Ester de Izaguirre
Selección y notas por Alberto Martínez-Márquez
Nacida en Asunción, Paraguay, en 1923. Poeta, narradora y ensayista. Reside
en Buenos Aires desde los cinco años. Publicó los libros de poemas: Trémolo, El
país que llaman vida, No está vedado el grito, Girar en descubierto, Qué importa
si anochece, Judas y los demás, Y dan un premio al que lo atrape vivo, Fuera de
programa, Si preguntan por alguien con mi nombre, Una extraña certeza nos
vigila y Morir lo imprescindible. Ha obtenido los siguientes premios: Primer
Premio Municipal de Cuento; Premio Fondo Nacional de las Artes; Gran Premio Dupuytren; Faja de Honor de la SADE; Pluma de Plata del Pen Club; y el Premio Municipal de Poesía. Fue Visiting Lecturer en la
Universidad Estatal de San Diego y Visiting Associate Professor en la Universidad
de Irvine, California, U.S.A.
Desde entonces hasta la fecha es invitada a dar clases dos ciclos por año, en
varias universidades norteamericanas: Domínguez Hills,
Baylor, Greeley, etc. Fue invitada por la UNESCO, París, 1983, para
dictar clases y conferencias. Además invitada por las Universidades de
París; Jawaharlal
Nehru University, Nueva
Delhi, India; Al-Azhar en el Cairo; de La Madraza de
Granada (España) y en el Colegio Mayor Argentino de Madrid. Colabora en los
diarios La Nación, La Prensa, Clarín, La Gaceta de Tucumán y revistas del
exterior. Ha sido traducida al alemán, italiano, inglés y francés.
EXILIO
Como venida de un
verano ajeno,
de las aguas más turbias,
de un exiliado esfuerzo,
me he plantado en las calles de la tierra.
Pero algo se me
olvidó en otros lugares,
algo de mí que extraño y aborrezco.
Fue en un sitio de
formas interiores
y de silencios significativos,
fue en un lugar donde el amor se daba
como se debe dar, sin pedir nada.
Algo se me quedó en
esos lugares
y me siento incompleta y dividida,
vivo buscándome en cualquier ausencia,
en la extranjera bruma de mi piel
en la hondura de una lágrima,
en las promesas de Dios,
en mi silencio total
cuando me llamo.
CATARSIS
Me dijo Graciela:
mamá, hoy estás
distraída y no me escuchás.
No te pude decir
que la realidad
es un verdugo tenaz
de verdades violadas.
Por eso no
escuchaba tus palabras,
hasta que la poesía, este mar que recorre mis
orillas,
y me lava las rocas de tantos desperdicios
arrojados por duendes en la arena,
me libere las manos y la rabia,
los ojos, las vigilias, las promesas.
Después podré
escucharte,
cuando manche de voces y de gritos
esta página en blanco,
cuando este Cristo de palabras
salve al hombre que llevo en las entrañas
condenado,
cuando pueda decirle a este septiembre nuevo
que entra como un espía a nuestros patios,
que no soy una planta,
que no participo de la alegría animal de la
tierra
que espera con las piernas abiertas de sus
árboles
un milagro que fecunde sus preguntas.
Ya estoy aquí.
Mi relativa sombra,
todo este amor que soy, si no estoy triste.
Ahora puedo
escucharte, hija querida.
UNA SEMILLA MUERTA
Podría ser una
fuente exhausta
agotada al conjuro
que me dejó el sigilo de tu paso.
Pero se me llenó de
luz el pensamiento,
soy un desierto con las arcas de viento
siempre nuevas;
me siento inagotable de mí misma,
me doy en brazos de ternura
como hiedra a los muros salitrosos
del caserón enfermo de recuerdos.
Si existieras
ya nada quedaría para la soledad del mundo
que me aguarda.
En vano la
indigencia de los huecos del aire
me rogaría que la plenifique
y en vano la irrealidad de mis fronteras,
se darían en aguas estivales
sobre la sed de todos los que esperan.
Si yo te hubiera
amado
sería una guitarra con las cuerdas rotas,
un dolor sin destino navegando,
una semilla muerta
sobre el surco mendigo de la tierra.
FIESTA
Tengo ganas de irme
de la fiesta,
arrancarme el disfraz
y colgar mi cansancio en una percha.
Destruir en un
brindis de miradas
la absoluta vanidad de la esperanza.
Huir sin saludar,
sin dejar nada,
decir adiós a dos o tres personas,
las que encuentre de paso hacia la calle
y arrojarme a la noche
como una estrella más,
irrescatable.
TEATRO
No me va el papel
de anciana
y la escena me aguarda,
me golpean la puerta
y el público impaciente se agiganta.
Debo salir,
me empujan los relojes,
el escenario clama, los focos me previenen
y no creo en la máscara que llevo.
No me va el papel
de anciana
y yo sé que es la última vez que caerán los
telones.
Debo dejar que mi
cansancio
se convenza a sí mismo,
como un mediocre actor, de que es Edipo,
de mi preñez de lágrimas,
de noches que no acaban,
de las mínimas urnas
en las que paseo las cenizas del amor.
