Capítulo 4.- Las Guerreras de Céfiro.

 

Ascot fue el primero en llegar a su destino, la verdad es que el mar no quedaba muy lejos del castillo. Apenas acercarse lo suficiente escuchó ruidos, forcejeos, una batalla estaba teniendo lugar.

-¡Suéltame maldita bestia! –gritaba una voz.

Ascot siguió el origen de la voz y entonces pudo ver que cerca de la orilla de la playa se encontraba una enorme serpiente, un monstruo marino, que parecía estar muy concentrado con lo que sostenía en su cola: ¡Una mujer!

-¡Que me sueltes te digo! –seguía gritando ella mientras se giraba y se torcía, tratando de liberarse.

-Parece que primero tendré que ayudarla a ella. –se dijo Ascot –Aunque me extraña que el dichoso guerrero no haya venido ya. –negó con la cabeza a la vez que juntaba ambas manos. -¡Criatura yo te convoco!

Su símbolo mágico apareció a sus pies, y frente a él se materializó uno de sus amigos, parecía un lobo, pero con cola de pescado.

-¡Ataca! –le ordenó Ascot.

El monstruo lanzó un rayo platinado que hirió a la serpiente en un costado. Ésta de inmediato soltó a la joven que cayó a la arena, y de un giro tomó una espada que parecía habérsele caído antes.

-¿Se encuentra bien? –preguntó Ascot acercándose a ella, esperando recibir al menos las gracias.

-Claro que me encuentro bien. –replicó ella fríamente. –Y no tenía ninguna necesidad de que usted interviniera, tenía todo bajo control.

-¿Ah sí? –preguntó Ascot, dudándolo y alzando la ceja. -¿Todo bajo control para que la mataran?

-Nunca me subestime. –dijo ella entre dientes. Se le notaba molesta.

Y sin una palabra más ella salió corriendo contra el monstruo.

La serpiente trató de golpearla con la cola, ella lo esquivó y le hizo una herida con su fina espada. Esquivó a la bestia de Ascot y después se lanzó contra la serpiente, logrando clavarle la espada en la cabeza.

Ascot dio un par de pasos atrás, realmente sorprendido por lo que acababa de ver.

La joven simplemente se acercó al mar y limpió su espada, así como unas heridas leves que tenía en un brazo, y en la pierna, donde su ropa se había rasgado.

Fue entonces que Ascot la vio bien. De cabello turquesa sujeto en una coleta alta, sus ojos de un azul profundo, y cubiertos por lo que parece una sombra de melancolía. Llevaba puesto un sencillo vestido azul de manga corta y hombros descubiertos que le llegaba hasta arriba de las rodillas(excepto en la parte donde había sido rasgado), sandalias negras con cintas hasta debajo de las rodillas completaban el atuendo.

-¿Se va a quedar ahí parado como tonto o me va a explicar quien es y por qué demonios interrumpió de esa manera mi trabajo? –preguntó ella fríamente mientras acomodaba su espada en su cinto.

-Yo sólo intentaba ayudarla. –dijo Ascot.

-Ya le dije, puedo arreglármelas sola. –replicó ella con orgullo mientras pasaba frente a él  se dirigía a lo que parecía una pequeña cabaña de palma a unos metros de distancia. –Después de todo, lo he hecho los últimos seis meses.

-¡¿Qué?! –gritó Ascot anonadado.

Finalmente lo entendía todo.

-¿Ahora qué? –preguntó ella girándose para verlo con fastidio.

-¡¿Tú eres el guerrero del mar?! ¡¿El que ha enfrentado y derrotado a los monstruos marinos?! –gritó Ascot al borde de un colapso.

-Sí, soy yo. ¿A quién esperabas? –preguntó ella con calma. –Y si no te importa soy ‘ella’, soy una mujer, ¿o acaso no me ves bien?

-Claro que sí. –dijo Ascot.

“Se ve demasiado hermosa y delicada para ser un guerrero” pensó Ascot, luego alzó una ceja al agregar. “Aunque ciertamente tiene el carácter de uno.”

-¿Quieres decir que tú sola has derrotado a todos los monstruos que salen del mar? –preguntó Ascot aún sorprendido.

