36 LEY NATURAL Y LEY MORAL
Es importante
encontrar un vínculo simple entre ley natural y ley moral. Así podremos
acercarnos a la consecución de una ética objetiva, o ética natural, que
trascenderá el marco religioso, filosófico y científico. Tal conocimiento
permitirá establecer un mejor entendimiento entre las distintas ramas del
conocimiento y por ende es posible que el hombre deje de lado los aspectos
subjetivos en la búsqueda del saber, aspectos que sólo conducen a antagonismos
y divisiones.
Cuando se inicia la ciencia experimental,
comienza la búsqueda de leyes naturales asociadas a los distintos fenómenos.
Galileo Galilei (1564-1642) escribió: “Si es verdad
que un efecto tiene una sola causa primaria y que entre la causa y el efecto
hay una conexión firme y constante, debe entonces concluirse necesariamente que
allí donde se perciba una alteración firme y constante en el efecto habrá una
alteración firme y constante en la causa” (Del “Diálogo sobre los dos máximos
sistemas del mundo”- Librería del Colegio SA). El físico-matemático Henri Poincaré (1858-1912) da una definición similar: “¿Qué es
una ley? Es un vínculo constante entre un antecedente y un consecuente, entre
el estado actual del mundo y su estado inmediatamente posterior” (De “Últimos
pensamientos” – Ed. Espasa-Calpe SA)
Estas leyes no sólo gobiernan lo material,
sino también lo viviente; ya que la constitución de lo material y de todo ser
viviente, tiene su base en átomos y moléculas. Incluso nuestros propios átomos
alguna vez fueron parte integrante de una estrella (es en el centro de las
estrellas en donde se forman los átomos más complejos). De ahí que, si la
materia inerte está regida por leyes naturales, podemos deducir que la propia
vida también lo está.
Hay quienes rechazan la posibilidad de que
el ser humano esté regido por leyes naturales, ya que asocian la existencia de
leyes a un determinismo riguroso y, de ahí, a la idea de que seríamos como
simples robots sin ninguna libertad de acción. Sin embargo, debemos tener
presente que somos nosotros los que elegimos las condiciones iniciales en toda
secuencia de causas y efectos. Imaginemos el caso del jugador de fútbol que
tiene la libertad de elegir cuál será el destino que le ha de dar a la pelota
en un instante próximo. Una vez que toma una decisión, el movimiento del balón
será regido por las leyes descriptas por la física. Las leyes vienen dadas por
el propio orden natural, pero las decisiones (actos humanos) quedan a cargo del
hombre.
Si no hubiere ley natural, no podríamos
prever el futuro, ya que, a iguales causas le seguirían efectos diferentes. No
podríamos prever el lugar por donde habría de pasar un vehículo cuando cruzamos
la calle, por ejemplo.
En la actualidad podemos disponer de una
imagen más concreta de la ley natural en el concepto de “función matemática”.
Una vez que podemos cuantificar algún aspecto observable de la realidad,
podemos asociarle algún ente matemático. Luego encontramos vínculos funcionales
entre los distintos aspectos observables (variables) y así tenemos una imagen
matemática del vínculo entre causas y efectos. Si bien no es posible, muchas
veces, distinguir entre causas y efectos en una expresión matemática, tal
vínculo entre variables nos da una idea de la existencia de ciertas
restricciones asociadas a los fenómenos naturales.
La causalidad existente en los fenómenos
naturales permite establecer descripciones simples. Cuando se descubre el
principio de indeterminación, a nivel atómico, se pone en duda la validez de la
causalidad. Sin embargo, ya que este principio implica la imposibilidad de
conocer con exactitud todas las condiciones iniciales, simultáneamente, no
indica que no exista la ley natural propiamente dicha. Además, las leyes
naturales, a nivel atómico, tendrán una validez estadística, pero es posible
seguir con la definición antes mencionada.
El comportamiento ético se manifiesta
principalmente en los sentimientos, o las emociones, que experimentamos ante la
presencia o la referencia de otros seres humanos. Esas sensaciones podrán ser
agradables o desagradables, con una transición gradual entre ambos extremos. Al
ser observables, y comparables, tales sensaciones podrán ser descriptas ya sea
como “causas” o bien como “efectos”, y por ello será posible asociarles alguna
ley natural simple. Dicha ley ha de ser esencial en el ámbito de las relaciones
humanas.
Así, si a la persona A le ocurre algo bueno
(causa), la persona B comparte esa sensación (efecto). Lo mismo ocurrirá cuando
a la persona A le ocurra algo malo, ya que B compartirá esa sensación. El amor
ha de ser la actitud que permite compartir las penas y las alegrías de nuestros
semejantes. Puede ocurrir también que las alegrías ajenas nos produzcan cierto
malestar, por lo que, seguramente, las tristezas ajenas nos producir cierto
placer. Y eso ha de ser el odio. Baruch de Spinoza (1632-1677) escribió: “El que imagina aquello que
ama afectado de alegría o tristeza, también será afectado de alegría o
tristeza”. “El que imagina que aquello a que tiene odio está afectado de
tristeza, se alegrará; si, por el contrario, lo imagina afectado de alegría, se
entristecerá” (De “Ética” – Ed. Fondo de Cultura
Económica”).
Estos aspectos esenciales de la conducta
individual ya fueron tenidos presentes por Cristo cuando enuncia el “Amarás al
prójimo como a ti mismo”. Incluso antes de Spinoza
algunas de las actitudes básicas del hombre aparecen en los escritos de los
filósofos griegos. Finalmente debemos ubicarlas dentro del esquema de la
ciencia experimental para que tengamos una ética natural a todos accesible.
