Capítulo 2.- El Cielo Llora.
El año pasó, aunque demasiado lento para tres jovencitas que deseaban más que nada que fuera la siguiente primavera.
(N.A.: En Japón el curso escolar inicia en
Abril, en el inicio de
Finalmente llegó el día, el día en que todos sus sueños se volverían realidad; en que volverían a encontrarse con sus amados, a estar a su lado, y ésta vez ya no se volverían a separar, jamás.
Lucy se encontraba en el patio de su casa.
-Adiós Hikari, te voy a extrañar mucho. –le decía a ella mientras acariciaba al perro.
Hikari se daba cuenta que su ama se iba a marchar, y aunque no quería dejarla ir sabía que tenía que hacerlo, por lo que no trató de detenerla.
-Siempre me voy a acordar de ti. –le prometió Lucy.
Con eso ella fue a la entrada principal de su casa, ahí tenía ya una pequeña bolsa con sus pertenencias más importantes, sabía que no necesitaba llevar tantas cosas, después de todo lo que quería era iniciar una nueva vida allá en Céfiro.
-¿Estás segura que esto es lo que quieres hermana? –preguntó Maciel de pronto.
-Sí Maciel. –dijo Lucy colgándose la bolsa. –Esto es lo que quiero, te lo he venido diciendo los últimos seis meses.
-Sólo queríamos hacer un último intento. –se excusó Maciel.
-Debes entender que no es fácil para nosotros aceptar que nuestra pequeña hermana se vaya. –agregó Cameo.
-Tampoco es fácil para mí dejarlos, pero tengo que hacerlo. –dijo Lucy, las lágrimas amenazaban con salir de sus ojos.
-Ya dejen a Lucy. –dijo Saturno de pronto. –Ella es lo suficientemente grande y madura, sabe lo que hace. Si ella piensa que irse a vivir con sus amigas al extranjero es lo mejor para ella que así sea.
-Gracias. –dijo Lucy a su hermano mayor con una sonrisa.
Le había tomado mucho tiempo convencer a sus hermanos que esto era lo mejor para todos. Que había alguien a quien ella amaba con todo su corazón y su alma y quería estar con él por siempre, y esa persona correspondía a sus sentimientos. Pero finalmente Saturno había intercedido, ordenando a sus hermanos que aceptaran la decisión de ella. Y ellos habían aceptado, aunque no muy conformes.
Pero es que ella ya no creía poder soportar más, disfrutaba mucho poder ver a Latis en sus sueños, pero sentía que eso no era suficiente. Lo necesitaba a él, a su lado, en la noche...y también en el día.
-Les prometo que un día nos volveremos a ver. –les dijo Lucy.
Pero justo en ese momento sintió una extraña opresión en el pecho, algo le decía que no debía haber hecho esa promesa.
Mientras tanto Anaís estaba en la entrada
de su casa, ya con su pequeño bolso en mano, lista para dirigirse a
Apenas iba a salir a la calle cuando alguien la llamó.
-Espera Anaís. –llamó la voz.
-Hermana Lulú... –murmuró ella.
-¿Estás segura de esto? –le preguntó Lulú.
-Sí. –respondió Anaís firmemente.
Por mucho que le doliera separarse de su familia, le dolía aún más no poder estar cerca de Paris; ya había sobrevivido un año entero limitándose a grabar mensajes en la joya-mágica y esperando a que él se los respondiera, ya no más.
-En verdad ese chico debe ser muy afortunado, todo un príncipe azul. –dijo Lulú sonriendo.
“Pues no precisamente azul...” pensó Anaís, sonrió ante la idea.
-Sólo espero que no te olvides de nosotros. –dijo Lulú.
-Sería incapaz de olvidarme de ustedes hermana, tú, mamá y papá han hecho tanto por mí, les estaré agradecida toda la vida. –dijo Anaís comenzando a llorar.
-Pero ahora debes hacer esto tú, por ti. –dijo Lulú comprendiendo.
Anaís la abrazó, agradeciendo en silencio la comprensión de su hermana.
