Poco antes de llegar a la corte pasó junto a unas matas en las que se había enredado el viento y no podía pasar. El viento le dijo:
—Mediopollito, estoy aquí enredado. Si quieres apartar estas matas, yo podré seguir mi camino.
Mediopollito contestó:
—No tengo tiempo que perder; voy a la corte a ver al rey.
Y, tip, tap, tip, tap, siguió cojeando más aprisa aún.
 
Al fin llegó a la corte y marchó al palacio del rey.
Pasó, sin pedir permiso, por delante de los centinelas y entró en el gran patio. Pero al cruzar bajo las ventanas de la cocina, el cocinero lo cogió por la pata diciendo:
—Precisamente me hacía falta un pollito para la comida del rey.
Y lo metió de cabeza en una olla de agua que se calentaba en el fuego.
 
Mediopollito sintió que se ahogaba y empezó a gritar:                                  
— ¡Agua, amiga mía, no subas, no subas, quédate en el fondo, que me vas a ahogar!
—Tú no me ayudaste a mí cuando yo te lo pedí.
 
El fuego era cada vez más fuerte, y el agua comenzaba a hervir. Mediopollito gritó:
—¡Apágate un poquito, amigo fuego, que quemo!
Pero el fuego respondió:
—Tú no me ayudaste a mí cuando yo te lo pedí.
 
En aquel momento levantó el cocinero tapa de la olla, miró dentro y dijo:
—Este pollo está casi quemado, ya no sirve para nada.
Y cogiéndolo de la pata, lo tiro por la ventana.
Antes de que cayera al suelo, lo recogió el viento y lo remontó dando vueltas por encima de los árboles.
Mediopollito pudo gritar:
—¡Viento, amigo viento, no soples tan fuerte! ¡ Déjame bajar despacio, que si no, me voy a estrellar!
Pero el viento respondió:
—Tú no me ayudaste a mí cuando yo te lo pedí.
 
El viento sopló con toda su fuerza y envió a Mediopollito hasta lo alto del campanario, donde se quedó enganchado. 
Y ese es el gallito que se ve clavado en las veletas, con una pata, un ala y un ojo con el que mira a todos lados para saber de dónde viene el viento.