Abate Henri Stéphane: EL CORPUS NATUM
En el curso de la Eucaristía celebramos principalmente la Memoria de la Muerte y la Resurrección de Cristo, es decir, que "actualizamos" o que nos "hacemos presentes" los dos "momentos" esenciales de su "misión". Puede igualmente decirse que se celebra el Misterio del Cuerpo de Cristo bajo su triple aspecto; éste comprende el Corpus natum (el Cuerpo nacido de la Virgen), el Corpus mysticum (la Iglesia) y el Corpus sacramental (la Eucaristía), pero estos tres aspectos son evidentemente inseparables.
Insistiremos aquí tan sólo en el Corpus natum. Aunque se pueda estar tentado a confundirlo con el "cuerpo histórico" de Jesús, en realidad supera infinitamente lo que podemos concebir de nuestro propio cuerpo o de un cuerpo humano ordinario. En primer lugar, su nacimiento es virginal, y es imposible que fuera de otro modo. Este Cuerpo, unido hipostáticamente al Logos, no podía nacer de la Teotokos más que en conformidad con su arquetipo in divinis, a saber, con el "Nacimiento eterno". Este último implica un doble aspecto: al igual, dicen los Padres de la Iglesia, que el Verbo nace del Padre "sin madre", Cristo nace de una Madre "sin padre"; puede verse en ello una aplicación del sentido inverso de la analogía. Pero existe otro aspecto que corresponde a la analogía directa, y que se refiere a la "maternidad hipostática" del Espíritu Santo: éste, ejerciendo la función de Teotokos, revela al Padre y al Hijo a sí mismos, y de esta manera puede igualmente decirse que, in divinis, el Logos es engendrado por el Espíritu Santo y por la Teotokos: Et incarnatus est de Spiritu Sancto, ex Maria Virgine (1).
Se comprueba ya por ello que el Corpus natum supera infinitamente el "concepto" de un cuerpo humano ordinario; implica en sí mismo todas las virtualidades del Corpus mysticum y del Corpus sacramental, así como las del "Cuerpo glorioso". Nos fijaremos ahora en este último.
En virtud de la Unión hipostática, puede decirse que el Corpus natum es ya el "Cuerpo glorioso", y es por ello que su nacimiento no puede ser sino virginal. A propósito de ello, señalemos este texto de san Gregorio: "Debemos asombrarnos de que Cristo, tras la Resurrección, haya dejado en el Cenáculo las puertas abiertas a la vida eterna, él, que vino a la tierra para morir, y que salió del seno de una Virgen sin desflorarla" (2). La relación entre el Corpus natum y el Cuerpo glorioso aparece claramente en este texto.
Las consecuencias de esta relación son considerables. Ante todo, la perfecta coherencia del dogma en lo que concierne al Nacimiento virginal y a la Resurrección de Cristo reduce a la nada las objeciones de los racionalistas y de los "desmitificadores" de toda especie, pero esta coherencia no aparece evidentemente más que a los "corazones puros", a las inteligencias purificadas por la Gracia. Mas hay otras consecuencias no menos importantes.
La primera es que el Corpus natum, a pesar de las apariencias, no es mortal; exento del "pecado original", Cristo no podía sufrir sus consecuencias inevitables tales como la enfermedad y la muerte. Mientras que el hombre ordinario sufre pasivamente la muerte, Cristo la acepta voluntariamente, así como libremente ha aceptado la Kenosis (3) (Filipenses, II, 5-11). Por ello obtiene la victoria sobre la muerte: Oh, muerte, ¿dónde está tu victoria? (1, Cor., XV, 55), y que está glorificado en su Resurrección, en su Ascensión y en su asiento a la derecha del Padre. Es igualmente en virtud de esta muerte voluntaria que él "desciende a los Infiernos", y el Icono de la Resurrección representa "el Reencuentro de los dos Adanes", que profetiza ya el Pleroma del Reino (4).
La segunda consecuencia a señalar es que la relación entre el Corpus natum y el "Cuerpo glorioso" se refleja necesariamente en los otros dos aspectos del Cuerpo de Cristo, y particularmente en la economía sacramental. Así, por el Bautismo, participación en la Muerte y la Resurrección de Cristo, "hemos sido injertados en él" (Rom., VI, 3-5), y ello concierne al Cuerpo místico; pero es sobre todo la celebración eucarística, y se trata entonces del Corpus sacramentalis, lo que actualiza en nosotros el "triforme" Cuerpo de Cristo, con todo lo que hemos dicho a propósito del Corpus natum.
En esta perspectiva, la Memoria desborda a la Muerte y la Resurrección de Cristo para aplicarse a todos los acontecimientos que conciernen al Corpus natum considerado como hemos hecho. Además de que la liturgia romana "rememora" el "descenso a los Infiernos" y la Ascensión (Unde et memores), es interesante notar que "las anámnesis sirio-occidentales citan también otros misterios: la concepción, el nacimiento, el bautismo, la pasión, la muerte, la sepultura, la ascensión, la estancia a la derecha del Padre, el retorno, el juicio, etc. En suma, sea cual sea el número de los acontecimientos de la vida de Cristo evocados, es todo el Misterio de Cristo lo que está significado en la anámnesis" (5).
NOTAS:

1. Él se ha encarnado por la operación del espíritu Santo, y ha nacido de la Virgen María (símbolo de Nicea).

2. Quid ergo mirum, si clausis januis post resurrectionem suam in aeternum jam victurus intravit, qui moriturus veniens, non aperto utero Virginis exivit (Dom. in Albis, 3º Nocturno).

3. Palabra griega que significa "vacío", y que se refiere a la epístola a los filipenses (II, 7), en la que san Pablo dice que Cristo ha conocido un tal estado de sometimiento que está como vacío de su condición de igualdad con Dios para aparecer como una criatura obediente a Dios hasta la muerte en la Cruz ["Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre"].

4. Ver P. Evdokimov, L’Art de l’icône, p. 272. Puede relacionarse lo que precede con las consideraciones de René Guénon sobre la "muerte iniciática" y el "descenso a los infiernos" (Aperçus sur l’initiation, cap. XXVI), donde claramente aparece la analogía entre el punto de vista teológico y el punto de vista iniciático, concerniendo el primero a los seres humanos y el segundo a los estados del Ser. Ambos puntos de vista son, pues, complementarios. 5. Max Thurian, L’Eucharistie: las palabras de Cristo en la santa Cena, p. 174.

 

Tratado II.2 de Introduction à l’ésotérisme chrétien, vol. I, París, Dervy-Livres, col. "Mystiques et religions", 1979.
 
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