ANÓNIMO: DEL EVANGELIO ARMENIO DE LA INFANCIA

 

CAPÍTULO VIII: DEL NACIMIENTO DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTOEN LA CAVERNA

 

1. En aquellos días, llegó un decreto de Augusto, que ordenaba hacer un empadronamiento por toda la Tierra, y entregar al emperador los impuestos debidos al tesoro, teniendo cada cual que pagar anualmente un diezmo calculado sobre el estado nominativo de las personas pertenecientes a su casa. En vista de ello, José resolvió presentarse con María al censo, para ser inscritos en él ambos, así como las demás personas de su familia. E inmediatamente enjaezó su montura, y preparó todo lo preciso para su subsistencia corporal. Y, tomando consigo a su hijo menor, José, colocó a María sobre el asno, y juntos partieron siguiendo la ruta que se dirige hacia el Sur.

2. Y, cuando estuvieron a quince estadios de Nazareth, lo que hace nueve millas, José miró a María, y vio que su semblante estaba alterado, sombrío y melancólico. Pensó entre sí: Hállase en gestación, y, a causa de su embarazo, no puede sostenerse bien sobre su cabalgadura. Y preguntó a María:

¿Por qué está triste y turbada tu alma? Y María respodió: ¿Cómo podría estar alegre, encontrándome, como me encuentro, encinta, y no sabiendo adónde voy? José dijo: Tienes razón, María. Pero bendito sea el Señor Dios de Israel, que nos ha librado de la calumnia y de la denigración de los hombres. Y María replicó: ¿No te dije tiempo ha, en la esperanza de que me creyeses, que yo no era consciente de falta alguna, y que me juzgabas con ligereza temeraria, a pesar de mi inocencia? Pero el Señor de todas las cosas es quien me ha librado de mortales peligros.

3. Y, después de haber caminado una hora, José volvió a mirar a María, y vio con júbilo que ésta se estremecía de regocijo. Y María le interrogo: ¿Por qué me miras, y por qué tu insistencia en preguntarme? José dijo: Es que me admiran los cambios de tu rostro, tan pronto triste como alegre. María dijo: Me exalto gozosamente, porque Dios me ha preservado de las emboscadas del enemigo. Mas quiero, para instrucción tuya, revelarte una cosa nueva. José dijo: Veamos. María dijo: Me alegro y me entristezco, porque contemplo dos ejércitos compuestos de numerosos batallones: uno a la derecha y otro a la izquierda. Los soldados del que se encuentra a la derecha, muéstranse alegres, y los del que se encuentra a la izquierda, tristes.

4. Al oír esto, José quedó asombrado, y, sumiéndose en reflexión, se dijo ¿Qué significa tan extraña visión? Y, en el mismo momento, un ángel se dirigió a María, y le dijo: Regocíjate, virgen y sierva del Señor. ¿Ves la señal que te ha aparecido? María dijo: Sí. El ángel dijo: Hoy día, los dolores de tu liberación están próximos. Las tropas que divisas a la derecha compónenlas todas las multitudes del ejército de los ángeles incorporales, que observan y esperan tu parto santo, para ir a adorar al niño recién nacido, hijo del rey divino y soberano de Israel. Las tropas que divisas a la izquierda son los batallones reunidos de la legión de los demonios de negro vestidos, los cuales aguardan el acontecimiento con gran turbación, porque van a ser derrotados. Y, habiendo oído estas palabras del ángel, José y María quedaron confortados, y rindieron vivas acciones de gracias a Dios.

5. Y así caminaban, en un frío día de invierno, el 21 del mes de tébéth, que es el 6 de enero. Y, como llegaron a un pasaje desolado, que había sido otrora la ciudad real llamada Bethlehem, a la hora sexta del día, que era un jueves, Maria dijo a José: Bájame del asno, porque el niño me hace sufrir. Y José exclamó: ¡Ay, qué negra suerte la mía! He aquí que mi esposa va a dar a luz, no en un sitio habitado, sino en un lugar desierto e inculto, en que no hay ninguna posada. ¿Dónde iré, pues? ¿Dónde la conduciré, para que repose? No hay aquí, ni casa, ni abrigo con techado, a cubierto del cual pueda ocultar su desnudez.

6. Al cabo de mirar mucho, José encontró una caverna muy amplia, en que pastores y boyeros, que habitaban y trabajaban en los contornos, se reunían, y encerraban por la noche sus rebaños y sus ganados. Allí habían hecho un pesebre para el establo donde daban de comer a sus animales. Mas, en aquel tiempo, por ser de invierno crudo, los pastores, y los boyeros no se encontraban en la caverna.

7. José condujo a ella a María. Introdújola en el interior, y colocó cerca de la Virgen a su hijo José, en el umbral de la entrada. Y él salió, para ir en busca de una partera.