A la relación permanente: efecto-causa, o
respuesta-estímulo, le podemos denominar “respuesta característica” o mejor aún
“actitud característica”. Es indudable que habrá tantas actitudes posibles como
personas existan. Incluso una misma persona podrá sentir amor por algunos, y
odio o indiferencia por otros. Además, esa actitud podrá ir cambiando de una
época a otra, materializando un mejoramiento, o bien un empeoramiento, ético.
En realidad, conocer una persona implica
conocer su actitud característica, ya que observándola en una circunstancia
podremos predecir (aproximadamente) cómo actuará en otra circunstancia. Por
otra parte, mejorar éticamente significará adoptar una actitud en la que se
buscará la preponderancia del amor y se evitará el odio. Esas sensaciones, o
emociones básicas, serán las causas primarias de la acción individual.
Hemos visto que la ley natural asociada a
las actitudes, deviene en ley moral, de ahí que la ley que estudian los
científicos está vinculada a la ley de Dios que estudian los religiosos. Es
muy importante poder definir las actitudes básicas del hombre, ya que su
conocimiento le permitirá ser consciente de la tendencia preponderante adoptada
en el presente; posibilitándole hacer una verdadera “introspección psico-sociológica” que, seguramente, le ayudará a
orientarse en la vida.
Cuando el hombre elige el Mal,
adoptará una actitud de odio, egoísmo e indiferencia. El odio está asociado a
la burla (algo que produce mucho daño en quien la recibe) y a la envidia (que
produce mucho daño en quien la siente). De ahí que el hombre se premia o se
castiga a sí mismo según que elija el camino del Bien (amor) o el camino del
Mal (odio, egoísmo, negligencia).
Respecto de la ley
natural, Marco Tulio Cicerón escribió: “El universo entero está sometido
a un solo amo, a un solo rey supremo, al Dios todopoderoso que ha concebido,
meditado y sancionado esta ley; desconocerla es huirse a sí mismo, renegar de
su naturaleza y por ello mismo padecer los castigos más crueles, aunque se
escapara a los suplicios impuestos por los hombres”.
El concepto de ley natural es, posiblemente,
el único concepto objetivo sobre el cual alguna vez podremos ponernos de
acuerdo. Podemos disentir acerca de si existe un Creador, si interviene en el
mundo, si no interviene, si existe un sentido objetivo de la vida, etc., pero
la realidad concreta y objetiva está asociada a las leyes que rigen todo lo
existente.
37 EL EDIFICIO DE LA SOCIOLOGIA
Para Auguste Comte, existe una ley del
progreso de las distintas ramas de la ciencia las cuales pasan sucesivamente
por una etapa teológica, seguida de una metafísica, para llegar a la etapa
positiva. Podemos denominar también tal secuencia con los nombres de religiosa,
filosófica y científica.
La etapa filosófica, por la que
pasa la sociología actual, está constituida por varias “pequeñas viviendas” que
pueden observarse unas a otras coexistiendo en forma más o menos armónica. Al
igual que ocurre con la filosofía, no existe un edificio único que reciba los
aportes de todos los pensadores. Ello sólo podría ocurrir cuando las distintas
visiones de la realidad fueran visiones complementarias, en lugar de ser
parcial o totalmente incompletas, erróneas o contradictorias.
En la física, por el contrario,
podemos decir que existe un “edificio único” que recibe los aportes de los
distintos científicos; de ahí su carácter imponente. Podemos citar como ejemplo
a la teoría electromagnética de James Clerk Maxwell,
que surge en el siglo XIX y que está constituida por las leyes de Gauss, Faraday y Ampere-Maxwell, siendo esta última una ampliación
efectuada por Maxwell a la ley de Ampere. Estos ilustres físicos son los que
efectuaron las últimas generalizaciones basadas en aportes realizados por
varios otros que les antecedieron.
Puede observarse que una teoría
científica no necesariamente ha de consistir en la obra de un solo hombre, sino
que es lícito incorporar aportes de otros científicos para reunirlos en un
sistema descriptivo general. Además, en el caso de la sociología, podrá también
incorporar aportes de la religión.
Existen algunos inconvenientes
tales como el de la distinción que se hace entre ley natural religiosa y ley
natural científica, pero este problema existe sólo para las posturas
filosóficas dualistas. Por el contrario, para los sistemas filosóficos
monistas, como para la ciencia experimental, existe una identificación entre
ambas.
La sociología, para pasar a la
etapa científica, debe, de alguna manera, constituirse como un “edificio único”
en donde puedan ubicarse los distintos aportes de sociólogos y también de filósofos, ya que, gran parte del contenido
de los distintos sistemas filosóficos, puede encuadrarse en el marco
sociológico. Nicholas S. Timasheff
escribió: “El historiador muestra lo variable; el sociólogo señala lo constante
y recurrente. La historia describe la multitud de las combinaciones concretas
en que se han encontrado los hombres interdependientes; la sociología
descompone las diferentes combinaciones en sus relativamente pocos elementos
básicos y formula las leyes que las gobiernan. El descubrimiento de esas leyes,
o el enunciado de las relaciones necesarias e invariables entre un limitado
número de elementos en que puede descomponerse la realidad social, es el
verdadero objetivo de la sociología, equivalente a los objetivos de la física,
la química, la biología y la psicología en sus campos respectivos” (De “La
Teoría Sociológica” – Fondo de Cultura Económica).
