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Había una vez unos padres muy pobres que decidieron llevar a sus hijos al bosque para que se buscaran la vida.
Pulgarcito, que conocía las intenciones de sus padres fue dejando migas de pan para marcar el camino. Pero los pajaritos se las comieron.
Entonces Pulgarcito vio una casa muy bonita. Era la casa de un ogro terrible. Pero su mujer era muy buena y los invitó a cenar.
- Tenéis que marchar antes de que mi marido llegue - les dijo.
- ¡Escóndenos! – le rogaron los niños.
La mujer los escondió muy bien. Pero el ogro, que tenía muy buen olfato, justo al entrar a casa gritó:
- ¡Huelo a niños! – y no paró de dar vueltas hasta que los encontró.
Su mujer le dijo:
- Va, ven a cenar que te he preparado un buen pollo.
- ¡Prefiero comerme a los niños!
- Son para mañana- dijo la mujer, para que Pulgarcito y sus hermanos se pudieran escapar.
Al día siguiente, cuando el ogro comprobó que se habían escapado, se enfadó mucho. Se puso sus botas mágicas de siete leguas y fue a buscarlos.
- Los volveré a traer – dijo.
Cuando el ogro pasó por el bosque y vio la hierba tan verde y fresca, decidió dormir un rato.
Mientras dormía, los niños le quitaron las botas y volvieron a casa de sus padres.
Vivieron felices y, gracias a las botas, Pulgarcito pudo trabajar de mensajero del Emperador. |
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