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(Ganador al Mejor Fanfic en los Nikitawards del Foro de la
Femme Nikita en Español 2003)
- ¡¡¡Tú le has matado!!!
- ¡¡¡Karl!!!
El disparo le dio de lleno en el corazón. Karl se
giró hacia Nikita y la miró con la sorpresa reflejada en la cara. A punto de
morir, no podía creer que ella le hubiese traicionado, que le hubiese llevado
hasta el límite, hasta el punto de matar a su propio hermano Simon…
Al verlo caer a sus pies, Nikita sintió el impulso
repentino de arrojarse a él y tomarlo en sus brazos. Tenía el corazón
confundido y completamente destrozado. Pero se mantuvo firme, miró a Michael
directamente a la cara y le ordenó:
- Bajad por ahí
En el camino de vuelta reinaba el silencio dentro de
la furgoneta negra de la Sección. Nikita se sentó en una esquina apartada, se
abrazó las rodillas contra el pecho y escondió la cabeza en su regazo. No
quería ver la cara arrepentida de Michael que no cesaba de mirarla. En sus ojos
había una pregunta que ella ya no quería responder.
La había manipulado.
Otra vez.
No le había importado que ella se jugara la vida
para salvarle de su depresión al perder a Adam. No había cambiado nada.
Absolutamente nada. Era como siempre pero mucho peor, porque ahora ella había
confiado en él. Ya no existían barreras entre su corazón y Michael. Ahora le
amaba abiertamente, en el convencimiento de que él, su amor, no volvería a
engañarla nunca más. En el estúpido convencimiento de que ahora eran, de
verdad, dos mitades de un solo ser… Sentía una bola de rabia abrasadora en la
garganta.
La bofetada que le había dado a Michael en el
despacho de Madeleine no había servido para calmar su furia, ni siquiera para
devolverle un poco de calma. Se moría por dentro. De dolor. De vergüenza. De
rabia. De amor.
Después había vuelto con Karl, la misión debía
continuar. Ahora ya entendía por qué se sentía tan enamorada de aquel asesino
sin escrúpulos. Su mente lo asociaba con Michael. Y su cuerpo respondía a la
proximidad de Karl como respondía a la de Michael…
- ¿Y ahora qué hacemos?
- Podríamos ir
de comprar por Internet o…
Allí estaba.
Karl la había mirado, sentado sobre la mesa y ella
había sentido aquella oleada de deseo que la envolvió dejándola temblorosa y
húmeda. Durante un pequeño instante tuvo el impulso de apartarse. Aquello no
era real. Eran los malditos DVD de Michael y Madeleine…Después recordó el
transmisor. Lo habían colocado para saber exactamente el momento en que Simon
se pondría en contacto con su hermano, todos los equipos estaban listos para el
ataque.
Y Michael estaba a la escucha.
Él había
participado en aquella farsa, dándole los DVD que la habían manipulado hasta
llevarla a entregarse a un asesino como Karl. Él había sido el maldito recadero
de la Sección. ¿Quería verla en los brazos de otro hombre? Bien, Si Michael
buscaba eso, ella le complacería. Sabía que a través del transmisor, él lo
estaría escuchando todo. Así que se entregó a fondo. Con rabia. Con despecho.
Con pasión. Con deseo. Aunque su mente sabía que aquello era una mentira, su
cuerpo ardía bajo las manos expertas de Karl, poco a poco se fue olvidado de
Michael, de la Sección. Se olvidó de todo lo que no fueran sus propias
sensaciones, y el cuerpo duro y caliente del hombre que la llevaba más allá de
la realidad. Karl se tendió sobre ella y la miró con los ojos llenos de
adoración, delicadamente le abrió las piernas, sin dejar de acariciarla,
susurrando palabras sin sentido, pero dulces y suaves. Nikita estaba ansiosa,
cuando lo sintió entrar en ella se sintió
tan amada, tan plena que no pudo evitar un pequeño grito. Karl se
detuvo, acarició su pelo de nuevo, besó sus ojos, sus mejillas.
- Lo siento. Te he lastimado…
- No…- ella le sonrió, tan tierno, tan dulce. Lo
deseaba de una forma dolorosa – No pares por favor – elevó sus caderas hacia
él, atrayéndolo, envolviéndolo, pegándose al hombre hasta sentir que estaba
completamente en su interior. Se sentía tan libre, tan salvaje que sintió ganas
de llorar. Gimió y gritó sin ningún control, hasta que los gemidos y las
palabras de Karl se mezclaron con los suyos. Cuando todo se calmó, él hizo
amago de rodar hacia un lado pero ella le retuvo sobre su cuerpo y estrechó el
abrazo de sus piernas alrededor de la cintura de él.
- ¿No peso demasiado? – preguntó él con una sonrisa.
- No pesas nada. No quiero volver a levantarme de
esta cama nunca más.
Karl puso una risa divertida directamente sobre los
labios de Nikita.
- Diremos a nuestros clientes que a partir de ahora
les recibiremos aquí, desnudos y abrazados – los dos estallaron en una risa
divertida – pediremos comida a domicilio y no saldremos de la cama nunca más,
hasta que seamos dos viejitos agotados, persiguiéndonos entre las sábanas como
niños ¿qué dice usted de eso, abuela?
Nikita se había reído en los brazos de Karl como una
niña pequeña. Jamás nadie la había amado como Karl. Aunque fuera una mentira.
Aunque tuviera que terminar. Hicieron el amor sin descanso durante horas, se
dormían, despertaban y volvían a amarse de nuevo. Ahora, dos días más tarde, en
la furgoneta de la Sección, con Karl muerto y Michael enfrente de ella, todavía
podía sentir el olor del hombre en su piel, las marcas sobre su cuerpo
recordándole cómo debe sentirse una mujer amada. Amada. La primera vez en su
vida que había sentido el amor de un hombre con toda su fuerza, con todo el
poder, había sido una mentira. Tóxicos en un DVD.
Recorrió los pasillos de la Sección como una
autómata. Escribió su informe. Lo envió. Actualizó su panel en la terminal
central. Lo conectó a su PDA. Cruzó frente a Walter sin verlo.
Ella no estaba allí.
Ella ya no estaba en ninguna parte.
Ella estaba muerta.
Cuando Michael se acercó a Birkoff, este le miró con
una sombra de reproche en los ojos.
- Birkoff, ¿dónde está Nikita?
- Se fue hace una hora
- ¿A casa?
- No sé
- ¿Qué te dijo?
- Nada. No me dijo nada. Ni a nadie. Sólo se fue,
nada más.
“No puedo odiarte. Ojalá pudiera. Si te odiara,
entonces podría defenderme de tus ataques. Podría revolverme contra ti y
devolverte golpe por golpe. Dolor por dolor. Pero no puedo hacerte daño. Lo
único que soy capaz de hacer contra ti es encajar tus ataques para minimizar el
dolor.
Ahora ya no tengo ganas de luchar. Espero que te
sientas bien contigo mismo, espero que
el saber que has hecho lo que tenías que hacer, te de la satisfacción que te
haga feliz, espero que el acero que cubre tu alma te proteja de cualquier mal
para siempre, espero que un día encuentres a alguien que sepa cuidarte, que te
enseñe a amar. Te amo. Te amo tanto que he perdido mi alma. He fracasado, amor
mío. No he sabido salvarte. Perdóname amor.