En realidad, el propio Comte estableció las premisas básicas para la llegada a la
etapa científica de su “física social”, como primeramente denominó a la
sociología. Tales premisas son:
1) La sociología debe ser una ciencia experimental
2) Debe basarse en el postulado de la invariabilidad
de la ley natural
3) Debe ser posible deducir algunos fenómenos
sociales de otros, aceptándose el método axiomático.
4) La sociología se ha de establecer para mejorar la
sociedad, por lo que rechaza la “neutralidad” ética de la misma.
5) Debe proponer una religión natural.
Auguste Comte escribió:
“El espíritu humano, por su naturaleza, adopta sucesivamente tres métodos
de filosofar en todas sus investigaciones, cuyo carácter es esencialmente
diferente e incluso opuesto: al principio, el método teológico, luego el
metafísico y, por último, el método positivo. De ahí provienen tres tipos de
filosofía o de concepción general sobre el conjunto de los fenómenos, que se
excluyen mutuamente. La primera es el punto de partida necesario de la
inteligencia humana; la tercera, su sistematización definitiva y fija, mientras
que la segunda vale sólo como momento de tránsito”
“El carácter fundamental de la filosofía positiva es considerar todos los
fenómenos como subyacentes a leyes naturales invariables, cuyo descubrimiento
preciso y cuya reducción al menor número posible, constituye el fin de todos
nuestros esfuerzos, considerando como absolutamente inaccesible y carente de
sentido, para nosotros, la búsqueda de lo que se da en llamar la causa, sea la
primera, sea la final” (Del “Curso de Filosofía Positiva” Ed.
Aguilar)
“Entiendo por física social la ciencia que tiene por objeto el estudio de
fenómenos sociales considerados con el mismo espíritu que los astronómicos, los
físicos, los químicos o los fisiológicos, es decir, sujetos a leyes naturales
invariables, cuyo descubrimiento es el objeto especial de investigación”
(Citado en “La Teoría Sociológica” N. Timasheff).
Así como un sistema filosófico mínimo deberá estar constituido por:
a) Teoría del conocimiento (lógica, ciencia,
lenguaje, etc.)
b) Teoría del comportamiento (ética)
c) Teología natural (sentido de la vida)
Una teoría sociológica ha de tener una estructura bastante similar, pero,
por estar basada en aspectos observables, verificables y cuantificables, deberá
tener un carácter único debiendo aceptar
gran parte del conocimiento previo disperso. De esa forma se aceptará la complementariedad
del conocimiento, pero no el error o la contradicción. Immanuel
Kant escribió: “Toda filosofía es teórica o práctica.
La filosofía teórica es la regla del conocimiento;
la filosofía práctica es la regla del comportamiento
en lo que atañe al libre albedrío” (De “Lecciones de Ética” – Ed. Crítica).
Nótese que, asociado al
conocimiento, buscamos la verdad, mientras que asociado al comportamiento,
buscamos el Bien, o el camino mejor hacia la felicidad. Sin embargo, dentro de
la propia filosofía existen posturas que rechazan tanto la existencia de la
verdad como la existencia del Bien, como valores absolutos. Si negamos la
existencia, y la búsqueda, de ambos objetivos, estamos anulando la esencia de
la filosofía. De ahí que resulta llamativo que sean denominados “filósofos” los
que niegan a su propia ciencia, tales los casos de Marx,
Nietszche, entre otros.
En nuestra época, la existencia de
un sistema sociológico puede resultar “revolucionaria”, por cuanto es llamativa
la mayoritaria adhesión al relativismo de la verdad y al relativismo moral, por
lo que tal tipo de sistema tendría una poco fácil aceptación. Incluso se ha relativizado el significado del “amor al próximo” predicado
por el cristianismo, lo que le hace perder casi totalmente su eficacia. De
todas formas, es importante la realización de intentos unificadores en vista a
su aplicación en el futuro. Sin la existencia de la Verdad, del Bien y del
Amor, como aspectos objetivos de la realidad, pocas esperanzas quedan para la
orientación adecuada del hombre dentro del mundo en donde se encuentra inmerso.
Afortunadamente, los intensos estudios
emprendidos en neurociencias implican la búsqueda de vínculos entre el cerebro
y el comportamiento, de tal manera que la aparición de la síntesis mencionada
es de esperar que ocurra en el plazo de algunos años.
Como base de la acción ética, podemos
mencionar la existencia de la actitud característica en las personas, definida
como:
Actitud característica = Respuesta /
Estímulo
Siendo las
respuestas y los estímulos las emociones, o sentimientos, derivados de
distintos acontecimientos que afectan a los seres humanos y que son
compartidos, o no, por otros seres humanos. De esa manera encontramos una ética
objetiva clasificando adecuadamente las actitudes básicas posibles (amor, odio,
egoísmo, negligencia).
Como base del conocimiento, podemos
mencionar la lógica natural, o analógica, con las operaciones básicas de
“comparar” y “agrupar”, provenientes de un proceso adaptativo
vinculado a un sistema de realimentación negativa y de la forma en que
agrupamos la información en nuestra memoria.
