-         Mi padre me comentó al respecto alguna vez –dijo Eagle al tiempo que observaba fijamente el cielo-. Ellos fueron la razón del rápido deterioro de Autozam.

-          ¿Quieres decir que ellos devastaron tu planeta? –sugirió Hikaru-.

-         No –respondió meneando la cabeza al tornar a mirarla-. En su afán por destruirlos, científicos de renombre construyeron grandes equipos para tal fin, sin darse cuenta que con ello mermaban la estabilidad del planeta y su naturaleza.

-         Pero lograron vencerlos...

-         Al parecer buscan algún tipo de conexión con la naturaleza; cuando vieron que ésta desaparecía de mi planeta, simplemente huyeron.

 

Los chicos quedaron pensativos. Cephiro, con sus inagotables bosques y praderas, era la causa por la cual ahora se veían atacados. Sin embargo, quedaba en el aire una pregunta ¿por qué precisamente hasta este momento?

 

-         La existencia del Pilar evitaba su entrada –respondió Clef al cabo de un rato-. Ahora, sin el poder que éste generaba, ha quedado desprotegido nuestro planeta.

 

Hikaru se sintió un tanto incómoda ante el comentario del mago. Ella, la última candidata para el puesto del Pilar, había anulado este sistema para el bien de todos; sin embargo, ahora que ya no estaba presente, una sombra de duda invadía su mente.

 

-         Hikaru, no hay razón para preocuparse –Clef se apresuró a decir, adivinando los pensamientos de la chica-, lo que hiciste fue lo mejor para todos.

-         Pero Clef- -

-         ¿Hubieses querido repetir la misma historia que Esmeralda? No lo creo, eso fue demasiado dolor...

-         Entiendo.

 

La chica suspiró un tanto aliviada. Al menos no se le recriminaba por acciones pasadas.

 

-         Tiene que haber un punto central al cual atacar –razonó Fuu cuidadosamente-. Siempre hay un punto al cual atacar.

 

Ascot escuchaba desde un rincón del salón la discusión. Por su mente corrían fuertes sospechas acerca de lo que realmente estaba aconteciendo, sin embargo, hasta que estuviese completamente seguro, daría la respuesta. “Después de tanto tiempo, sólo ella puede ser...”pensó.

 

  

.          .           .

 

 

Umi permanecía en el balcón, tratando de observar los cambios que se daban en la naturaleza, pero las lágrimas invadían su visión. “No puedo sentir por ti más que sólo indiferencia”. No podía olvidar las palabras de Gurú Clef; una y otra vez repasaba la escena en su mente, como un autómata. Algo en el tono de voz lo había delatado. Luchaba por no llorar, sin embargo, una lágrima corrió a lo largo de su mejilla.

 

-          Umi... estás bien?

 

Un lejano murmullo interrumpió repentinamente sus pensamientos. Lentamente, volvió el rostro hacia su interlocutor, un rápido movimiento de la mano le impidió a Ascot ver sus lágrimas.

 

-                      No-no es nada... sólo... recordaba mi casa.

-                      Jamás demostraste preocuparte por nadie... ¿por qué hacerlo ahora?

-                      Ascot, este no es el momento para...

-                      Umi, soy tu amigo, te he demostrado con creces el que puedas confiar en mí.

-                      Yo... es sólo que...

 

No terminó su frase. Huyó del balcón. Ascot sintió la fría brisa que levantó a su paso, recriminándose a sí mismo al verse impotente ante la situación. Antes que ella pudiese abrir la puerta para entrar al interior, un ruido ensordecedor quebró el ambiente. El joven no tuvo tiempo para conjurar hechizo alguno. El balcón, sofocado por el poderoso estruendo, caía en pedazos, con los jóvenes entre ellos. El hechicero alcanzó a la chica por el brazo, protegiéndola con su propio cuerpo para evitar que quedase enterrada por los escombros. En medio de la confusión reinante, Umi vio a su atacante; una de las misteriosas bestias que los habían estado atacando desde hacía varias semanas. Aun atontada por la caída, logró llamar a su Genio, y en medio de un resplandeciente halo azul, se vio inmersa en él. Pronto se libró la lucha entre ambos gigantes, venciendo en cuestión de segundos la guerrera. Un tanto exhausta, se decidió a regresar al palacio, sin embargo, como si un rayo la hubiese golpeado, recordó al joven mago, quien yacía cubierto por las rocas. Con sumo cuidado, logró liberarlo, depositándolo suavemente en el pasto que rodeaba el castillo.

 

-          Ascot... por favor... no te mueras...