Lulú se separó de ella lentamente, sacó un pañuelo y le secó las lágrimas.
-No creo que tu amado quiera verte llorando. –dijo Lulú con una sonrisa.
Anaís asintió.
-¡Pero no te puedes ir sin dulces! –exclamó Lulú sacando una bolsa de dulces, pastas y golosinas de su mochila. –Los acabo de comprar, son los mejores.
-Gracias... –dijo Anaís en un murmullo, tratando de no llorar nuevamente.
-¿Por qué? –preguntó Lulú.
-Por todo. –dijo Anaís abrazando a su hermana nuevamente.
Marina estaba de pie en el vestíbulo de su casa, junto a ella una pequeña maleta con sus posesiones más preciadas. Ya sólo le faltaba despedirse de sus padres. Ellos estaban en una junta de políticos.
-Si no se dan prisa... –se dijo Marina mientras volteaba a ver el reloj.
Había quedado con sus amigas de que partirían al mediodía y faltaban sólo quince minutos.
-Pero no puedo irme sin despedirme. –se dijo ella.
En ese momento ella se frotó las manos, volvió a sentir el objeto en su mano izquierda. La alzó, llevaba en el dedo anular el hermoso anillo azul, el que Guru Clef le había lanzado justo antes de que dejaran Céfiro la última vez.
-Para ti.
Esas palabras seguían resonando en su cabeza cada vez que miraba el anillo.
Éste le había servido para comunicarse telepáticamente con Guru Clef varias veces, aunque no lo hacía muy seguido, temía ser demasiado obvia con sus sentimientos hacia él y que luego él se arrepintiera de haberle dado ese anillo.
“Dudo que él algún día sienta por mí lo que yo siento por él.” Pensó Marina desanimada. Suspiró. “Y sin embargo él es la razón por la que voy a regresar a Céfiro, por la que quiero estar ahí y quedarme en ese mundo para siempre. No puedo vivir sin él.”
Volteó a ver el reloj, faltaban diez para las doce.
Con un suspiro de decepción y resignación Marina levantó la maleta y se dispuso a marcharse. Pero justo cuando estaba por abrir la puerta ésta se abrió por si sola. Su madre entró aceleradamente, deteniéndose apenas a tiempo para no chocar con ella.
-Santo dios que bueno que todavía estás aquí. –dijo su madre, parecía realmente aliviada.
-Discúlpanos hija por no llegar antes, la junta se alargó demasiado. –Se disculpó su padre.
-No te preocupes papá. Todo está bien. –le aseguró Marina, al menos no había perdido la oportunidad de decir adiós a sus padres.
-Yo ya temía que no llegaríamos a tiempo para decirte adiós. –dijo su mamá con preocupación.
-A decir verdad ya me iba a ir. Se me hace tarde. –dijo Marina.
Y era verdad, ya casi daban las doce.
-Está bien. –dijo la señora, abrazó a su hija. –Mucha suerte hija, cuídate.
-Claro que sí mamá. –dijo Marina.
-Yo espero que algún día vengas y nos presentes a ese muchacho que te tiene así de enamorada. –agregó su papá.
-Lo intentaré. –le aseguró Marina.
Desde que había regresado de su anterior visita a Céfiro Marina le había contado a sus padres que estaba enamorada, que aún no sabía si esa persona le correspondía pero quería intentarlo, por eso deseaba mudarse el siguiente año, estar cerca de él.
Sus padres lamentaban el que ella se marchara, pero entendían las razones de su hija y la apoyaban. Deseaban de todo corazón que ella fuera feliz.
-¿Segura que llevas todo lo que necesitas? –preguntó su mamá.
-Completamente. –le aseguró Marina. –Debo irme ya.
Sus padres asintieron.
Y después de un último abrazo ella se marchó.
Justo antes de que dieran las doce Marina
llegó a
-Ya mero y no llegas. –se quejó Anaís.
-Nos estábamos empezando a preocupar. –agregó Lucy.
-Ya sé que ustedes se mueren de ganas por volver a Céfiro, yo también. Pero mis padres no llegaban y no podía venirme sin despedirme de ellos. –se excusó Marina
Las chicas asintieron, realmente la entendían.
