81 ¿ES NECESARIA UNA TEORÍA SOCIOLÓGICA?

 

El fundador de la sociología, Auguste Comte, propuso la creación de una nueva rama de la ciencia experimental a la que primeramente denominó “física social”, con la intención evidente de establecer una descripción de los fenómenos sociales con un método cercano al de las ciencias exactas.

 

   Uno de los aspectos que atañe a una teoría sociológica es la imperiosa necesidad de asociarle un sentido a todos los fenómenos descriptos. Así, la biología era un conjunto de datos sin sentido antes de la aparición de la teoría de la evolución por selección natural. El propio Comte vislumbró este aspecto tan importante, por lo que escribió al respecto: “Si al contemplar los fenómenos no los unimos a algunos principios, no sólo nos será imposible combinar esas observaciones aisladas y, por consiguiente, sacar de ellas algún provecho, sino incluso que seríamos incapaces por completo de retenerlas; y con la mayor frecuencia los hechos pasarían inadvertidos ante nuestros ojos” (Del “Curso de Filosofía positiva”).

 

   Hasta el momento, no existe una teoría sociológica que esté establecida en base a aspectos observables y cuantificables que permitan establecer una descripción organizada en forma axiomática, al menos una que sea de amplia aceptación en el ámbito de la sociología, si bien se han realizado muchos intentos para lograrlo.

 

   A fin de vislumbrar algunos aspectos relevantes al establecimiento de tal tipo de teoría, podemos considerar una secuencia histórica considerando aspectos que podrán ser útiles en el futuro. Además del planteamiento fundamental de Comte, debemos considerar los aportes de Baruch de Spinoza quien, en su libro “Ética demostrada según el orden geométrico” da un ejemplo de cómo se puede, y cómo se debe, describir el comportamiento del individuo y de la sociedad. Con el “orden geométrico” hace referencia al método axiomático utilizado por Euclides de Alejandría cuando realiza la geometría plana.

 

   No sólo Spinoza muestra la posibilidad de la utilización del método axiomático en cuestiones humanas, sino que establece la definición precisa del amor y del odio, dos de las actitudes básicas que existen en los seres humanos.

 

“El que imagina aquello que ama afectado de alegría o tristeza, también será afectado de alegría o tristeza; y uno y otro de estos afectos será mayor o menor en el amante, según uno y otro sea mayor o menor en la cosa amada”.

 

“El que imagina que aquello a que tiene odio está afectado de tristeza, se alegrará; si, por el contrario, lo imagina afectado de alegría, se entristecerá; y uno y otro afecto será mayor o menor según sea mayor o menor el afecto contrario en aquello a que tiene odio” (De “Ética”)

 

 

 

82 TEORÍA DE LA ACCIÓN

 

Entre todas las teorías sociológicas posibles, algunas de ellas se fundamentan en la acción individual. Max Weber expresó: “En la acción está contenida toda la conducta humana en la medida en que el actor le asigna un sentido subjetivo”

 

La esencia de una teoría de la acción es la descripción adecuada de las motivaciones y de las causas que promueven la [[acción social]]. No toda teoría sociológica la ubica como la variable de mayor relevancia.

 

Otro aspecto a considerar es que este tipo de teoría se ha de vincular necesariamente a la psicología social y por ello ha de utilizar, en forma implícita o explícita, el concepto de [[actitud]].

 

Podemos resumir brevemente, por ser una teoría representativa del caso considerado, a la propuesta por Talcott Parsons y colaboradores. (Tanto las funciones a cumplir por la teoría, variables relevantes, como los fundamentos psicológicos, han sido resumidos a partir del libro de Parsons y colaboradores citado en la Bibliografía).

 

Un grupo interdisciplinario, compuesto por nueve científicos sociales, se reúne entre 1949 y 1950, en la Universidad de Harvard, para establecer una Teoría General de la Acción, con la esperanza de fundamentar adecuadamente el conocimiento social existente. 

 

El grupo estaba compuesto por tres sociólogos, cuatro psicólogos y dos antropólogos sociales. Estaba dirigido por Talcott Parsons y Edward A. Shils, siendo sus colaboradores Edward C. Tolman, Gordon W. Allport, Clyde Kluckhohn, Henry A. Murray, Robert R. Sears, Richard C. Sheldon y Samuel A. Stouffer.

 

Funciones a cumplir por la teoría:

 

1)                  Ayudará a la codificación del conocimiento concreto existente, y esto puede hacerse suministrando hipótesis generalizadas para la reformulación sistemática de hechos e ideas.

2)                  Deberá ser una guía para la investigación. Por medio de la codificación podremos localizar y definir más exactamente las fronteras de nuestro conocimiento y de nuestra ignorancia.