Vacía.
Estoy tan vacía.
Michael, mi amor, mi verdugo. Mi vida. Mi muerte.
Michael”
Se sirvió otra copa de vino, apoyó la espalda contra
la pared. Y miró hacia fuera. Hacia la terraza. Ahí estaba. En algún lugar de
aquella noche, en alguno de los puntos luminosos detrás de los que latían
millones de vidas. Ahí estaba. Y algo sonaba en su interior. Una voz triste,
una voz traicionada, una voz desgarrada, enamorada, vencida. Que hablaba de
ella.
No te quiero más, te lo juro
aunque no me creas, no te quiero
más
porque cada vez, cada desengaño
es más duro
porque estar contigo es como
vivir sin futuro.
porque me has vaciado cada
simple razón de amarte
porque has destruido cada gana
de acariciarte
porque ya está lista en tu boca
otra mentira
mientras tú me besas me preparo
a otra tortura.
No te quiero más
porque quererte es sólo una
locura
una estúpida inútil amargura
que cada día, dentro de mí,
empeora.
porque quererte es sólo un gran
castigo
no vale la pena sufrir contigo
por cada lágrima yo te maldigo.
No te quiero más, te lo juro
porque me has manchado cada
sentimiento más puro
porque me has quitado toda la
poesía de mis sueños
porque has apagado la más clara
estrella en mi cielo
porque tus palabras mortifican
cada sentido
porque tu silencio es un insulto
a lo que te pido
porque tu egoísmo es un
monumento a mis penas
No te quiero más
porque tú no mereces ser amado
¿de qué me sirve haberte amado
tanto?
Horas más tarde (¿días? el tiempo no importaba ya,
nada importaba demasiado…) varios golpes en la puerta interrumpieron la paz de su apartamento.
- ¿Puedo pasar?
- Madeleine. Claro, pasa.
Madeleine echó una mirada a su alrededor con media
sonrisa complacida.
- ¿Quieres un té?
- Si, por favor.
Nikita estaba extrañada. Madeleine sólo la miraba.
Cuando el té estuvo listo, ambas se sentaron y se observaron en silencio.
- Esto no ha cambiado mucho desde que yo vivía aquí.
- ¿Tú viviste aquí? ¿En este apartamento?
- Durante siete años.
- No lo sabía.
- No
consideramos necesario decírtelo - Madeleine esbozó una sonrisa. Esperó
unos instantes antes de seguir- He venido porque tengo una misión para ti. No
podíamos decírtelo en la Sección. Es una misión secreta. Nadie además de ti y
de mí, sabrá de ella. Michael te llamará mañana para preparar un perfil contra
Blue Sky. No acudas. Mandaremos a otra agente en tu lugar, con tu aspecto. Ella
será el anzuelo.
- No entiendo.
- Morirá. Es una misión suicida. Oversight no está
interesado en capturar a Blue Sky. Todavía no.
- Todos creerán que yo he muerto.
- Eso es.
- Pero ¿para qué? ¿por qué?
- Armel.
- Capturamos a su hijo y le hicimos creer que estaba
muerto. Me hice pasar por una médium para poder entrar en su casa y atraparle.
Creí que la Sección lo había matado.
- No fue así. De hecho lo reclutamos. Armel tiene
contactos que pueden servirnos en el futuro. Lamentablemente quien sí murió fue
su hijo. Un accidente en el simulador de operaciones. Su perfil psicológico
indica que te culpa a ti de la muerte de su hijo.
- ¿A mí?
- Si. En su mente fuiste tú quién le engañó jugando
con la supuesta muerte de su hijo. Si te ve morir, colaborará con nosotros. Nos
dirá todo lo que necesitamos saber. Después será anulado. Ya no nos sirve. Y tú
podrás volver.
- ¿A dónde iré mientras tanto?
- Aquí está todo lo que vas a necesitar. – Madeleine
le tendió un maletín oscuro de piel - Sigue mis instrucciones y asegúrate de
que nadie pueda rastrearte ni seguirte. Nadie ¿me has entendido? – Madeleine la
miró fijamente – es vital que todos piensen que estás muerta. No quiero errores.
Michael vio a Nikita cruzar la sala central y entrar
en sistemas. Sólo había pasado un día desde que terminara la misión de los
hermanos Karl y Simon, pero le parecía que entra Nikita y él se había abierto
un abismo de siglos. Se la quedó mirando esperando algo por su parte, un
reconocimiento, una mirada de odio, cualquier cosa que le hiciera ver que ella
había notado su presencia. Otras veces siempre había sido así: aunque ella
estuviera ofendida o incluso enojada con él, lo primero que hacía al entrar en
la Sección era buscarle con la mirada, un gesto tan suyo, instintivo, un gesto
que salía del centro del corazón de Nikita y que Michael necesitaba cada día
como el aire que respiraba. Saber que ella le buscaba de forma inconsciente,
saber que le necesitaba. Jamás en todos los años que habían pasado en la
sección, Nikita había entrado allí sin buscar antes a Michael con la mirada.
Jamás.
Hasta aquella tarde.
Ella estaba allí, con un halo extraño rodeándola,
como si no estuviera realmente allí, como si fuera otra persona. Michael sintió
frío en el corazón. Jamás la había sentido tan ajena. Nikita se pasó una mano
por el cabello para quitárselo de la cara, Michael recordó cuánto le gustaba
acariciar aquel pelo, suave, sedoso, con aquel olor a vainilla que Nikita
dejaba tras de sí. Y como un latigazo le llegó la visión de Karl sobre ella,
besando la cascada rubia extendida sobre la almohada como un abanico de pluma,
acariciándola, respondiendo al deseo ansioso de ella, a sus palabras
entrecortadas. Toda su sangre clamaba por aquella mujer que le estaban robando,
y saber que Nikita se entregaba a Karl a causa de aquellos DVD le hacía
sentirse al borde de la locura. Madeleine se había encargado personalmente de
que él supervisara todas las escuchas.
Todas.
Y cada vez que Nikita había regresado a la Sección,
Michael la miraba y escuchaba de nuevo las súplicas de ella para ser tomada,
rememoraba todas y cada una de las escenas terribles que había tenido que
supervisar. Sentía una furia abrasadora contra la sección, contra Nikita,
contra él mismo. Un deseo terrible de tomarla allí mismo, delante del mundo, de
marcarla. Para que todos supieran que Nikita era suya. De Michael. Que le
pertenecía. Que ningún otro hombre podía tocarla y no morir por ello.
Matar a Karl había sido mucho más que una misión.
Era personal.
Pero no había solucionado nada. Nikita y el resto
del equipo ya se dirigían a la salida donde les esperaba el furgón cuando
Operations apareció de repente detrás de Michael.
- Michael. Ha habido un cambio en el perfil. Estarás
en el puesto táctico.
- ¿No salgo al campo?
- No. Te necesitamos aquí
- Bien.
No entendió aquel súbito cambio de planes. Se volvió
hacia la puerta esperando encontrarse con la mirada de Nikita, pero ella ya
había salido. Por un momento le invadió un terrible sentimiento de soledad.
Ella siempre le esperaba al principio y al final de cada misión, incluso cuando
estaba ofendida con él, era otro de los gestos instintivos de Nikita hacia él.
