la producción.

Frente al proteccionismo López Portillo intuyó nebulosamente lo que pudo haber sido el cambio estructural que instrumentara su régimen; en su segundo informe de gobierno, sin atreverse a desechar el modelo de sustitución de importaciones, propuso cambiar la protección infinita que daban los permisos de importación por aranceles. Desgraciadamente esta idea se diluyó cuando advirtió que la industria se había debilitado "pese" al proteccionismo, cuando en realidad su debilidad y nula competitividad se debían justamente a la protección a ultranza de que gozaba.

Entre las observaciones que hizo el Presidente López Portillo en su primer año que pudieran parecer sospechosas de echeverrismo, pero que la gente aceptó fueron su rechazo al capital extranjero en la minería, su anuncio de que había proyectos para organizar colectivamente las unidades de producción agrícola y su afirmación de que cuando el comercio se convierte en acaparamiento el gobierno debe combatirlo por medio de controles de precios. Una de las frases del primer informe de José López Portillo que llenaron de entusiasmo a todos fue el anuncio de que México, hasta hacía poco, importador neto de petróleo crudo, ahora contaba con reservas de 24,000 millones de barriles y que la producción petrolera alcanzaba ya la cifra récord de un millón de barriles diarios; para evitar que se quemara el gas que se escapaba al tiempo de que se extraía el petróleo se pensó en construir un gasoducto de Cactus, Chiapas a Monterrey y luego a Chihuahua y la frontera. El optimismo que causaron estos datos, sobre todo entre los funcionarios gubernamentales tuvo posteriormente consecuencias funestas sobre la economía nacional, como se comentará luego. El presidente lanzó entonces un frase triunfalista: "los países se dividen ahora entre los que tienen petróleo y los que no tienen; ˇnosotros lo tenemos!". Si bien el Presidente López Portillo había fijado como objetivos prioritarios de su gobierno el combate a la inflación y el desarrollo de los energéticos, a partir de que descubrió que México era un país de gran potencial petrolero, se fue apartando de la lucha anti inflacionaria para concentrarse en la industrialización del país aprovechando las riquezas inagotables de nuestros mantos petrolíferos.

El presidente creía con sinceridad que el flujo de los recursos petroleros iría permanentemente al alza como consecuencia del descubrimiento de nuevos yacimientos en nuestro suelo y del ascenso constante de los precios; en efecto, entre los países árabes y Venezuela se formó la Organización de Países Productores de Petróleo, (OPEP), cartel cuyo propósito era reducir la oferta de hidrocarburos para elevar sus precios y para preservar este recurso no renovable. Por varios años esta política funcionó y López Portillo pudo augurar que "nuestra potencialidad petrolera puede significar una presión de relevancia mundial", que dado el crecimiento asombroso de nuestras reservas México tendría antes de 1980 sustancialmente excedentes exportables importantes, sin bajar sus reservas, que "los mexicanos que han sufrido carencias ancestrales, ahora tendrían que aprender a administrar la abundancia" y que "por primera vez en nuestra historia disfrutaríamos de autodeterminación financiera".

Ciertamente la exploración de los yacimientos arrojó incrementos espectaculares de las reserva, de la siguiente manera:

Reservas petroleras

Millones de barriles

Probadas Probables Potenciales

1978 20,000 37,000 200,000

1979 45,800 45,000 200,000

1980 60,126 38,042 250,000

1981 72,000 58,650 250,000

1982 72,000 90,000 250,000

Como consecuencia lógica del incremento de las reservas la producción aumentó: en 1979 la producción de crudo se elevó a 1,626,000 barriles diarios de los cuales se exportó medio millón; en 1980 la producción se situó en 2,300,000 barriles por día, por lo que México ocupó en el mundo el sexto lugar en reservas y el quinto en producción; en 1981 se produjeron 2,350,000 barriles diarios, por lo que los hidrocarburos significaron entonces el 7 % de la producción nacional, el 28 % de los ingresos fiscales del gobierno y el 67% de las exportaciones. Por aquel entonces el gobierno aseguraba que México consumía más gasolina que Italia y que en este renglón pronto alcanzaríamos a Francia e Inglaterra. En 1982 el país ocupaba el cuarto lugar en reservas y exportaba 1,500,000 barriles diarios.

No solo el Presidente López Portillo y la gran mayoría de los mexicanos estaban ilusionados con el auge petrolero, sino que también la banca internacional se apresuró a ofrecer créditos al gobierno, segura que México era un excelente sujeto de crédito, dados sus enormes recursos petroleros, La deuda externa que en 1977 era de menos de 21,000 millones de dólares, ya para 1982 alcanzaba los 76,000 millones, de los cuales el 80 % correspondía al gobierno y el 20 % restante a la deuda privada. Por ello el presidente optó por una expansión económica acelerada, aprovechando la oportunidad que le abría el petróleo, "único recurso que podía general excedentes para solucionar nuestros problemas".

