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El tipo de negro, en la Central de Autobuses


Hace poco tiempo, alguien me dijo que la inspiración y las ideas para escribir llegan en los momentos menos esperados (algo que todos sabemos y me ha pasado más veces de las que recuerdo), y que siempre es bueno tener a mano papel y lápiz para tomar nota, porque esas ideas pueden irse tan rápido como llegaron. Tome el consejo y comencé a cargar una pequeña libreta, donde en un principio, sólo la use para estudiar, apuntar números, algunas notas de datos importantes, en otras palabras, paso a ser una especie de agenda.

Sólo hasta hoy, que me encuentro cerca de la media noche varado en una central de Autobuses, regresando de un viaje de trabajo y con la mala fortuna de haber sufrido un retraso y a varias horas aún para que pueda transportarme a mi destino final, tomé esa pequeña libreta que describí antes y comencé a escribir algo distinto; y todo nació porque estoy en un pequeño comedor y a mi espalda, un hombre maquillado de negro.

Es un hombre de mediana edad, estatura baja, bigotón, cabello largo y enmarañado, complexión media y con una sucia vestimenta que lo hace parecer pordiosero, aunque en lo personal, no lo creo, su mirada, aunque cansada, era vivaz y parecía estudiar detenidamente a todos los que pasaban cerca de él. Se acompañaba de una pequeña caja que cuidaba celosamente y donde recargaba su brazo tan negro con el maquillaje como todo lo demás de su cuerpo, o por lo menos, las partes que pude apreciar.

En el interior de la República, es poco común ver personajes como el que describo, pero juro que llamaba tanto la atención (o por lo menos la mía), que no pude evitar dedicarle líneas en esa libreta, ya que también, la misma persona que me dió esa idea de tomar notas, que dicho sea de paso, escribe historias que logran capturar la atención del lector con sólo leer el primer párrafo; me dijo que su inspiración, además de ejercitarse en el arte de escribir, era observar a las personas cuando iba por la calle y crear historias, especulando el por qué se habían vestido de tal o cuál forma, por qué iban tristes o alegres, por qué habían decidido tomar ese transporte y no otro, etcétera, siempre internándose en el subconsciente del personaje que creaba a partir de un individuo real, dándole un pasado y presente, con un futuro incierto, como el que todos tenemos en el mundo.

Pues bien, para mí resulto un buen momento de intentar ese ejercicio, y como buen capitalino prejuicioso diré que el primer pensamiento que vino a mi cabeza fue que; el tipo estaba loco, seguro tenía trastornos mentales severos para atreverse a salir de esa manera a la calle, y peor aún, mostrarse tan despreocupado de la vida y su entorno en un lugar tan concurrido como lo puede ser una Central de Autobuses.

Más detenidamente y después de observar por más tiempo a dicho personaje, por supuesto de reojo, ya que en más de una ocasión lo sorprendí observándome (y su mirada me era algo incomoda para ser sincero); al poco rato comencé a pensar que para él, el mundo era un gran laboratorio y veía como se comportaba la gente al ver su apariencia, tomando nota mental de su indiferencia o de sus sorpresa, y por qué no, de su repudio, en donde el miedo al cambio o a lo que es diferente por parte de la sociedad, es un detonante para alejarse y que, quien decide ser distinto, debe acostumbrarse a ser señalado y estar solo.

Poco después y con el estado de ánimo con el que me encontraba en esos momentos, tan bajo y desmoralizado, por mi cabeza pasó que el tipo era una señal, una especie de aviso de mi subconsciente atribulado, que sólo yo podía ver y que ese personaje venía de quién sabe qué parte de mi mente a burlarse de mí, siendo él un representante de mis miedos, que se mostraba ante mí para recordarme los estúpidos que pueden ser mis propios fantasmas y cuando estoy desmoralizado, dejo que atenten contra mi entorno de vida y dicten mis acciones más de lo que debería, consiguiéndome más problemas y reproches morales tan fuertes por los resultados de dejarme llevar por ellos.

Después de un rato de especular y observar un poco más detenidamente a ese personaje, se levantó del sitio donde estaba y al pasar frente a mí, me observó con los grandes ojos amarillentos, donde debería verse blanco y que resaltaban en el negro de su cara y me sonrió de una forma que no podría describir, ya que no parecía un burla pero tampoco una sonrisa de complicidad, ni de alguien que lo hace por cortesía, simplemente…me sonrió. Siguió su camino de frente y pude observar que la caja que cuidaba tan celosamente era una pequeña grabadora tan sucia como su ropa y no pude evitar seguirlo con la mirada hasta que cruzó una de las puertas de salida, dejándome la imagen de su rostro cuando su mirada se poso en mí apenas unos segundos antes.

Francamente, fueron pocas horas las que lo observé, quizás nunca vuelva a encontrarme a un personaje como éste o por lo menos no con uno que me deje tan marcado, y no es nada fantástico, yo sé que hay cosas de una mayor relevancia en el mundo para cualquiera, que encontrarse con un tipo maquillado de negro en cualquier sitio, pero el lugar y la situación me dejaron su huella particular y me llevaron a especular otras tantas cosas sobre él, todas tan improbables como las que he planteado en estas líneas pero tan viables en cada caso como cualquiera, sí, sé que es negar una afirmación propia, pero es simplemente las cosas que pueden pasar por mi cabeza o la cualquier otro en una situación medianamente similar, lo que me lleva a decir que crece en mí el respeto para todos aquellos individuos que pasan largas horas en la sala de espera para tomar un autobús o un avión por negocios o trabajo, dejando que sus atribulaciones se anclen en su cabeza y los hagan repasar y buscar mil y un soluciones, yo casi no hago viajes por trabajo, y no es algo que desee hacer seguido.

Víctor Hugo Guerrero Gálvez.
Ciudad de México
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