- Los niños mártires de La Vitícola -
Artículo publicado en el Diario La Nueva Provincia de Bahía Blanca el jueves 17 de Marzo de 2005
Por el Licenciado Santiago D. Boland

Cada 17 de marzo, celebración litúrgica de San Patricio, la comunidad hiberno-argentina suele festejar con diversos actos el Día Nacional de Irlanda. Ultimamente, gracias a la "movida celta" que puso de moda los cuentos de hadas, la música y el alcoholismo, las noticias han girado casi con exclusividad hacia el consumo de cerveza, sobre todo en la zona de los irish pubs aledaña a la plaza San Martín en Buenos Aires.
Sin embargo, hay formas más legítimas de celebrar a Noamh Padraig, el obispo que en el siglo IV subordinó la iglesia celta de Irlanda a la de Roma y es símbolo de la independencia irlandesa. Es buena ocasión para honrar a sus paisanos, sobre todo a los que, junto a otros muchos "gringos", fundaron la patria y la regaron con su sangre.
Los bahienses, hasta no hace mucho, ignorábamos que, más allá del papel que jugaron algunos hombres públicos como Juan Plunket, práctico del puerto y municipal, o Jorge Moore, el intendente que cubrió cinco períodos, que los irlandeses habían integrado la más numerosa colonia extranjera en la historia de Bahía Blanca.
En efecto, entre febrero de 1889 y marzo de 1891, en el paraje La Vitícola, hubo un intento sistemático de colonización protagonizado por unos 700 u 800 irlandeses. Una nota de Michael J. Geraghty, publicada por el "Buenos Aires Herald" el 17 de marzo de 1999, tras evocar las calamidades sufridas en Buenos Aires por los 1.772 irlandeses arribados el 16 de febrero de 1889, rescató el hecho en estos términos:
"Esto fue suave comparado con lo que les ocurrió a los colonos que arribaron a Napostá, al norte de Bahía Blanca. David Gartland, un hombre de negocios hiberno-americano que había comenzado una colonia allá, ofreció a cada familia 40 hectáreas, 1.000 pesos al 9% anual de interés y 12 años para pagar el crédito.
"Cuando los candidatos a colonos llegaron a Napostá, no tenían equipaje. Lo habían enviado en forma separada y se había 'perdido'. La tierra estaba ahí para trabajar, pero no había casas ni modo de construirlas, porque Gartland no tenía dinero suficiente para financiar su proyecto. Quienes tenían tiendas vivían en ellas y quienes no, debajo de los árboles o en zanjas: ni unas ni otras eran adecuadas para una llanura abierta, sacudida por el viento, seca y arenosa en verano, fría y húmeda en invierno".
Los colonos viajaron el martes 26 de febrero, en el tren de la tarde, acompañados por Mr. F. H. Mulhall, propietario del diario "The Standard" , Mr. Gartland, a cargo de la colonia, y el padre Gaughren, un oblato de María Inmaculada que estaba juntando plata entre sus paisanos pudientes para enjugar el déficit de su convento de Londres, pero que se metió en cuanta empresa no redituable hubo, entre ellas este viaje, si servía para llenar su misión sacerdotal. Los 790 colonos viajaron en tren hasta Napostá, por entonces última estación antes de Bahía Blanca Sud, y de allí en carros hasta los campos lindantes con la línea ferroviaria, propiedad de la Argentine Vine Culture Company, La Vitícola. Dos coches dormitorio trasladaban a las mujeres y a los niños enfermos.
El padre Matthew Gaughren escribía el 2 de abril de 1889 a su superior, el padre Tatin:
"La mayoría de la gente está aún viviendo bajo carpas en la pendiente de una colina en la que, en la parte más alta, hay un pequeño cobertizo de chapa galvanizada, que alcanza para guarecer el altar y que funge de capilla. La gente asiste a misa afuera, bajo del dosel del cielo. He tenido una numerosa cantidad de tumbas que bendecir porque hubo una gran mortandad de infantes, principalmente de diarrea, el resultado del cambio de clima y de comida".
En mayo, el 13, el vicecónsul británico en Bahía Blanca, Mr. Goodhall, informaba a su jefe, Mr. Jenner:
"Visité la colonia en una ocasión, pocos días después del arribo, y encontré a la gente bajo carpas; desde entonces, se ha adelantado la construcción, y pocos están sin una casa en que vivir. Lamento tener que decir que muchos niños pequeños han muerto desde el arribo de la población a Napostá. Pienso que probablemente a causa del cambio de agua, que es bastante salobre, e induce diarrea. La carencia de medicinas desde el comienzo fue una omisión de la que son culpables los gerentes de la Colonia".
En esas condiciones, no es extraño que el proyecto fracasara ni que costara la onerosa suma de más de cien niños muertos. Así lo cuenta el padre John Gaynor:
"El grueso de los inmigrantes fue embarcado a Napostá, donde llevaron una existencia miserable por dos años. Eran casi un millar, algunos artesanos, sin previa experiencia en agricultura; el país era extraño, la lengua, la comida y las costumbres también. Las estaciones fueron malas, y la tasa de mortalidad terrorífica: más de cien muertos en dos años. La Napostá Colony, como tantas en la época, no fue un éxito. Los recursos de Mr. Gartland eran limitados y, por tanto, a principios de 1891, la colonia quebró. En marzo de 1891, 520 colonos recorrieron su fatigoso camino de regreso a Buenos Aires, espiritualmente quebrados y totalmente faltos de recursos".
La Colectividad Hiberno-Argentina no olvidó el Dresden Affair , que señaló el fin definitivo de la inmigración desde Irlanda a la Argentina. "The Southern Cross" , el periódico de la colectividad, lo recordó una y otra vez en sus publicaciones. Pero en Bahía Blanca, ¿cuándo? Quiera Dios que estas líneas ayuden a iniciar el merecido homenaje a los insepultos niños mártires de La Vitícola:
Yo no sé si en La Vitícola podremos rastrear sus restos,
sólo sé que allí cayeron, y eran muchos... más de un ciento.
No sé si en razón del agua, de los fríos, de los vientos tal vez por vivir en carpas, en zanjas, a cielo abierto...

