Ya en la antigua Grecia, Plutarco sostuvo que lo que impedía que la
Luna se nos cayera encima era el movimiento, de igual forma que no se
cae un objeto que es revoleado atado de una soga.
Después de numerosos intentos fallidos de encasillar a los planetas entre tetraedros, dodecaedros e icosaedros, Képler logró un ajuste aceptable de sus órbitas utilizando elipses. El susodicho pensaba que lo que mantenía a los planetas en órbita era una especie de fuerza magnética.
Hooke (el del resorte) conjeturó luego que si esta fuerza iba como F=k/r², entonces las órbitas planetarias serían elipses. Halley decidió, en 1684, consultar sobre el particular a Newton, quien le contestó que ya había resuelto el problema de la Gravitación Universal, pero había perdido los cálculos.
Ya en 1687, cuando pudo demostrar un teorema que le permitía tratar a los planetas como masas puntuales, don Issac se despachó en su Principia con las Leyes Fundamentales de la Mecánica, Gravitación Universal incluída.
Durante más de doscientos años los científicos intentaron encontrarle errores sin éxito. Newton se hubiera muerto de risa en su tumba, pero no podía porque se lo estaban comiendo los gusanos y, además, ya estaba muerto.
En 1865, Maxwell metió todo lo que se sabía sobre electricidad y magnetismo (y un poquito más que él mismo inventó) en sus ecuaciones. Gracias a eso, pudo predecir en forma teórica la existencia de ondas electromagnéticas y de este modo natural se volvió inmortal.
Ocho años después de la muerte de Maxwell, Hertz, con mucha concentración, logró emitir y detectar tales emanaciones. También pasó a la historia pero se devaluó un poquitito, haciendo necesario que se le quitaran varios ceros. Hoy circula como KHz, MHz y GHz.
Por aquellos no tan lejanos tiempos, los físicos, que ya eran tan pedantes como ahora, se creían que basándose en partículas sometidas a las durísimas leyes de Sir Isaac y en las buenas ondas de Hertz, podían explicarlo todo, absolutamente todo, lo que sucedía en nuestro humilde Universo. Sin embargo, los más engreídos se negaban a admitir que otros los habían madrugado con todos los descubrimientos importantes y dedicaron todos sus esfuerzos a tratar de defenestrar las Maravillosas Teorías Científicas que Todo Podían Explicarlo, con éxito total.
Ya en la época de Newton, los científicos se sacaban los ojos discutiendo si la luz estaba constituida por partículas, o si era una onda en un ubicuo medio omnipresente que todo lo abarcaba, el conspicuo Eter Luminífero. El ruso, como no se decidía, sostuvo que los ``corpúsculos'' de luz asociados con los diferentes colores excitaban al éter en ``vibraciones'' características. Y por si esto fuera poco, por el mismo precio concluyó correctamente que el color rojo correspondía a la vibración etérea más larga, y el violeta a la más corta. Más tarde se dedicó a experimentar con la alquimia y luego de darle duro a las emanaciones del Mercurio, del Plomo, del Arsénico y del Antimonio, decidió que la luz debía estar compuesta por corpúsculos que se comportasen con rectitud. En 1692 sufría de amnesia, insomnio, depresión y paranoia, por lo que tuvo que dejar la ciencia para dedicarse a la política, llegando a ocupar un cargo de Diputado del Parlamento.
En 1725, Bradley, profesor de astronomía de Oxford, intentaba medir la distancia a una estrella utilizando observaciones de distintas épocas del año, aprovechando la órbita terrestre como línea de base. Para su asombro, se encontró con que todas las estrellas, incluídas las muy lejanas que deberían parecer fijas, describían pequeñas elipses que reflejaban el movimiento orbital de la Tierra. Entonces le cambió el título a su paper y usó sus datos para efectuar una determinación de la velocidad de la luz, obteniendo un resultado en razonable agreement con el guarismo que había hallado Olaf Römer en 1676, basándose en los eclipses de Io.
Pero no nos perdamos entre las sulfurosas nubes de Io y bajemos un poco a tierra firme:
El asunto era que el descubrimiento de Bradley era una verdadera aberración: podía explicarse tanto suponiendo que la luz estaba formada por corpúsculos como dando por válida la teoría vibratoria, siempre que el éter se quedara bien quietecito mientras la Tierra lo penetraba viajando en órbita.