La existencia de una ética objetiva no
implica que se haya de aceptar fácilmente, ya que deberá estar encuadrada en
una visión amplia que considera también la existencia de un sentido objetivo de
la vida, o un sentido objetivo del universo. De esto surge una religión natural
que podemos resumir como:
Religión natural = Sentido de
la Vida + Ética natural
A partir de la
tendencia hacia el logro de niveles de mayor complejidad, hasta llegar a la
vida inteligente, podemos observar un sentido aparente de la evolución
biológica, e incluso del universo, ya que la vida es una etapa que sigue a la
aparición de las partículas fundamentales, núcleos, átomos, moléculas, células,
etc. La evolución cultural del hombre debe apuntar en el mismo sentido que la
evolución biológica. En ese caso será posible otorgarle validez plena a la
ética natural como parte de un proceso adaptativo
general.
Puede argumentarse que ya existe el
cristianismo como religión que promueva una ética muy próxima a la ética
natural (o a lo que en este escrito así se ha denominado) y que no debe
alterarse en lo más mínimo. Al respecto, es oportuno aclarar que, debido al
carácter totalmente subjetivo con que en la actualidad se valoran las
simbologías bíblicas, se ha pretendido, a partir de los presentes escritos,
fundamentar científicamente todos aquellos aspectos susceptibles de
verificación, sin negar ninguno de los aspectos esenciales del cristianismo.
Quienes adhieren a una postura dualista
(Universo = Dios + Naturaleza) atribuyen el mayor mérito a la adhesión a tal
postura filosófica y se autodenominan “creyentes”. Por el contrario, desde el
punto de vista de la religión natural, “creyente” es el que cree en las
palabras de Cristo y trata de cumplir con sus mandamientos, constituyendo una
actitud ética antes que filosófica. Se supone, además, que es la acción humana
la que produce efectos en los demás, y no tanto la directa intervención de
Dios.
Se considera que Cristo vino a adaptar al
hombre a la ley natural en lugar de intentar adaptar la ley natural
(interrumpiéndola adecuadamente) para beneficio del hombre. Las prédicas de
Cristo van destinadas a cambiar a los hombres y no a cambiar las leyes
naturales existentes.
El gran conflicto que se produce entre la
religión natural, surgida de la postura monista (Universo = Dios = Naturaleza)
y la religión revelada, surgida de la postura dualista, radica en el caso de
las posibles intervenciones de Dios. Si en realidad la ley natural impone al
hombre una actitud característica, es posible suponer que el Dios supuestamente
interviniente en los fenómenos humanos habrá de estar
también constituido por su propia actitud característica. Ha de ser un Dios
“lógico” que actúa de igual manera en iguales circunstancias, por lo que
equivale a decir que está regido por su propio criterio, el mismo utilizado
para la creación de los seres humanos. De ahí que son equivalentes las
posturas: a) atribuir al Universo la existencia de leyes naturales estrictas,
b) atribuir leyes naturales sujetas a interrupción bajo el criterio de un Dios
lógico que posee una determinada personalidad.
Es oportuno resaltar que la ética natural
aquí propuesta, surge de una descripción del tipo aceptado por la metodología
usual de la ciencia experimental. Esto se debe a que la validez, o no, del
sistema descriptivo, radica principalmente en el concepto de “actitud
característica”. De verificarse su existencia, es posible la validez del resto
de las deducciones hechas. Si se verifica, por el contrario, su falsedad, pues
entonces todo el sistema es falso.
Con ello el autor desea rechazar toda duda
respecto de su honestidad intelectual. De igual manera, se pide a quien
proponga algún sistema descriptivo con alcances similares al propuesto, que
indique claramente cuál es el aspecto observable, verificable y cuantificable
que permite a los demás poder decir si se trata de algo verdadero o de algo
falso. Si, por el contrario, se siguen proponiendo descripciones basadas en
conceptos difusos, seguiremos en la etapa de la sociología filosófica, todavía
lejana a la etapa científica propuesta por el fundador de esta rama del
conocimiento.
Estos elementos simples ofrecen un punto de
partida para el establecimiento de un sistema sociológico con base científica.
Una vez adoptado, se lo puede tomar como referencia para verificar la
compatibilidad, o no, de otros conocimientos dispersos. En caso de ser un
esquema falso, se alienta al lector a establecer uno mejor. Al menos el
presente escrito le dará una perspectiva general del problema y de su solución.
38 CAUSALIDAD EN SOCIOLOGIA
Considerando a la
ley natural como el vínculo invariante entre causas y efectos, podemos
distinguir tres formas básicas que responden a tal definición y que se utilizan
en sociología:
a)
Respuesta característica =
Respuesta / Estímulo = Efecto / Causa
b) Secuencia: Causa →
Efecto
c) Secuencia con realimentación:
Causa → Efecto
→ Causa
Como ejemplo de la
primera relación podemos considerar a la “actitud característica” existente en
todos los seres humanos, incluso podemos decir también “existente en todos los
seres vivos”. Para aseverar su existencia, podemos suponer el caso en que no
existiera. Si así fuese, no podríamos prever el comportamiento de las demás
personas. Los exámenes psicológicos que realizan las empresas para incorporar
nuevo personal, no tendrían razón de ser, por cuanto nadie podría asegurar que
al otro día el aspirante reaccionará de igual manera ante igual circunstancia.
Así, supongamos que la persona A se dirige
respetuosamente a la persona B y B le responde con similar respeto. Luego,
pasados algunos minutos, A vuelve a dirigirse a B, con el respeto habitual,
pero B le contesta de muy mala manera. Es evidente que cambió su respuesta
notablemente en ese corto periodo. Esto puede deberse a que, entre los dos
encuentros, B recordó algo negativo de A, o alguien le dijo algo negativo de A,
pero mantuvo su actitud de siempre, sólo que el estímulo cambió de un instante
al otro. La tercera posibilidad es que B padezca algún problema psicológico.