 

Mientras trataba infructuosamente que el chico recuperase el sentido, el resto de sus compañeros llegaba, luego de haber presenciado la batalla desde una de las torres. Fuu invocó uno de sus hechizos, sin resultado alguno.

 

-          Llévenlo adentro.

-          Clef...

 

La voz imperiosa del mago resonó en el aire, flotando como un eco sus últimas palabras. Umi lo observó durante unos segundos, bajando luego la mirada frustrada. Varios soldados llevaban el cuerpo sangrante del adolescente hacia sus habitaciones.

 

 

.          .           .

 

 

-          Ascot, todo fue culpa mía.

-          Umi, no fue tu culpa y –añade luego de una pausa-, aunque lo hubiese sido, no lo aceptaría y cargaría  yo  mismo con el peso de ella.

-          ¡Ascot!

-          Deja al chico en paz –murmuró serenamente Clef, que en ese momento entraba a la habitación-, necesita descansar.

-          S-sí.

 

Umi se deslizó rápidamente del aposento, evitando mirar a los ojos al hechicero. Luego de lo sucedido el día de su llegada, ya no quería saber nada de él, rehuía los sitios en los que sabía podía estar, y cuando él se dirigía a todos ellos para discutir sobre la situación reinante, soportaba con cierto malestar el estar en la misma habitación que él. Lo ilógico era el miedo que ella manifestaba ante él, y que él claramente percibía. ¿Qué era lo que sucedía con ella?

 

Ascot advirtió en el aire la tensión que se generaba entre la guerrera y el hechicero más poderoso de ese mundo, sin embargo, decidió permanecer en silencio. Desde la última vez que las chicas habían llegado a Cephiro para salvarlos de Devonair, Umi había manifestado claramente sus intenciones hacia Clef, aunque al parecer era éste el único en todo el castillo que no se había dado por enterado. Esto le causó el recelo que sentía hacia el hechicero; envidia por ser el poseedor del corazón de la guerrera del Agua y no serlo él a su vez. La rabia, convertida ahora en frustración y desconsuelo, fueron los últimos pensamientos que tuvo antes de caer inconsciente nuevamente.

 

 

.          .           .

 

 

-          ¿Puedo pasar?

 

Lo inusual de la pregunta tomó por sorpresa a Fuu. Ésta se encontraba sentada en el alféizar del aposento que le había sido asignado. Miraba con un dejo de tristeza la soledad impregnada más allá del castillo, producida por el reciente arribo de seres desconocidos. La repentina aparición del Ferio dejó libre su mente de las cavilaciones que la preocupaban.

 

El chico se acercó con paso trémulo, indeciso a cada paso que daba. Al llegar frente a ella, súbitamente se desplomó, dejando descansar su cabeza sobre las rodillas de la chica. Fuu, asombrada aún, y sin saber qué hacer o decir, sólo atinó a colocar sus manos sobre la cabeza del chico, acariciando tímidamente sus cabellos.

 

-          Fuu, perdóname, fui un tonto al creer que no volvería a verte...

-          P-pero Ferio- -

-          Tantas veces lo pensé, tantas veces sólo para poner fin a mis tormentos –gruesas lágrimas corrían por sus mejillas, impregnándose en la falda de la joven-, ni un solo momento... puedo jurarlo, realmente lo iba a hacer...

-          ¿Pero de qué hablas? –la chica no atinaba a descubrir la raíz del problema- ¿Qué pretendías hacer?

-          Era tanta mi desesperación, y el sable al alcance de mi mano...

 

Fuu, tomando conciencia de lo que el chico decía, tornó a levantar suavemente el rostro del chico, mientras una sonrisa se dibujaba en el suyo.

 

-          Tonto ¿por qué creíste que ésa era la solución?

-          Fuu, yo- -

-          Calla, los mismos pensamientos invadieron mi mente, día a día esperaba ver de nuevo tu rostro al dar la vuelta a cada esquina, pero conforme el paso del tiempo, la desazón cobraba impulso en mi corazón, y estaba segura que, si no hubiesen aparecido ustedes aquel día en Tokio, esa misma noche habría hecho algo de lo cual ya no me podría arrepentir jamás.

 

Ferio la miró largo rato. En sus ojos se reflejaba la alegría que sentía al contemplar a la chica de rubios cabellos y ojos verdes. Fuu, al comprender que entre ellos las palabras no tenían significado alguno, le miró a su vez, dirigiéndole una mirada tan significativa que él comprendió. Levantando una de sus piernas para alcanzar el rostro de la joven, sus labios tocaron suavemente los de su amante. Una ligera ráfaga de aire cruzó la habitación. 

 

 

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