ELVIO ROMERO
Nació en Yegros, Paraguay, en 1926.
Vivió gran parte de su vida en el exilio. A la luz del derrocamiento del General
Alfredo Stroessner en 1989, regresó al Paraguay. Actualmente es miembro de número de la
Academia Paraguaya de la Lengua Española y ocupa un cargo diplomático en la Embajada
Paraguaya en Buenos Aires, Argentina.
Entre sus libros de poesía se encuentran Días roturados (1947), El sol
bajo las raíces (1952), Esta guitarra
dura (1960), El viejo fuego
(1977), Los valles imaginarios (1984),
El poeta y sus encrucijadas (1991) y Contra la vida quieta (2003). Es autor, además, de una biografía de Miguel
Hernández publicada en 1958. Su libro de
prosa El poeta y sus circunstancias
recibió el Premio Nacional de Literatura, concedido en 1991. Muere en el 2004.
RUEGO AL POLVO GUATEMALTECO
Da luz al que durmió en el rocío
y fue sacrificado.
Al que anegó a la noche con sus lágrimas
y fue sacrificado.
Al que salió a fundar una simiente
y fue sacrificado.
Al que amarró el llanto ente la tierra
y fue sacrificado.
Al que un pájaro dio miga en la mano
y fue sacrificado.
Al que cosió el zapato para el héroe
y fue sacrificado.
Al que incendió su barba por los otros
y fue sacrificado.
Al que supo segar para su hermano
y fue sacrificado.
Al que usó como traje a su decoro
y fue sacrificado.
Al que llevó en silencio su amargura
y fue sacrificado.
Al que izó hasta una noche su tristeza
y fue sacrificado.
Al que no vio jamás a su alegría
y fue sacrificado.
Al que sembró los granos terrenales
y fue sacrificado.
Al que supo tener misericordia
y fue sacrificado.
Al que cogió fatiga en sus harapos
y fue sacrificado.
Al que jamás soñó en reposo
y fue sacrificado.
Al que tuvo apetencia de la vida
y fue sacrificado.
TORMENTA
La noche ha sido larga.
Como desde cien años
de lluvias.
de una respiración embravecida
proveniente de un fondo de vértigo nocturno,
de un cántaro colorado
jadeando en la tierra,
el viento ha desatado su tempestad violenta
sobre el velo anhelante de la ilusión
efímera, sobre los fatigados menesteres,
y tú y yo, en la colina
más alta,
en el rincón de nuestros dos silencios,
abrazados al tiempo del amor, desvelándonos.
Deja que el viento muerda sobre el viento.
Yo te cerraré los ojos.
EL DICTADOR
(Epigrama)
Pobló el solar de cárceles;
supuso que a su paso no crecerían nunca
las hierbas ni el rocío.
El desprecio a su imagen y a su nombre
los verdeció hace tiempo.
NUESTRO PAÍS
Nuestro país (el mío,
el que puedo ofrecerte), aquella
dulce tierra violenta, con la frente
segada y abolida por un aire quemado,
donde ochocientos ríos le dan curso a sus ojos
y cordilleras verdes le apoyan la andadura,
desgajo de protesta vegetal y verano,
mi país que se instruye sobre el nivel
de lluvias,
oh mi país hermoso,
despiadado y profundo,
fiel a sí mismo, puro, solitario, implacable,
nos reserva un asiento
de hierbas y azahares, desenvuelve
-mi amor- sus recelosos,
sus imperiosos meses, su silencio,
por esto, por nosotros,
por asir esa luna de carbón desdichado
que se nos sube a veces por la noche a los ojos.
EL HOMBRE INMÓVIL
Está inmóvil.
Inmóvil
mira llover; ve el campo quieto, inmóvil.
Mansa llovizna ingrávil.
¿Sueña la tierra en él? ¿Él en la tierra?
¿Sueño lo de
llover
Está inmóvil.
Inmóvil
mira llover. ¿Qué mira
de más quietud oscura que sus ojos,
de más sequía herida que su frente?
¿Se ve llover a él mismo o mira el campo
reverdecer, se mira
a sí reverdecer? ¿Será que mira
el soplo de llover llovizna ingrávil?
¿O sólo sueña
ver?
¿Qué mira
el hombre
inmóvil?
¿En qué rozados anda, en qué rozados?
¿Hay más quietud acaso que en la lluvia
en su quieto mirar? ¿Llueve en la tierra
o sólo en su anhelar? ¿Lo ve la lluvia en sueños
o es
él quien sueña ver?
Está inmóvil.
Inmóvil.
Nada se mueve en él, nada en el campo.
¿Sueña la lluvia en él? ¿Sueña en la lluvia
inmóvil él?
¿Sueño lo de la tierra?
¿Sueño
lo de llover?
ASÍ ES ELLA, ME DIJE...
Así es ella, me dije; es la alegría
remota y honda que de pronto llega
a despejar el nudo que se debe
desanudar en la penumbra inquieta.