Esas tres posibilidades responderían a un caso real. También alguien podrá
decir que, al no existir una actitud característica en B, simplemente no tiene
porqué responder de igual manera en circunstancias similares, y lo impredecible
de su comportamiento ha de ser algo “natural”. Así, ante una actitud
respetuosa, habría de responder a veces respetuosamente y otras veces, no; sin
que haya motivo alguno como antes se supuso.
También decimos que “el amor (causa) produce
felicidad (efecto)” porque, al compartir las penas y las alegrías de nuestros
semejantes, serán también nuestras penas y nuestras alegrías, por ello nunca
ocasionamos penas en quienes harán que también sean nuestras. Luego, buscamos
las alegrías de los demás porque también serán nuestras alegrías. Si, por el
contrario, se supone que alguien “hace el mal a quien ama”, se está diciendo
algo incoherente, porque ese mal será compartido y afectará al que lo provoca,
algo que sólo puede ocurrir en forma involuntaria.
Como los seres humanos no conocemos con
exactitud cuáles serán los efectos de nuestras acciones, en muchos casos, es
posible que provoquemos dolor en quien queremos provocar felicidad, que luego
será nuestro propio dolor (aumentado por sentirnos “culpables”). De ahí que
siempre es necesario distinguir las intenciones de los efectos concretos, por
cuanto el desconocimiento de los vínculos causales puede llevarnos a tales
comportamientos erróneos.
En sociología es necesario establecer
correctamente cuáles son las causas y cuáles los efectos que les siguen, de
manera tal que nuestras acciones sean las adecuadas. Podemos citar un caso
importante y es el del vínculo entre pensamientos y creencias, por una parte, y
resultados económicos, por otra parte. Se han propuesto dos soluciones:
a)
Max Weber, en su libro “La ética protestante y
el espíritu del capitalismo”, describe a las creencias y comportamientos
calvinistas como causas favorables para el desarrollo del sistema económico
capitalista (efecto).
b)
Karl Marx describe al sistema de producción
económico como la causa de las ideas y creencias predominantes en la sociedad
(efecto).
Es evidente que en
una ciencia experimental no deberían coexistir ambas descripciones opuestas
como “verdaderas”, ya que, o una es verdadera y la otra falsa, o una se acerca
a la realidad de una forma mucho más efectiva que la otra. En una sociología
filosófica, como la vigente actualmente, pueden coexistir opiniones opuestas
sin mayor inconveniente para los especialistas.
Se afirma que “un neurótico es la persona
que dice 2 + 2 son 4 y se siente mal” mientras que “un psicótico
es la persona que dice 2 + 2 son 5 y se siente bien”. Por ello podemos decir
que el científico es como el neurótico, ya que puede ver resultados concretos y
correctos, pero no está conforme con ellos y trata de saber más. El filósofo,
por el contrario, es como el psicótico, ya que
observa resultados opuestos respecto de una misma realidad, y acepta a ambos.
Podemos describir los factores que favorecen
a la economía de mercado, o economía capitalista, de la siguiente forma:
Economía libre = Trabajo + Ahorro
productivo + Ética
Es indudable que
se necesita tener una aceptable actitud ética para trabajar y para ahorrar.
También es necesaria para no perjudicar, y para beneficiar, a los demás. De ahí
que no resulta extraña la conclusión obtenida por Max
Weber respecto de lo favorable que resulta la
creencia religiosa, en lo económico, por cuanto lo esencial de la religión es
el comportamiento ético del hombre.
Para Marx, por el
contrario, es la forma de producción la que determina la manera de pensar y de
actuar de las personas. Como los empresarios no tratan a sus empleados como
“socios”, supone que les roban parte de su trabajo (plusvalía); lo que a veces
puede resultar cierto, pero muchas veces, no. De ahí la propuesta de eliminar
la propiedad privada de los medios de producción, porque supone que de esa
forma se “cambiará la mentalidad” de toda la sociedad y se resolverá así la
mayor parte de los problemas que la afectan.
Marx pretende que
sea el trabajo el vínculo de unión entre los hombres, y no el amor, como lo
promueve el cristianismo. De ahí que diseña una sociedad en la cual el trabajo,
realizado en los medios de producción expropiados, llevará al cambio de
mentalidad requerido. Si la realidad no responde a la descripción, la
militarización de la economía forzará la “naturaleza humana” en la búsqueda de
esa adaptación. Vladimir Lenín
escribió:
“Las clases
subsisten y subsistirán por todas partes durante años después de la conquista
del poder por el proletariado. Aniquilar las clases no consiste solamente en
echar a los propietarios y a los capitalistas, lo cual nos resultó
relativamente fácil, sino también aniquilar los pequeños productores de
mercaderías, y es imposible echarlos, es imposible aplastarlos, es preciso
hacer buenas migas con ellos. Solamente se puede (y se debe) transformarlos,
reeducarlos por un trabajo de organización muy largo, muy lento y muy
prudente”.
“La dictadura del
proletariado es una lucha encarnizada, sangrienta y no sangrienta, violenta y
pacífica, militar y económica, pedagógica y administrativa, contra las fuerzas
y tradiciones del viejo mundo. La fuerza de la tradición en millones y decenas
de millones de hombres es la fuerza más temible. Sin un partido, sin un partido
de hierro y endurecido en la lucha, sin un partido poderoso por la confianza de
todos los elementos honestos de la clase en cuestión, sin un partido hábil en
seguir la mentalidad de la masa e influirla, es imposible sostener esta lucha
con éxito” (Citado en “Humanismo y terror” de M. Merleau-Ponty – Ed. Leviatán).