-Pues alguien tiene que hacerlo, ¿no? –preguntó ella como si nada. –Y ahora sí, ¿Me vas a decir quién eres y a qué viniste o mejor te largas ya?

-Mi nombre es Ascot. –dijo el hechicero finalmente. –Soy hechicero y convocador de criaturas.

-Eso pude verlo. –dijo ella pensando en la criatura que Ascot ya había devuelto a su propia dimensión. –Tú mismo ya viste lo que soy. Sólo queda agregar que mi nombre es Nerissa.

-Nerissa... –repitió Ascot.

-Sí, no veo que tenga de grandioso mi nombre. –dijo ella acomodándose el cabello. –Y sigo esperando el resto, ¿Qué haces aquí?

-Ya te dije quien soy. –dijo Ascot. – estoy aquí para pedirte que me acompañes al castillo.

-¡¿Qué?! –exclamó ella perdiendo la postura de chica fría. -¿Para qué?

-Unos amigos y yo estamos buscando a personas, guerreros valientes que nos ayuden a proteger Céfiro. –explicó Ascot.

-Para eso están las Guerreras Mágicas ¿no? –preguntó Nerissa.

-Sí, así es, pero ellas no son suficientes. –explicó Ascot. –El problema es demasiado grande, necesitamos más ayuda.

Nerissa permaneció en su sitio, no estaba convencida.

-Por favor, si me acompañas al palacio ahí podremos explicarte con más calma y exactitud lo que está ocurriendo y pensar un plan de acción. –pidió Ascot.

Nerissa lo miró largamente, finalmente se convenció de que las intenciones de él eran buenas.

-Está bien. –dijo ella. –Pero más vale que sea algo muy importante, los monstruos que llegan de aquí son fuertes, y no es bueno que éste lugar se quede sin alguien que lo proteja.

-No te preocupes. –le dijo Ascot. –Si todo sale bien podremos deshacernos de los monstruos permanentemente.

Nerissa asintió.

Así pues Ascot invocó una de sus criaturas, ambos la montaron y partieron rumbo al castillo.

 

Paris llevaba ya varias horas en el Bosque del Silencio. La espada alzada y él en guardia, ya lo habían atacado varios monstruos, aunque no demasiado fuertes.

-Me pregunto donde demonios está ese dichoso guerrero. –se dijo Paris mientras volteaba en todas direcciones.

En ese momento escuchó el crujir de una rama detrás de él.

Se giró de inmediato, no había nada.

O esa creía él.

Detrás de un árbol estaba una figura apoyada, arma en mano.

Justo en el momento que Paris se disponía a continuar con su camino otra bestia salió frente a él.

-¡Epa! –exclamó él dando un brinco para esquivar el enorme brazo del ser.

Y justo en ese momento escuchó lo que parecía un silbido, un segundo después el monstruo cayó al suelo, con una flecha clavada en su único ojo(era un cíclope).

Él volteó de inmediato.

Ésta vez sí vio a alguien.

Ahí, en medio del claro se encontraba una joven mujer, de cabello castaño claro peinado de manera extraña como una corona  de cabello alrededor de su cabeza, tenía ojos verde oliva y llevaba puesta una blusa de tirantes beige, así como una falda café triangular que del lado izquierdo terminaba a la altura de medio muslo y del derecho llegaba hasta debajo de la rodilla, botines marrones completaban el atuendo. Además de llevar un carcaj de flechas colgado en la espalda, y en el presente momento estar sosteniendo una tensada en el arco y apuntando a Paris.

-¿Quién es usted y qué hace aquí? –preguntó la mujer sin bajar el arco.

Paris se sorprendió de la firmeza en sus palabras pero pensó que mejor respondía rápido, no le agradaba la manera en que esa mujer le apuntaba, no quería terminar como el cíclope detrás de él.

-Mi nombre es Paris. –dijo él finalmente.

-¿Paris? ¿El príncipe Paris? –preguntó ella alzando una ceja y bajando el arco ligeramente.

Paris asintió.

-¡Nah! –dijo ella apuntándole de nuevo. –Tendrá que inventarse algo mejor, ese cuento yo no me lo trago.

-Es la verdad señorita. –dijo Paris. –Soy Paris, el príncipe Paris.