3)                  Facilitará el control de las distorsiones de observación e interpretación, que son fomentadas por la “departamentalización” de la educación e investigación en ciencias sociales.

 

La teoría general de la acción considera básicas las siguientes variables:

 

Personalidad: proviene de los atributos individuales y de las motivaciones psicológicas para la acción social.

 

Sistema social: está asociado a la estructura en la cual se desarrollan las acciones humanas.

 

Sistema cultural: formado por las ideas y creencias vigentes en la sociedad, los símbolos expresivos y las orientaciones de valor.

 

Así como el individuo mantiene ideas y creencias que promueven determinadas acciones, en la sociedad existen conocimientos e información que conforman el sistema cultural promoviendo a su vez las distintas acciones individuales.

 

La cultura y el sistema social influyen sobre las actitudes individuales, mientras que los individuos influyen sobre el sistema social y sobre la cultura.

 

El modelo psicológico que sustenta la teoría de la acción es descrito por Edward C. Tolman y emplea las siguientes variables:

 

Variables independientes:

 

1)                  La situación de estímulo (E) que pueden ser físicas, sociales y también objetos y procesos culturales.

2)                  Estados correspondientes al despertar del impulso o al de la saciedad del mismo o a ambos.

3)                  Diferencias individuales producidas por variables tales como la herencia, la edad, el sexo y condiciones fisiológicas, tales como las ocasionadas por las drogas, las perturbaciones endocrinas y otras causas semejantes.

 

 

Variable dependiente:

 

La conducta (acción), se concibe como formada por respuestas (R) que definen sus significados de acción. En otras palabras, una acción o una conducta dadas tienen que ser identificadas y definidas sólo según las formas en que tienden a manipular o reordenar los objetos culturales, sociales o físicos que se hallan en relación con un actor determinado.

 

Mientras que a veces se habla de “la conducta de animales y hombres”, considerando los aspectos biológicos, empleamos la palabra “acción” para designar la conducta humana asociada tanto con aspectos biológicos como culturales.

 

Para interpretar en una forma simple el modelo psicológico propuesto, podemos establecer el siguiente vínculo entre respuesta y estímulo:

 

              Respuesta (Acción) = Actitud x Estímulo

 

Si tanto el estímulo como la respuesta son variables de tipo afectivo, o emocional, tenemos una teoría de la acción emotiva, o de la acción ética. Si son de tipo cognitivo, tenemos una teoría de la acción razonada. Como los estímulos pueden ser de variado origen, es necesario disponer de una descripción unificada.

 

El modelo propuesto por Talcott Parsons y sus colaboradores apunta, justamente, a ser una “teoría general de la acción”, de ahí que la idea general pueda ajustarse a casos particulares.

 

Todo parece indicar que la teoría general puede muy bien constituirse en el fundamento básico y concreto de todas las ciencias sociales. Como, incluso, provee de un modelo psicológico concreto, es posible que, en el futuro, pueda establecerse algún tipo de conexión con las conclusiones provenientes de las investigaciones en neurociencias.

 

Para Parsons, la acción es la unidad elemental de la cual se ocupa la Sociología e involucra los siguientes elementos:

 

El actor que cumple la acción.

Una finalidad hacia la cual se orienta la acción.

Una situación inicial de la cual se desarrollan nuevas líneas de acción, en las cuales tenemos las condiciones ambientales sobre las cuales el actor no tiene posibilidad de control y los medios sobre los cuales tiene posibilidad de control.

Utiliza una orientación normativa de la acción que lleva al actor a preferir cierto medios en lugar de otros, basándose en el sistema moral vigente en la sociedad.

 

Ludwig von Mises escribió: “El hombre actúa porque es capaz de descubrir relaciones causales que provocan cambios y mutaciones en el universo. El actuar implica y presupone la categoría de causalidad. Sólo quien contemple el mundo a la luz de la causalidad puede actuar. Cabe, en tal sentido, decir que la causalidad es una categoría de la acción. La categoría “medios y fines” presupone la categoría “causa y efecto” o “estímulo y respuesta”.

 

Sin causalidad ni regularidad fenomenológica no cabría ni el raciocinio ni la acción humana. Tal mundo sería un caos, en el cual vanamente el individuo se esforzaría por hallar orientación y guía. El ser humano incluso es incapaz de representarse semejante desorden universal”. (De “La Acción Humana” – Editorial Sopec SA)

 

Mario Bunge escribió: “Las doctrinas de la acción más antiguas y generales son el marxismo y el pragmatismo, y a  ambos se los denominó “filosofía de la praxis”. En realidad ninguno de los dos es una teoría (sistema hipotético-deductivo) de la acción. Se trata únicamente de doctrinas que destacan la importancia de la práctica en la vida social.