Aquella mujer no parecía su Nikita. Esta vez la había perdido. La había perdido
del todo. Sintió el dolor como si fuera físico, una mano helada estrujándole el
corazón…
- Que los equipos del perímetro permanezcan a la
espera. Wallas, lleva a tu equipo hasta el punto de recogida; Nikita, busca la clave en la sala principal,
introdúcete en su terminal y saca la lista de los vendedores del U – 32
Michael permanecía de pie en el puesto táctico, con
los ojos fijos en el panel de video. A su lado Birkoff supervisaba la recepción
de datos que Nikita enviaba desde la terminal de la central de Blue Sky.
- Birkoff ¿lo recibes?
- Nikita. Ya lo tenemos. Tienes 30 segundos antes de
que estallen las cargas. Sal de ahí y reúnete con el equipo de Wallas.
Casi inmediatamente se oyó la voz de Nikita a través
del transmisor. En su tono había un apunte de pánico sostenido:
- Birkoff ¿me oyes? Estoy atrapada. Repito: estoy
atrapada. Reactiva la apertura del laboratorio.
- No puede ser – Birkoff tecleó rápidamente en su
terminal – la salida está abierta Nikita, justo delante de ti. Tienes que ser
capaz de verla. La tienes delante.
- Está cerrada. Birkoff. Está cerrada. Manda a
Wallas, necesito ayuda – ahora el pánico era fácilmente reconocible en la voz
que pretendía sonar controlada. Michael se tensó, aquello estaba saliendo mal,
Nikita hubiera debido estar fuera para entonces. El contador seguía corriendo,
todavía tenían algunos segundos. Michael tomó la palabra.
- Wallas: ¿me oyes? rodea el laboratorio, acércate a
Nikita por la salida B y sácala de allí.
- Necesito cobertura durante 3 segundos más, voy a…
La voz de Wallas quedó tapada por un terrible
estruendo que resonó en todo el puesto táctico.
- Wallas, ¿qué pasa?
- …
- Wallas, responde ¿qué está pasando?
- Las cargas han estallado…Nikita ha muerto.
- No puede ser, todavía quedaban más de 10 segundos
– Birkoff se giró hacia Michael con los ojos muy abiertos, Michael estaba de
pie detrás de él como una estatua de mármol. - ¿Michael? - Birkoff esperó una orden de Michael que no
llegó, se giró sobre su terminal y sólo dijo una palabra– Volved.
La verdadera Nikita había conducido durante horas
siguiendo su propio instinto. En las instrucciones de Madeleine había un
alojamiento al que podía acudir para desaparecer un tiempo, pero prefirió hacer
las cosas a su manera. Tenía una idea muy clara de lo que estaba buscando y
cuando se bajó del coche, muchas horas más tarde, se quedó admirada. Era tal y
como la recordaba. Había descubierto aquella casa en un reconocimiento aéreo
hacía varios meses. Era una construcción de madera oscura, con tejado bajo,
justo a orillas del lago. Tenía su propio embarcadero y hasta un pequeño
barquito amarrado allí. Y lo más hermoso de todo, un mirador precioso que
ocupaba toda la longitud de la casa y daba directamente sobre el agua del lago.
Encontrar al propietario le había llevado poco tiempo, era una mujer de mediana
edad que vivía en Roma y no estaba interesada en aquella pequeña casita.
- Nunca he querido venderla porque mi marido y yo
pasamos hermosos momentos allí – le confesó a Nikita, dándole las llaves – pero
cuando murió, volví a Roma con mis hijos. Hace muchos años de aquello y ya no
quiero volver aquí. Demasiada tranquilidad – dijo con una sonrisa – está lejos
de todo, no hay vecinos, no hay gente alrededor…
- Es perfecta – le contestó Nikita sonriendo – justo
lo que estoy buscando.
Ahora estaba allí, metió el todo terreno en el
garaje, subió sus pertenencias a la habitación principal y encendió la chimenea
de la sala central. Tenía provisiones suficientes para varios meses pero de
todas formas se acercaría al pueblo a comprar mañana. Se sirvió una copa de
vino y salió con ella al mirador. Estaba anocheciendo y el sol se escondía al
final del lago, olía a pino, a eucaliptos, olía a primavera y a libertad. Del
hilo musical salía la voz de Jewel suave como una caricia. Sin darse cuenta
estaba sonriendo. Por primera vez en muchos meses, se sentía en paz.
No fue hasta mucho más tarde, ya en la cama,
arropada debajo del enorme edredón nórdico de color blanco, cuando de repente
le vino a la mente la imagen de Michael. Después de la pérdida de Adam, las
cosas habían cambiado entre ellos. Dormían juntos a menudo. A veces, sin previo
aviso, Michael aparecía en su casa después de una misión, se deslizaba como una
sombra por el apartamento de ella y se
acercaba a la cama. Ella sentía la ropa de él caer al suelo en la oscuridad y
casi al momento lo tenía a su lado. Nunca se acercaba a ella, permanecía a la
espera, sin tocarla, como un enorme gato agazapado. Ella podía escuchar su
respiración silenciosa, lenta, llena de poder contenido. Sin abrir los ojos, alargaba una mano para
tocarlo, se deslizaba perezosa hasta él y se estrechaba contra su cuerpo duro y
tenso. Él la giraba de forma que la espalda de ella quedara pegada a su pecho,
la rodeaba con los brazos y besaba su nuca con suavidad, para no despertarla
del todo. Sus manos grandes recorrían el cuerpo de Nikita de arriba a abajo, en una caricia continua.
Y poco a poco Nikita sentía como los músculos de Michael
se iban relajando. De las misiones. De la Sección. De la presencia continua de
la muerte sobre sus hombros. Su cuerpo y el de ella sabían respirar juntos,
hasta convertirse en un solo ser. Ella se dormía envuelta en él, con la mente
llena de su olor y su tacto.
A veces, al despertar, él todavía seguía allí.
Ella lo sentía antes de abrir los ojos y el corazón
le saltaba en el pecho. Alargaba el momento, saboreando de antemano la
deliciosa sensación de mirar a Michael mientras dormía. Sin moverse, casi sin
respirar para no alterar el sueño del hombre, permanecía tumbada a su lado,
consciente de cada parte de su cuerpo que estaba en contacto con él. Parecía
muy joven, con el pelo revuelto, sin embargo conservaba un halo vigilante
alrededor. Como si una parte de él nunca durmiera, como si hubiera un Michael
al acecho, despierto y desconfiado.
Protegiéndolos a los dos.
Sabía que si hacía el más pequeño movimiento, si
cambiaba el ritmo de su respiración, entonces Michael abriría los ojos al
momento. Por eso permanecía quieta, hablándole con el corazón, diciéndole todas
aquellas cosas que jamás se decían con palabras, ni siquiera en el momento de
pasión más intensa.
“Te quiero amor, te quiero. Desearía abrazarte y
acunarte en mis brazos como si fueras un niño, para protegerte de ellos. Para
protegerte de ti. Ojalá supiera todos tus secretos. Ojalá pudiera encontrar la
clave de tu libertad y regalártela
envuelta en mí. Ojalá supieras cómo me duele el corazón cuando te alejas
de mí. Daría mi vida por verte sonreír, sólo porque una sola vez me dijeras que
me amas…”
Al final Michael abría los ojos y la miraba
fijamente, con los ojos llenos de misterio.