-¿Qué puede querer el príncipe en el Bosque del Silencio? –preguntó ella.

-Busco al guerrero del Bosque. –explicó Paris. –Aunque viéndolo bien creo que debería decir guerrera.

-Sí, así es, soy guerrera. –dijo ella bajando el arco un poco. –Eso no explica que asuntos pueden traerlo a usted aquí.

-Usted. –dijo Paris un poco más calmado al ver que ya no le estaban apuntando. –Vengo a buscarla a usted.

-¿Para qué? –preguntó ella bajando el arco por completo.

-Para pedirle que me acompañe al castillo. –dijo Paris acercándose a ella.

-Ah, no, eso sí que no. Quédese donde está. –dijo ella nuevamente alzando el arco y apuntando.

Paris retrocedió de inmediato.

-Aún no estoy convencida de que usted no es un impostor. –dijo ella.

-¿Qué razones tendría para desconfiar de mí? –preguntó Paris.

-¿Qué razones tendría para confiar? –ella le devolvió la pregunta.

-Yo sólo estoy aquí por el bien de Céfiro. –dijo Paris. –Éste mundo está en peligro, si no hacemos algo pronto será destruido. Necesitamos encontrar al...

-Nuevo Pilar. –completó ella guardando la flecha y colgándose el arco.

-Exacto, ¿Cómo lo supo? –preguntó Paris asombrado.

-Siendo usted el príncipe de este mundo, debería saberlo. –dijo ella con una sonrisa enigmática. –El viento sabe muchas cosas, y no tiene secretos conmigo. Yo sabía que usted vendría.

-¿Entonces por qué no me hizo caso desde el principio? –preguntó Paris.

-Debía estar segura que era realmente usted y no un impostor. –explicó ella con calma.

-Y, un momento, ¿Cómo es que entiende el viento? –preguntó Paris comprendiendo lo que ella le había dicho. -¿Acaso es usted una hechicera?

-Ya se lo dije, soy una guerrera. –replicó ella. –Y por cierto, mi nombre es Ania.

-Un placer Srita. Ania. –dijo Paris con cortesía. -¿Me acompañará al castillo?

-Sí, lo haré. –dijo Ania con calma.

Así pues ambos abandonaron el Bosque del Silencio, en los límites se encontraba el caballo de Paris, lo montaron y después partieron con rumbo al castillo.

 

Mientras tanto Presea ya había llegado a las montañas, había pasado la noche en una villa al pie de éstas, donde le habían dado información de la persona que buscaba.

-Bien. –se dijo Presea mientras seguía caminando. –Según la gente de esa villa el Guerrero de la Montaña es en realidad una mujer, eso sí es una sorpresa. Dicen que estuvo en su villa hace dos días y tomó éste rumbo, no puede estar muy lejos. 

Iba ahí, caminando, cuando de pronto escuchó alguien que gritó.

-¡Cuidado!

Presea se giró para ver aun monstruos ir en su dirección desde un lado del camino. Ella de inmediato sacó un par de espadas y comenzó a pelear.

En cierto momento el monstruo (que tenía forma de un troll con piel escamosa, ojos amarillos, colmillos y alas de murciélago) logró golpearle el brazo y la tiró al suelo. Pero antes de que pudiera volver a tocarla otra figura se atravesó.

-Tú maldita bestia, tu pelea es conmigo. –dijo la recién llegada.

Era una mujer bastante joven, unos quince o dieciséis años, de ojos marrón claro y cabellos en un tono más oscuro sujetos en una coleta floja; llevaba una blusa de tirantes y un pantalón corto, ambos en tonos de verde, así como botas altas. En sus manos sostenía una vara puntiaguda de un extremo.

La joven golpeó a la bestia en el costado con el extremo puntiagudo, logrando abrirle una herida. En respuesta la bestia se elevó en el aire.

-Ah no. –dijo la joven molesta. –No te voy a permitir que huyas otra vez.

Apoyó la vara en el suelo para impulsarse y dar un gran salto, así logró herir las alas del ser, que cayó estrepitosamente al suelo, provocando un ligero temblor. Y antes de que éste se pudiera volver a mover ella lo siguió golpeando con la vara, hasta que lo mató.