8. Y, mientras caminaba, vio que la tierra se había elevado, y que el cielo había descendido, y alzó las manos, como para tocar el punto en que se habían reunido tierra y cielo. Y observó, en torno suyo, que los elementos aparecían entorpecidos y como en estado bruto. Los vientos, inmóviles, habían suspendido su curso, y los pájaros habían detenido su vuelo. Y, mirando al suelo, divisó un jarro nuevo, cerca del cual, un alfarero amasaba arcilla, haciendo ademán de juntar sus dos manos, que no se juntaban. Todos los demás seres tenían los ojos puestos en lo alto. Contempló también rebaños, que un pastor conducía, pero que no marchaban. El pastor blandía su cayado, mas no podía pegar a los carneros, sino que su mano permanecía tensa y elevada hacia arriba. Por un barranco irrumpía un torrente, y unos camellos que pasaban por allí tenían puestos sus labios en el borde del barranco, pero no comían. Así, en la hora del parto de la Virgen Santa, todas las cosas permanecían como fijadas en su actitud.

9. Mirando más lejos, José vio a una mujer, que venía de la montaña, y cuyos hombros cubría una larga túnica. Y fue a su encuentro, y se saludaron. Y José pregunto: ¿De dónde vienes, y adónde vas, mujer? Y ella respondió: ¿Y qué buscas tú, que me interrogas así? José dijo: Busco una partera hebrea. La mujer dijo:¿Quién es la que ha parido en la caverna? José dijo: Es María, que ha sido educada en el templo, y que los sacerdotes y todo el pueblo me concedieron en matrimonio. Mas no es mi mujer según la carne, porque ha concebido del Espíritu Santo. La mujer dijo: Está bien, pero indicame donde se halla. José dijo: Ven y ve.

  1. Y, mientras caminaban, José preguntó a la mujer: Te agradeceré me des tu nombre. Y la mujer contestó: ¿Por qué quieres saber mi nombre? Yo soy Eva, la primera madre de todos los nacidos, y he venido a ver con mis propios ojos mi redención, que acaba de realizarse. Y, al oír esto, José se asombró de los prodigios de que venía siendo testigo, y que no se daban vagar unos a otros.
  2. Habiendo llegado a la caverna, se detuvieron a cierta distancia de la entrada. Y, de súbito, vieron que la bóveda de los cielos se abría, y que un vivo resplandor se esparcía de alto a abajo. Una columna de vapor ardiente se erguía sobre la caverna, y una nube luminosa la cubría. Y se dejaba oír el coro de los seres incorporales, ángeles sublimes y espíritus celestes, que, entonando sus cánticos, hacían resonar incesantemente sus voces, y glorificaban al Altísimo.

 

 

CAPÍTULO IX: DE CÓMO EVA, NUESTRA PRIMERA MADRE, Y JOSE LLEGARON A LA CAVERNA CON PREMURA, Y VIERON EL PARTO DE LA MUY BENDITA Y SANTA VIRGEN MARÍA

 

1. Y, cuando José y nuestra primera madre vieron aquello, se prosternaron con la faz en el polvo, y, alabando a Dios en voz alta, le glorificaban, y decían: Bendito seas Dios de nuestros padres, Dios de Israel, que, por tu advenimiento, has realizado la redención del hombre; que me has restablecido de nuevo, y levantado de mi caída; y que me has reintegrado en mi antigua dignidad. Ahora mi alma se siente engrandecida y poseída de esperanza en Dios mi Salvador.

2. Y, después de haber hablado así, Eva, nuestra primera madre, vió una nube que subía al cielo, desprendiéndose de la caverna. Y, por otro lado, aparecía una luz centellante, que estaba puesta sobre el pesebre del establo. Y el niño tomó el pecho de su madre, y abrevó en él leche, después de lo cual volvió a su sitio, y se sentó. Ante este espectáculo, José y nuestra primera madre Eva alabaron y glorificaron a Dios, y admiraron, estupefactos, los prodigios que acababan de ocurrir. Y dijeron: ¿Quién ha oído de boca de nadie una cosa semejante, ni visto con sus ojos nada de lo que nosotros estamos viendo?

3. Y nuestra primera madre entró en la caverna, cogió al niño en sus brazos y le acarició con ternura. Y bendecía a Dios, porque el niño tenía un semblante resplandeciente, hermoso y de rasgos muy abiertos. Y, envolviéndole en pañales, le depositó en el pesebre de los bueyes, y luego salió de la gruta. Y, de pronto, vio a una mujer llamada Salomé, que procedía de la ciudad de Jerusalén. Y, yendo hacia ella, le dijo: Anúnciote una feliz y buena nueva. En esta gruta, ha traído al mundo un hijo, una virgen que no ha conocido en absoluto varón.