Con las ecuaciones de Maxwell, se concluyó que la luz era una onda e.m. Según las antedichas ecuaciones, se debía propagar a velocidad constante c através del éter luminífero; de acuerdo con la aberración de Bradley, el éter se quedaba quietito mientras el planeta lo iba penetrando. Apoyándose en estos razonamientos, Michelson trató de medir en 1881 la velocidad con que se movía la Tierra con respecto al éter, sin resultado, o mejor dicho con resultado nulo. Pero Lorentz leyó su paper y señaló un error en los cálculos. Entonces Michelson se juntó con Morley y repitieron el experimento con mayor precisión y otra vez les dió cero.
Esta vez Lorentz no pudo encontrar ningun error en el paper y se convenció. Este resultado espoleó las elucubraciones relativistas de Poincaré, Einstein y el susodicho y acabó con la publicación en 1905 de la celebérrima Teoría Especial de la Relatividad. Si bien esta teoría sirvió para finiquitar el asunto pendiente con el éter, era inconsistente con la gravitación de Newton, que exigía que los influjos gravitatorios se propagasen instantáneamente. Einstein trabajó entonces un poco más y luego de diez años de repetidos fracasos pudo dar forma a la Relatividad General.
Después de más de dos siglos, resultaba que Newton había metido la pata. Don Isaac se hubiera puesto verde en su tumba, pero no podía porque lo que quedaba de él estaba algo decolorado.
II. Relación de los Sucesos que Condujeron a la Más Grande Explosión
Jamás Acontecida en Todos los Tiempos.
Los niños del Mundo, que habían sido perversamente torturados por
sus maestros mediante el artero uso de las leyes de Newton, creyeron
que había sonado la hora de la venganza.
Dentro del Sistema Solar, Mercurio acató inmediatamente las nuevas ordenanzas, pero los demás planetas se mostraron más reacios. En realidad, el pequeñín nunca se había subordinado a las antiguas leyes y gustaba de mover el perihelio más de lo que estaba permitido. En 1845, Le Verrier llamó la atención sobre el comportamiento del pequeñuelo, haciendo notar que la perturbación de su conducta podía deberse a los influjos de un planeta desconocido. En base a símiles dilucidaciones para explicar las perturbaciones del movimiento de Urano, también predijo la existencia de otro planeta y en 1846 el sospechoso fue descubierto e identificado como Neptuno.
Con Mercurio el negocio no fue tan rápido, pero en 1860 el franchute hizo los arreglos necesarios para que se concediera la Orden de la Legión de Honor a un médico de París que por fin había descubierto al planeta Vulcano. Durante las dos décadas siguientes, Vulcano fue avistado por astrónomos americanos y alemanes, pero no lograron ponerse de acuerdo sobre en qué posiciones debían encontrarlo. Finalmente, no pudo identificarse al causante, y como en aquella época aún no se había inventado la materia oscura, el caso quedó archivado y el díscolo Mercurio continuó burlándose de la Ley.
El asunto fue que el chiquitín se siguió comportando como un inadaptado hasta que las viejas leyes fueron abolidas. Desde entonces es de lo más obsecuente. Temiendo que semejante cambio, con el agravante del descarado oportunismo del otrora revoltoso párvulo, encontraría serias resistencias entre los planetostes más conservadores que siempre habían sido muy respetuosos del orden establecido, Einstein tomó la precaución de que la nueva ley respetara sus costumbres tradicionales y así logró mantener el orden institucional en el sistema.
Con los asuntos interestelares le fue bastante bien, pero cuando se metió en cosmología ya no pudo conciliar el sueño: según sus cálculos, el Universo era inestable. Durante años luchó a brazo partido en pos de la estabilidad, llegando incluso a adulterar sus propias ecuaciones en un intento desesperado de evitar ser vencido por las tendencias desestabilizadoras, pero finalmente fue derrotado.
Friedmann ni se inmutó ante tales consecuencias y siguió alegremente trabajando en el buen camino, tomándose al pie de la letra la relatividad general y alentando así la desestabilización. El resultado fue la mayor deflagración jamás ocurrida en todos los tiempos.