Cuando alguna de las causas atribuidas al
comportamiento social del hombre resulta totalmente predominante, y excluyente
de otras causas, podemos hablar de cierto “determinismo” asociado a tal
descripción. Podemos dar los siguientes ejemplos:
a)
Determinismo económico (Marx)
b)
Determinismo racial (Gobineau)
c)
Determinismo ético (Weber)
El determinismo
económico y el racial implican la generalización perversa hacia todos los
miembros de una clase social, o de una raza, como culpables por los problemas
que aquejan a una sociedad o a un país. Así, para el marxista, todo burgués
(empresario, principalmente) es culpable de todos los males de la sociedad y
por ello sugiere combatirlos y expropiarles sus bienes, mientras que para el
nazi fueron los judíos los culpables de los males de Alemania, y por ello se
sugería combatirlos, expropiarles sus bienes y exterminarlos; una actitud
bastante similar a la de los marxistas. Incluso las matanzas de estos últimos
superaron ampliamente a las de los nazis.
Por otra parte, el proletariado
(trabajadores u obreros) estarían exentos de fallas para el marxista, mientras
que la raza aria estaba exenta de culpa para los nazis. Es evidente que la
realidad no responde a una descripción tan superficial y errónea. Una sociología
científica no debería aceptar teorías que no respondan al simple criterio de la
verdad, además del criterio ético elemental que debe imperar en cualquier
realización humana de cierta trascendencia social.
En cuanto al determinismo ético, es oportuno
señalar que no sugiere ningún tipo de lucha violenta, sino que asigna virtudes
y defectos a los integrantes de todos los grupos sociales sin hacer distingo
por el nivel económico, intelectual, religioso o racial, por lo que favorece la
mejora ética individual, que luego llevará a la mejora generalizada de la
sociedad.
Hay quienes opinan que el mejoramiento
individual se habrá de dar luego del mejoramiento social, cuando cambie el
sistema económico, como lo sugiere el marxismo, e incluso gran parte del
liberalismo. Otros opinan que la mejora de la sociedad se dará como
consecuencia del cambio ético individual, tal como se dijo antes. Es indudable
que la sociedad influye sobre el individuo y que el individuo influye sobre la
sociedad, ya que se crea cierta mentalidad generalizada representativa del
grupo social. Platón escribió: “Cada uno de nosotros posee los mismos rasgos de
carácter y las mismas costumbres que la sociedad; porque sólo pueden provenir
de nosotros” (De “La República”).
En el intercambio de influencias entre el
individuo y la sociedad podemos aplicar el concepto de sistema realimentado. En
un sistema tal, una causa producen su efecto, pero éste vuelve a la causa
aumentado dicho efecto (realimentación positiva), o bien regulándolo en la
búsqueda de cierto objetivo (realimentación negativa).
Como ejemplo de realimentación positiva
tenemos el efecto destructivo que sufre la cultura de la sociedad a través de
los medios masivos de comunicación. Así, cierto individuo emite una actitud
grosera por la televisión. Luego, varios teleespectadores adoptan tal actitud.
Con el tiempo, uno de ellos aparecerá en televisión y volverá a influir en la
sociedad mediante una actitud similar a la primera mencionada. Este proceso lo
vemos claramente en la forma en que se difunde y se acepta una nueva expresión
popular o alguna novedad idiomática surgida en la sociedad.
En cuanto a la realimentación negativa,
podemos considerar a la propia labor de los intelectuales como “lazos de
realimentación” que observan cómo funciona la sociedad actual y la comparan con
lo que “debería ser”. Cuando encuentran diferencias, actúan sobre el medio
social tratando de reducirlas.
Este es el proceso básico que puede llevar a
una mejora ética y también al mejoramiento intelectual, ya que, una vez lograda
una descripción cercana a la realidad, será posible tomarla como referencia
para adquirir nuevos conocimientos. Esto se debe a que es distinto “conocer”
que “comprender”. Uno dispone de mucha información y “conoce” una enorme
cantidad de datos, pero necesita de cierta estructura de ideas básicas
(descripción ordenada axiomáticamente), como referencia, para darle sentido a
esa información, y esto es lo que denominamos “comprender”.
39 IGUALDAD Y MÉRITO
Aunque
la propia naturaleza, mediante la reproducción sexuada y la herencia genética,
busca la variedad y la desigualdad de los seres humanos, se cree que la
igualdad es una meta que debemos
perseguir (al menos no debiera serlo en algunos aspectos). El biólogo Ernst Mayr escribió:
“Hay
muy pocas características humanas que no presenten una enorme variación (poliformismo) en cada población. Esta diversidad es,
precisamente, la base de una sociedad saludable. Permite la división del
trabajo, pero también exige un sistema social que haga posible que cada persona
encuentre el nicho concreto de la sociedad para el que está mejor adaptada”.
“Casi
todo el mundo está a favor de la igualdad y está de acuerdo en que igualdad
significa igualdad ante la ley e igualdad de oportunidades. Pero no significa
identidad total. La igualdad es un concepto social y ético, no un concepto
biológico. Olvidar la diversidad biológica humana en nombre de la igualdad sólo
puede provocar daños; ha constituido un impedimento en la educación, en la
medicina y en muchas otras actividades humanas” (De “Así es la biología” –
Editorial Debate SA).
