ADHELY
RIVERO
Nacido en Arismendi,
Venezuela. Ganador de varios premios
literarios como El Premio Único de Poesía “Universidad Rómulo Gallegos” (1996)
y el Premio Único de Poesía “40 Aniversario de Reapertura de la Universidad de
Carabobo” (1998). Ha publicado 15 poemas (1984), En sol de sed (1990), Los
poemas de Arismendi (1996), Tierras de Gadín (1999) y Antología Poética (2003). Actualmente se desempeña como Jefe del
Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la Universidad de Carabobo
y Director de la revista Poesía.
Quien me espanta
por muerto
y come de las hojas
del caballo
Me asomo
al monte
y es blanco de luna
Sueno donde había puerta
y siento la tierra baldía
Me voy por la luz
de linterna
a donde no hay nadie
en el fondo
A
Se cae el ombligo
y lo entierran
Me plantan
cara al camino
El altar se va en humo
Este suelo me da pie
vengo a vivir la tierra
Un orden en el tiempo trae
la morada.
A
Cuando llueva estaremos llegando
al hueso
de subir agua
a la tanquilla
que el viento
vacía
Siempre falta un animal
que la tierra cobra en los lamederos
Dios es tan ínfimo
en la soledad de un hombre
que silba
con la boca seca
A
La palabra que me enseña
a montar
corre apacible
Duro es el acto
de sostener la línea del cuerpo
en la pendiente del lomo
El viento me empuja a la tierra
Pierdo la silla
los estribos
y se va el caballo
Oigo la voz
en el aire
A
La luna es vieja
y se encalla en la rama
por la falda del monte
al amanecer
Reposa la cara
un viento tibio
que se adelanta a la luz
y al cuerpo.
A
Este árbol
ha permanecido
en el mismo lugar
Yo he cambiado mi residencia
mi espacio
lejos de los árboles
que en la infancia
daban sombra
Dios expone demasiado a sus criaturas
A
Estoy pasando el tiempo
a orillas del mundo
Rosemary viene a la casa con
mi hijo y mi nieto
a verme la vida y le digo
Oiga me volvió a encontrar vivo
Este cuero curtido por el sol
tiene su entereza
Ahora quiero estar en el patio
con los animales
y no saber en qué pienso
Ya no oigo bien
No veo
El olfato me recoge sabana
en el viento
chicharras la sequía
Si van al campo traten de ver cosas
y
me las traen
A
Se casan los hijos
es bueno que se vayan
Nosotros somos pura sombra
y necesitamos un tiempo de nostalgia
Vete a la sabana cuenta los animales
mientras pongo el fuego
Cuando regreses cortamos el queso
habrá acabado el fulgor de las fotos
A
LA VIDA AUSTERA
Tan austera esta vida
que la mesada redunda en especies.
Cuando llego a la calle y entro a la
cuadra
de residencia de algún pariente me
espera,
circunspecto en la sala, con su saco o
una caja, pesados,
de olores agrios de estar a la
intemperie.
Recibo la carta, la aprieto y siento el
espesor de la mesada
y contesto todo está bien, no es mucho.
Qué importan las letras, el disentir o
algún
razonamiento en el papel.
nada alcanza.
Cuídate en la calle, de noche, la gente.
Pronto te escribo, te envío queso y
carne seca.
Y lo que me pides para conocer la
ciudad.
Aquí la naturaleza es próspera y
tolerante
con lo salvaje que somos.
A
LA CASA
Cuando salí del pueblo pensaba regresar
a comprar la casa de la esquina suroeste
de la plaza,
cerca de un puerto solitario del río.
Cuando vuelvo no está en venta y
entiendo el arraigo
de los dueños.
A cada vuelta al pueblo visito la calle
y bajo mi familia
a la costa a contemplar las aguas pardas
bajar eternamente.
Me enteré que vendieron la casa que me
gusta,
cerca de la plaza y del río de mi
infancia.
Continuaré a la espera con la oferta
en el tránsito del pueblo que crece y se
desborda,
solicitándole a Dios la gracia
que no se me adelante un turco y la
transforme en tienda.
Por las aguas del río pasan las horas
mientras espero el día.
Página preparada por Alberto Martínez-Márquez