 

Sostienen que la bondad de una teoría depende de sus frutos prácticos. Así, Friedrich Engels identificaba la verdad con el éxito y William James la reemplazó por el “valor en efectivo”. En realidad, la verdad (o la falsedad) es una propiedad de las proposiciones, o del conjunto de éstas, en tanto que la eficiencia sólo puede predicarse de las acciones humanas, las cosas artificiales o los procesos controlados por el hombre.” (De “Las Ciencias Sociales en discusión” – Editorial Sudamericana SA)

 

“Hacia una teoría general de la acción” de Talcott Parsons y otros – Editorial Kapeluz, 1968

 

 

83 INTERACCIÓN SOCIAL

 

La interacción social es el fenómeno básico mediante el cual se establece la posterior influencia social que recibe todo individuo. Podemos hacer un resumen de las relaciones básicas estudiadas por la Psicología social:

 

Relaciones persona-persona:

 

      a) Interacción social: existe influencia mutua entre dos personas.

 

Relaciones persona-grupo:

 

a)      Conformidad: la persona recibe influencia del grupo

b)      Liderazgo: la persona influye sobre el grupo

 

Relaciones grupo-grupo:

 

a)      Conflicto (generalmente motivado por la competencia)

b)      Cooperación

 

La conducta social depende de la influencia de otros individuos y la interacción social es una de las claves de este proceso. Si la conducta social es una respuesta al estímulo social producido por otros, incluidos los símbolos que ellos transmiten, la interacción social puede ser concebida como una secuencia de relaciones estímulo-respuesta.

 

La conducta de una persona es el estímulo para la respuesta de otra, que a su vez, siguiendo la secuencia, pasa a ser luego el estímulo de la respuesta siguiente de la primera persona. Las interacciones regularizadas de este tipo constituyen la base de muchos de los hechos de influencia que ocurren dentro de las sociedades.

 

Podemos expresar este concepto mediante la siguiente igualdad:

 

Respuesta (conducta) = Actitud x Estímulo

 

Así, la influencia social ha de materializarse en un cambio en nuestra actitud personal debido a que todo estímulo producirá un efecto (o respuesta) que podrá grabarse en nuestra memoria. Mediante este proceso simple y básico, se va conformando nuestra personalidad individual.

 

“Principios y métodos de psicología social” de Edwin HollanderAmorrortu Editores 1968

 

 

84 LA ENVIDIA

 

Por Carlos Castilla del Pino

 

“Una de las peculiaridades de la actuación envidiosa es que necesariamente se disfraza o se oculta, y no sólo ante terceros, sino también ante sí mismo. La forma de ocultación más usual es la negación: se niega ante los demás y ante uno mismo sentir envidia”.

 

“La envidia revela una deficiencia de la persona, del self del envidioso, que no está dispuesto a admitir”. “Si el envidioso estuviera dispuesto a saber de sí, a re-conocerse, asumiría ante los demás y ante sí mismo sus carencias”.

 

“La dependencia unidireccional del envidioso respecto del envidiado persiste aún cuando el envidiado haya dejado de existir. Y esta circunstancia –la inexistencia empírica del sujeto envidiado y la persistencia, no obstante, de la envidia respecto de él- descubre el verdadero objeto de la envidia, que no es el bien que posee el envidiado, sino el sujeto que lo posee”.

 

“El envidioso acude para el ataque a aspectos difícilmente comprobables de la privacidad del envidiado, que contribuirían, de aceptarse, a decrecer la positividad de la imagen que los demás tienen de él (el envidioso tiende a hacerse pasar por el mejor «informado», advirtiendo a veces que «aún sabe más»). Pero adonde realmente dirige el envidioso sus intentos de demolición es a la imagen que los demás, menos informados que él, o más ingenuos, se han construido sobre bases equivocadas”.

 

“¿Cómo conseguirlo? Mediante la difamación, originariamente disfamación. En efecto, la fama es el resultado de la imagen. La fama por antonomasia es «buena fama», «buen nombre», «crédito»”. “La difamación es el proceso mediante el cual se logra desacreditar gravemente la buena fama de una persona”.

 

“Ahora vemos dónde está realmente el verdadero objeto de la envidia. No en el bien que el otro posee, sino en el (modo de) ser del envidiado, que le capacita para el logro de ese bien”.