- Hola.
- Hola.
Un “hola “suave, un poco ronco. Un “hola” de
reconocimiento.
Él la acariciaba casi sin tocarla. Y ella sentía
como se despertaba su hambre por él. Se tocaban con avidez, acompasaban la
velocidad de su deseo sin palabras. Michael Samuelle hacía el amor como un
enorme jaguar negro. Oscuro. La acorralaba, la cercaba, la ponía en sus manos,
la cubría con su cuerpo.
Fuego.
Toda la actitud contenida de su vida en la Sección
se desbordaba con furia sobre su cuerpo. Ella no tenía ninguna oportunidad.
Sólo deseaba ser dominaba por aquel ser salvaje que asomaba por las ventanas
verdes de los ojos de Michael. Aquel ser que sólo se dejaba ver cuando el
cuerpo de ella se rendía y se abría al
hombre. Sin condiciones. Y ella sabía que su cuerpo no era nada más que el
territorio que aquel jaguar marcaba como propio.
Lo sabía y lo deseaba.
Bella, tu cintura la hizo mi
brazo como un río
cuando pasó mil años por tu
dulce cuerpo.
Bella, mi bella,
tu voz, tu piel, tus uñas
bella, mi bella,
tu ser, tu luz, tu sombra,
bella, todo eso es mío, bella
todo eso es mío, mía
cuando andas o reposas,
cuando cantas o duermes,
cuando sufres o sueñas,
siempre,
cuando estás cerca o lejos,
siempre,
eres mía, mi bella,
siempre.
Ahora, tumbada en aquella enorme cama, escuchando el
canto del lago en la noche, la soledad era dolorosa. Alargó la mano para tocar
el vacío y darle una razón a su cuerpo para callar. Para dejar de clamar por su
dueño. ¿Cómo podía explicarle ella a su cuerpo que aquel hombre no era su dueño
nunca más? Que la había traicionado. Que la había entregado a otro hombre.
Michael no quería ser su dueño.
Michael sólo era su verdugo.
Entonces abrió las puertas de su alma.
Y lloró.
Lloró por ella, por su cuerpo dolorido que se negaba
a aceptar la realidad. Lloró por su corazón destrozado. Por todas las
traiciones. Por las mentiras. Lloró por su condena y su pecado eterno. Lloró
por aquel hombre que era el demonio. Lloró porque tenía que odiarlo.
Lloró porque lo amaba.
¿Por qué una mujer ama a un hombre que la hiere y la
golpea con cada gesto? ¿Por qué el corazón de una mujer jamás atiende a razones
y se empeña en entregarse al dueño equivocado una y otra vez? Por qué, por qué, por qué…
Escóndeme en tus brazos por esta
noche sola
mientras la lluvia rompe contra
el mar y la tierra
su boca innumerable.
Con tu frente en mi frente, con
tu boca en mi boca
atados nuestros cuerpos al amor
que nos quema, deja que el viento pase, sin que pueda llevarme…
Walter estaba en armamento cuando Birkoff puso
delante de él un silenciador de onda que había sido interferido en la última
misión de Buenos Aires.
- Límpialo, el jefe lo quiere listo para la misión
de Berlín en dos días.
Walter lo cogió sin levantar la mirada y entró con
él cerrando la verja tras de sí. No se miraron a la cara. Apenas hablaron.
Desde la muerte de Nikita, había un velo oscuro que cubría toda la Sección y
las almas de aquellos que la habían conocido. Cuando Nikita murió, el último
reducto de humanidad se había ido con ella. La Sección volvía a ser una máquina
de matar perfectamente sincronizada.
Michael estaba sentado en su despacho. En su
portátil pasaba las cintas de la última misión de Nikita una y otra vez. Las
cargas habían estallado seis segundos antes de lo previsto.
Seis segundos
La diferencia entre la vida y la muerte.
Entre su vida y su muerte
Madeleine había repasado las cintas con él tan
pronto como los supervivientes de la misión volvieron a la Sección. La
detonación había sido defectuosa. Madeleine pulsó el transmisor a la derecha de
su mesa y habló en tono neutro.
- El responsable de armamento de la misión Sky Blue,
Seaver, está informando en el nivel 2. Que envíen dos agentes para eliminarlo.
Después se volvió a Michael.
- Es todo. No hace falta que te recuerde que la
Sección sigue esperando el máximo de ti. En ningún caso se tolerará la
inaceptable actitud que mostraste al separarte de tu hijo. – suavizando su tono
añadió - Nikita era una agente
excelente. Su muerte es una gran pérdida para la Sección.
- ¿Es todo?
- Puedes irte.
No se había ido. Se había quedado en su despacho con
aquellas malditas cintas, visionándolas una y otra vez durante horas. Su mente
estaba bloqueada, pero sabía que más pronto o más tarde, la muerte de Nikita se
abriría paso dentro de él como la hoja de un cuchillo, desgarrando hasta la
última fibra de su ser.
Sabía que el golpe sería tan fuerte que lo mataría.
Cuanto te habrá dolido
acostumbrarte a mí,
a mi alma sola y salvaje
a mi nombre que todos ahuyentan
Pero ahora tenía que encontrar al culpable de
aquello. Seaver era el responsable de armamento, sí. Pero no era el culpable.
Lo supo en cuanto escuchó la detonación.
No se iría a ninguna parte hasta que aquel asunto
quedara completamente cerrado.
En ningún momento pensó en Nikita. Sabía que si lo
hacía estaba perdido.
Pulsó Review.
Pulsó play
Fijó los ojos
en la pantalla.
Una mirada helada.
Una mirada vacía.
La misma cinta que Michael miraba una y otra vez
pasaba ante los ojos de Armel en un despacho del nivel 6.
- No puedo creer que la hayas sacrificado a sangre
fría. Siempre pensé que valorabas mucho tu material, Madeleine, nunca dejarás
de sorprenderme.
- Está muerta – Madeleine avanzó un paso detrás de
él y añadió – ahora no perdamos más tiempo y dinos lo que necesitamos saber.
- Bien, así son los negocios. Ese era el trato
¿verdad? Tú matas a Nikita, yo te doy el nombre de mis contactos…
Dos horas más tarde Madeleine salía del despacho.
Armel estaba sentado en el mismo sillón de cuero con la mirada fija en la
pantalla de video. A sus pies, una enorme mancha roja se extendía lentamente
sobre la moqueta blanca.
Nikita le dirigió una sonrisa luminosa al
dependiente de la pequeña tienda que la miraba embobado.
- Déjeme que le ayude a poner sus bolsas en el
coche, señorita.
Ambos salieron, el joven con los brazos llenos de
bolsas de papel, cargadas hasta los topes, tambaleándose por el peso. Nikita
detrás de él, observando divertida los esfuerzos del dependiente para no caerse
de bruces al suelo. Metieron todas las bolsas en el maletero y Nikita se giró
con la mano extendida hacia el sudoroso galán.
- Eres muy amable. Me llamo Nikita.
- Yo…yo…me llamo
Roberto…pero puede llamarme Bob - añadió con una sonrisa tímida – todo
el mundo por aquí lo hace. Este es un pueblo muy pequeño, casi nunca vienen
extranjeros – y añadió - si necesita
cualquier cosa, dígamelo. Me gustará mucho ayudarla.
- Lo haré – le sonrió de nuevo – gracias Bob.