-Bueno, ¿listas? –preguntó Lucy.
Sus dos amigas asintieron.
Lucy se concentró, era un poco difícil
usar sus poderes en
-Así nos evitaremos accidentes transportando a las personas equivocadas o levantar sospechas por la súbita desaparición de tres adolescentes en pleno mediodía. –eso había dicho ella cuando comenzó a practicar eso.
-Bien. –dijo Lucy.
Ya el mirador estaba vacío.
-Ahora cierren los ojos y concéntrense en Céfiro. –indicó Lucy. –Piensen en ese hermoso mundo y en la razón por la que quieren volver a él.
Anaís se concentró: Céfiro, sus plantas, sus montañas flotantes, bosques, el Bosque del Silencio...
-Paris... –murmuró ella.
Marina también se concentró: Céfiro, su gran extensión, sus hermosos mares, los animales, y toda la magia que ahí había.
-Clef... –suspiró ella.
Lucy se concentró profundamente: Céfiro, sus magníficas ciudades, las increíble montañas, el castillo, y sus jardines.
-Latis... –susurró ella.
Ambas se concentraron, podían sentir la magia comenzar a rodearlas. Todo estaba bien, todo era perfecto, pronto volverían a aquel mundo donde sus corazones siempre desearon estar. Y ésta vez no tendrían que regresar.
Un halo mágico las empezó a volver, la magia apunto de surtir efecto.
De pronto...silencio.
Y un segundo después...nada.
Un profundo y terrible trueno resonó en el cielo, perturbando el corazón de más de un habitante de aquel maravilloso mundo llamado Céfiro.
-¡Guru! ¡Guru Clef! –gritó Paris
entrando en
-¿Qué pasa? –preguntó el hechicero al ver la alteración del príncipe.
-Eso quisiera saber yo, -dijo Paris con un tono ligeramente irónico. -¿Qué demonios pasa allá afuera?
Guru Clef lo miró alzando una ceja, como si no entendiera.
-¿Qué acaso no escuchaste ese ruido, ese trueno? –preguntó Paris sorprendido.
Guru Clef evitó la mirada del joven príncipe, la verdad es que desde hacía tiempo no había pensado en otra cosa que no fueran las guerreras mágicas, en especial en cierta guerrera de ojos celestes y cabello del color del mar. Marina...
En ese momento otro trueno, más profundo y lúgubre que el anterior, retumbó por todo el planeta, haciendo temblar la voluntad y el espíritu de varios.
-Espero que ése sí lo hayas escuchado. –dijo Paris con sarcasmo.
El hechicero se quejaba de que él había estado distraído tres años antes de volver a ver a su amada Anaís, y ¡y ahora mírenlo a él! ¡Estaba igual!
“¿Igual?” pensó Paris, de pronto todo encajó. “Será acaso que Guru Clef...”
Salió de sus pensamientos al notar que el hechicero acababa de hacer un encantamiento, ahora el techo del salón mostraba lo que ocurría en Céfiro.
El cielo negro y cubierto de nubes, de ahí provenían los intensos truenos, y uno que otro relámpago. Además el viento soplaba con una inusitada furia. Y el mar estaba extrañamente embravecido. Era como si todo el planeta estuviera gritándoles algo, ¿pero qué?
-¿Qué ocurre? –preguntó Guru Clef, sintiendo cómo súbitamente un mal presentimiento oprimía su pecho.
Justo en ese momento las nubes parecieron abrirse, como una cortina, dejando caer una torrencial lluvia, todo un diluvio.
-Esto es tan extraño. –murmuró Paris. –No lo entiendo. Nunca había ocurrido algo igual.
“Eso no es cierto.” Pensó Clef de pronto. “Ya antes ocurrió algo parecido. Sólo una vez...”
Esto hizo que la opresión que sentía aumentara, como si confirmara sus más terribles temores.
-¿Qué demonios está pasando allá afuera? –preguntó Latis entrando.
Paris volteó a verlo.
