Carmelo Ruiz Marrero
CLARIDAD, 22 de diciembre 2002
Recibimos con gran tristeza la reciente noticia del fallecimiento de Philip Berrigan, incansable
activista por la paz estadounidense, nominado seis veces al Premio Nobel de la paz.
Berrigan, católico devoto y hermano del igualmente
célebre poeta y activista Daniel Berrigan, vivió 79
años, de los cuales pasó un total de once en la cárcel por sus actos de
desobediencia civil contra el militarismo.
En mayo de 1968 Philip Berrigan
formó parte de un grupo de nueve que entraron a la oficina de reclutamiento del
ejército en Catosnville, Maryland,
para quemar expedientes de reclutamiento con napalm. Por este “crimen” fue sentenciado a seis años
de prisión.
Aparte del militarismo, la otra gran batalle de Berrigan
fue contra los pecados de la iglesia católica: su enajenación social y su
complicidad con la opresión en todas sus manifestaciones. Berrigan
fue sacerdote católico hasta que se casó con Elizabeth McAlister,
quien había sido monja por sobre diez años, y con ella tuvo varios hijos. Su fe
y devoción religiosa fueron precisamente lo que lo llevaron a la conclusión de
que el celibato mandatorio para curas y monjas es
inmoral.
Pero dejemos que el propio Berrigan se
exprese. A continuación unas citas selectas de su autobiografía, Fighting the Lamb’s
War, publicada en 1997.
Sobre el capitalismo:
“Se nos enseñó a creer en el sistema capitalista, sin cuestionar nunca
cómo un sistema que envenena el ambiente, encarcela y ejecuta a los pobres, y
prospera en la guerra, puede ser compatible con las enseñanzas de Cristo.” (p.
37)
Sobre la iglesia:
“La iglesa es una gran burocracia, y las
grandes burocracias son desobedientes al Evangelio.” (p. 38)
Sobre su desobediencia al voto de silencio que la iglesia le impuso para
que no se expresara sobre la guerra de Vietnam:
“Seguí pensando sobre cómo Jesús respondería al ver niños atrapados en
un mar de napalm. ¿Se atormentaría con interrogantes
sobre lealtad a la iglesia y el estado? ¿Le advertiría a sus seguidores a no
cuestionar el derecho del César a incinerar los enemigos del estado? ¿Ordenaría
sus discípulos a mantener sus opiniones privadas?” (p. 83)
Sobre Jesus y la guerra:
“Jesús fue un activista, no un monje. Vivió entre los pobres. Sacó los
mercaderes del templo, criticó los ricos y poderosos, ridiculizó los funcionarios
del gobierno. No se hubiera quedado en un monasterio mientras su gobierno
masacraba a los vietnamitas.” (p. 98)
Sobre la iglesia ante la injusticia:
“Cuando el estado va a la guerra, la iglesia o lo aprueba o se queda
callada. Cuando el estado persigue los pobres, la iglesia puede que desapruebe,
pero no envía los feligreses a las salas del Congreso o al hemiciclo del Senado
para exigir justicia. Cuando los ricos explotan los pobres la iglesia ofrece
homilías acerca de las recompensas de ser buen ciudadano. Cuando los tribunales hacen cumplir la
voluntad del estado corrupto, violento y racista, la iglesia le advierte a sus
seguidores que obedezcan la ley.” (p.
99)
Sobre la lucha pacífica y la violenta:
“La gente que lucha por la justicia debe escoger sus propios medios para
lograr su fin. Ellos son los que están siendo torturados, ultrajados, robados y
ejecutados. ¿Cómo puedo yo pedirles que bajen sus armas, cuando eso significa
muerte segura para sus familias, su aldea y todo lo que aman y les es valioso?
Una cosa es predicar desde la distancia, y otra el vivir y morir en una zona de
guerra.” (p. 109)
Sobre la iglesia ante la guerra de Vietnam:
“En noviembre de 1966 los obispos de Estados Unidos declararon que la
guerra de Vietnam cumple con los criterios de una guerra justa, pero esos
hombres no iban a morir en un cultivo de arroz repleto de sanguijuelas. El
cardenal Spellman no iba a caminar como sentinela en la densa jungla, esperando que algún
francotirador le vuele los sesos o una mina lo mande a su casa en una caja de
chocolates.” (p. 124)
Sobre la destrucción de propiedad:
“Nuestros críticos dicen que atacar bombas atómicas con martillos es un
acto de violencia. Destruir propiedad, insisten, es una forma de violencia. Es
un argumento curioso que he oído muchas veces. A ojivas cuyo único propósito es
vaporizar ciudades apenas se les puede considerar propiedad legítima. Bombas
que indiscriminadamente asesinan hombres, mujeres y niños no son “propiedad”.”
(p. 191)
Sobre la bomba H:
“Nadie le preguntó al pueblo estadounidense si querían construir otra
bomba apocalíptica. El Congreso no celebró vistas para determinar la necesidad
de la bomba de hidrógeno.” (p. 195)
This is only a small sample of writings.
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