-Así estás mejor, bien muerto. –dijo ella con satisfacción.

Presea lentamente se puso de pie, sujetándose el brazo adolorido. Estaba realmente sorprendida por la manera de pelear de esa chica.

-¿Se encuentra usted bien? –preguntó la chica volteando a ver a Presea.

-Sí, sólo me golpee el brazo. –dijo Presea.

La chica clavó la vara en el suelo y se acercó a Presea, le revisó el brazo.

-Si me da unos minutos y me acompaña a mi cabaña le puedo dar unas hierbas que evitarán que esa herida se hinche, no fue grave, para mañana su brazo estará como nuevo. –dijo ella. –Sígame.

Ella sacó su vara del suelo y guió a Presea hasta una humilde cabaña no muy lejos de ahí. Sacó un tarro con un ungüento oloroso y se lo pasó a Presea, junto con unos vendajes.

Presea entendió y se curó la herida.

-En verdad me sorprendiste, tu manera de pelear con esa bestia. –dijo Presea.

-Ya me tenía fastidiada. –dijo ella sentándose en una silla. –Me atacó aquí hace una semana, pero cuando vio que le hice frente huyó. Hace tres días atacó la villa al pie de la montaña, fui a enfrentarle y nuevamente huyó, la estuve siguiendo. Si la dejaba escapar otra vez quien sabe que desgracias hubiera causado.

-Peleas muy bien. –la complementó Presea. –Y eres muy joven.

-Gracias. –dijo ella sonriendo. –Entreno desde hace cinco años. Cuando el pilar desapareció y los monstruos atacaron, las Guerreras Mágicas me salvaron, ellas fueron mi motivación para entrenar y volverme tan fuerte como pudiera, así después yo también podría salvar a otros.

Presea asintió.

-He visto a otras mujeres, que se hacen llamar Guerreras Mágicas. –continuó la chica poniéndose de pie para guardar el ungüento. –No son las que me salvaron a mí de pequeña.

-No, no lo son. –dijo Presea. –Porque ellas murieron, hace casi un año.

-¡¿Qué?! –exclamó la chica, se dejó caer a una silla. –No puede ser... Entonces es por eso.

-Así es. –dijo Presea, viendo que ella ya había deducido la situación actual. –Por eso Céfiro se encuentra en este estado, por eso los monstruos abundan otra vez.

-Y yo que pensé que sólo era una mala racha. –dijo la chica. –Pero no me has dicho qué hacías por aquí, se ve que eres buena en las armas.

-Mi nombre es Presea, y soy Armera. –se presentó la artesana. –Y vine aquí porque me mandaron a buscarte.

-¡¿Presea?! ¡¿La armera?! –exclamó la chica sorprendida. Luego analizó lo que le habían dicho. -¿A buscarme a mí?

-Sí, a ti. A la Guerrera de la Montaña. –la nombró Presea. –Necesitamos tu ayuda.

-Ese título me lo dieron los aldeanos. –dijo ella con calma. –Pero en realidad mi nombre es Lira. Y si me necesitan para algo será un placer ayudar.

-Necesito que me acompañes al castillo. –explicó Presea. –Fui enviada a buscarte, así como otros fueron enviados por otras personas, para formar un grupo lo suficientemente poderoso para acabar con los monstruos definitivamente.

-Estoy de acuerdo. –dijo Lira. –Y sugiero que si tienes prisa partamos de inmediato. Podemos pedir prestados unos caballos a los aldeanos al pie de la montaña.

Presea asintió y ambas abandonaron la cabaña.

 

Latis iba montado sobre su caballo mágico: Relámpago.

-Llevo ya días siguiendo la pista de esa Guerrera Suicida y nada. A cada rato está cambiando de lugar. No sé como se mueve tan rápido. –dijo él con un suspiro de cansancio.

Viendo que su caballo ya se estaba cansando el espadachín decidió que sería conveniente volver a tierra y descansar un rato. Descendió y se detuvo en las cercanías de un bosque, muy cerca de una Aldea.

-Bueno, creo que a este paso es más probable que esa mujer llegue sola al castillo antes que yo la encuentre. –se decía él.

-¿Lord Latis? –preguntó una voz cerca de él.