Cuando llegó a casa, bajó todas las bolsas del coche
y las guardó en la cocina. Por la ventana se veía el agua del lago como un
cristal reflejando la luz del sol. Empezó a cortar las verduras mientras
silbaba una de las canciones que sonaban desde la sala. Fue entonces cuando
escuchó un sonido apagado justo debajo de la ventana.
De repente se oscureció el día.
Todos sus músculos se pusieron alerta.
Se alejó lentamente y alargó una mano para coger la
pistola que guardaba en el armario a su derecha. Luego se aproximó a la ventana. Las manos apretando el arma,
pegadas a la cara. Se apoyó en el quicio de madera, deslizó los pies al otro
lado de la ventana, y con un movimiento rápido, dirigió el arma delante de su
cara, hacia abajo.
Lo que vio la dejó con la boca abierta.
A los pies de la ventana, sobre la terraza que
rodeaba toda la casa, había un labrador de color marrón. Era poco más que un
cachorro, temblaba acurrucado contra la madera, como si quisiera desaparecer
fundido con el suelo y miraba fijamente el arma que Nikita sostenía entre sus
manos con unos ojos pardos líquidos y enormes. Llenos de miedo.
Nikita bajó el arma sin salir de su asombro y se
acuclilló lentamente delante del cachorro que no paraba de temblar. Estaba muy
sucio. Las costillas se marcaban bajo su piel, y tenía heridas punzantes
alrededor del cuello. Algunas todavía sangraban. Eran las marcas de un collar
de castigo.
Nikita habló con suavidad, mientras extendía una
mano hacia la nariz del animal muy lentamente. Sabía que un animal herido podía
ser muy peligroso.
- Hola
pequeñín… ¿de donde sales tú?...no tengas miedo cariño…ven, déjame que te
toque…acércate…buen perro…buen perro…no tengas miedo cosa bonita…tranquilo…buen
perro…tranquilo bonito tranquilo…
Pasó una eternidad hasta que colocó sus manos justo
delante del hocico del animal, dejando que la oliera, que se familiarizara con
ella. Y lentamente el cachorro dejó de temblar bajo las caricias de Nikita. Se
plegó contra el suelo y se fue arrastrando
hacia ella, muy despacio, todavía con el recelo asomando en sus enormes
ojos pardos.
Ella lo cogió en brazos y siguió acariciándole y
hablándole suavecito. A la vez, sus manos expertas palpaban el cuerpo del
animal: estaba magullado pero no tenía nada roto, algunas heridas superficiales
y mucho miedo. “Y probablemente hambre” pensó.
- ¿tienes hambre cariño?
Al oír su voz, el cachorro levantó la mirada y clavó
sus ojos en ella. Nikita se levantó con el cachorro en brazos y entró de nuevo
en la casa. Preparó un cuenco de yogurt y lo puso en el suelo. El cachorro
pareció dudar, miró el cuenco, miró a Nikita, miró al cuenco de nuevo, se
acercó despacito, olfateó el yogurt y metió el hocico dentro hasta los ojos.
Comió hasta que no quedó nada, casi sin respirar, luego levantó el hocico y
miró a Nikita con la nariz blanca de yogurt como pidiendo más.
Ella no podía parar de reírse – No, basta, si comes
más te pondrás enfermo, déjame que te mire esas heridas.
Cuando la Luna salió de nuevo por encima del lago,
miró por la ventana de la cabaña y se encontró un cuadro idílico: una mujer
rubia sentada delante de la chimenea encendida, con la cabeza inclinada sobre
un cachorro de terciopelo que dormitaba boca arriba en el colmo de la
felicidad.
Para mi corazón basta tu pecho
para tu libertad bastan mis alas,
desde mi boca llegará hasta el cielo
lo que estaba dormido sobre tu alma
- Tenemos que buscarte un nombre – susurró ella –
Una vez tuve una amiga que tenía un hermoso perro. Igual que tú. Se llamaba
Puck, como el duende de Shakespeare. ¿Te gusta ese nombre?...
Sonaron dos golpes tímidos en la puerta y la cabeza
de Birkoff asomó apenas por el hueco de la puerta del despacho. Michael ni tan
siquiera levantó la mirada del ordenador.
- Vete.
- Michael, deberías ver…
- Vete.
Michael llevaba casi dos semanas cerrado allí, no
había salido de la Sección ni un minuto. Todas sus misiones habían sido
transferidas a otros agentes. Cuando levantó la vista y clavó sus ojos en
Birkoff, este dio un involuntario paso atrás.
Historias que contarte a la
orilla del crepúsculo
muñeca triste y dulce, para que
no estuvieras triste.
Yo que viví en un puerto desde
donde te amaba
la soledad cruzada de sueño y de
silencio.
Acorralado entre el mar y la
tristeza.
Callado, delirante, entre dos
gondoleros inmóviles…
Los ojos de Michael tenían un brillo diabólico,
surcados por profundas ojeras y una palidez extrema que hacía que el color
verde luciera como si tuviera vida propia. Birkoff sintió un pánico irracional.
Desde la muerte de Nikita, Michael se había convertido en una sombra, en un ser
sobre humano. En la Sección se murmuraba que se había vuelto loco.
- Tienes que ver esto.
Birkoff avanzó. Dejó un DVD sobre la mesa de Michael
y salió rápidamente de aquel infierno.
Era noche cerrada cuando Michael volvió a mirar el
disco que estaba sobre la mesa. La sección estaba casi desierta. El silencio
casi podía cortarse.
Cogió el DVD de forma mecánica, con la mirada
perdida más allá de la persiana bajada de su inmenso infierno personal.
Lo introdujo en el portátil.
El disco siseó
rodando dentro del computador.
Un despacho de la sala 6 ocupó la pantalla del
ordenador de Michael Samuelle.
Michael seguía mirando al infinito, sopesando
posibilidades. Luchando contra la realidad que cada vez resultaba más duro
mantener alejada de su mente.
Vendrás conmigo,
en esa hora te espero,
en esa hora y en todas las
horas,
en todas las horas te espero.
Un despacho con asientos de cuero y moqueta blanca.
Dile a la soledad que hable
conmigo,
porque yo debí marcharme,
porque soy un soldado,
y que allí donde estoy,
bajo la lluvia o bajo el fuego,
amor mío, te espero
El acero se rompía. Las grietas imparables luchaban
por avanzar y ganaban la batalla contra el hielo.
Y sabré acariciar las nuevas
flores,
porque tú me enseñaste la
ternura.
Y entonces la voz de Madeleine cortó el silencio y
salió de aquella máquina que nadie miraba.:
“- No puedo creer que la hayas sacrificado a sangre
fría. Siempre pensé que valorabas mucho tu material, Madeleine, nunca dejarás
de sorprenderme.
- Está muerta , ahora no perdamos más tiempo y dinos
lo que necesitamos saber.
- Bien, así son los negocios. Ese era el trato
¿verdad? Tú matas a Nikita, yo te doy el nombre de mis contactos…”
Nikita supo que Bob había llegado con el encargo de
la compra en cuanto oyó los ladridos de Puck por la ventana. Se asomó a la
puerta al tiempo que el perro se lanzaba de cabeza contra la camioneta azul del
encargado de la tienda. A eso le siguieron diez minutos de ladridos histéricos,
lametones, y saltos hasta que Puck se dio por satisfecho y se quedó sentado,
con la cabeza ladeada y la lengua fuera, feliz de recibir tantas atenciones. En
el mes que llevaba viviendo con Nikita, Puck se había recuperado casi del todo
de sus heridas. Se estaba convirtiendo en un perrazo enorme y feliz.