4. Y Salomé respondió: Me consta que toda la ciudad de Jerusalén la ha condenado como culpable y digna de muerte. Y, a causa de su vergúenza y de su deshonra, ha huido de la ciudad, para venir aquí. Y yo, Salomé, he sabido, en Jerusalén, que esa virgen ha dado a luz un hijo varón, y he venido, gozosa, para verle. Nuestra primera madre Eva dijo: Es cierto, y, sin embargo, su virginidad es santa, y permanece inmaculada. Salomé preguntó: ¿Y cómo has podido enterarte de que continúa en estado virginal, después del parto? Eva contestó: Cuando entré en esta gruta, vi una nube luminosa que se cernía por encima de ella, y se oía, en las alturas, un rumor de palabras, con las que el numeroso ejército de los coros espirituales de los ángeles bendecían al Altísimo y exaltaban 5u gloria. Y, hacia el cielo, se elevaba como una niebla brillante. Salomé le dijo: Por la vida del Señor, que no creeré en tus palabras, antes de ver que una virgen que no ha conocido varón ha traído un hijo al mundo, sin concurso masculino. Y, penetrando en la caverna, nuestra primera madre dijo a María: Disponte, porque es preciso, a que Salomé te ponga a prueba, y corrobore tu virginidad.

5. Y, cuando Salomé entró en la caverna, y, extendiendo la mano, quiso acercarla al vientre de la Virgen, súbitamente una llama, que brotó de allí con intenso ardor, le quemó la mano. Y, lanzando un grito agudo, exclamó: ¡Malhaya yo, miserable e infortunada, a quien mis faltas han extraviado gravemente! ¿Quién ha producido en mí este horror? Porque he pecado contra el Señor, he blasfemado de él, y he tentado al Dios vivo. ¡He aquí que mi mano se ha convertido en un fuego ardiente!

6. Pero un ángel, que estaba cerca de Salomé, le dijo: Extiende tu mano hacia el niño, aproxímala a él, y quedarás curada. Y, cayendo a los pies del niño, Salomé le besó, y, cogiéndole en sus brazos, le acariciaba, y decía: ¡Oh recién nacido, hijo del Padre grande y poderoso, niño Jesús, Mesías, rey de Israel, redentor, ungido del Señor, tú te has manifestado en la ciudad de David¡ ¡Oh luz que te has levantado sobre la tierra, tú nos has descubierto la redención del mundo!

7. Salomé añadió a estas palabras otras parecidas, y, en el mismo momento, su mano quedó curada. Y,levantándose, adoró al niño. Entonces, el ángel le dirigió la palabra, y le advirtió:

Cuando vuelvas a Jerusalén, no digas a nadie la visión que te ha aparecido, no sea que llegue a conocimiento del rey Herodes, antes que el niño Jesús vaya al templo para la purificación, después de cuarenta días. Salomé repuso: Obedeceré, Señor, conforme a tu voluntad. Y, de regreso en su casa, no comunico a nadie las palabras que el ángel le había dicho.

 

 

CAPITULO X: DE LOS PASTORES QUE VIERON LA NATIVIDAD DEL SEÑOR

1. Y, cerca de aquel sitio, habitaban los pastores de que ya hemos hablado. Pero sus rebaños de cabras y de ovejas no se recogían más que al caer la noche, en lugares apartados y lejanos, donde pastaban en las montañas y en la llanura. Y, al oscurecer, cada pastor reunía su rebaño, y velaba y guardaba sobre él las vigilias de la noche. Y he aquí que el ángel del Señor vino sobre los pastores, y la claridad de Dios los cercó de resplandor. Y tuvieron gran temor, y, lanzando gritos, se congregaron en un mismo lugar, y dijeron los unos a los otros:

¿Qué palabra es ésta que hasta nosotros ha llegado, y que no conocemos?

2. Mas el ángel les dijo de nuevo: No temáis, hombres discretos e inteligentes que os habéis congregado. Porque he aquí que os doy nuevas de gran gozo, y es que os ha nacido hoy mismo un salvador, que es el Cristo del Señor, en la ciudad de David. Y esto os será por señal. Cuando entréis en la gruta, hallaréis a un niño envuelto en pañales y echado en un pesebre de bueyes. Y después de haber oído al ángel, los pastores, en número de quince, fueron aprisa al paraje que les indicara aquél. Y, viendo a Jesús, se prosternaron ante él, y le adoraron. Y alababan en voz alta a Dios, diciendo: Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz y buena voluntad para con los hombres. Y cada uno de los pastores volvió a su rebaño, alabando y glorificando al Cristo.

