Luis Moreno Villamediana



 

 

 

Así, mismo, como se diría

 

 

como un perro, más bien, sentado sobre el piso

reteniendo el orine,

como un pedazo de papel/uno usado/no demasiado sucio,

como un paraguas amarillo

que espera

o apenas mojado/el mío,

como alguien que camina con ganas de sentarse

a ver el día nublado/de febrero,

como una revista doblada en las esquinas

de las mejores fotos,

como el piso donde el perro se cansa/y se acuesta,

como las lámparas encima,

como el polvo

donde nacen ciudades de dunas de espejismos,

todo dorado entonces,

como un insecto cualquiera en un frasco de vidrio

turbio,

como un suéter colgado/para el frío

de fines de semana,

como los árboles de afuera del café bajo el viento

del norte, hoy, que muere

en el golfo de México,

junto a casas de madera y pintura caída,

junto a barcos de pesca

malolientes

junto a la tierra grisácea de esas playas, cerca,

como un panal, como un hormiguero,

como un trueno bajo una montaña,

como un pedazo de tierra bajo un trueno, entre bambúes,

como un lago bajo una parcela,

como una larga frase que respira sube y acaba

y se repite,

con cambios ligeros,

como una frase sin planes de viaje/o verbos

principales,

como un cansado pedazo de papel sobre el suelo,

como el polvo, amarillo, muy seco, junto al lago,

como el orine desde un fondo de nubes/

a ramalazos,

 a cuántos kilómetros de la orilla

contados desde la terraza de otros observadores,

este hombre Luis, así, podría decirse,

como un naufragio, o lámparas,

bajo tempestades

 

 

 

El azúcar, como puede verse

 

 

nunca pensé mucho en la imagen

de los granos de azúcar, regados

en la mesa

como planetas sobre el quieto hueco oscuro

campo del cielo; sin mayores estrellas;

 

con atención se mueven/

giran/cambian

la dirección del día

 

y sin darnos cuenta/las veletas

sin viento dan falsas direcciones

y entramos a edificios que no nos esperan,

las medias se nos caen,

olvidamos los lápices

y debemos escribir con la punta del dedo

ensangrentada;

 

sube la marea por la dulce gracia de esos pocos granos

que la costumbre de olvidar desconoce;

los barcos sin remedio se hunden

bajo el convenio del polvo/los cristales

de azúcar pegada al codo al libro

descansando en la mesa;

 

que no/si he de morir/se me castigue

por el desdén o la ingesta impropia

de esos meteoros de la tierra, encogidos,

de esos granulosos

                        soles de cada día

como el pan/o la muerte;

 

que los recuerdo; juro; me tiro al piso;

salve

 

 

 

Muerte compartida

 

 

¿en qué piensan las mujeres que amamos

cuando no están pensando que no deberían ya más

estar pensando en uno,

 

si en uno piensan

cuando van a dormirse o a lavarse

las manos, a oscuras

(un segundo siquiera) en el baño

con la puerta entreabierta?;

 

¿y a quiénes/cómo/les hablan

mientras cavan un pozo/despacio/y nos guardan/

con la sola elección de esas palabras

que escuchan otros/distintos,

“cierra la nevera es de día tengo los pies dormidos”?;

 

¿y cuánto de nuestra sombra

cabizbaja inmóvil silenciosa crispada,

si de nuestra sombra algo ven,

logran ver/

detrás suyo/

cuando ven un espejo?;

 

¿con qué entonces sueñan las mujeres que amamos

después que han decidido

que es mejor recordar un hoyo un pedazo

del aire/recortado/borroso/

en el lugar/allí/donde estuvimos

con tal vez un sombrero

roñoso tal vez/o memorable?; (un sombrero de fieltro;)

 

¿duermen acaso las mujeres que amamos,

hablan o se alimentan

o igualmente no amar las hiere tanto?;

 

nosotros a los que no aman ellas no dormimos,

como moscas rondamos las ventanas, o arañas,

vemos televisión sin saberlo o que importe,

conversamos lo justo apenas

para que el mar no nos arrastre

si nos confunde con una anguila muerta;