 

“El envidioso es un hombre carente de (algún o algunos) atributos y, por lo tanto, sin los signos diferenciales del envidiado. Sabemos de qué carece el envidioso a partir de aquello que envidia en el otro”. “Pero, además, en este discurso destaca la tácita e implícita aseveración de que el atributo que el envidiado posee lo debiera poseer él, y, es más, puede declarar que incluso lo posee, pero que, injustificadamente «no se le reconoce». Ésta es la razón por la que el discurso envidioso es permanentemente crítico o incluso hipercrítico sobre el envidiado, y remite siempre a sí mismo. Aquel a quien podríamos denominar «el perfecto envidioso» construye un discurso razonado, bien estructurado, pleno de sagaces observaciones negativas que hay que reconocer muchas veces como exactas”.

 

“No sólo el sujeto envidioso es inicialmente deficiente en aquello que el envidiado posee, sino que el enquistamiento de la envidia, es decir, la dependencia del envidioso respecto del envidiado perpetúa y agrava esa deficiencia. Decía Vives: «Con razón han afirmado algunos que la envidia es una cosa muy justa porque lleva consigo el suplicio que merece el envidioso»”.

 

“Una de las invalideces del envidioso es su singular inhibición para la espontaneidad creadora. Ya es de por sí bastante inhibidor crear en y por la competitividad, por la emulación. La verdadera creación, que es siempre, y, por definición, original, surge de uno mismo, cualesquiera sean las fuentes de las que cada cual se nutra. No en función de algo o de alguien que no sea uno mismo. Pues, en el caso de que no sea así, se hace para y por el otro, no por sí. Todo sujeto, en tanto construcción singular e irrepetible, es original, siempre y cuando no se empeñe en ser como otro: una forma de plagio de identidad que conduce a la simulación y al bloqueo de la originalidad”.

 

“El tratamiento eficaz de la envidia cree verlo el que la padece en la destrucción del envidiado (si pudiera llegaría incluso a la destrucción física), para lo cual teje un discurso constante e interminable sobre las negatividades del envidiado. Es uno de los costos de la envidia, un auténtico despilfarro, porque rara vez el discurso del envidioso llega a ser útil, y con frecuencia el pretendido efecto perlocucionario –la descalificación de la imagen del envidiado- resulta un fracaso total”.

 

“Su deficiencia estructural en los planos psicológico y moral aparece a pesar de sus intentos de ocultación y secretismo”.

 

(Extractos de “Teoría de los sentimientos” – Tusquets Editores – ISBN 84-8310-708-2)

 

 

     

85 LENGUAJE GESTUAL

 

Quintiliano escribió:

Voy a diferir el decir qué es lo que en cada lugar se requiere para la oración, a fin de hablar primero del ademán, el cual concuerda con la voz y con ella, obedece a la vez al alma. Lo mucho que éste significa para el orador se ve bien claramente en que se explica la mayor parte de las cosas, incluso sin palabras, pues no solamente con las manos, sino también los movimientos de cabeza declaran nuestra voluntad y reemplazan en los mudos el lenguaje...Por el contrario, cuando los ademanes y la mímica se apartan de la oración (si declaramos con alegría las cosas tristes y si afirmamos algo con ademán negativo), entonces no solo perderán su vigor y acento las palabras, sino también su credibilidad. Pero también la corrección se basa en ademán y movimiento.

La cabeza es lo más importante en la acción, así con en el cuerpo, y no sólo para aquella corrección de que ya he hablado, sino también para cada movimiento expresivo. Lo que se requiere, pues, en primer lugar, es que la cabeza esté siempre derecha y en postura natural. Porque estando baja, denota humildad; demasiado levantada, arrogancia; inclinada hacia un lado, desfallecimiento; y el tenerla muy rígida y firme es una señal de una cierta rudeza espiritual. En segundo lugar, debe tener unos movimientos proporcionados a la misma acción, de tal manera que se conforme con el ademán y acompañe a las manos y los movimientos laterales, porque la mirada siempre se dirige al mismo objeto que el ademán, menos cuando desaprobamos, negamos o mostramos aversión a alguna cosa, de manera que parece que con el semblante detestamos y con la manos desechamos aquello mismo.

Son muchísimos los modos expresivos de la cabeza; porque además de los movimientos que tiene para afirmar, negar y confirmar, los tiene también para mostrar vergüenza, duda, admiración e indignación, conocidos y sabidos todos.

El gesto es el que tiene más significación. Con él nos mostramos suplicantes, con él amenazamos, con él halagamos, él nos hace tristes, alegres, soberbios o humildes; de él están pendientes los hombres; a él es a quien miran; lo contemplan a uno antes de que hablemos; con él mostramos amor a los hombres; por él odiamos y entendemos muchísimas cosas, sirviendo muchas veces más que todas las palabras.

