EL BÚHO Y LA LUNA

               
Una noche el Búho bajó a la orilla del mar. Se sentó sobre una gran roca y miró las olas. Todo estaba oscuro. Entonces, la puntita de la luna apareció sobre el borde del mar. El búho contempló cómo la luna subía cada vez más alto oen el cielo. Pronto la luna estuvo brillando entera y redonda. El búho se sentó en la roca y miró a la luna durante un largo rato.
                - Si yo estoy mirándote a ti, luna, tú debes estar también mirándome a mí. Tenemos que ser muy buenos amigos. La luna no contestó, pero el Búho dijo:
- Volveré a verte otra vez, luna. Pero ahora tengo que irme a casa. El Búho bajó andando el sendero. Levantó los ojos al cielo. La luna estaba todavía allí. Venía siguiéndole.
- No, no, luna –dijo el Búho-.
Eres muy amable por iluminarme el camino. Pero debes quedarte arriba sobre el mar, donde estás tan hermosa. El Búho siguió andando un poco más. Volvió a mirar el cielo. Allí estaba la luna yéndose con él.
- Querida luna –dijo el Búho-, francamente, no debes venir a casa conmigo. Mi casa es pequeña. No cabrías por la puerta. Y no tengo nada que darte para cenar. El Búho continuó caminando. La luna se desliza tras él sobre las copas de los árboles.
- ¡Adiós, luna!
La luna se metió detrás de unas nubes. El Búho miró y miró. La luna había desaparecido.
- Siempre resulta un poco triste decir adiós a un amigo –dijo el Búho.
El Búho llegó a casa. Se puso la pijama y se fue a la cama. La habitación estaba muy oscura. El Búho se sentía todavía triste.
De repente, el dormitorio del Búho se llenó de luz plateada. El Búho miró por la ventana. La luna estaba saliendo de detrás de las nubes.
- Luna, me has seguido durante todo el camino a casa. ¡Qué amiga tan buena y redonda eres! – dijo el Búho.
Luego, el Búho apoyó la cabeza en la almohada y cerró los ojos.
La luna entraba brillando por la ventana. El Búho ya no se sintió nada triste.

Arnold Lobel (Norteamérica)