¡CUIDADO CON LAS PALABRAS QUE
DESTRUYEN!
Razones por las que el cristiano debe medir las
consecuencias de todo lo que dice
La historia cuenta que fue ciego. De pueblo en
pueblo iba compartiendo sus historias. Construía parábolas que gustaban a
todos. Los niños le seguían y eran los primeros en formar un círculo a su
alrededor cuando comenzaba a compartir cuentos y leyendas. A su prolífica
inventiva se atribuyen La Odisea y La Ilíada, relatos de una muy elaborada
prosa que describe las vidas de Ulises, Aquiles y sinnúmero de personajes
mitológicos que a través de los siglos han deleitados a los lectores.
Me refiero a Homero, quien ejerciera una
podersa influencia en la filosofía griega. Lo que, al releer los libros, me
llama poderosamente la atención, es mirar la forma como utilizaba el valor de
las palabras... Conocía su valor y pareciera que las utilizaba con sumo
cuidado...
No cabe la menor duda que las palabras ejercen
una poderosa influencia en nuestras vidas y en las de quienes nos rodean. ¿Le
ha ocurrido alguna vez que al regresar de un centro comercial comprueba que
compró más artículos de los que realmente necesitaba?¿La razón? Un promotor de
ventas le convenció sobre las bondades de un determinado producto y usted
cayó...
¿O quizá alguien le dijo algo amable en la
mañana e inmediatamente se sintió tan estimulado que todo su día marchó “a todo
motor”? Seguramente si le hubiesen pedido subir el Everets de rodillos, lo
habría hecho de buena gana. ¿Dónde está el centro del asunto? En las palabras,
esa poderosa herramienta de la que nos proveyó Dios. Le invito para que,
partir de algunos textos bíblicos, examinemos la importancia de medir
cuidadosamente las palabras así como el impacto que ejercen, tanto a nivel
individual como colectivo.
1.
Las palabras revelan lo profundo del corazón
Nuestras emociones suelen jugarnos una mala
pasada. Una palabra que consideramos agresiva, puede llevarnos a reaccionar. Es
allí cuando se desencadenan graves problemas. Hay cristianos que, presa de la
ofuscación, derraman sobre sus semejantes todo el arsenal de palabras hirientes
que revelan lo profundo de su corazón: el resentimiento, el menosprecio etc.
En su conjunto, representan todo lo que
guardamos y que se convierten en heridas. En apariencia estamos bien, pero
interiormente somos un volcán a punto de explotar con el más mínimo estímulo.
El asunto lo explicó el Señor Jesucristo cuando dijo: “...Porque de la
abundancia del corazón habla la boca”(Mateo 12:34b). Para evitarnos malos
momentos, lo aconsejable es que incorporemos a nuestras oraciones la petición
para que el Creador cumpla en nuestras vidas lo que hace 2.500 años describió
el rey David: “Pon guarda a mi boca, oh Jehová. Guarda la puerta de mis labios”
(Salmo 141:3). Teniendo prudencia al hablar, seguramente nos evitaríamos muchos
problemas.
2. Recobrando el valor de nuestras palabras
Por mucho tiempo mi bisabuelo Angelino Barco
fue Notario Municipal de Vijes, a comienzos del siglo pasado. Un pueblecito de
casas viejas en el que no eran necesario firmar una Escritura Pública para
concretar algún negocio. Bastaba simplemente con la palabra. Un trato verbal
tenía tanta validez como un documento.
Por supuesto, eran otros tiempos, pero los
cristianos estamos llamados a reafirmar el principio de cumplir lo que se
promete. En una sociedad como la nuestra en la que pareciera que las palabras
se las lleva el tiempo, estamos llamados a darle el verdadero valor y
significado. El apóstol santiago escribió: “Pero sobretodo esto, hermanos míos,
no juréis, ni por el cielo, ni por la tierra, ni por ningún otro juramente;
sino que vuestro si sea si, y vuestro no sea no, para que no caigáis en
condenación”(Santiago 5:12). Esa es una
forma de comenzar a cambiar nuestro mundo...