Hallá por 1913, Lowell estaba obsesionado con los marcianos y la vida extraterrestre y puso a su joven ayudante, Slipher, a medir si las nebulosas espirales rotaban, pensando que eran sistemas solares en formación. Slipher se encontró con velocidades de traslación mucho mayores que las velocidades típicas medidas para las estrellas, además de una sospechosa tendencia generalizada de corrimientos al rojo. Siguiendo sus indicaciones, Hubble estudió una muestra más grande de nebulosas espirales, determinó sus distancias y se encontró con que, efectivamente, estaban en estampida.
En 1951 la Iglesia Católica proclamó oficialmente que el big-bang estaba de acuerdo con la Biblia. En este caso, habría que admitir que Dios no fue quien dijo ``hágase la luz'' sino que fue el irresponsable que activó el detonador.
Con o sin big-bang, el corrimiento al rojo de las galaxias lejanas fue confirmado. Si interpretamos esto suponiendo que las galaxias se están desbandando, debemos concluir que en el pasado estuvieron más amuchadas. Si seguimos hacia atrás, tendremos a todo el Universo estrujado en un masacote muy caliente. Este fue el razonamiento de Gamow, que había sido alumno de Friedmann.
En 1948, Alpher, Bethe y Gamow publicaron un pretencioso paper, en el que intentaban explicar, de acuerdo con los conocimientos de física nuclear de entonces, cómo habían nacido los elementos en una época en que el Universo estaba muy caliente. Peebles y Dicke se pusieron a trabajar sobre el tema y dedujeron que si el Universo, en su juventud, había sido un joven radiante de energía, parte de ese tufo debería poder detectarse actualmente en la banda de las microondas. Mientras ellos estudiaban afanosamente cómo buscar esa radiación, Penzias y Wilson, trasteando con un receptor de microondas, la sintonizaron y les afanaron el Nobel.
Esta es una de las evidencias de mayor peso para culpar al big-bang y a sus defensores por el nacimiento del Universo.
¿Qué corno descubrió entonces el COBE ?
El Universo que observamos es bastante homogéneo: está lleno de galaxias por todos lados. Es natural, entonces, que éstas constituyan una importante fuente de trabajo para los astrónomos. Quiénes se dedicaban a la manufacturación de galaxias, advirtieron que les era imposible continuar su fabricación bajo las condiciones del big-bang: O se modificaba algo o habría que paralizar la producción. Ante la crisis, los astrónomos salieron a luchar por su fuente de trabajo y para solucionar el conflicto se negoció el siguiente acuerdo: El Universo es homogéneo, pero sin exagerar demasiado. Introduciendo muy pequeñas grumosidades en la radiación de fondo, es posible incrementar la tasa de producción de galaxias a niveles más competitivos. Estas grumosidades son lo que se supone que descubrió el COBE. No había porqué hacer tanto autobombo.
III. Los Ingredientes y la Cocción.
Queda pendiente otro asunto importante. Según los físicos, en caso
de ser correctas las anteriores elucidaciones, el reventón debió haber
dejado aproximadamente tres cuartas partes de hidrógeno y una de helio,
más cantidades despreciables de otros elementos. La predicción es
bastante buena, pero habría que agregar cantidades no tan despreciables
de elementos pesados (2% en el caso del Sol).
Los primeros cálculos eran poco exactos y se suponía que todos los elementos se habían originado en la detonación primigenia. Hoyle se negaba a vivir en un Universo big-bananero y sostenía que los elementos se formaban en el interior de las estrellas. Sus colegas, en cambio, sostenían que Hoyle estaba del tomate. En 1957, E.M. Burbidge, G.R. Burbidge, Howler y Hoyle publicaron su alucinante paper en Review of Modern Physics, haciendo poner las barbas en remojo a todos. Con esto, a Hoyle se le subieron los humos al coco y se dedicó a pregonar que los virus vienen de los cometas. De comprobarse esta hipótesis, deberían destinarse miles de millones de dólares para esterilizar todos los cometas que se nos acerquen.
Actualmente se acepta que el hidrógeno y gran parte del helio son primigenios, mientras que el resto de los elementos provienen del interior de las estrellas.
Ahora, ya teniendo todos los elementos, veamos cuál es la receta: luego de que el hervor del big-bang se haya enfriado lo suficiente y se haya adquirido la antedicha contextura grumosa, comenzamos a formar grandes masacotes gaseosos. Elegimos uno y lo metemos en el horno. Si lo que sale es algo que se parezca, aunque sea remotamente, a cualquier objeto extragaláctico conocido, tenemos qué comer. De lo contrario, lo tiramos a la basura y probamos suerte con el siguiente.