Desde las épocas de Adam
Smith se reconocen las ventajas de la división (o
especialización) del trabajo. Para el establecimiento de una productividad
aceptable, es imprescindible una gran diversidad en las características y en
las preferencias laborales de los distintos seres humanos. Rudoph
Emerson expresó: “Todos los hombres que conozco son
superiores a mí en algún sentido, y en ese sentido puedo aprender de todos”.
Esta superioridad parcial, existente y
necesaria, no es admitida por todos, ya que, respecto de quienes nos superan,
se pueden adoptar dos actitudes extremas: una consiste en admirarlos e
imitarlos, mientras que la otra actitud implica envidiarlos o bien negar los
valores y habilidades que posean. Gonzalo Fernández de
El símbolo de la justicia es una balanza, de
ahí que la igualdad se considera como una condición de justicia. Cuando se
habla de justicia social, se acepta tácitamente una igualitaria distribución de
la cosecha, pero no una previa e igualitaria distribución de la siembra. De ahí
que muchos tienden a ser “generosos” con la posibilidad de repartir medios
económicos ajenos. Gonzalo Fernández de
El
capitalismo privado tiende a producir diferencias económicas y sociales, pero
con grandes rendimientos productivos. Las economías dirigidas desde el Estado,
por el contrario, buscan la igualdad económica a pesar de una reducida
productividad. En un caso tenemos la desigualdad
en la riqueza y en el otro caso la igualdad
en la pobreza. Respecto de la actitud del que prefiere una u otra opción,
podemos ejemplificarla suponiendo el caso de alguien que tiene que elegir a sus
vecinos. Si se trata de una persona no envidiosa, preferirá que sus vecinos
tengan mucho dinero. De esa manera, en caso de que alguna vez le falten los
medios económicos básicos, es posible que reciba alguna ayuda de quienes más
tienen. Por el contrario, la persona envidiosa preferirá tener vecinos con
menos recursos que él. Cuando le falte algo, casi nadie podrá ayudarlo. Como
siempre, las búsquedas de la felicidad y del éxito competitivo son excluyentes.
(Se ha ignorado, en el ejemplo mencionado, la tendencia de la gente pobre a ser
solidaria, algo que muchas veces no sucede con los que más tienen).
Las tendencias políticas denominadas izquierda y derecha pueden asociarse, respectivamente, a la búsqueda
prioritaria de la igualdad y a la
búsqueda de la libertad, según lo
propone el escritor Norberto Bobbio. La igualdad
económica fue la meta de la sociedad comunista, aunque para ello se debió
restringir totalmente la libertad. La sociedad liberal tiende a producir
desigualdades, de ahí que deban buscarse soluciones intermedias, ya que la
falta de libertad hace desdichada la vida del hombre, mientras que las
desigualdades sociales notorias crean tensiones que tarde o temprano llevarán a
conflictos insuperables. C. Bouglé escribió: “La
igualdad de oportunidades no está hecha para borrar, sino para poner de relieve
la desigualdad de capacidades”.
Si tratamos de establecer un orden social
que satisfaga al que compite con poco éxito, estaremos favoreciendo la
existencia de la envidia. En el ámbito educativo, en alguna ocasión se llegó al
extremo de aceptarse que el abanderado del establecimiento surgiera de la
elección de sus propios compañeros, desconociéndose los logros pedagógicos
anteriores. Al no otorgarle la distinción que los reconoce, el establecimiento
permitió premiar, algunas veces, al que no realizó méritos suficientes. En
estos casos, no se logró una injusta igualdad, sino una injusta desigualdad.
El lema igualitario del marxismo sugiere “De
cada uno según su capacidad, para cada uno según sus necesidades”, lo que
implica que se debe sembrar según su
capacidad (desigual) y cosechar según
su necesidad (igualitariamente). Este “igualitarismo” se opone a la “meritocracia” que contempla el esfuerzo y las capacidades
individuales, tal como lo impulsan las tendencias liberales.
La mentalidad que “protege” la actitud
envidiosa puede ejemplificarse en el caso de una reunión de aficionados a la
filosofía. En tal caso, se considera tan valiosa la opinión del que se dedica
al tema desde mucho tiempo atrás, como la del adolescente que piensa por
primera vez acerca del tema debatido. En un ámbito como el descrito,
predominará la mediocridad. La excesiva “igualdad” impedirá la enseñanza y el
aprendizaje, ya que se acepta tácitamente que nadie sabe más que otro.
Así como los procesos térmicos requieren de
un desequilibrio térmico y los procesos eléctricos requieren de un
desequilibrio eléctrico, los procesos sociales también han de ser impulsados
por ciertas desigualdades previas. Tal concepto es sustentado por el economista
John Rawls. Al respecto, Raymond Boudon escribe:
“Consciente de que esta elevación del nivel de base sea obtenida mediante un
aumento de las desigualdades, poco importa que el rico se torne más rico si se
puede demostrar que ello permite al pobre volverse menos pobre: ése es el
mensaje de las curvas rawlsianas. Tal es el contenido
del célebre principio de diferencia: la diferencia entre el mejor y el peor
dotados debe justificarse por el hecho de que contribuye a mejorar la condición
del segundo” (Citado en “Los profetas de la felicidad” de Alain
Minc – Editorial Paidós SAICF).