3. La responsabilidad social y espiritual de lo
que decimos
“Aquél empresario es un ladrón”. Cinco palabras,
pero con tal contundencia que determinaron el fin de la promisoria carrera de
un banquero en nuestro país. La frase, expresada en un momento de ira porque se
sintió traicionado por alguien del círculo empresarial, se convirtió en una
bola de nieve que en cuestión de horas colmó los titulares de los diarios y los
noticieros de televisión. ¡Toda una tragedia por cinco palabras!. El banquero
fue despedido de su cargo e inmediatamente todas las puertas se le cerraron.
Nadie quería relacionarse con alguien que, por imprudencia, podía echar a
perder negocios millonarios.
Hay responsabilidad social pero también
espiritual con todo aquello que decimos. Jesús lo expresó sin márgenes a duda:
“Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella
darán cuenta en el día del juicio”(Mateo 12:36). En adelante piense antes de
hablar. Imagine que cada frase es como
un cheque que usted está girando... Si las palabras tuvieran un valor económico
¿Las iría regando por ahí...?
1.
La prudencia al hablar nos evita dolores de cabeza
En el castillo de San Felipe, en Cartagena, la
hermosa ciudad amurallada que durante la conquista y la colonia sirvió para
defender la costa atlántica colombiana de las invasiones extranjeras, todavía
se conservan pesados cañones de hierro y bronce. La historia cuenta que en las
noches, ante la inminencia de un ataque de piratas, no cesaban de arrojan
fuego. Cada carga explosiva podía hundir una embarcación.
Esta es la mejor imagen para ilustrar a los
cristianos que, sin pensar lo que hablan, se andan metiendo en líos a cada
instante. Expresan sus opiniones sin que nadie las pida, cuestionan a todos los
que están a su alrededor, no dejan títere con cabeza. Se asemejan a cañones:
expulsan fuego a toda hora. Ser descuidados al hablar es una peligrosa atadura
de la que Dios nos puede liberar. No en vano escribió el apóstol: “...la lengua
es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, ¡Cuan grande
bosque enciende un pequeño fuego!”(Santiago 3:5). En muchos casos guardar
silencio es una expresión de sabiduría.
2.
Las palabras generan triunfos o fracaso
No he visto diseñador gráfico más brillante que
Luis Eduardo. Un verdadero artistas. Sin embargo había un detalle que no podía
compartir con él: su forma de hablar. Siempre se le oía decir: “Esto o aquello
es difícil”, “Cumplir esa tarea es imposible”, “No podré lograrlo”. ¿Las
consecuencias? Una vida en continuo fracaso. Cuanto emprendía, generalmente
salía mal. Y no era para menos. Estaba predispuesto para la derrota. Con sus
palabras anulaba las extraordinarias capacidades de que Dios le había dotado.
¿Cuándo cambió su vida? Cuando conoció a
Jesucristo y comprendió que el Señor lo había creado para ser un vencedor y no
un fracasado. Y comenzó a creer, en fe, y a proclamarlo con sus labios. Cuando
apreciamos esta historia, entendemos el significado del antiguo proverbio: “La
vida y la muerte dependen de la lengua; los que hablan mucho sufrirán las
consecuencias”(Proverbios 18:21 Cf. 21: 23. Versión Dios habla hoy).
3.
A Dios debemos alabarlo con labios santos
Uno de los muchos atractivos turísticos de
ciudad de Mejico son sus hermosas fuentes. En sus alrededores se han afianzado
noviazgos, se han tomado fotos los turistas y hasta ha servido como ducha para
los mendigos. Siempre están lanzando agua dulce. No hay posibilidad que al
tiempo, pudiera arrojar agua de mar. Meditando en este hecho comprendí el
profundo valor de la Palabra cuando
señala: “De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos, esto no
debe ser así”(Santiago 3:10). Nuestras
palabras deben expresar la pureza y santidad propias de un cristiano que dejó
atrás su vieja naturaleza...
Está pues, en nuestras palabras y cómo las
expresamos, bendecir o destruir...
Por favor escríbame. Deseo conocer sus
inquietudes, sugerencias, opiniones o peticiones de oración. E-mail:
fjimenez@elvalle.com.co
O también: elheraldo1@yahoo.com.mx
Ps. Fernando Alexis Jiménez
Pastor y evangelista
Ministerio de
Evangelismo y Misiones “Heraldos de la Palabra”
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