Cuando salieron de Irlanda, buscando mejores puertos creyeron que bien podrían, andando el mar y el desierto,
cambiar su triste destino de pobreza y sufrimiento...
y acá: o dejaron sus hijos, o ellos mismos yacen muertos...

Quizás desearon morir para terminar con esta más que miserable historia de ambición y desaliento,
tal vez miraron atrás para volver en el tiempo a la esmeralda de Irlanda y allí dormir en su seno:

No es lo mismo descansar en la turba y que el rumor del mar del norte y sus vientos susurren una oraciones en donde yacen los muertos, que ser aquí abandonados bajo la arena que el tiempo abandona una vez más dejando solos los huesos, al duro sol del verano,
al frío invierno del yermo...

¿Por qué si había trabajo, prosperidad, esperanza,
si los gringos bien podían ganar su pan al desierto,
se convirtieron en tumbas esos campos de labranza y ahí nomás, a pocas leguas, el hambre cobró cien muertos?

Ellos dejaron su tierra tentados por la promesa de un futuro de trabajo que alcanzara la bonanza,
y que sus hijos y nietos vieran saciadas las ansias tantas veces postergadas de derrotar la pobreza...

¿Qué valen cien inmigrantes que mueren en el intento de hacer la patria soñada, o de alcanzar el progreso?
Ocho libras cada uno, según datos del gobierno,
cobraron quienes medraron con el dolor y el infierno.

Y los encontró la muerte, acechante entre las breñas de las pampas ondulantes que bajan a la bahía y allí llenaron las tumbas que cavaron día a día,
y lloraron sus hijos custodiados por las sierras.

¿Cómo se habrán despedido de los suyos al ir yendo a donde se hace la noche y se duermen los recuerdos?
¿Habrán sabido intuir que el olvido sería el dueño durante más de cien años, de su muerte y su silencio?

¿Qué habrán mirado al final, antes de cerrar los ojos?
¿La infinitud de la pampa? ¿La promesa azul del cielo?
Tal vez el rostro del padre, de la madre, antes que el hielo de la muerte destinara sus despojos a enriquecer nuestro suelo.

Congeladas en el tiempo esas muertes ya son nuestras,
no podemos eludirlas...,
el hambre que ellos pasaron, las fiebres no son recuerdos:
nos golpean en el pecho... y sangran el corazón y reclaman en silencio.

¡Que ese silencio no acalle el reclamo de los muertos de no volver a morir ni en la historia ni en el tiempo...!
quancho@yahoo.com