 

 

CAPÍTULO XI: DE CÓMO LOS MAGOS LLEGARON CON PRESENTES, PARA ADORAR AL NIÑO JESÚS RECIEN NACIDO

1. Y José y María continuaron con el niño en la caverna, a escondidas y sin mostrarse en público, para que nadie supiese nada. Pero al cabo de tres días, es decir, el 23 de tébéth, que es el 9 de enero, he aquí que los Magos de Oriente, que habían salido de su país hacía nueve meses, y que llevaban consigo un ejército numeroso, llegaron a la ciudad de Jerusalén. Y aquelos reyes de los Magos eran tres hermanos. El primero era Melkon, rey de los persas; el segundo Gaspar, rey de los indios; y el tercero, Baltasar, rey de los árabes. Y los jefes de su ejército, investidos del mando general, eran en número de doce. Las tropas de caballería que les acompañaban, sumaban doce mil hombres, cuatro mil de cada reino. Y todos habían llegado, por orden de Dios, de la tierra de los Magos, su patria, situada en las regiones del Oriente. Porque, como ya hemos referido, tan pronto el ángel hubo anunciado a la Virgen María su futura maternidad, marchó, llevado por el Espíritu Santo, a advertir a los reyes que fuesen a adorar al niño recién nacido. Y ellos, habiendo tomado su decisión, se reunieron en un mismo sitio, y la estrella que les precedía, les condujo, con sus tropas, a la ciudad de Jerusalén, después de nueve meses de viaje.

2. Y acamparon en los alrededores de la ciudad, donde permanecieron tres días, con los príncipes de sus reinos respectivos. Aunque fuesen hermanos e hijos de un mismo padre, ejércitos de lenguas y nacionalidades diversas caminaban en su séquito. El primer rey, Melkon, aportaba como presentes, mirra, áloe, muselina, púrpura, cintas de lino, y también los libros escritos y sellados por el dedo de Dios. El segundo rey, Gaspar, aportaba, en honor del niño, nardo, cinamomo, canela e incienso. Y el tercer rey, Baltasar, traía consigo oro, plata, piedras preciosas, perlas finas y zafiros de gran precio.

3. Y, cuando llegaron a la ciudad de Jerusalén, el astro que les precedía, ocultó momentáneamente su luz, por lo que se detuvieron e hicieron alto. Y los reyes de los Magos y las numerosas tropas de sus caballeros se dijeron los unos a los otros: ¿Qué hacer ahora, y en qué dirección marchar? Lo ignoramos, porque la estrella nos ha guiado hasta hoy, y he aquí que acaba de desaparecer, abandonándonos y dejándonos en angustioso apuro. Vamos, pues, a informarnos respecto al niño, y busquemos el lugar exacto en que esté, y después proseguiremos nuestra ruta. Y todos convinieron unánimemente en que esto era lo más puesto en razón.

4. Y el rey Herodes, al ver la numerosa caballería que acampaba, amenazadora, alrededor de la ciudad, concibió vivo temor. Y, poniéndose a reflexionar, se dijo: ¿Quiénes son esos hombres que acampan ahí con un ejército numeroso, y que disponen de una fuerza enorme, de tesoros, de vastas riquezas y de objetos de lujo? Ninguno de ellos ha venido a presentarse a mi, y sus jefes son en tal medida grandes y victoriosos, que no han dado un solo paso para cumplimentarme. Luego, el rey mandó llamar a los príncipes de su corte y a sus más altos dignatarios, y, reunidos en consejo, se dijeron los unos a los otros: ¿Cómo obraremos con esas gentes, que traen un ejército Itumeroso a sus órdenes, y que son jefes aguerridos?.

5. Y los príncipes dijeron a Herodes: ¡Oh rey, ordena que se porte bien esta ciudad por los guerreros de tu guardia, no sea que extranjeros la sorprendan clandestinamente, se apodede ella a viva fuerza, y conduzcan a los habitantes en catividad! El rey respondió: Habláis bien, pero valgámonos antes de medios amistosos, y después veremos. Y los príncipes dijeron: ¡Oh rey, dispón que todas tus tropas se reúnan, que desplieguen vigilante energía, y que se mantengan atentas y sobre las armas! Y, en el ínterin, enviad a esas gentes como diputados a varones hábiles, que vayan a parlamentar con ellos, y que les pregunten, al justo y en detalle, de dónde vienen y adónde van.

6. Entonces Herodes eligió a tres príncipes, hombres doctos y letrados, para que fuesen a entrevistarse con los extranjeros de parte suya. Y, llegando a éstos, unos y otros se saludaron con mutua consideración, y se sentaron. Y los príncipes dijeron: Hombres venerables y reyes poderosos, explicadnos el motivo de vuestro advenimiento a nuestro país.

Los magos dijeron: ¿Por qué nos hacéis esa pregunta, si somos nosotros los que venimos a interrogaros? Procedemos de Persia, comarca lejana, y tenemos prisa en proseguir nuestra ruta.

Los príncipes dijeron: Escuchadnos, por amor de Dios. Nuestro rey está en la ciudad, y, al notar que os establecíais aquí en observación, esperaba que os presentaseis a él, pues quería veros, oíros, hablaros, y conversar con vosotros. Mas, como no os apresuraseis a ir a visitarle, nos ha enviado en vuestra busca, para invitaros a que os personéis en su palacio, a fin de informarse, con todo respeto, de vuestras intenciones, y saber lo que deseáis.