“Oh perfecto. Lo que me faltaba.” Pensó Latis fastidiado al ver a recién llegada.

-Sí, es usted, Latis. –dijo ella sonriendo.

-Srita. Masako. –dijo Latis con respeto. -¿Qué la trae por aquí?

-¿No es obvio? –replicó ella con sarcasmo. –Monstruos. Nos dijeron que andaban por estos rumbos y...

Su discurso fue interrumpido por unos gritos. Los monstruos a los que ella acababa de hacer referencia acababan de aparecer.

Masako murmuró algo entre dientes antes de lanzarse contra el monstruo y cortarle la cabeza de un tajo, sin siquiera preocuparse por los niños que se encontraban cerca.

-Listo, asunto arreglado. –dijo ella guardando su guadaña a la vez que se acercaba de nuevo a Latis.

-¿No deberías ayudar a los heridos? –preguntó Latis alzando la ceja.

-No veo por qué. –replicó ella con calma y frialdad. –No son mi responsabilidad.

Latis estaba a punto de decir algo más cuando otro monstruo apareció. Éste parecía un enorme alacrán, y movía su aguijón, listo para matar al primero que se acercara.

Masako dio un paso atrás.

-¿Qué? ¿No piensas hacer algo? –preguntó Latis.

-¿Estás loco? –dijo ella espantada. -¿Y qué esa cosa me mate?

-Si no haces algo los matará a ellos. –dijo Latis señalando a los pequeños.

Un niño en especial, de unos cuatro años, estaba peligrosamente cerca del escorpión.

Latis estaba a punto de atacar él mismo cuando escuchó un grito.

Apenas alcanzó a ver una figura pasar corriendo, levantar al niño en brazos, y ya con él dar un brinco para esquivar el aguijón del escorpión y caer junto a una casa.

Tanto Latis como Masako estaban realmente muy sorprendidos.

-¿Estás bien? –preguntó la recién llegada al niño.

-Sí. Gracias por salvarme. –dijo el aniño agradecido.

-Muy bien. –dijo ella dulcemente. –Ahora mejor vuelve con tu mamá, debe estar muy preocupada por ti.

El niño asintió y se alejo rápidamente.

La joven mujer volteó a ver a Latis y Masako por un momento.

Fue entonces que Latis pudo verla bien. Llevaba una blusa vino de tirantes y un pantalón negro rasgado en varias partes, botas oscuras. Cabello rojo sangre recogido en dos coletas a ambos lados de su cabeza, y sus ojos escarlata.

-Tú. –dijo ella fríamente mientras se dirigía al escorpión. –Métete con alguien de tu tamaño maldito engendro.

El escorpión en respuesta la atacó. Ella rodó para esquivarlo, se puso de pie de un salto y sacó de su espalda lo que parecían ser dos sables.

Con un grito ella se lanzó contra el monstruo y empezó a pelear con una fiereza que sorprendió a Latis, pocas veces recordaba haber visto a alguien pelear de esa manera, con ese deseo, esa fuerza, esa...pasión.

De pronto el escorpión la golpeó. Si bien no le clavó el aguijón si la arrojó contra un árbol. El golpe que se dio pareció ser bastante malo.

Sin saber por qué Latis comenzó a sentir una ansiedad. Ya había deducido que esa joven era la tan aclamada Guerrera Suicida, y le preocupaba que estuviera mal herida.

-Ah...mal...dición...

Latis volteó al oír esa voz. Realmente se sorprendió al ver a la mujer levantarse, un brazo le sangraba bastante por una cortada que tenía, era obvio que así no podría usar ambas espadas.

-Je... –rió ella con burla, mirando al escorpión. -¿Crees que esto me detendrá? Estás muy equivocado.

Tomó una de las espadas del suelo con su brazo bueno y se lanzó contra el escorpión. De un golpe le cortó las patas, y finalmente clavó la espada en el vientre, después rodó a un lado para esquivar el pus y veneno que manaba de la herida del monstruo.

-Vaya, eso estuvo cerca. –dijo ella observando su espada, ligeramente mellada. –Casi pierdo mi espada.

