Fuente: El efecto Mozart. Campbell,
Don. Urano. 1998.
EL
EFECTO MOZART
El doctor Alfred Tomatis, un reconocido médico francés, se ha pasado los
últimos cincuenta años estudiando las propiedades curativas del sonido y la música,
y sus influencias en la creatividad e inteligencia. Ha puesto énfasis en lo que
él llamó “Efecto Mozart”.
Tomatis, en sus centros de audición alrededor del
mundo, ha hecho pruebas a más de 100.000 pacientes, en relación a problemas de
audición, trastornos del aprendizaje, e impedimentos vocales y auditivos. Uno
de sus pacientes más conocidos fue Gerard Depardieu, el actor de cine. Hoy los espectadores conocen a
un Depardieu que habla con una voz cálida y
agradable, pero a mediados de los sesenta era un joven cohibido al hablar y que
soñaba con ser un actor famoso. El hogar de Depardieu
presentaba muchas dificultades familiares, él no había terminado sus estudios,
tenía problemas consigo mismo, y era tartamudo... sí, tartamudo. Lo peor de
todo es que cuanto más se empeñaba en hablar, más empeoraba su tartamudez.
Un profesor de arte dramático le sugirió que fuera
al Centro Tomatis en París, donde conoció al doctor,
el cual diagnosticó que la causa de las dificultades vocales y de memoria de Depardieu residían en profundos
problemas emocionales y le dijo que podía ayudarlo. Deperdieu
le preguntó en qué consistiría el tratamiento, a lo cual Tomatis
le respondió: “Durante las próximas
semanas, quiero que venga aquí todos los
días, durante dos horas, a escuchar a Mozart”. “¿Mozart?”,
preguntó Depardieu, intrigado. “Sí, Mozart”, repitió Tomatis.
Cuento corto: después de sólo algunas sesiones Depardieu comenzó a experimentar cambios positivos en su
vida diaria (mejor apetito, dormía mejor, sentía más energía, comenzó a hablar
con claridad). A los pocos meses Depardieu volvió a
la escuela de teatro con una nueva confianza en sí mismo, y un nuevo
equilibrio, y siguió así hasta convertirse en uno de los mejores actores de su
generación.
“Antes de Tomatis”, dice Depardieu, reflexionando,
“no podía decir ni una oración completa.
Me ayudó a dar continuidad a mis pensamientos, y me dio el poder de sintetizar
y comprender lo que pensaba”.
Tomatis encontró que, más allá de
las preferencias del paciente, o su conocimiento sobre el compositor,
invariablemente la música de Mozart calmaba al
oyente, mejoraba su percepción espacial, y le permitía expresarse con más
claridad. Mozart, descubrió, lograaba
los mejores y los más perdurables resultados, ya fuera en Tokio, Nueva Cork, o
en la selva amazónica.
En la actualidad los científicos concuerdan en que
hay muchos diferentes tipos de música que puede ser terapéutica. Algunas personas
reaccionan bien al escuchar jazz o reggae. Otras se
sienten mejor cuando escuchan canto gregoriano, o heavy
metal. Pero últimamente los investigadores han confirmado –como Tomatis- que la obra de un compositor en particular, Wolfgang Amadeus Mozart,
sobresale enigmáticamente entre todas las demás formas musicales por su poder
de curar el cuerpo humano. A esta especial capacidad curativa la han denominado
“Efecto Mozart”.
Los científicos empiezan a comprender no sólo que
algunas formas musicales son más curativas que otras, con la música de Mozart en primer lugar sino que, además, empiezan a
entender por qué.
En la China se producen composiciones musicales con
algunos títulos muy curiosos, como por ejemplo, Obesidad, Constipación, o Insomnio.
En las disquerías, también se puede comprar Hígado,
Corazón y Pulmones. La mayoría de
estas composiciones utilizan instrumentos tradicionales chinos, y la ejecución
es perfecta. Los chinos “toman” esta música como si tomaran hierbas
medicinales, para que los ayude a curarse de los problemas que se describen en
el título del disco.
En Japón, para los dolores de cabeza recomiendan
escuchar “Canción de Primavera” de Félix Mendelssohn
o “Humoresque”, de Antón Dvorak.
En los hospitales de la india se utiliza música hindú tradicional para ayudar a
la curación.
El poder mozartiano llegó
a la atención del público hace unos pocos años, especialmente a través de un
cambio innovador en la investigación científica en la Universidad de
California. En el centro para la Neurobiología del Aprendizaje y la Memoria de esa universidad, un equipo de
científicos empezó a investigar el efecto Mozart en
los estudiantes universitarios y en los niños. La doctora Frances
H. Bauscher y sus colegas llevaron a cabo un estudio
en el que treinta y seis estudiantes de la Facultad de Psicología, después de
escuchar durante diez minutos la Sonata
para dos pianos en Re Menor (K. 448) de Mozart,
obtuvieron de ocho a nueve puntos más en el test
espacial de inteligencia (parte de la escala de Stanford-Binet).
Es posible que la música de Mozart
haga “entrar en calor” al cerebro, señala Gordon Shaw, físico teórico integrante del equipo científico
mencionado. Shaw sospecha que la complejidad de la música
facilita ciertos intrincados patrones neuronales que intervienen en actividades
mentales complejas como las matemáticas o el ajedrez. En cambio, la música
simple y repetitiva puede tener el efecto contrario.