Noche y albor, me dije,
todo llegó a mi corazón por ella;
llegó el sabor oculto del deseo,
el presagio de ardor que en mí resuena.
Es mi cuerpo, me dije,
reconociendo su esplendor en ella,
el bosque entero de mi sangre, el pulso
y el latido secreto de su fuerza.
La imagen que conservo
de las verdes raíces de mi tierra;
ella es el tiempo mío, el del verano
en el regazo inmóvil de la siesta.
Así mismo, me dije,
es su fulgor herido en la belleza,
ella es el largo trecho recorrido
surtiéndose de entraña y sementera.
Ella es así, me dije,
callado abrigo que abrigó mis huellas,
el justo sueño que escogí en la lucha,
la libertad por la que canto es ella!
Viene, me digo siempre
Viene, me digo siempre. Bella y nocturna, digo,
y está a mi lado y viene. Y en la noche descanso
junto a su pecho, al borde de su pecho, al remanso
de su cálida sombra sirviéndose de abrigo.
Siempre me digo, viene,
Bella y Nocturna, y siempre se levanta en mi sueño
despacio, apareciendo como en un bosque
umbrío, fiel y asidua en mi frente,
como alguien que debiera, siempre bella
en un bosque, responder cuando digo
Bella Nocturna en sueños
cuando me digo, viene.
Y acude fiel y asidua, con cálida sombra
cuando, Bella Nocturna, con su sombra me abrigo.
DE CAMINANTE
Heme aquí, con los de mi
camino:
el Justo, el
Pobre, el Perseguido
y el Rebelde. De
parte alguna vino
mi voz, sino de
ellos. Fui con ellos
a elegir mi
posada, el desprendido
corazón. El pan,
el vino
me fueron
ofrecidos. Los destellos
de su ser me
encendieron: ahora nada
tengo más que de
un mundo compartido
el compartido
amor y la mirada.
Se me fue dado
este cantar por ellos
Heme aquí,
derramado en mi camino.
Esos días extraños...
Vienes de afuera. Traes
vitales adherencias en la mirada clara.
Se te ve el regocijo. El júbilo te invade.
Repites nombres, cosas. Y al punto te detienes
en ese espacio grave de distancia que existe
en ese espacio grave de distancia que existe
entre el fervor que traes y el silencio que habito...
¿Qué tengo? ¿Qué contorno
de penumbra me sella y me fatiga?
¿Bajo qué precipicios cierro los ojos tristes
y apenas ya converso con brumas imprecisas?
¿Qué sucede que apenas te conozco,
que tu mirada clara se me borra en las manos
y me enredo en mi noche y mis recuerdos?
Pronto ves que no entiendo.
Que no estoy. Que no escucho.
Que irremediablemente me pierdo en esa umbría
donde, ciego y perdido, rompo mis pobres báculos
que he bajado a una estancia de fiebres invasoras
de donde extraigo, huraño y melancólico,
mis diarias cosechas, mis vinos silenciosos.
Algo quieres decirme. Algo quieres contarme.
Pero no estoy. No siento. Persisto en mi guarida.
Me hospedo en esa niebla donde a veces me pierdo,
bajo la estera oculta donde me afano y doblo,
en la triste carlanca donde enfundo mi sangre,
en mi agujero amargo.
Mi amada es de mi tierra, de lo mío
Mi amada es de mi tierra, de lo mío,
de la materna arcilla que origino mi nombre;
la estrella de su nombre subió de las praderas verdes,
donde los ríos brotan de antiguos bosques.
Su atuendo es de azahares.
Perfumada tiene la voz de seda, y sus canciones hondas,
son de su pueblo ardiente, de mi pueblo profundo,
cantar de carreteros en luz madrugadora.
Tiene aprestos airosos.
El cántaro con agua
zozobra en su cintura con latido de pájaros;
Que mi cantar la nombre.
Resuene mi guitarra de noche, adonde duerma.
Que la celebre el riente brillo de mis espuelas.
Que la alumbren los astros
con que alhajo su cuello de paloma silvestre.
Mil leguas la he llevado bajo una luna grande,
clavando por el cielo mi puñal hasta el mango
Como estoy hecho de un galope largo,
de una sombra furtiva que se esfuma,
quisiera ver la luna de tu rostro
en tanto atravesamos la llanura
Te llevaré, por verte, noche adentro,
a mi lado, apretada a mi cintura,
como quien lleva una torcaza tibia
en el tibio vaivén de la montura.
Acaso al ver el monte en tu mirada,
animales y pájaros acudan
a guarecerse en nuestro pecho herido,
con vocación de sol y quemaduras.
Traeré conmigo cosas de la tierra,
al ceñirme al calor de tu hermosura,
una radiante flor de mis querencias
de esas que no veré en región alguna.
Te llevaré, por verte, noche adentro,
a mis antojos, a mi propia bruma,
y veré refulgiendo en el galope
el halo te envuelva en la llanura.
Preparado por Alberto
Martínez-Márquez