-¿Cómo puede preocuparle más la maldita espada que esa herida en su brazo? –Masako dijo, casi al 100%, lo que pasaba por la mente de Latis en ese momento.

En ese momento la mujer se acercó a ellos, ya había guardado sus espadas, y había puesto un pañuelo sobre su herida para detener el sangrado.

-¿Tú eres una Guerrera Mágica? –preguntó la mujer a Masako.

-Sí, lo soy. –dijo Masako altaneramente.

-¡¿Entonces por qué demonios no interviniste y salvaste a ese niño?! –gritó la mujer.

-¿Tú lo hiciste, no? –Masako le restaba importancia al asunto.

-Un segundo más y hubiera muerto. –dijo una exaltada mujer, parecía estar al punto de querer golpear a Masako. –Es tu deber como Guerrera Mágica proteger Céfiro.

-Mis órdenes exactas son matar monstruos, no preocuparme por todos los mocosos que son tan tontos que se atraviesan. –replicó Masako.

Nadie lo vio venir, ni siquiera Masako.

Antes que alguien pudiera reaccionar la mano de la mujer se estrelló contra su rostro, por el impulso volteándole la cara y dejándole una marca.

-Cómo te atreves... –comenzó Masako y trató de golpearla.

La mujer simplemente la esquivó.

-Eres tan insensible, no mereces ser llamada Guerrera Mágica. –dijo la mujer con enojo.

-¿Y quién te crees tú que eres para hablarme así? –reclamó Masako, más molesta por la ofensa que por el golpe en sí.

-Soy una persona que hace lo que tú no eres capaz, soy una verdadera Guerrera, defiendo Céfiro, y a sus habitantes. –dijo la mujer con orgullo, aunque sin soberbia. –Soy alguien que lucha sin retroceder, que no teme a morir; no soy como tú, una cobarde.

Nuevamente Masako trató de golpear a la mujer, pero esta vez Latis intervino y la detuvo.

-¿Pero por qué...? –comenzó ella.

-Vuelve al castillo, yo iré más tarde. –le dijo Latis.

Y ella de inmediato supo que no era una sugerencia, sino una orden.

Una vez que Masako se marchó, aún refunfuñando, la mujer se dejó caer sobre un tronco y Latis se inclinó a su lado.

-¿Se encuentra bien? –le preguntó él.

-Sí, no es nada. –replicó ella con calma.

-Me pareció increíble su manera de pelear, era como si no tuviera miedo a nada. –dijo Latis genuinamente sorprendido.

-Lo tengo, tengo miedo, y mucho. –dijo ella. –Es sólo que sé que si me dejo dominar por el miedo no serviré de nada. Este mundo necesita que alguien lo defienda, y no es por ofender, pero esas mujeres no merecen ser llamadas Guerreras Mágicas, son más un problema que la solución.

-Lo sé. –dijo Latis.

-Ay pero que maleducada soy. –dijo ella apenada, extendiéndole la mano. –Mi nombre es Scarlet.

-Yo soy Latis Shields. –se presentó él. –Y la he estado buscando.

-¿A mí? –preguntó ella sorprendida.

-Si usted es la Guerrera Suicida , sí. –replicó él.

-Pues creo que después de lo que hice allá atrás decirle que no sería la mentira más obvia del mundo. –dijo Scarlet sonriendo.

-Yo deseo más que nada salvar Céfiro, Scarlet. –dijo Latis seriamente. –Es por eso que la he estado buscando. Únase a mí, y a otros guerreros, para que luchemos juntos por Céfiro.

-Estoy de acuerdo. –dijo ella, parecía emocionada ante la idea.

Con eso Latis convocó a Relámpago, ambos lo montaron y tomaron rumbo al castillo.

 

***Notas de la autora***

Ya aparecieron más guerreras. ¡Viva! Y todo lo que le dijo Scarlet a Masako, yo creo que se lo merece, por no proteger a los cefirianos. Je, Je, y pensar que nomás por éste capítulo ya le tuve que subir el rating al fic, (y eso que cuando lo escribí empecé a poner más groserías, pero iba a quedar muy altisonante así que tuve que hacer un voto de censura. Eso me pasa por emocionarme demasiado). Voy a tratar de controlarme más, aunque no les prometo nada. ^_^