7. Los Magos dijeron: ¿Y para qué nos requiere vuestro rey? Si él tiene alguna cuestión que plantearnos, nosotros, por nuestra parte, nada tenemos que ver, nada que oír, nada que manifestar a nadie. Los príncipes dijeron: ¿Venís, pues, como amigos o con designios violentos? Los Magos dijeron: Libre y gozosamente hemos venido de nuestra nación aquí. Nadie nos ha sometido a semejante interrogatorio, ¡y vosotros pretendéis ahora sondearnos! Los príncipes dijeron: El rey es quien nos ha mandado venir a veros, a oíros y a hablaros. Desde que habeís acampado en las afueras, un olor de esencias aromáticas ha salido de vuestras tiendas, y llenado toda nuestra ciudad. ¿Sois mercaderes, que os dedicáis al gran comercio, o poderosos señores familiares de reyes, que traéis en abundancia perfumes refinados de todas las flores preciosas, los cuales tratan de cambiar en algún país rico? Los Magos dijeron: Nada de eso somos, ni nada tenemos que vender, y sólo preguntamos por nuestro camino.

8. Los príncipes preguntaron: ¿Qué camino? Y los Magos contestaron: Aquel por el que el Señor nos conducirá, en la justicia, hacia el país del bien. Por orden de Dios y de común acuerdo, hemos venido aquí. Hace nueve meses que nos pusimos en marcha, y no pudimos aún llegar a tiempo a nuestro destino. La estrella que nos guiaba, precedíanos de continuo, y, al terminar cada etapa de nuestro viaje, se estacionaba sobre nuestras cabezas. Cuando, puestos de nuevo en camino, apresurábamos la marcha, la estrella, dejada atrás, tomaba otra vez la delantera, y así hasta este lugar. Ahora, su luz ha desaparecido de nuestra vista, y, sumidos en la incertidumbre, no sabemos qué hacer.

9. Y los príncipes fueron a contar al rey todo lo que les participaron los magos. Entonces Herodes se decidió a ir en persona a entrevistarse con ellos, y, así que estuvo en su campamento, les preguntó: ¿Con qué propósito habéis hecho tan largo viaje a esta tierra, con ejército tan numeroso y con presentes tan ricos? Y los magos contestaron: Venimos de Persia, del Oriente. Por razón de nuestra nacionalidad, se nos llama Magos. Hemos llegado aquí conducidos por una estrella, y la causa de nuestro viaje es haber visto en nuestro país que un rey ha nacido en el país de Judea. Nuestro objeto es visitarle y adorarle.

10. Herodes, que tal oyó, quedó profundamente turbado y empavorecido. Él interrogó a los extranjeros: ¿De quién habéis sabido lo que decís, o quién os lo ha contado? Y los magos respondieron: De ello hemos recibido de nuestros antepasados el testimonio escrito, que se guardó bajo pliego sellado. Y, durante largos años, de generación en generación, nuestros padres y los hijos de sus hijos han permanecido en expectación, hasta el momento en que aquella palabra se ha realizado ante nosotros, puesto que en una visión se nos ha manifestado, por mandato de Dios y por ministerio de un ángel. Y hemos llegado a este lugar, que nos ha indicado el Señor. Herodes dijo: ¿De dónde proviene ese testimonio, sólo de vosotros conocido?

11. Los Magos dijeron: Nuestro testimonio no proviene de hombre alguno. Es una orden divina concerniente a un designio que el Señor ha prometido cumplir en favor de los hijos de los hombres, y que se ha conservado entre nosotros hasta el día. Herodes dijo: ¿Dónde está ese libro, que vuestro pueblo posee con exclusión de todo otro? Los Magos dijeron: Ningún otro pueblo lo conoce, ni de oídas, ni por su propia inteligencia, y sólo nuestro pueblo posee de él un testimonio escrito. Porque, cuando Adán hubo abandonado el Paraíso, y cuando Cain hubo matado a Abel, el Señor concedió a nuestro primer padre el nacimiento de Seth, el hijo de consolación, y, con él, aquella carta escrita, firmada y sellada por el dedo del mismo Dios. Seth la recibió de su padre, y la dió a sus hijos. Sus hijos la dieron a sus hijos, de generación en generación. Y, hasta Noé, recibieron la orden de guardar cuidadosamente dicha carrta. Noé la dio a su hijo Sem, y los hijos de éste la transmitieron a los suyos. Y éstos a su vez, la dieron a Abraham. Y Abraham la dio a Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios Alto, por cuya vía nuestro pueblo la recibió, en tiempo de Ciro, monarca de Persia, y nuestros padres la depositaron con grande honra en un salón especial. Finalmente, la carta llegó hasta nosotros. Y nosotros, poseedores de ese testimonio escrito, conocimos de antemano al nuevo monarca, hijo del rey de Israel.