En un estudio posterior, los científicos exploraron
las bases neurofisiológicas de este efecto. Se prosiguió con los tests de inteligencia espacial, proyectando en una pantalla
–durante un minuto cada una- dieciséis figuras abstractas semejantes a trozos
de papel plegados. Estos ejercicios, que abarcaron a 69 estudiantes, deseaban
establecer si ellos podían predecir cómo se verían las figuras cuando los
pliegues se abrieran. Durante un período de cinco días, un grupo escuchó
sonatas originales de Mozart, a otro simplemente no
se le hizo escuchar nada –escucharon el silencio- y un tercer grupo escuchó una
mezcla de sonidos, incluyendo música de Philip Glass, un cuento grabado, y música bailable.
Los investigadores informaron que los tres grupos
mejoraron sus resultados entre el primero y el segundo día, pero el patrón de
reconocimiento del grupo de Mozart se elevó al 62%,
comparado con el 14% para el grupo del silencio, y el 11% para el de los
sonidos mezclados. En los días siguientes el grupo de Mozart
siguió con los mejores resultados. Al proponer una explicación para este
efecto, los científicos sugirieron que escuchar a Mozart
ayuda a “organizar” los patrones de “encendido” de las neuronas en la corteza cerebral,
fortaleciendo especialmente los procesos creativos que se asocian con el
razonamiento espaciotemporal. Llegaron a la conclusión de que escuchar música
actúa como un “ejercicio” para facilitar operaciones asociadas con las
funciones superiores del cerebro. En otras palabras: escuchar música puede
mejorar nuestra concentración y nuestra capacidad de dar un salto intuitivo
(incluido un “cambio 2”, de “doble ciclo” o radical).
Después de estos estudios, una cantidad de escuelas
públicas introdujeron pieza musicales de Mozart como
música de fondo, e informaron que lograron mejorías en la atención y en el
desempeño de los alumnos.
Para comprender por qué la música, en general, puede
curar, y por qué la música de Mozart es especialmente
terapéutica para mucha gente, debemos comprender el sonido y su efecto en la
materia física. Hans Jenny, un médico e ingeniero
suizo, describe cómo el sonido y la vibración interactúan con la materia. Jenny
demuestra que con el sonido se pueden formar intrincadas figuras geométricas.
Por ejemplo, ha creado vibraciones en cristales con impulsos eléctricos y ha
transmitido la vibración a un medio como un plato o una cuerda. También ha
producido oscilaciones en líquidos y gases.
Las formas que se pueden crear mediante el sonido
son infinitas, y pueden ser variadas simplemente cambiando su altura, la armonía
del tono, y el material con que vibra. Cuando se agregan cuerdas, el resultado puede
ser algo bello, o un caos. Un sonido OM bajo,
por ejemplo, produce algunos círculos concéntricos con un punto en el centro;
un sonido iii alto produce muchos círculos con bordes
fluctuantes. Estas formas cambian instantáneamente cuando se toca una nota o un
tono diferente.
Imaginemos, entonces, qué efectos pueden tener los
sonidos en las células, los tejidos y órganos, que son delicados y formados por
líquido en gran parte. Los sonidos que vibran forman patrones, y crean campos
energéticos de resonancia y movimiento en el espacio que nos rodea. Nosotros
nos vemos afectados por estos campos energéticos y éstos, sutilmente, alteran
nuestro pulso, nuestra presión sanguínea, tensión muscular, temperatura de la
piel, aliento, y otros ritmos internos.
Ha sido, en parte, mediante un trabajo de Linda Rodees,
una psicóloga clínica, que los científicos, y los físicos en particular, han
tomado conciencia de que las vibraciones que se transmiten mediante la música
pueden afectar positivamente a un paciente, o afectarlo de modo negativo si no
es la música adecuada para él.
En 1982, Rodgers empezó a
trabajar en el hospital Mount Sinai,
En Nueva York, y consiguió que le permitieran
presenciar operaciones a corazón abierto. Allí comenzó a investigar la
capacidad de escucha de los pacientes cuando aún se encontraban bajo anestesia total.
Pronto pudo publicar una elaborada investigación que indicaba que, aún cuando
no estén concientes, los pacientes siguen escuchando. Enano de los experimentos
utilizó un gato anestesiado, cuyos canales en el electroencefalograma
respondieron todos al mismo tiempo ante el ladrido de un perro. “Las fibras auditivas no son afectadas por la
anestesia, de modo que siguen transmitiendo el sonido”.
Rodgers ha puesto en práctica sus
ideas en los quirófanos. Para proteger a los pacientes, y ante la posibilidad
de que durante la operación puedan escuchar ruidos perjudiciales u
observaciones de mal gusto (y hasta insultantes) como, por ejemplo, “Esta vieja no cuenta el cuento”, Rodgers recomienda que, mediante audífonos, durante la
operación, así como antes y después de esta, se les haga oír música
seleccionada por los mismos pacientes. Dice que a medida que el paciente
aprende a invocar el poder de la música “es
razonable esperar un recuperación más rápida, con menos complicaciones y menor
cantidad de días en el hospital, y una respuesta más positiva para enfrentar
futuros problemas de salud”.
Más datos
·
En la Universidad del Estado de Michigan,
en 1993, los investigadores descubrieron que escuchar música durante 15 minutos
aumentaba en más del 10% el nivel de Interleukina-1.
Las interleukinas son proteínas que protegen a las células
contra el SIDA y el cáncer.
·
En la Academia de Ciencias de Bulgaria, y en institutos médicos
en Sofía, el psicólogo Gaorgi Lozanov
logró una mejoría en la capacidad de aprendizaje de los estudiantes haciéndoles
escuchar instrumentos de cuerda. Loa alumnos aprendieron tareas complejas en un
tiempo mucho menor del que se emplea normalmente. La instrucción de todo un
semestre se redujo a unas horas.
·
En los monasterios de bretaña los monjes ponen música a
los animales que crían, y han descubierto que la vacas
que oyen música de Mozart dan más leche.