¿Buscas buenos libros? ¡Los puedes encontrar en el e-shop de Similarly! JUAN RAMÓN JIMÉNEZ (1881-1959) INVEROSIMILITUD Sí, la inactualidad. Vivir siempre una vida de después o de nunca, poniente de este puerto. Amor en ropas y costumbres venideras. Sentido diferente, más allá, de los besos. Salidas lívidas, en madrugadas de lluvia, de bailes de ciudades que aún no están en el tiempo. Retornos con mujeres sin nacer aún - ¿qué muelles? -, en el sol amarillo de ¿qué tardes de invierno? Suspiros dobles al jardín, por galerías que aún son peña, en el canto de alondras que aún son sueños. Veladas pensativas bajo ¿qué nuevas lámparas? que encenderán, para otros ojos, otros dedos... Sí, la inactualidad. Vivir siempre una vida de después o de nunca, agua de este desierto. CONVALECENCIA Sólo tú me acompañas, sol amigo. Como un perro de luz, lames mi lecho blanco; y yo pierdo mi mano por tu pelo de oro, caída de cansancio. ¡Qué de cosas que fueron se van... más lejos todavía! Callo y sonrío, igual que un niño, dejándome lamer de ti, sol manso. ...De pronto, sol, te yergues, fiel guardián de mi fracaso y, en una algarabía ardiente y loca, ladras a los fantasmas vanos que, mudas sombras, me amenazan desde el desierto del ocaso. Es verdad ya. Mas fue tan mentira, que sigue siendo imposible siempre. Yo no soy yo. Soy este que va a mí lado sin yo verlo; que, a veces, voy a ver, y que, a veces, olvido. El que calla, sereno, cuando hablo, el que perdona, dulce, cuando odio, el que pasea por donde no estoy, el quedará en pie cuando yo muera. ELLO Existe; ¡yo lo he visto, (y ello a mí)! Su esbeltez negra y honda surjía y resurjía en la verdura blanca del relámpago, como un árbol nocturno de ojos bellos, fondo tras fondo de los fondos májicos. Lo sentí en mí, lo mismo, vez tras vez, que si el rayo me helara los sentidos con su instantaneidad. ¡Lo he visto, lo he tenido; ¡me ha tenido, me ha visto! SU SITIO FIEL Las nubes y los árboles se funden y el sol les transparente su honda paz. Tan grande es la armonía del abrazo, que la quiere gozar también el mar, el mar que está tan lejos, que se acerca, que ya se oye latir, que huele ya. El cerco universal se va apretando, y ya en toda la hora azul no hay más que la nube, que el árbol, que la ola, síntesis de la gloria cenital. El fin está en el centro. Y se ha sentado aquí, su sitio fiel, la eternidad. Para esto hemos venido. (Cae todo lo otro, que era luz provisional.) Y todos los destinos aquí salen, aquí entran, aquí suben, aquí están. Tiene el alma un descanso de caminos que han llegado a su único final. LA OBRA ¡Quién pudiera ser alma de tu cuerpo, casa de tiempo y de silencio! De Segunda antolojía poética, Espasa-Calpe, Madrid, 1969; y Antología poética 3, Alianza, Madrid, 1985. Ritornare alla pagina precedente. Volver a la página precedente. Back to the previous page. Retour à la page précédente. Voltar à página anterior. Free Homepage by Geocities
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Sí, la inactualidad. Vivir siempre una vida de después o de nunca, poniente de este puerto. Amor en ropas y costumbres venideras. Sentido diferente, más allá, de los besos. Salidas lívidas, en madrugadas de lluvia, de bailes de ciudades que aún no están en el tiempo. Retornos con mujeres sin nacer aún - ¿qué muelles? -, en el sol amarillo de ¿qué tardes de invierno? Suspiros dobles al jardín, por galerías que aún son peña, en el canto de alondras que aún son sueños. Veladas pensativas bajo ¿qué nuevas lámparas? que encenderán, para otros ojos, otros dedos... Sí, la inactualidad. Vivir siempre una vida de después o de nunca, agua de este desierto.
Sólo tú me acompañas, sol amigo. Como un perro de luz, lames mi lecho blanco; y yo pierdo mi mano por tu pelo de oro, caída de cansancio. ¡Qué de cosas que fueron se van... más lejos todavía! Callo y sonrío, igual que un niño, dejándome lamer de ti, sol manso. ...De pronto, sol, te yergues, fiel guardián de mi fracaso y, en una algarabía ardiente y loca, ladras a los fantasmas vanos que, mudas sombras, me amenazan desde el desierto del ocaso.
Es verdad ya. Mas fue tan mentira, que sigue siendo imposible siempre.
Yo no soy yo. Soy este que va a mí lado sin yo verlo; que, a veces, voy a ver, y que, a veces, olvido. El que calla, sereno, cuando hablo, el que perdona, dulce, cuando odio, el que pasea por donde no estoy, el quedará en pie cuando yo muera.
Existe; ¡yo lo he visto, (y ello a mí)! Su esbeltez negra y honda surjía y resurjía en la verdura blanca del relámpago, como un árbol nocturno de ojos bellos, fondo tras fondo de los fondos májicos. Lo sentí en mí, lo mismo, vez tras vez, que si el rayo me helara los sentidos con su instantaneidad. ¡Lo he visto, lo he tenido; ¡me ha tenido, me ha visto!
Las nubes y los árboles se funden y el sol les transparente su honda paz. Tan grande es la armonía del abrazo, que la quiere gozar también el mar, el mar que está tan lejos, que se acerca, que ya se oye latir, que huele ya.
El cerco universal se va apretando, y ya en toda la hora azul no hay más que la nube, que el árbol, que la ola, síntesis de la gloria cenital. El fin está en el centro. Y se ha sentado aquí, su sitio fiel, la eternidad.
Para esto hemos venido. (Cae todo lo otro, que era luz provisional.) Y todos los destinos aquí salen, aquí entran, aquí suben, aquí están. Tiene el alma un descanso de caminos que han llegado a su único final.
¡Quién pudiera ser alma de tu cuerpo, casa de tiempo y de silencio!
De Segunda antolojía poética, Espasa-Calpe, Madrid, 1969; y Antología poética 3, Alianza, Madrid, 1985.
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