Con el raudal de dinero proveniente del petróleo y del crédito se intentó un proyecto de industrialización y modernización en cinco años que rebasaba todas las posibilidades técnicas y económicas. El gasto público se desbocó; en 1978 creció en un 38 % sobre el de 77, el presupuesto de egresos se elevó en un 23 % y el de la inversión pública un 37 % sobre el año anterior; en 1980 el gasto público volvió a crecer un 33 %, el de la inversión un 35.5 %, el destinado al campo 100 % y al comercio un 200 %; para 1981 los egresos del erario se incrementaron en 55 %, los de la inversión pública un 40 %, el gasto corriente un 55 %, y el servicio de la deuda un 36 %.

Este gasto terriblemente expansivo tuvo muchas consecuencias positivas que hay que reconocer: la oferta de electricidad se duplicó entre ’77 y ’82; el PIB industrial creció en este período a una tasa anual de 9 %; la ocupación industrial aumentó a una tasa del 5.5 % por año; entre 1977 y 1981 se crearon 1,800,000 empleos y en 1979 la oferta de trabajo por primera vez fue mayor que el aumento de la población: la masa salarial creció en 1980 un 39 % por el mayor empleo y mejores salarios; se logró la autosuficiencia en maíz, arroz y frijol; se lograron las reservas de granos más grandes de la historia hasta entonces; el poder adquisitivo del salario aumentó apreciablemente, como lo demuestra el hecho que en 1970 el salario mínimo compraba 28 kilos de tortillas y en 1982, 33 kilos. Al hablar de estos avances López Portillo perdía a veces el sentido de la proporción, como cuando informó que en 1981 entró en servicio La Cangrejera, el complejo petroquímico más grande del mundo, o cuando dijo que en la producción de bienes de capital México había logrado en cinco años lo que los países industrializados realizaron en dos siglos (ˇ!); de todas formas, hubo un progreso importante como puede verse a continuación:

Producto Interno Bruto

Variación porcentual anual

1977 3.4

1978 9.0

1979 9.7

1980 9.2

1981 8.5

1982 -0.6

Este fortísimo crecimiento debe atribuirse en su mayor parte a la industria paraestatal que en el quinquenio 1978-1982 el incremento de su producto fue más del doble que el de la industria privada y del 11 % si se excluye el petróleo. Si se cuentan los hidrocarburos, las paraestatales contribuyeron al 75 % de la exportación de manufacturas.

Una vez más habrá que advertir que buena porción de este crecimiento fue ficticio porque la mayoría de las industrias paraestatales produjeron a costos desmesuradamente altos, que las obligaba a operar en números rojos y a no ser competitivas ni siquiera en el mercado interno, a no ser porque el erario público cubría sus pérdidas a través de generosos subsidios. La situación hubiera sido catastrófica si no hubiera sido porque la inversión privada aumentó también considerablemente como se aprecia en el siguiente cuadro:

Inversión

Variación porcentual anual

Total Privada Pública

1977 6.7 6.7 6.7

1978 15.2 5.1 31.6

1979 20.2 22.7 17.1

1980 14.9 13.7 16.7

1981 15.9 11.5 22.5

1982 -16.8 -15.1 -18.8

Los recursos del petróleo y de los créditos no solo se derrocharon en malas inversiones, sino también en subsidios, no obstante que el presidente había prometido que no usaría los excedentes petroleros en "acciones populistas, subsidios, crear superávit, o relajar las políticas fiscales". Aunque López Portillo llamaba a los subsidios "expresión del engaño sistematizado" y reconocía que el 71.5 % de ellos no se orientaba a transferencias justificadas, éstos siguieron creciendo a una tasa anual del 39 % . En 1978 se destinaron 7,400 millones de pesos al consumo popular; al año siguiente más de la mitad de los excedentes petroleros consistieron en "subsidios monstruosos" también al consumo, excediendo a 20,000 millones los destinados a apoyar los precios del azúcar, maíz, leche, carne, huevo, oleaginosas, trigo, frijol y arroz; en 1980 el presidente reconocía que era impresionante lo que se subsidiaba al consumidor mexicano en la gasolina y el diesel y ponía el ejemplo del gas natural que se vendía en México diez veces más barato que lo que se vendía al extranjero.

El derroche creciente de los fondos públicos en inversiones excelentes o dispendiosas, en gastos cuyo propósito era loable o dudoso, condujeron invariablemente a un cada vez mayor déficit hacendario y éste a su vez, a una inflación rampante, como se observa a continuación:

Déficit Publico Inflación

Año (% del PIB) (Variación anual en %)

1977 -6.3 -20.7

1978 -6.2 -16.2

1979 -7.1 -20.0

1980 -6.5 -29.9

1981 -13.0 -28.7

1982 -15.7 -98.9

López Portillo nunca reconoció la liga causa-efecto entre el gasto deficitario y la inflación; una y otra vez emitía opiniones como éstas: la inflación de 1979 se debió al aumento de los precios de la carne; la inflación es importada, en Estados Unidos registró tasas del 18 % ; la inflación en gran parte es subjetiva y se debe al miedo a la inseguridad y a la ambición; hay simplismos que imputan la inflación al aumento del dinero circulante; derivado del gasto público; y la inflación en buena medida proviene de expectativas.