Para el caso que nos ocupa, dejemos que las primeras estrellas que se formen evolucionen y contaminen el medio ambiente con sus excresencias. Dejemos que los acontecimientos se sucedan y llegaremos a las estrellas nacidas entre los residuos de la anterior generación. Eventualmente, alguna de estas estrellas tendrá un planeta donde se hayan dado las condiciones necesarias para que pululen narices como las nuestras.
El cuentito bien podría finalizar aquí. Pero nos gustaría saber si esas son o no nuestras propias narices: Esto se debe a que nuestra nariz tiene la costumbre de olfatear en todos lados, como debe hacer toda nariz que se precie de tal y esté comprometida con la nasalidad.
Se supone que la primitiva Tierra era un caldo de cultivo donde se formaban, se deformaban y se deshacían moléculas de variados calibres. Dentro de esa porquería se formó, por fin, una molécula que era capaz de hacer copias de sí misma ... La vida hubiera comenzado sobre la Tierra si dicha molécula no se hubiera combinado casi inmediatamente con otra. Millones de años más tarde, surgió otra molécula autorreplicante, pero se partió en dos pedazos antes de poder pasar a la posteridad. Una noche apareció por fin una molécula que fue capaz de reproducirse y comenzó a poblar el planeta. Pero al amanecer la luz del Sol las dejó a todas fritas.
Esta historia debió haberse repetido incontables veces, hasta que finalmente se produjo una molécula que era realmente capaz de hacerse copias gemelas viviendo a la intemperie, y por supuesto que comenzó a hacerlas y no paró. Si hubiera podido, hubiera convertido toda la materia prima aprovechable del planeta, pero imaginen que haciendo semejante cantidad de copias mellizas, no le hubieran salido todas idénticas ni teniendo a Bostanián como asesor. Así comenzó la historia de nuestra Nariz sobre la Tierra.
Nos interesa saber si es posible que en otros mundos narices semejantes a las nuestras estén husmeando el espacio que las rodea, preguntándose, tal vez, si están o no solas en el Universo.
En la actualidad no se poseen los conocimientos necesarios como para calcular la probabilidad de que se forme, por azar, una molécula autorreplicante eficiente.
Sin embargo, nosotros estamos aquí. Experimentalmente se ha provocado la formación de aminoácidos en laboratorio desde hace años. También se han detectado aminoácidos en el medio interestelar. Es más fácil hacer narices con aminoácidos que con átomos sueltos.
¿Por qué esas otras narices deberían ser químicamente semejantes a las nuestras ?
Los elementos en que se basa la química orgánica (Carbono, Hidrógeno, Nitrógeno, Oxígeno) son muy proclives a formar todo tipo de uniones. Añadamos agua líquida a la promiscuidad del carbono y probablemente ocurrirán cosas muy interesantes. ¿Por qué no tratar con otros elementos, con otras temperaturas ? Uno puede probar de todo lo que le guste, pero como la química orgánica usa la materia prima más barata y abundante, si existen otras formas de vida lo más probable es que todas o casi todas funcionen con la química del carbono.
¿Qué aspecto tendrían esas otras narices ?
Todos los seres vivos de la Tierra provenimos de la misma primera molécula autorreplicante. Habiendo conquistado y dominado todo el planeta, con nuestra imaginación invadimos los otros mundos. Generalmente usamos la combinación stándard: 1 × nariz + 2 × ojos + 1 × boca + 2 × orejas + 2 × patas delanteras + 1 × XXX + 2 × patas traseras. Para disimular, algunos autores juegan con los números de la ecuación. Colores y tamaños son libres. Se puede incursionar también con insectos, pescados o pajarracos. En el mejor de los casos, decimos que las plantas y animales de otros mundos no se parecerán a nada de lo que conocemos. Pero las plantas y los animales son casualmente las formas de vida que dominan la Tierra ...
Si buscamos vida extraterrestre, primero tenemos que definir lo que entendemos por tal: En la Tierra no tenemos dificultad para distinguir entre cosas vivas y otras cosas. Pero si alguien construyera una máquina capaz de hacer copias de si misma, nos resistiríamos a considerarla como algo vivo.