Y tenía un idilio con Bob. Ambos se entendían a la
perfección.
Después de dejar todas las bolsas de la compra
dentro de la casa, Nikita y Bob se sentaron en las escaleras del embarcadero
con un par de tazas de café. Hablaron durante un buen rato, mientras Puck se
dedicaba a saltar de la barca a la pasarela y ponerles perdidos de agua al
sacudirse. A Nikita le gustaba la compañía de Bob, le había contado que era
economista y que estaba tomándose un tiempo para decidir qué quería hacer con
su vida. Bob tenía dieciséis años, había nacido en el pueblo y nunca había
salido de allí. Escuchaba con la boca abierta a Nikita hablar de Nueva York y
París, de sus viajes y de todas las cosas que había visto en todos aquellos
lugares tan lejanos. Nikita disfrutaba viéndole soñar. En el fondo de su
corazón esperaba que nunca tuviera que conocer la parte más oscura y tenebrosa
del mundo.
La parte en la que ella vivía condenada de por vida.
Le extrañaba que Madeleine no se hubiera puesto
todavía en contacto con ella. La misión con Armel debería estar resultando más
complicada de lo que se pensaba en principio. Varias veces había estado tentada
de ponerse en contacto con la Sección, pero sabía que allí todos la creían
muerta y que podía estropear la misión si daba un solo paso en falso.
Muerta.
Michael. ¿Cómo habría reaccionado Michael al creerla
muerta? A pesar de que se obligaba a sí
misma a no pensar en él, cada vez que la Luna volvía a besar el cristal del
lago, volvía a su mente. Recuerdos agridulces. Los primeros días no dejaba de
torturarse con la misión de Karl y Simon, con que él la hubiera empujado a los
brazos de otro hombre manipulándola de nuevo.
Con el paso de los días, la rabia se estaba
diluyendo. Las noches vacías oyendo el canto del lago, con Puck tumbado a los
pies de la cama, se llenaban de palabras recordadas, del olor de Michael entre
las sábanas, del tacto de sus brazos en la cintura de ella, dormido contra su espalda.
Cuando te digan “ese hombre no
te quiere”,
recuerda que mis pies están
solos en esta noche,
y buscan los dulces y pequeños
pies que adoro.
Amor, cuando te digan que te
olvidé,
y aún cuando sea yo quien te lo
diga,
no me creas.
Era aquella
Luna, aquella maldita Luna que salía sobre el lago, creciendo, enorme,
menguando, aquella Luna que magnetizaba el aire y le traía recuerdos del
pasado. ¿Qué sentido tenía alejarse de Michael si cada minuto lejos de él era
una agonía terrible? ¿Y como quedarse a su lado sabiendo que la traición
estaría esperando detrás de la siguiente vuelta, y que la golpearía sin piedad
de nuevo?
¿Cómo amarle?
¿Cómo dejar de amarle?
Michael entró en el avión privado escoltado por
cuatro hombres bien armados. El que estaba justo de tras de él le soltó la
venda que cubría sus ojos y le indicó un sillón de cuero dónde sentarse. El
avión alzó el vuelo y quince minutos más tarde la puerta de la cabina se abrió.
George se sentó delante de Michael y le miró fijamente preguntándose qué podía
impulsar a un hombre como aquel a saltarse todas las medidas de seguridad de
Oversight hasta encontrarle y concertar una cita secreta.
Michael
mantuvo su mirada impasible. Sabía perfectamente lo que George estaba pensando
y no quería darle la más mínima pista de sus razones.
- Michael.
- George.
- Confieso que me sorprende un poco todo esto. Estoy
impresionado por tu habilidad para encontrarnos, supongo que tendrás un buen
motivo para ello.
- Lo tengo. Tengo algo que usted debería saber. Pero
quiero algo a cambio.
- Lo imaginaba. Te escucho.
- Adriana ha muerto. Intentó destruir la Sección
usando a una agente de dentro – George no pudo ver el imperceptible cambio en
el color de los ojos de Michael al recordarla de nuevo – Operations y Madeleine
la descubrieron y la capturaron. – puso un DVD sobre la mesa – aquí está toda
la información: archivos, mensajes cifrados, comunicaciones, estrategias. Todo.
George no apartó sus ojos de Michael ni un instante.
En su interior se abría un volcán de furia y muerte que no podía salir a la
superficie.
Pero Michael lo vio. Y lo reconoció. La muerte en
los ojos del hombre que acaba de perder para siempre a la mujer que ama. Y que
hará o que sea para vengarla. Una marca
que ahora tenían los dos.
Frente a frente.
Impasibles.
Muertos.
- A cambio
quiero mi libertad. Quiero que se borre mi paso por la Sección como si nunca
hubiera sucedido.
- Nikita era un buen agente.
Michael no se sorprendió. Sabía que a George no se le pasaría por alto la
relación entre la muerte de Nikita y la confesión sobre la muerte de Adriana.
Tampoco dejaría pasar la oportunidad de eliminar a Operations y Madeleine.
Mantuvo firme la mirada de George. Durante largo rato se hablaron sin palabras.
- Nunca te pondrás en contacto con la Sección ni
usarás sus recursos. No eres un desconocido para la mayoría de los terroristas
más importantes del mundo. Si sales de la Sección estás completamente solo. Si
en algún momento supones un problema para nosotros te eliminaremos.
- Una última cosa.
- ¿Si?
- Quiero encargarme personalmente de eliminar a
Madeleine. Después desapareceré.
- Lo harás de tal forma que parezca que los dos han
sido eliminados por Red Cell. Los tres – rectificó – Operations y Madeleine. Y
tú. No quiero cabos sueltos.
- No los habrá.
Una semana más tarde se encontraron los cuerpos
calcinados de tres personas en un pabellón abandonado al sur de Londres. Los
análisis de ADN realizados por los expertos de Center no dieron lugar a dudas. Madeleine y Operations de la Sección 1
correspondían a dos de los cadáveres. El tercer cadáver era de Michael
Samuelle, operativo nivel 5 de la Sección 1. Fue posible gracias a la oportuna
ayuda de una mano invisible en los archivos del laboratorio. Center no
investigó el caso con demasiada profundidad. El poder que ostentaban los dos
mandatarios de la Sección 1 empezaba a resultar preocupante y peligroso para
los intereses de Oversight. De hecho su desaparición había sido de lo más
oportuna.
Nikita balanceó los pies sentada en el embarcadero
con Puck a su lado. Había pasado un ciclo lunar completo desde su llegada a la
cabaña. La Luna llena, enorme, azul, estaba de nuevo allí, delante de ella.
Las mismas preguntas.
Ninguna respuesta.
Amor mío, es de noche
El agua negra, el mundo dormido,
me rodean,
Vendrá luego la aurora, y yo
mientras tanto te escribo
para decirte “te amo”
para decirte “te amo”, cuida,
limpia, levanta, defiende nuestro
amor, alma mía.
El corazón le latía nervioso, tenía un nudo debajo
del pecho, como una cuerda apretada, oscura.