El espadachín estaba completamente empapado, la ropa mojada se le pegaba al cuerpo, el cabello lo tenía despeinado por el viento, y la capa le escurría, dejando un rastro de agua por donde quiera que pasaba.
Pero su pregunta no recibió respuesta.
Guru Clef estaba sumido en sus pensamientos.
“Si lo que yo temo es real entonces...” Guru Clef negó con la cabeza, tratando de apartar las oscuras ideas de su mente, pero era imposible, porque aunque trataba de negarlo, en el fondo sabía que esa era la verdad. “No, no puede ser.” Insistía Guru Clef. “No podría soportarlo, simplemente no podría.”
-¡Guru Clef! –le gritó Latis.
El grito sacó al hechicero de sus meditaciones, pero no le dio respuesta a sus interrogaciones.
En vez de contestarle Guru Clef abandonó el Salón del Trono en silencio.
-¡Guru Clef! –lo llamó Latis. -¡Guru Clef respóndeme!
Pero parecía inútil, el hechicero parecía no poder escucharlo...o no querer hacerlo.
Latis y Paris voltearon a verlo.
-¿Sabes que ocurre? –preguntó el espadachín mágico al príncipe.
-No estoy en mejor situación que tú. –respondió Paris. –Yo también le acababa de hacer la misma pregunta cuando pareció entrar en trance. Es tan extraño.
-No más que lo que está pasando. –replicó Latis.
-Eso es cierto. –convino Paris.
Ambos voltearon a ver en la dirección en que su maestro, el hechicero más poderoso de todo Céfiro se había marchado.
-Y o realmente no sabe lo que ocurre... –comenzó Paris.
-O se niega a decírnoslo. –agregó Latis.
Paris asintió.
Ambos decidieron ir a buscarlo. Realmente necesitaban una respuesta a sus interrogantes. No podían quedarse así.
Tardaron casi media hora en encontrarlo.
Guru Clef estaba de pie, sobre una de las torres de cristal, ahí de pie, bajo la terrible tormenta, aunque no le parecía importar demasiado el estarse mojando. Nuevamente parecía estar demasiado metido en sus propios pensamientos para notar lo que ocurría a su alrededor.
Paris observaba a su maestro, él se encontraba recargado en una columna, por el umbral que iba a dar a donde Guru Clef estaba, sólo que él se mantenía bajo techo, no tenía ganas de mojarse por el momento.
Latis ya estaba mojado, así que no le importó mucho volver a salir a la lluvia para acercarse a su maestro.
-Guru Clef. –lo llamó.
Pero el hechicero no respondió.
Y Latis no estaba seguro, pero le pareció ver un ligero brillo cerca de su ojo, ¿acaso una lágrima? ¿Acaso su maestro estaba llorando? No era posible, ¿o sí? Latis no podía estar seguro, con toda el agua que caía podía haberse confundido, pero un extraño presentimiento le decía que no era así; que tenía razón, y por algún misterioso motivo, esto no le agradaba en lo más mínimo.
-¡Guru Clef! –lo volvió a llamar, ésta vez moviéndole el hombro levemente.
Y ésta vez el gran hechicero sí volteó a verlo, aún en silencio.
-Ya dinos. –pidió Latis con preocupación, cosa rara en él, pues no solía mostrarse nervioso ante nadie. -¿Qué es lo que ocurre? ¿Por qué el clima de Céfiro está así? No lo entiendo.
-Sólo una vez estuvo el clima así antes. –murmuró Clef volteándose, fijando su mirada en el horizonte, donde la lluvia arreciaba y los rayos seguían distinguiéndose.
-¿Una vez? –preguntó Paris confundido.
-Sólo una vez antes ocurrió esto. Al menos en mucho tiempo. –repitió Guru Clef. –Una vez...hace cuatro años.
“¿Cuatro años?” se preguntaron ambos hombres a la vez. ¿Eso no había sido cuando...?
Latis y Paris voltearon a ver ambos a Guru Clef al mismo tiempo, nerviosismo, duda y hasta miedo se dibujaba claramente en sus rostros. Ambos tenían miedo, y tenían toda la razón para tenerlo.