La violencia social tiene dos estímulos
principales: el lujo, y la posterior ostentación, por una parte, y, la
demagogia izquierdista que culpa de todos los males, con exclusividad, a la
clase productiva y empresarial. Se le informa al menos pudiente, día a día,
instante a instante, que toda la culpa de sus males y de su sufrimiento la
tiene el que posee una aceptable situación económica. Así, luego del asesinato
de la mujer de un empresario, víctima de un robo, no resultó extraño que
alguien justificara tal acción diciendo que el que tiene dinero suficiente “lo
robó antes o lo robó ahora”. El ciudadano común impulsa la violencia urbana de
la cual incluso alguna vez podrá ser una víctima.
La búsqueda de la igualdad económica
presupone una igualdad en el grado de felicidad a lograr. De ahí los intentos
por llegar a ese logro. En cambio, para el cristianismo, la felicidad está
ligada a los aspectos afectivos y éticos del ser humano. De ahí que prescinde
de los aspectos económicos, intelectuales y sociales como medios para lograr la
felicidad; al menos no los considera en un lugar prioritario como los aspectos
afectivos y éticos.
La igualdad que debemos contemplar es
aquella que surge del hecho de estar regidos por una ley natural única y universal.
Sólo desde allí tiene sentido impulsar la igualdad de los hombres. Así, el
cristianismo, con su “Amarás al prójimo como a ti mismo”, nos conduce hacia esa
igualdad natural, apuntando a lograr la felicidad, pero no a satisfacer su
tendencia competitiva. G. Thibon escribió: “El
igualitarismo cristiano, basado en el amor que eleva, implica la superación de las desigualdades
naturales; el igualitarismo democrático, basado en la envidia que degrada,
consiste en su negación” (Del
“Diccionario del Lenguaje Filosófico” de P. Foulquie
– Editorial Labor SA).
La lucha ideológica entre marxismo y
cristianismo sigue todavía vigente; el primero trata de establecer un orden
social artificial que busca liberar al individuo de la envidia. El
cristianismo, por el contrario, trata de eliminar la envidia a través del
sentimiento del amor. A partir de ahí podrá construirse un orden social natural
que será beneficioso para todos.
40 LA RELIGIÓN DE CRISTO
Se dice que lo que Cristo dijo a los hombres constituye
la “religión de Cristo”, mientras que la religión de lo que los hombres dicen
sobre él, constituye la “religión acerca de Cristo”. La primera es exigente
respecto de la actitud ética que el hombre debe lograr, mientras que la segunda
es exigente respecto de la actitud filosófica que el hombre debe adoptar.
Desde la religión natural es posible
describir en forma simple varios aspectos evidentes de las prédicas cristianas,
justamente los que son accesibles a nuestras decisiones. Incluso el propio
Cristo agradecía a Dios por haber revelado a los niños las cosas importantes y
por haberlas ocultado a los sabios y a los listos.
Son dos actitudes distintas porque, mientras
que en un caso se trata de “amar al prójimo” un poco más cada día, en el otro
caso se trata de “creer” un poco más cada día. No resulta difícil creer en la
palabra de Cristo y así cumplir con sus mandamientos éticos, mientras que
resulta un tanto difícil creer, y explicar, acontecimientos poco frecuentes tales como aquellos misterios poco accesibles a
nuestro razonamiento, ya que las simbologías son interpretadas generalmente
como realidades concretas.
Desde la religión natural se le da
importancia a los acontecimientos naturales que suceden la mayor parte del
tiempo, mientras que aquellos hechos poco frecuentes (milagros) se los
interpreta como fenómenos excepcionales regidos por leyes poco accesibles al
conocimiento humano, pero sin negar su realidad.
La religión natural, que sigue los
lineamientos básicos de la ciencia experimental, no puede afirmar ni tampoco
negar aquello que no conoce. Como realización humana, ante las dudas, sólo sabe
decir “no sabemos” antes que dar explicaciones con bastantes probabilidades de
ser erróneas. En cuanto a la oración y a las influencias mentales que de ella
derivan, y que pueden ayudar a una persona en circunstancias extremas, no se
niega su realidad.
La religión natural promueve una actitud
“lateral”, hacia el prójimo, intentando lograr niveles de sociabilidad más
intensos. La “religión acerca de Cristo” busca intensificar la actitud
“ascendente” en la cual centra la atención en el vínculo imaginario, entre el
Dios personal y el creyente, pero tiende a dejar de lado la actitud lateral
predominante en la “religión de Cristo”.
Desde la “religión de Cristo” se valora con
preponderancia la acción ética; las obras. Desde la “religión acerca de Cristo”
se valora la actitud filosófica; la fe. De ahí los debates en las distintas
Iglesias acerca de si la salvación se logra por las “obras” o por la “fe”.
El progresivo deterioro ético de las
sociedades actuales requiere tanto de la actitud lateral como de la actitud
ascendente, requiere tanto tener presente la evidencia de la existencia de un
orden natural, como del cumplimiento estricto de los mandamientos bíblicos.
Estas posturas, que a veces dan lugar a
actitudes bastante distintas, pueden identificarse con la condición de suponer
un Dios personal que actúa de igual manera en iguales circunstancias, regido
por una ley simple, con una actitud característica similar a la que tenemos los
hombres. De lo contrario, de no aceptarse esta condición, entramos en un mundo
poco racional que impide que nuestra mente utilice todas sus facultades
plenamente, impidiendo que la religión de Cristo impere en nuestras sociedades
en momentos tan difíciles como los actuales.