Algo no iba bien.
Madeleine no llamaba.
Michael pensaba que ella había muerto.
Algo no iba bien.
Algo no iba bien.
No.
Se levantó de un golpe y entró de nuevo en la casa.
Tecleó en su portátil la clave de acceso a los perfiles de la Sección 1 e
inmediatamente se dio cuenta de que algo no iba bien. Sección 1 estaba siendo
controlada directamente por Center. Pero ¿por qué?. Con su clave no tenía
acceso a esa información, lo intentó de nuevo con la clave de Michael. Sabía
que si se detectaba que había efectuado una entrada exterior con la clave de un
operativo superior la cancelarían automáticamente. Pero no le importó. El
corazón empezó a latirle a más velocidad. Ahora la sensación era más fuerte.
Más aguda. Sabía que algo estaba pasando. Algo terrible.
El alto mando de la Sección 1 había desaparecido.
Buscó la información desviando los canales auxiliares de la conexión al
ordenador central de Birkoff y agradeció mentalmente que su amigo se hubiera
tomado tantas molestias en enseñarle lo que debía saber de ordenadores y
también lo que nunca hubiera debido saber.
Lo tenía.
El informe de Oversight a Center informando del
hallazgo de los cadáveres de Londres. Leyó rápidamente volando sobre las
líneas.
Madeleine.
Paul Wolf – operations de Sección 1
Al deslizar el cursor hacia abajo descubrió aquel
nombre como si hubiera estado escrito en letras de sangre sobre una pared
blanca.
La identificación oficial del tercer cadáver.
Michael Samuelle.
Adiós, pero conmigo serás
irás adentro de una gota de
sangre que circule en mis venas
o fuera, beso que me abrasa el
rostro
o cinturón de fuego en mi
cintura.
Michael apagó el portátil y lo cerró lentamente.
Borrado. De su paso por el infierno no quedaba nada.
Era libre.
Después de más de una década entre las garras de la
Sección era libre.
Jamás había sido tan libre como ahora.
Y jamás se había sentido tan desesperado.
Ahora que la venganza estaba terminada. Ahora que
los culpables habían desaparecido, el peso de la muerte de Nikita le golpeó el
pecho como una bofetada de fuego. Nikita. Su Nikita.
Se deslizó lentamente, con la espalda contra la
pared, hasta quedar de rodillas en el suelo, con la mirada fija frente a él. La
recordó una mañana, después de la desaparición de Elena y Adam. Él había
llegado a casa de Nikita de madrugada.
Ella estaba dormida.
Se había despojado de la ropa lentamente y se había
deslizado en la cama. A su lado. El pelo rubio formaba una cascada sobre la
almohada, Nikita tenía los labios entreabiertos, recordaba aquella imagen como
si fuera una fotografía. Parecía una niña pequeña. Las sábanas se habían
deslizado hacia abajo y Michael vio que ella llevaba puesta una camiseta azul
de él. No sabía que Nikita tenía aquella camiseta. Sonrió al verla. Le gustaba
que hiciera eso. Le hacía sentir que ella era suya. Sólo suya.
Hermosa.
Tan hermosa que cortaba la respiración mirarla.
Cuerpo de mujer
mi sed, mi ansia sin límite, mi
camino indeciso
oscuros cauces donde la sed
eterna sigue,
y la fatiga sigue, y el dolor
infinito.
No se cansaba de recorrerla con los ojos, se llenaba
de su olor, sentía su respiración, todos sus sentidos se colmaban de ella.
Y supo que ella era su razón de vivir. Había amado a
Simone. Con el tiempo también había aprendido a querer a la dulce Elena.
Pero Nikita era suya.
Era parte de él. Nikita era su piel y su sangre. Su
alma. Su corazón. El motor que impulsaba sus latidos cada minuto de cada
maldito día en el infierno de la Sección.
Ámame compañera. No me
abandones. Sígueme.
Sígueme compañera, en esa ola de
angustia.
Michael sintió un cambio en la respiración de ella.
Le había intuído. Ella también lo sentía. Y saber eso le calentaba el corazón.
Estaba medio inclinado, apoyado en un codo, para poder mirarla bien, para
grabarse sus rasgos en la mente una y mil veces. Moriría en los brazos de
aquella mujer.
De repente Nikita se movió, se estiró, pasó sus
brazos alrededor de la cintura de Michael y revolvió la cabeza contra su pecho
como una niña pequeña, acomodándose contra él.
Michael no se movió.
Sentía las piernas de Nikita entre las suyas, sus
pechos suaves y firmes apretados contra él, el pelo largo y alborotado acariciándole.
Estaba dormida. Se fue recostando lentamente con Nikita agarrada a él. Puso sus
brazos alrededor de ella y escondió la cara en la mata de su cabello rubio.
Aspiró profundamente su aroma.
El olor de ella.
El olor de la vida.
Gimió como un lobo herido. Una punzada de dolor le
atravesó el cuerpo y le hizo encogerse sobre sí mismo.
Muerta.
Ella esta muerta. Su vida. No había sabido proteger
a su niña de hermosos ojos azules, de piel suave y sonrisa luminosa. Su
pequeña. Su amor.
El dolor le golpeó son saña. El aliento le quemaba
la garganta. Hubiera deseado poder llorar. Los muertos no lloran. Respirar si
ella no estaba era la condena eterna. Más dolor.
Locura.
Dolor.
- Bob, necesito que te quedes con Puck un tiempo.
Bob la miró asustado. Algo había sucedido aquella
noche en la casa del embarcadero. Algo que se había llevado la vida de los ojos
de aquella mujer.
Seguía siendo hermosa.
Pero ahora estaba vacía.
- ¿volverás?
- No se. ¿cuidarás de Puck?
- sabes que lo haré.
- Adiós Bob.- a Bob se le paró el corazón. Aquel
“adiós” era una despedida para siempre.
- Adiós Nikita.
Nikita condujo durante horas. Apenas llevaba
equipaje. Allí donde iba no le hacía ninguna falta. Al principio no había
podido pensar. El dolor era tan terrible que era incapaz de hacer nada más que
sufrir. Cuando tocó fondo, la solución llegó a su mente tan clara como un
relámpago en la noche. Tan clara como la Luna del lago.
Volver allí.
Y al tomar su decisión, se dio cuenta de que el peso
del corazón había desaparecido.
Ya no dolía.
Si hubiera sentido algo, probablemente se habría
sentido feliz. Pero se movía por inercia, como si anduviera dentro de una nube,
con los ojos tapados por la bruma y la sensación de caer al vacío en el próximo
paso.
Michael dejó el coche lejos de la cabaña. No quería
que nada contaminara aquel lugar en que ella había estado. Llevaba jeans, botas
de monte y cazadora de cuero.
Acarició distraídamente el cañón del arma bajo la
cazadora.
Empujó lentamente la puerta de la cabaña y entró.
El recuerdo de Nikita le acarició como una brisa
suave en verano. Subió lentamente las escaleras, pasando la punta de los dedos
por todos los objetos que recordaba que ella había tocado cuando estuvieron
allí.
- Me voy contigo, Nik – susurró.
Puso una rodilla sobre la cama y pasó la mano sobre
ella. Una sonrisa suave, misteriosa, aleteó sobre sus labios recordando lo que
había pasado allí. Se tumbó y aspiró cuidadosamente. No olía a ella.