Pero entro
vacilante,
miro a cada rostro despiadado
y la cortesanía de violines
le va dejando paso a las palabras.
No me va este papel
ni lo he querido.
Y al fin todos
aplauden
como se aplaude al triunfo.
A UNA AMIGA DE LA INFANCIA
Quiero que me
recuerdes cosas
que a mí se me olvidaron,
aquello en que deseaba convertirme,
el detenido enero,
el sol iridiscente junto al ceibal dormido.
Recuérdamelo amiga.
Investigo la
prehistoria de mis manos
y no descubro nada.
Sé que tu voz,
una venda de estrellas quitará de mis ojos
y volverá aquel patio, nuestro fugaz reinado
donde hacíamos coronas con los sauces
en aquellas domesticables primaveras.
Convócame a aquel
tiempo que se fue.
Si lo entendieras
como yo
no cabrían en el mundo tu miedo y mi dolor.
Las cartas se
extraviaron,
en todos los correos hay fogatas de letras,
los teléfonos se ahogan con sus propios
cordones,
los libros permanecen en rancias bibliotecas
bautizados con ojos que ahora leen la tierra.
Los partidos de
fútbol señalarán domingos
y una máquina sorda partirá en dos la
siesta.
Entonces, esta
culpa de haber nacido a medias,
de vivir olvidando tanta infancia de veras,
sabrá que ya no hay tiempo
bajo el cielo que espera.
A UNA MARIPOSA EN LA CIUDAD
Allí estás sobre el
muro de cemento,
destronada de un ciego paraíso
de alguna aldea parecida al viento,
de un jardín devastado de improviso.
Qué distancia
enarbola tu extravío,
qué vandálica lluvia, qué exorcismo
te arrancó al corazón del labrantío
y señaló a tu vuelo el ostracismo.
Entre tanta ciudad,
tanto hundimiento,
tus alas replegadas se parecen
a desquiciada brújula de tiempo:
señalas derrumbada el pavimento
pero recuerdas que hay un Mar de Césped
más allá del naufragio y el tormento.
ME DESPIDO DE ASUNCIÓN UNA VEZ MÁS
Me voy de mí
cuando pierdo de vista la morada,
aquel enarbolado idioma,
las palabras que me llegan
del tabacal y las capueras.
Volveré a Buenos
Aires,
cepo reverenciado, tierra hurtada
de mi primer insomnio.
Tenía cinco años y
me hacían hablar
para reírse de mi pobre respuesta.
–Cómo te va
paraguayita.
–Bien nomá.
Y me ahogaban el
guaraní de las muñecas.
–Bien nomá.
Desangrada y
triunfante.
–Bien nomá.
Aquí se quedarán
mis ojos
y no sé de quién son cuando despiden
con lágrimas ajenas,
a las cenizas de mi abuela india,
al balbuceo de mi infancia muerta.
MI BISABUELA INDIA
En Paraguay, Quindy, 1870
Guerra de la Triple
Alianza
Allí vivió y allí
quiso morir.
Fueron cerrando el
círculo en su casa de troncos
levantaron sigilosos edificios
y las luces eléctricas derritieron los
cirios que encendía
para asustar a rayos y tormentas.
Le talaron los
árboles
rompieron el aljibe
y le enturbiaron el arroyo donde lavaba
ropa.
Mi bisabuela tan
sola, tan valiente
cuando leyó la carta
anunciando la muerte de los hijos
que ramoneaban raíces en la selva
antes de que las bayonetas
les cerraran los ojos.
Mi bisabuela india
tan sola en el arroyo
ahora blanquea recuerdos
con nudillos de niebla.
LA MÁSCARA
Lenta curva de
médanos
se adecuó al perfil
de mis arenas.
No hay tempestad
ni vientos desatados
que puedan despojarme
de esa otredad que
soy.
De esta máscara
extraña
que miradas ajenas me forjaron.
AL QUE PINTA GRAFFITIS EN LAS PAREDES
DE BUENOS AIRES
Esperaba las
sombras de una página
un ala de palabras con soledad de noches sin
estrellas.
¿Y qué decir?
“amor”, “Hijo del
hijo”
y qué decir para saber que existo.
Soy en la noche
los harapos de un hombre sin camino
una pared de cielos sin estrellas.
La pintura se acaba
y redimo a los pinceles agotados.
Aquí estoy
universo, gente
hermanos que no tuve.
Me veo hecho de
sombras
y la palabra es sol que me enajena
aunque muera en un mundo
de las pupilas vanas que me juzgan.
Ya terminé.
Al que me lea le
digo:
tuve manos
pincel
y algunas soledades
que el alquitrán pregona
para mi soledad sin cal ni propaganda.
Amanece. Me voy.
Y permanezco.
LA PUERTA
No quiero este
mutismo
de señales.
Marchito los
recuerdos
de tanto repasarlos.
Aquella voz, tu
risa,
las horas que viviste
sin que yo las supiera,
los amigos que tienen
las palabras que nunca me llegaron.
Tus insomnios
por los que no pude aventurarme.
Nunca más esa
puerta
nunca más.