-Guru Clef... –comenzó Paris.
Ya no le importaba si se mojaba, se acercó al hechicero, esperando una explicación que borrara o confirmara sus más hondos temores, aunque demasiado temía que sería lo segundo.
-Céfiro quiere mucho a sus habitantes. –explicó Guru Clef
Aparentaba calma, aunque por dentro se estaba derrumbando; y sabía que pronto sus dos alumnos y amigos estarían en las mismas condiciones, o quizá peores.
-Sobre todo a aquellos que han luchado por protegerlo. –continuó Guru Clef. –Nunca los olvida, Y espera su regreso sin importar a donde vayan...y se lamenta por su ausencia...
Un largo silencio siguió a esto, como si el hechicero esperaba que el espadachín mágico y el príncipe ya hubieran escuchado lo suficiente como para deducir lo demás.
Pero, o no entendían, o se negaban a entenderlo.
-Céfiro está llorando. –dijo Guru Clef, luchando por que su llanto no se uniera al del planeta.
Paris abrió la boca, deseando preguntar: ¿Por qué? Pero al mismo tiempo temiendo la respuesta que pudiera obtener.
-El Cielo llora... –siguió Guru Clef, sabiendo ya que tendría que llevar la explicación hasta el final. –Llora por la ausencia de aquellas a quienes ama; se lamenta por la pérdida de sus valientes guerreras.
Latis lo miró fijamente, como si quisiera que él negara lo que estaba insinuando, pero era imposible.
Guru Clef lo miró en silencio, entendiendo que él ya lo había comprendido, y entendiendo también que el espadachín mágico lo que más quería en ese momento es que él dijera que no era cierto, que todo era una terrible confusión; pero no era así, estaba claro...demasiado claro.
Guru Clef suspiró con aire cansado, intranquilo, por mucho que le dolieran las palabras que estaba por pronunciar, tenía que hacerlo, por mucho que lo lamentara tenía que hacerles comprender a Paris y a Latis que esa era la verdad.
-Céfiro llora... la pérdida de su Pilar y sus Guerreras.
-¡¿Qué?! –gritó Paris con desesperación. -¡¡No!! ¡¡¡Anaís noooooo!!!
En su desesperación él se dejó caer de rodillas al suelo, golpeándolo con los puños, sin poder aceptar la verdad, y sin desear hacerlo.
Latis se sujetó a la pared más cercana, desde que Guru Clef comenzó con su explicación él había temido que llegarían a eso, no quería aceptarlo. No quería creer que su amada se había ido, y ésta vez para siempre.
Ahora lo recordaban, era cierto, eso mismo
había ocurrido en Céfiro cuando
-¡¡NO!! –seguía gritando Paris en su desesperación. -¡No! ¡¿Por qué?! ¡No puede ser! ¡No puede ser cierto! No quiero aceptarlo, no quiero. Anaís...no...ella no...por favor ella no...
-Lucy... –susurró Latis.
Y por primera vez en muchos años, él lloró.
Guru Clef los observaba en silencio, su sufrimiento. Si tan sólo ellos supieran lo que él mismo estaba sufriendo.
Él había sufrido cuando Esmeraldo y Zagato murieron, pero esto era diferente, muy diferente. Esas niñas, habían sido alumnas para él, aunque fuera por poco tiempo. Pero a una de ellas ya no había podido verla como niña, o como alumna, desde su segunda visita la había visto como algo más...y ahora nunca podría volver a verla...
-Marina... –murmuró él.
Y su murmullo se perdió en medio de la lluvia y el viento, igual que sus lágrimas.
-El Cielo llora...la muerte de las Guerreras Mágicas.
***Notas de la autora***
Creo que eso estuvo muy fatalista. Mmm... Pero bueno, yo les advertí que éste era el inicio del drama, e iba en serio. No se preocupen, no soy tan mala como parezco. Lean el siguiente capítulo y verán que hay más de mí además de lo que se ve a simple vista. Ésta historia no ha terminado, ha decir verdad apenas va comenzando.