Pero ya no importaba. Nikita era suya.
Si no podía tenerla en vida, la buscaría en la
muerte.
Pero la tendría.
Nikita se acercó a la casa como si entrara en un
lugar santo. Aquella cabaña sabía a Michael, tenía su esencia salvaje, su
sencillez. Aquella cabaña era un reflejo del alma de aquel hombre, por eso le
había gustado en cuanto la vio. Aquel era el lugar perfecto para reunirse con
él. Se paró delante de la puerta y apoyó las manos en ella, el tacto de la
madera la reconfortó después de tantos años cruzando frías puertas metálicas. Se
quitó las botas y entró silenciosa y lentamente. Estaba en casa. Miró
alrededor, tocó el sofá y la estufa de leña. Había una fina capa de polvo sobre
ella, señal de que nadie había pisado aquella cabaña en mucho tiempo. Claro que
no, aquel era el refugio de Michael.
Michael.
Sólo pensar en él, hizo que las lágrimas acudieran a
sus ojos, sintió una necesidad dolorosa de tener sus manos sobre ella,
moldeando sus formas, como si fuera barro, una creación bajo sus manos. La
urgencia de tenerle era tan exigente que pensó que se volvería loca, el dolor,
que había mantenido a raya durante todo el viaje, pugnaba por salir a la
superficie y destrozarla de nuevo.
Era la hora de reunirse con él.
Sacó el arma de la cazadora y la miró como si la
viera por primera vez. No tenía miedo. Aquel era el billete que la llevaría de
nuevo a los brazos de él.
Quitó el seguro del cargador.
Levantó el seguro del gatillo.
Alzó lentamente el arma y apuntó directamente a la
sien.
¿Dónde estabas?, ¿entre qué
gentes?, ¿diciendo qué palabras?
Por qué se me vendrá todo el
amor de golpe
cuando me siento triste, y te
siento lejana?
Los momentos pasados en aquella cabaña eran lo único
valioso que se llevaba con ella. Lo único que lamentaba era no poder sentir una
vez más el cuerpo de Michael alimentándose del suyo. Sí. Había sido allí.
Abrió los ojos y recordó. Él la había tomado de la
mano, una vela cada uno.
Acarició el sofá detrás de ella.
Luego habían subido las escaleras, Michael delante
de ella.
Bajó el arma de su sien y se dirigió como en un
sueño, rehaciendo el mismo camino que aquella noche.
¿Por qué podía sentirlo tan cerca, tan real?
Inspiró, con los ojos cerrados. Soltó el aire
lentamente.
“podemos vivir como si este fuera nuestro último
día”
Lo hicieron. Se amaron como nunca. El arma empezó a
pesarle en las manos, pedía lo que en justicia le correspondía: una vida, su
vida.
Abrió los ojos.
Y entonces lo vio.
Tumbado en la cama. Con una arma a su lado. Se quedó
quieta, con los ojos muy abiertos, el corazón a punto de explotarle en el
pecho. Las piernas le temblaron y notó que casi no podía respirar. “Dios mío”.
Gimió.
Tardó una eternidad en acercarse a la cama, temía
que él se desvaneciera en cualquier momento, como el sueño que realmente era.
Se puso de rodillas en el suelo, a un lado de la cama, la cara de Michael
estaba a pocos centímetros de la suya. Dormía.
Dormía. Sin darse cuenta estaba sonriendo. Dormido.
Como un niño confiado. Nikita dejó que todo su alivio se escapara en forma de
una suave risa. Alargó la mano y la puso en la mejilla de él, podía sentir su
calor, su aliento.
Y aquellos ojos verdes, hermosos como el mundo, se
fijaron en ella.
- Michael – su voz no era más que un susurro.
“Fue un reencuentro terrible y maravilloso. Me
abrazaste como un demente contra tu cuerpo. Decías mi nombre, me besabas la
cara, llorabas sobre mí. Llorabas. Yo también lloré. Nos olimos. Nos tocamos.
Nos agredimos, aplastándonos el uno contra el otro, como si fuera posible
saltar la barrera física de nuestros cuerpos para ser un solo ente. Un
reencuentro que duró mil años, mil vidas, mil muertes.
- Vine a buscarte.
- Vine para irme contigo.
Saber que ambos habíamos tenido la misma idea –
volver a la cabaña a morir para volver a nacer – me estremeció de miedo y de
felicidad.
Miré tus labios, pasé mis dedos por ellos y los besé
casi sin tocarlos. Tú sentías mi desesperación y me dejabas hacer casi sin
moverte. Metí mis manos bajo tu ropa y clavé las uñas en tu espalda para
pegarte a mí. Tú hiciste lo mismo conmigo, te mordí los labios, las mejillas,
el cuello. Sentía un latido poderoso y primitivo entre mis piernas, que clamaba
por ti. Dejé que me quitaras la ropa, allí sobre la alfombra Y apoyándote la
espalda contra la cama, me senté sobre ti. Abracé tu cabeza contra mi pecho y
te regué con mis lágrimas, medio ciega, arrancando la ropa que me separaba de
tu piel.
Me amaste como nunca lo habías hecho, no dejaste un
trozo de mi piel sin besar, sin acariciar, lamer o tocar y cada célula de mi
piel revivió bajo tus manos. Te dije que te amaba cuando te sentí dentro de mí,
te lo dije mil veces, sintiendo tu fuerza sobre mí, dominándome, devolviéndome
a mi hogar. Tomaste mis caderas, entrando al máximo en mi cuerpo y me
prometiste que nunca más me faltarías. Te sujeté dentro de mí y me bebí tus “te
quiero” tus “Nikita”. Y lloré, y me reí y te abracé sintiendo tu aliento
acelerado y loco en mis oídos”…
EPILOGO:
Puck saltó al embarcadero desde el agua y detrás de
él Michael. Los dos se miraron y se sacudieron a la vez.
Perro y Michael.
Creando una nube de gotas de agua alrededor de
ellos. Nikita los vio desde la puerta de la cocina y estalló en carcajadas.
Abrió los brazos y los dos se acercaron a ella, Puck saltó llenándola de agua y
haciéndola gritar. Michael le sonrió, con una sonrisa abierta, feliz y la besó
con fuerza cogiéndola en brazos y alzándola.
- Ya está – dijo ella.
- Ya está ¿que? – él la beso de nuevo.
- La casa. Ya es nuestra. He llamado a la dueña y le
he hecho una oferta. Está de acuerdo en venderla. Nuestra casa.
- ¿Consigues todo lo que quieres? – la miró con una
sonrisa maliciosa.
- Señor Samuelle. Lo único que quiero es a usted –
miró a su alrededor fingiendo enfado – y que deje de gotear agua encima de mi
preciosa alfombra blanca si no le importa.
- Ummmm…no me importa, es más – la cogió en brazos –
ahora mismo me voy a gotear agua encima de su preciosa cama blanca – añadió
mirándola a los ojos muy serio – con usted..
Fin.
Comentarios de la autora:
La canción “No te quiero más” es de Marta Sánchez.
Los versos que he ido escribiendo a lo largo del fic son todos de Pablo Neruda.
Puck está creado especialmente para una amiga maravillosa que me ha permitido
hurgar en sus recuerdos…
FEBRERO 2003
DEAREVA@telefonica.net