Con estas ideas, era imposible pensar en el arreglo de las finanzas públicas para combatir la inflación, o como el presidente decía dramáticamente

Las realidades económicas se impusieron a la retórica. Una inflación muchísimo mayor que la de Estados Unidos nuestro principal cliente y proveedor, hizo que los artículos extranjeros fueran progresivamente más apetecibles para los compradores mexicanos y que los artículos mexicanos, excepto el petróleo, fueran cada vez más caros para los importadores extranjeros. Se fue acumulando por consiguiente un déficit tanto en la balanza comercial como en la cuenta corriente, debido éste al creciente servicio de la deuda externa. La magnitud de estos déficit fue la siguiente:

( millones de dólares )

Año Balanza Comercial Cuenta corriente

1977 -544 -1,428

1978 -1,226 -2,685

1979 -2,189 -4,937

1980 -3,058 -10,434

1981 -3,887 -16,241

1982 7,046 -5,890

En 1981 el financiamiento de la cuenta corriente dependía solamente de que la banca internacional mantuviera las expectativas de un alza continua de los precios del petróleo; no sucedió así y las cotizaciones del barril tuvieron una baja relativamente moderada de 38.50 dólares el petróleo Istmo y 32 dólares el Maya, a 30.60 dólares la mezcla, en la que el 40 % correspondía al primero y el 60 % al segundo. Este descenso en el precio del barril bastó para que estallara el globo de espuma de las ilusiones petroleras.

Si bien López Portillo imputó la baja del petróleo a "acuerdos miopes" entre algunos productores de petróleo y los países consumidores, la verdad es que las fuerzas del mercado se conjugaron para abatir los precios monopólicos impuestos por la OPEP. La oferta se incrementó porque las altas cotizaciones del petróleo indujeron a que entraran al mercado países hasta entonces productores marginales como Nigeria. Indonesia o Ecuador; pozos que ya no se explotaban por incosteables volvieron a entrar en producción y se empezaron a desarrollar fuentes alternativas de energía como la del carbón, de la caña de azúcar, la solar, la nuclear, etc. Al mismo tiempo, la demanda se contrajo por los altos precios, por la introducción de automóviles y otras máquinas que exigían menor consumo de hidrocarburos y, en fin, porque las disciplinadas poblaciones de los países nórdicos atendieron las invitaciones de sus gobiernos a reducir sus consumos de combustibles bajando sus termostatos y racionalizando su uso del transporte.

A la baja del petróleo se unió la caída de las cotizaciones del café en un 16 %, del algodón 12 %, cobre 51% y plomo 25 %, materias primas todas que constituían las principales exportaciones de México. El presidente atribuyó la caída de los precios de las materias primas al "desorden económico mundial"

Todavía en 1981 López Portillo pudo aminorar el impacto de la crisis devaluando la moneda y reduciendo drásticamente el gasto público; no lo hizo porque pensó que "presidente que devalúa, presidente que se devalúa" y porque "si se hubiera hecho caso a los ortodoxos hubiera resultado difícil la apertura política electoral". Por estas razones decidió defender la paridad del peso "como un perro".

De nada sirvió esta tenacidad canina y a las pocas semanas, el 17 de febrero de 1982 se retiró el Banco de México del mercado de cambios, devaluándose el peso La devaluación era indispensable porque el pago de intereses de la deuda externa alcanzaba los 8,200 millones de dólares anuales y porque los mexicanos habían ya depositado 14,000 millones de dólares en los bancos extranjeros, habían comprado inmuebles en el exterior por 30,000 millones de dólares y porque las cuentas en dólares en los bancos mexicanos montaban otros 12,000 millones para los cuales no bastaba la reserva del Banco de México.

Para paliar los efectos de la devaluación el gobierno emprendió una tardía disminución del gasto público, impuso más controles a la importación, subió los precios y tarifas públicas y elevó las tasas de interés; pero acto seguido decretó un alza general, eminentemente populista, de sueldos y salarios del 10, 20 y 30 % que elevó los costos de producción, atizó la inflación e hizo nugatorias las demás medidas; esto avivó la desconfianza y, a pesar de la fuerte devaluación, el público siguió comprando dólares y los acreedores del gobierno dejaron de renovar sus créditos.

Ante esta situación el gobierno tomó medidas desesperadas como pagar en pesos los depósitos en dólares hechos por mexicanos en la banca nacional, para no enviar sus ahorros al extranjero; acto seguido se cerró la venta de dólares por cuatro días y, finalmente, el Presidente José López Portillo, sin tomar más consejo que el del licenciado Carlos Tello y el de su hijo "orgullo de mi nepotismo", decidió la estatización de la banca y el establecimiento del control de cambios. El Banco de México fue convertido en un organismo público descentralizado y para su dirección fue nombrado el licenciado Tello en lugar del licenciado Miguel Mancera, experimentado y hábil banquero central, que meses antes había demostrado irrebatiblemente que el control de cambios era nocivo e inaplicable en México.

La década de los setenta se caracterizó por políticas fiscales expansivas, inflación, endeudamiento interno y cuestiones negativas similares. Para 1976 la situación fue insostenible y la moneda se devaluó. Así, el acuerdo con el FMI fue pactado.