12. Al escuchar esto, llenóse de rabia el corazón de Herodes, que dijo: Mostradme esos signos escritos, que poseéis. Los magos dijeron: Lo que hemos prometido remitir a su dirección, y cumplir en su nombre, no podemos abrirlo, ni mostrarlo a nadie. Entonces Herodes ordenó que se detuviese a los Magos a viva fuerza. Empero, de súbito, el palacio, en que residían multitud de gentes, fue sacudido por espantosa conmoción. Las columnas se abatieron por cuatro lados, y todo el cimiento del palacio se desfondó con gran ruina. Una muchedumbre numerosa que se encontraba fuera, huyó de allí, aterrada, y los que estaban en el interior del edificio, grandes y pequeños, quedaron muertos en número de setenta y dos. A cuya vista, todos los que habían venido a aquel lugar, cayeron a los pies de Herodes, y le suplicaron diciendo: Déjales proseguir tranquilamente su camino. Y su hijo Arquelao se puso también de hinojos ante su padre, y le dirigió el mismo ruego.

13. El impío Herodes consintió en el deseo de su hijo, y despidió a los Magos, preguntándoles en tono de amistad: ¿Qué deseáis que haga por vosotros? Y los Magos contestaron: No tenemos otra demanda que hacerte sino ésta: ¿Qué hay escrito en vuestra ley? ¿Qué leéis en ella? Y Herodes contestó: ¿Qué queréis decir? Y los Magos interrogaron: ¿Dónde va a nacer el Cristo, rey de los judíos? Y, oyendo esto, Herodes se turbo, y toda Jerusalén con él. Y, convocados todos los príncipes de los sacerdotes y los escribas del pueblo, íes preguntó: ¿Dónde ha de nacer el Cristo? Y ellos le dijeron: En Bethlehem de Judea, ciudad de David. Y Herodes dijo a los Magos: Andad allá, y preguntad con diligencia por el niño, y, después que le hallareis, hacédmelo saber, para que yo también vaya, y le adore. Mas el tirano impío hablaba de esta suerte, para hacer pasar el niño a cuchillo, por medio de aquella información sorprendida pérfidamente.

14. Y los Magos, levantándose en seguida, se prosternaron ante Herodes y ante toda la ciudad de Jerusalén, y continuaron su ruta. Y he aquí la estrella, que habían visto antes, iba delante de ellos, hasta que, llegando, se puso sobre donde estaba el niño Jesús. Y, regocijándose con muy grande gozo, bajaron cada cual de su montura, e inmediatamente, hicieron resonar sus bocinas, sus pífanos, sus tamboriles, sus arpas y todos sus demás instrumentos de música, en honor del recién nacido, hijo del rey de Israel. Reyes, príncipes y toda la multitud de la comitiva, entonando un canto, empezaron a bailar, y, a plena voz, con alegría, con reconocimiento, con corazón jubiloso, bendecían y alababan a Dios, por haberles considerado dignos ae llegar a tiempo a Bethlehem, para contemplar la gloria del gran día, ilustrado por el misterio que ante ellos se mostraba.

15. Al ver todo aquel aparato, y al oír todo aquel estruendo, José y María, confusos y medrosos, huyeron de allí, y el niño Jesús quedó solo en la caverna, acostado en el pesebre de los animales. Mas los príncipes y los grandes señores de los reyes Magos, detuvieron a José, y le dijeron: Viejo, ¿qué temor es el tuyo, y por qué haces esto? Nosotros, en verdad, también somos hombres semejantes a vosotros. José respondió: ¿De dónde llegáis a esta hora, y qué pretendéis, al venir aquí con tan numeroso ejército? Los Magos replicaron: Llegamos de una tierra lejana, nuestra patria Persia, y venimos con gran copia de presentes y de ofrendas. Queremos conocer al niño recién nacido, que es el rey de los judíos, y adorarle. Si por acaso lo sabes a ciencia cierta, indícanos puntualmente el lugar en que se halla, a fin de que vayamos a verle. Al oír esto, María entró con júbilo en la caverna, y, cogiendo al niño en sus brazos, sintió el corazón lleno de alegría. Y luego, bendiciendo y alabando y glorificando a Dios, permaneció sentada en silencio.

16. Por segunda vez los Magos interrogaron a José de esta guisa: Venerable anciano, infórmanos con exactitud, manifestándonos dónde se encuentra el niño recién nacido. José, con el dedo, les mostró de lejos la caverna. Y María dio de mamar a su hijo, y volvió a ponerle en el pesebre del establo. Y los Magos llegaron gozosos a la entrada de la caverna. Y, divisando al niño en el pesebre de los animales, se prosternaron ante él, con la faz contra la tierra, reyes, príncipes y grandes señores, y todo el resto de la multitud que componía su numeroso ejército. Y cada uno aportaba sus presentes, y los ofrecía.