Pero en el mismo gesto, el máximo efecto corresponde a los ojos; por ellos, más que por nada, se expresa el alma; de suerte que, aun sin moverse, no sólo se revisten de claridad con la alegría, sino que con la tristeza se cubren como de una nube. Con el movimiento indican entusiasmo, o indiferencia, soberbia, dulzura o aspereza..

Nunca deberá fijarse la vista con rigidez en algún objeto, ofenderse o manifestar debilidad o pesadez o asombro, o extremada alegría y viveza, ni deberá mostrar el más grande deleite, ni mirar de soslayo, o, por decirlo así, enamorado o en ademán de hacer alguna súplica.

También los párpados y las mejillas contribuyen mucho a la explicación de los ojos. Muchos hacen también las cejas, pues de alguna manera dan realce a los ojos y son las que gobiernan la frente; con ellas se arruga, se levanta o se baja; y otra cosa sirve para muchos efectos: la sangre, que sigue los movimientos del alma; cuando encuentra la piel dócil por la vergüenza, hace cubrir el rostro de color encendido, y cuando se retira por el miedo, queda todo el ser como exangüe, frío y pálido; la templanza se logra por un nivel medio entre ambos estados. Es vicioso tener inmóviles las cejas o moverlas demasiado, o si se oponen desiguales, o si con su ademán se oponen a lo que decimos. Porque teniéndolas encogidas se muestra furia; bajas, tristeza; extendidas, alegría. También se bajan o levantan para afirmar o negar.

Apenas hay un ademán decente que se exprese con las narices y labios, aunque ello suele significar burla, desprecio y fastidio. Así, es una cosa fea arrugar la nariz, llenarla de aire, moverla y tocarla con el dedo, y estornudar y sonarse a cada paso y con la palma de las manos, levantársela hacia arriba, siendo así que aun el limpiarse con frecuencia la nariz se tiene por una cosa reprobable. Tampoco parecen bien los labios alargados hacia fuera, demasiado abiertos o cerrados, o separados hacia una parte y descubriendo los dientes, extendidos por un lado casi hasta la oreja o como desdeñosamente puestos el uno sobre el otro, o como si estuvieran colgando y despidiendo la voz por una sola parte. Cosa igualmente fea es lamérselos o mordérselos.

En alargar o encoger el cuello hay por diferente causa igual deformidad; pero en tenerlo estirado no sólo hay trabajo, sino que debilita la voz y se fatiga. Teniendo la barbilla pegada al pecho sale la voz menos clara y con más bronca por estar oprimiendo la garganta. Rara vez parece bien el levantar los hombros o encogerlos.

En los periodos que deben decirse seguidos y con velocidad, tiene mucha gracia un moderado movimiento del brazo, quietos los hombros y extendiendo los dedos cuando se saca la mano. Pero de las manos, apenas pueden decirse cuántos movimientos tienen, pues casi igualan al número de palabras. Aunque no me parece adecuado el que se imiten ciertas posturas y se exprese con las manos todo lo que se dice.

El movimiento de la mano comienza muy bien desde el lado izquierdo y concluye en el derecho; pero de manera que parezca que se detiene, no que hiere; y si al fin algunas veces cae, debe volver con ligereza, y alguna vez vuelve a agitarse de una parte a otra, cuando negamos o admiramos.

En este lugar añaden justamente los maestros del arte que la mano comience y acabe su movimiento acompañando a lo que se dice. Los mismos maestros del arte prohíben levantar las manos sobre los ojos o ponerlas más debajo del pecho, por cuya razón se tiene por cosa defectuosa el iniciar el ademán en la cabeza y acabarlo en la parte del vientre.

La mano izquierda por sí sola jamás hace buen ademán; comúnmente acompaña a la mano derecha, ya cuando decimos las razones por el orden de los dedos, ya cuando detestamos alguna cosa con las palmas de las manos retiradas hacia la izquierda, ya cuando echamos algo en cara o hacemos alguna objeción teniéndolas de frente, o cuando por uno y otro lado las extendemos, ya cuando respondemos o suplicamos.

Se debe también cuidar de que el pecho y el vientre no salgan mucho hacia fuera, porque la espalda se inclina, y toda esta postura es de mal efecto. También es cosa fea el andarse moviendo a la derecha y la izquierda, sosteniéndose ya en un pie y ya en el otro. También es defectuoso mover mucho los hombros.

No tiene el orador traje alguno propio, pero en él se aprecia el atavío más que en ninguna otra persona. Por lo que debe ser decente y propio de un hombre serio, igual que el que debe llevar toda persona honrada.”