 

pero es bueno callarlo;

 

egoísta sería no respetar todo eso

con que se nos olvida;

 

ser tanto amadas un poco/me imagino/

ha de doler

y ellas/las que amamos/lo saben;

 

algún duelo ha de haber

en ocultar que se es el universo

 


 

Midiendo las distancias y su posible destrucción

 

 

ah las paredes de tela desgarrada,

sin embargo,

los millones de hongos entre el lugar ese

donde te sientas, ahora, con piernas cruzadas, descalza,

y este lugar,

            con demasiado tanto de otra gente

            ocupada con sus libros y sus computadoras

sus refrescos, ah

los invisibles camiones entre ambos llenos de sombreros de fieltro

y conejos de plástico, estériles, y frutas, limas, de algodón,

ah las yardas (oh) los kilómetros tus millas (ay)

de tu sombra a mi sombra,

propia la tuya, propiciada la mía,

bajo magnolias el cielo descapotado, seco

en definitiva,

la sangre así perdida

que no puede/tal vez/la sangre/

de uno a otro buscarnos

sin perderse de nuevo sin remedio,

ah y todo, más esa sangre,

si nomás renaciera

como de todito el polvo del mundo las mentiras

de mi propia esperanza

para echarse a perder/en definitiva,

 

ah y a toda tienda de antigüedades ir contigo

a todo paseo acompañarte por el lago

hasta olvidar los días tras días tras días tras días

en que sólo pensaba en actuar con coraje y fuerza y un hacha

enorme sobre el cielo

los camiones,

los muros

 

y ah que te devolvieran

 

entre extraño dolor y rara pleitesía

 


 

 

Los finales sin ruido

 

 

no todo acaba con bulla,

no siempre se escucha la explosión de las válvulas las tuberías

cuando todo termina,

ni por reflejo/cuando todo termina/se agrietan las casas vecinas

ni se sacuden los pericos mojados porque se dieron cuenta/

tarde tal vez/

de que eso se ha perdido entre (todo)

agudos dobleces,

en los suburbios/cerca

de despoblados bulevares y avenidas con grandes charcos

que sólo reflejan la calma del cielo,

no los hundimientos secretos,

no las vacías cisternas sin tapa/plaga

tampoco;

 

mi final de cada día,

la conversión de una sombra con cierta estructura

en sólo una sombra o en pura estructura/

pálida y frágil/

y cubierta de manchas de mostaza y óxido,

ocurre en una caja/sin ecos/

entre secos y cortos ruidos atenuados

que hacen los pulmones cuando claudican los oídos

las corrientes de aire visible adentro las entrañas

los talones cuando se rompen las rodillas el pelo las nalgas,

 

pero más nada,

 

como si el paso de enfermo a hongo a olor a polvo

fuese la destrucción de un plato

(uno de postre) (uno blanco) (azul en el borde)

                        (sin más señas)

no en el cuarto de al lado/

siquiera/

sino en vasto comedor pringoso abandonado

donde hacen fiesta las moscas,

 

las moscas distraídas,

 

sobre el dibujo de frutas amarillas/rojas

en manteles de hule


 

Luis Moreno Villamediana (Maracaibo, 1966). Es Licenciado en Letras. Actualmente realiza estudios doctorales en Literatura Comparada en Louisiana State University, con una tesis sobre teoría de la  traducción. Ha publicado en poesía: Mares que restan (1992), Cantares digestos (1996) y Manual para los días críticos (2001). Por este último recibió el Premio Internacional de Poesía Pérez Bonalde en 1997. Su  nuevo libro, Eme sin tilde, está en preparación, y será publicado próximamente. Ha publicado poemas, ensayos y traducciones en Venezuela y España. Algunos de sus poemas fueron incluidos en El decir y el  vértigo. Panorama de la poesía hispanoamericana reciente, editado en México por Filodecaballos Editores, y en una muestra de poesía  venezolana publicada en Corea.


Regresar