17. En primer término se adelantó Gaspar, rey de la India, llevando nardo, cinamomo, canela, incienso y otras esencias olorosas y aromáticas, que esparcieron un perfume de inmortalidad en la gruta. Después Baltasar, rey de la Arabia, abriendo el cofre de sus opulentos tesoros, sacó de él, para ofrendárselos al niño, oro, plata, piedras preciosas, perlas finas y zafiros de gran precio. A su vez, Melkon, rey de la Persia, presentó mirra, áloe, muselina, púrpura y cintas de lino.

18. Y, no bien hubieron ofrecido cada uno sus presentes, en honor del hijo real de Israel, los magos salieron de la gruta, y, reuniéndose los tres fuera de ella, iniciaron mutua consulta entre sí. Y exclamaron: ¡Asombroso es lo que acabamos de ver en tan pobre reducto, desprovisto de todo! Ni casa, ni lecho, ni habitación, sino una caverna lóbrega, desierta e inhabitada, en que estas gentes no tienen ni aún lo necesario para procurarse abrigo. ¿De qué nos ha servido venir de tan lejos para conocerle? Franqueémonos los unos con los otros en recíproca sinceridad. ¿Qué signo maravilloso hemos contemplado aquí, y qué prodigio nos ha aparecido a cada uno? Los hermanos se dijeron a una: Sí, lleváis razón. Contémonos nuestra visión respectiva. Y preguntaron a Gaspar, rey de la India: Cuando le ofreciste el incienso, ¿qué apariencia reconociste en él?

19. Y el rey Gaspar contestó: Reconocí en él al hijo de Dios encarnado, sentado en un trono de gloria, y a las legiones de los ángeles incorporales, que formaban su cortejo. Ellos dijeron: Está bien. Y preguntaron a Baltasar, rey de Arabia: Cuando le aportaste tus tesoros, ¿bajo qué aspecto se te presentó el niño? Y Baltasar contestó: Se me presentó a modo de un hijo de rey, rodeado de un ejército numeroso, que le adoraba de rodillas. Ellos dijeron: La visión es muy propia. Y Melkon, sometido a la misma interrogación que sus hermanos, expuso:

Yo le vi como hijo del hombre, como un ser de carne y hueso, y también le vi muerto corporalmente entre suplicios, y más tarde levantándose vivo del sepulcro. Al escuchar tales confidencias, los reyes, llenos de estupor, se dijeron con pasmo: Nuevo prodigio es el que estas tres visiones sugieren. Por que nuestros testimonios no concuerdan entre sí, y, sin embargo, nos es imposible negar un hecho patentizado por nuestros propios ojos.

20. Y por la mañana, muy temprano, los reyes se levantaron, y se dijeron los unos a los otros: Vamos juntos a la caverna, y veremos si algún otro signo se nos manifiesta claro. Y Gaspar entró en la gruta, y vio al niño en el pesebre del establo. E, inclinándose, se prosternó, y tuvo la segunda visión, la de Baltasar, a quien se le mostró el niño a la manera de un monarca terrestre. Y, cuando salió, relató el caso a los otros en estos términos: No he tenido mi primera visión, sino la tuya, Baltasar, la que tú nos has referido. Y Baltasar entró a su vez, y halló al niño en el regazo de su madre. E, inclinándose, se prosternó ante él, y tampoco tuvo su visión del día anterior, en que el niño se le apareciera como hijo de rey, sino como hijo del hombre, con su carne muerta entre tormentos, y después resucitado y vuelto a la vida. Y fue a comunicar esto a los otros hermanos, diciéndoles: No he renovado mi primera visión, sino contemplado la de Melkon, tal como él nos la ha contado. Entonces entró Meíkon, y encontró al Cristo sentado sobre un trono sublime. E, inclinándose, se prosternó ante él, y no le vio ya como le había visto la primera vez, muerto y vuelto a la vida, sino conforme le viera Gaspar, como Dios hecho carne y nacido de la Virgen. Lleno de gozo, Melkon fue, presuroso, a prevenir a los otros hermanos, diciéndolos: No he tenido mi primera visión, sino la de Gaspar, pues vi a Dios, sentado sobre un trono de gloria.

21. Luego de haber visto todas estas cosas, los reyes se congregaron nuevamente en consulta. Y cambiaron impresiones sobre la visión que cada uno había percibido y comprendido. Y se dijeron: Retirémonos ahora a nuestro albergue. Mañana, muy temprano, volveremos por tercera vez a la gruta, y nos aseguraremos de modo positivo y definitivo si está realmente allí el que el Señor nos ha mostrado. Y, habiendo regresado a su tienda, permanecieron alegres en ella, hasta que despuntó el día. Y, levantándose, llegaron a la abertura de la caverna, en la cual penetraron uno a uno. Y miraron y reconocieron al niño, y tuvieron de él la misma visión que habían tenido la primera vez. Y, transportados de júbilo, se contaron los unos a los otros lo que habían comprobado, y fueron a anunciarlo a todo su ejército en estos términos: En verdad, ese niño es efectivamente Dios e hijo de Dios, que se ha mostrado a cada uno de nosotros bajo una apariencia exterior en relación con los dones que respectivamente le hemos ofrecido. Y ha recibido con dulzura y con bondad nuestro saludo y el homenaje de nuestros presentes. Y todos, reyes, príncipes, grandes señores y toda la multitud del numeroso ejército que se encontraba allí, tuvieron fe en el niño Jesús.