IV. Cuestiones Postreras.
Si buscamos otras narices husmeantes, quizá en realidad deberíamos
decir ``inteligencia''. Nuestro encuentro con otra inteligencia ya está
casi ocurriendo debido al avance tecnológico. Pero por ser un producto
manufacturado por nosotros, no podemos decir que se trate de una
``inteligencia extraña''.
Pensamos que las ``inteligencias'' alienígenas intentarían comunicarse con nosotros. ¿Podemos acaso nosotros comunicarnos con otros seres inteligentes ?
Recordemos de nuevo que todos los bichos de la Tierra tenemos un antepasado común. Sin embargo, nosotros nunca hemos podido comunicarnos con las otras formas de vida inteligente que habitan en este planeta. En los cuentos y fábulas, les atribuimos nuestro comportamiento y lenguaje a los otros animales.
Excepto obvias diferencias de colores, tamaños y formas, todos los mamíferos somos casi idénticos. El animal más parecido al chimpancé es el homo sapiens. Luego de numerosos intentos poco fructíferos de enseñarles inglés a los chimpancés, los científicos se percataron de que tal vez los simios tuvieran dificultades de pronunciación con esa lengua, y decidieron probar con el idioma de los sordomudos norteamericanos, y con otros idiomas inventados por los norteamericanos. Algunos chimpancés se han tomado el trabajo de aprenderlos y parecen haber tenido un éxito relativo en su intento de comunicarse con nosotros. Si volvemos a considerar que somos los animales más similares a los chimpancés que existen, esto no parece un antecedente tan alentador.
No parece probable que alguna vez nos topemos con una inteligencia exactamente como la nuestra. Pero ante la eventualidad, deberíamos tener preparados nuestros rayos para eliminarlos antes de que ellos nos invadan a nosotros.
V. Conclusión.
Antes de segregar el esperpento que acaban ustedes de leer, yo
dudaba del sentido que pudiese tener meter un artículo de divulgación
en una revista cuyos lectores son mayoritariamente estudiantes de
ciencias: Todo lo que acabo de poner lo saqué de los mismos textos
que seguramente ustedes ya habrán leído.
Sin embargo, a veces uno se llena de datos sobre un tema olvidándose del aspecto científico, es decir, del camino que nos permitió obtenerlos. El insoportable adefesio que acaban de fagocitar es un intento de describir las desparejas e intrincadas vías por las que circula el tren de los conocimientos científicos (que pertenece a la línea Roca y es lechero).
Cuando iba concretando el presente mamotreto, acudió a mi el chisme de que los irresponsables de esta revista tenían intenciones de suministrar su producto a inocentes almas ajenas a nuestro manicomio. Si usted es una de esas víctimas, probablemente haya quedado patidifuso ante un montón de temas mencionados sin mayores explicaciones. En ese caso, merece una aclaración:
La ciencia es un método para tratar de aprender cómo funciona el mundo que nos rodea. Para tal fin, debemos aprender un idioma que nos permita entender los fenómenos naturales; ese idioma son las ecuaciones matemáticas.
Los intentos de traducir las teorías científicas a nuestro lenguaje son frecuentemente poco exitosos.
Sin embargo, la ciencia propiamente dicha no tiene nada que ver con las ecuaciones, sino con el modo de abordar un determinado problema. Usando un ejemplo de John Sladek lo podemos poner de la siguiente manera:
Consideremos las siguientes hipótesis:
a) la Luna está hecha de queso.
b) la Luna tiene un alma melancólica.
La primera es una hipótesis científica porque es posible determinar
si es verdadera o falsa. La segunda no. Puede ser o no bella, pero no
es ni cierta ni inexacta.
La ciencia por lo tanto no nos puede decir nada de (b).En el caso de (a) podemos adoptar tres actitudes:
1) creer que la Luna está hecha de queso.
2) creer que la Luna no está hecha de queso.
3) dudar.
El único camino que tal vez nos permitirá conocer la verdad es el
último. En ese caso, si somos curiosos, realizaremos observaciones y
experimentos para determinar si la Luna está o no hecha de queso.
La ciencia, por lo tanto, tiene menos que ver con complicadas
ecuaciones matemáticas que con la irrefrenable curiosidad que nos
impulsa a meter en todos lados nuestra enorme narizota.