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JORGE LUIS BORGES

(1899-1986)


DULCIA LINQUIMUS ARVA

Mi canción de criollo final,
por la noche agrandada de relámpagos
en el espreso del Sur
que desfonda y pierde los campos.

Una amistad hicieron mis abuelos
Con esta lejanía
Y conquistaron la intimidad de la Pampa
Y ligaron a su baquía
La tierra, el fuego, el aire, el agua.
Fueron soldados y estancieros
Y apacentaron el corazón con mañanas
Y el horizonte igual que una bordona
Sonó en la hondura de su austera jornada.
Su jornada fué clara como un río
Y era fresca su tarde como el aljibe del patio
Y en su vivir eran las cuatro estaciones
Como los cuatro versos de una copla esperada.
Descifraron hurañas polvaredas
En carretas o en caballadas
Y los alegró el resplandor
Con que aviva el sereno la luz de la espadaña.
Uno peleó contra los godos,
Otro en el Paraguay cansó su espada;
Todos supieron del abrazo del mundo
Y fué mujer sumisa a su querer la campaña.
Los otros corazones fueron serenos
Como ventana que da al campo;
Resplandecientes y altos eran sus días
Hechos de cielo y llano.
Sabiduría de tierra adentro la suya,
De la lazada que es comida
Y de la estrella que es vereda
Y de la guitarra encendida.
Sangre negra de copla brotó bajo sus manos;
Se sentieron confesos en el canto de un pájaro.
Soy un pueblero y ya no sé de esas cosas,
Soy hombre de ciudad, de barrio, de calle;
Los tranvías lejanos me ayudan la tristeza
Con esa queja larga que sueltan en la tarde.

 (Luna de enfrente, 1925)


JACTANCIA DE QUIETUD

Escrituras de luz embisten la sombra, más prodigiosas que meteoros.
La alta ciudad inconocible arrecia sobre el campo.
Seguro de mi vida y de mi muerte, miro los ambiciosos y quisiera entenderlos.
Su día es ávido como el lazo en el aire.
Su noche es tregua de la ira en el hierro, pronto en acometer.
Hablan de humanidad.
Mi humanidad está en sentir que somos voces de una misma penuria.
Hablan de patria.
Mi patria es un latido de guitarra, unos retratos y una vieja espada,
la oración evidente del sauzal en los atardeceres.
El tiempo está viviendome.
Más silencioso que mi sombra, cruzo el tropel de su levantada codicia.
Ellos son imprescindibles, únicos, merecedores del mañana. Mi nombre es alguien y cualquiera.
Su verso es un requerimiento de ajena admiración.

Yo solicito de mi verso que no me contradiga, y es mucho.
Que no sea persistencia de hermosura, pero sí de certeza espiritual.
Yo solicito de mi verso que los caminos y la soledad lo atestigüen.
Gustosamente ociosa la fe, paso bordeando mi vivir.
Paso con lentitud, como quien viene de tan lejos que no espera llegar.

(Luna de enfrente, 1925)


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