22. Y de nuevo el rey Melkon cogió el libro del Testamento, que guardaba en su casa como herencia de los primeros antepasados, según ya advertimos, y se lo presentó al niño, diciéndole: He aquí tu carta, que a nuestros ascendientes entregaste en custodia, firmada y sellada por ti. Toma este documento auténtico que has escrito, ábrelo y léelo, por que el quirógrafo está a tu nombre. Y el documento era aquel cuyo texto permanecía oculto bajo pliego, y que los Magos no se habían atrevido a abrir, y menos aún a dar a los judíos y a sus sacerdotes, por cuanto éstos no eran dignos de llegar a ser hijos del reino de Dios, destinados como estaban a renegar del Salvador, y a crucificarle.

23. Dicho documento había sido regalado por Dios a Adán, del cual, después de su expulsión del Paraíso, se había apoderado un gran dolor, a raíz del homicidio perpetrado por Cain en la persona de su hermano Abel. Mas, cuando hubo visto al primero castigado por Dios, y a él mismo arrojado del Edén glorioso por su desobediencia, se encontró también atormentado en sus hijos, por la aflicción del espectáculo de Abel muerto y Cain condenado a siete penas, Adán más entristecido todavía y sumido en un duelo más profundo, no mantuvo ya relaciones conyugales con Eva. Y, al cabo de doscientos cuarenta años de haber salido del Paraíso, Dios, en su misericordia, le envió a un ángel, y le ordenó que entrase a Eva. E hizo nacer a Seth,nombre que significa hijo de la consolación. Y, por haber querido Adán hacerse Dios, éste resolvió hacerse hombre, en el exceso de su piedad y de su amor a nuestra desdichada especie, prometió a nuestro primer padre que, conforme a su plegaria, escribiría y sellaría con su propio dedo un pergamino en letras de oro, que llevaría la siguiente portada: En el año seis el día sexto de la semana, el mismo en que te creé, y a la sexta, enviaré a mi hijo único, el Verbo divino, que tomará carne en tu raza, y que se convertirá en hijo del hombre, y que te restablecerá de nuevo en tu dignidad original, por los supremos tormentos de su cruz. Y entonces tú, Adán, unido a mí con un alma pura y un cuerpo inmortal, quedarás deificado, y podrás, como yo, discernir el bien y el mal.

24. Y este documento, que Adán dio a Seth, Seth a Enoch, Enoch a sus hijos, y que de tal suerte pasó de unos descendientes a otros, hasta Noé; que Noé dio a Sem, Sem a sus hijos, y sus hijos a sus hijos hasta Abraham; que Abraham dio a Melquisedec el pontífice; que Melquisedec dio a otro, y éstos a otros todavía, hasta que llegó a manos de Ciro, quien lo guardó cuidadosamente en un salón especial, donde se conservó hasta el tiempo de la Natividad del Cristo: este documento era el misnio que los Magos ofrecieron al niño Jesús. Y, como los reyes y todo su acompañamiento hubiesen cumplido sus votos y sus plegarias, después de tres días de permanencia en la gruta, deliberaron entre sí, y se dijeron: No hay que olvidar lo prometido. Vamos por última vez a la caverna, para adorar al niño, y después reanudaremos nuestro viaje en paz. Y, de común acuerdo, entraron en el establo, y de nuevo tuvieron exactamente sus visiones respectivas. Y, conmovidos por gran temor, se prosternaron ante el recién nacido, y rindieron testimonio de fe en él, diciéndole: Eres Dios e hijo de Dios. Y, salidos de la gruta, continuaron en sus alrededores el día entero hasta el siguiente. Y, con júbilo y alegría, bendecían y alababan al Señor.

25. Y, por la mañana, al despuntar la aurora, el día primero de la semana, el 25 de tébéth y de enero el 12, se dispusieron a partir para su país. Y, cuando deliberaban sobre si volverían a entrevistarse con Herodes, he aquí que una voz les habló, diciendo: No tornéis a Herodes, el tirano impío, porque quiere matar a ese tierno infante. Y, habiendo oído esto, los Magos renunciaron a pasar por la ciudad de Jerusalén, y regresaron a su tierra por otro camino. Y, glorificando al Cristo, Dios del universo, marcharon a su patria, poseídos de gozo y siguiendo la ruta por donde el Señor les conducía.

 

(Del Evangelio Armenio de la Infancia existe una versión resumida en Aurelio de Santos Otero Los Evangelios Apócrifos, B.A.C., Madrid, 1988 y una versión completa en Ediciones Obelisco, Barcelona, 1987).

 

 

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