Esperanza más allá del 2000
José Adín González
Según la ampliamente
aceptada cronología bíblica, el comienzo de este milenio será algo más que eso,
pues marcará seis mil años de existencia del pecado en este mundo. Hemos
llegado a un momento solemne.
Durante siglos, muchos
cristianos han pensado que nunca llegaríamos a esta fecha. Creían que el Señor
Jesús iba a volver mucho antes de ahora, para comenzar su reinado como Rey de
reyes y Señor de señores. Y tenían razones para creer así.
Los estudiosos de la Biblia
han creído en la promesa de Jesús: "Voy, pues, a preparar lugar para
vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí
mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis" (S. Juan
14:1-3). Cristo también explicó la manera de su venida: "Como
el relámpago que sale del oriente y se muestra hasta el occidente, así será
también la venida del Hijo del Hombre... Todas las tribus de la tierra... verán
al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran
gloria" (S. Mateo 24:27-31).
También han creído que
estamos viviendo en lo que la Biblia llama "el tiempo del fin".
Por boca del profeta Daniel,
Dios se refirió a estos días finales en estos términos: "Tú, Daniel,
cierra las palabras y sella el libro hasta el tiempo del fin. Muchos correrán
de aquí para allá, y la ciencia se aumentará" (Daniel 12:4).
Hay evidencias bíblicas de que por muchos años hemos estado viviendo en el
tiempo del fin. ¿Será posible? En verdad, a escala mundial se nota la
expectativa de que así es.
Pero no queremos
suposiciones humanas. Queremos saber qué dice la Palabra de Dios. Dejémosla que
nos diga verdades sólidas acerca de la cercanía del fin.
Cuando los discípulos de
Jesús le preguntaron al Maestro: "Dinos, ¿cuándo serán estas cosas, y
qué señal habrá de tu venida, y del fin del siglo?", Cristo respondió
en términos claros y positivos, que hasta un niño puede comprender: "Inmediatamente
después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, y la luna no
dará su resplandor, y las estrellas caerán del cielo" (S. Mateo 24:3,
29).
La frase "la
tribulación de aquellos días", nos refiere a las profecías de Daniel,
libro que Jesús mencionó con énfasis, al decir "el que lee, entienda"
(S. Mateo 24:15). Jesús se refería al prolongado tiempo de angustia
que, según Daniel, prevalecería durante los largos siglos de la Edad Oscura (Daniel
7:21-27; 11:32-35; 12:7). Millones de fieles cristianos fueron
martirizados por su fe. Pero el Señor acortó esos años de terrible persecución;
si no, los fieles hubieran sido exterminados. Lo peor de las persecuciones se
había terminado en torno al año 1755. Entonces sobrevino la primera de las
grandes "señales" que le anunciarían al mundo que el tiempo del fin
estaba cercano.
El apóstol San Juan,
inspirado por el Espíritu Santo, describió lo que se le había mostrado en santa
visión acerca del cierre de esos siglos de persecución: "Miré cuando
[el Cordero, es decir Cristo] abrió el sexto sello, y he aquí hubo un gran
terremoto..." Luego describe las mismas "señales" que
Jesús había mencionado: "...y el sol se puso negro como tela de
cilicio, y la luna se volvió toda como sangre; y las estrellas del cielo
cayeron sobre la tierra, como la higuera deja caer sus higos cuando es sacudida
por un fuerte viento" (Apocalipsis 6:12-17).
Veamos la primera, "el
gran terremoto" de Lisboa, Portugal, el 1 de noviembre de 1755.
Es lo que los historiadores seculares han descrito como "el más famoso
de todos los terremotos" y "el terremoto más grande de que
haya registro". Dos sismólogos ingleses, sin pensar siquiera en
confirmar la profecía bíblica, dijeron: "La destrucción de Lisboa en el
año 1755 de nuestra era, fue un desastre que causó profundos efectos sobre el
pensamiento europeo en la segunda mitad del siglo XVIII. Voltaire [el gran
agnóstico francés] se sintió aturdido por el choque mental que le provocó la
noticia proveniente de Lisboa... El 'demonio del miedo' se esparció por el
mundo [¡la extensión sacudida fue equivalente a cuatro veces la superficie de
Europa!]... Al parecer, el desastre de Lisboa tuvo un efecto tan profundo sobre
la mente y la moralidad de los seres humanos en la segunda mitad del siglo
XVIII, como el que las bombas atómicas lanzadas sobre el Japón en 1945 han
tenido en el siglo XX" (Earthshock, por Basil Booth y Frank Fitch,
Londres: J.M. Dent & Sons, 1978, págs. 95, 96).
Así nació en el mundo el
despertar del interés en la segunda venida de Cristo. Los cristianos de todas
las iglesias comenzaron a estudiar acerca del cumplimiento de estas profecías
bíblicas. Pronto esa generación vio, asombrada, otro cumplimiento de las
predicciones del Señor Jesús. La segunda señal fue el gran Día Oscuro.
El centro de interés en las
profecías bíblicas había pasado a los Estados Unidos. En la mañana del 19 de
mayo de 1780 sobrevino lo que para la gente de entonces fue un "día
oscuro" profundamente misterioso. En esa mañana de domingo, una
extraña oscuridad, como la de la noche, se extendió a través de la Nueva
Inglaterra, y duró todo el día. Esa noche la luna llena apareció roja como
sangre. Millares de personas inmediatamente relacionaron el suceso como el
cumplimiento de las profecías de Jesús y el libro del Apocalipsis. Era como
viajar en una supercarretera y ver los letreros que anuncian que uno se acerca
a su destino.
No pasó mucho tiempo sin que
apareciera la tercera señal. Antes que desapareciera esa generación, sobrevino
el siguiente cumplimiento: la caída de las estrellas, la noche del 13 de
noviembre de 1833. Nunca en la historia se había registrado nada semejante,
y nada tan espectacular como eso ha vuelto a suceder desde entonces. Como
resultado, y por todas partes, los creyentes en la Biblia dijeron: "¡Ahora
sí! ¡Hemos llegado al 'tiempo del fin'!" Jesús dijo: "Entonces
aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo... y verán al Hijo del
Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria" (S.
Mateo 24:30).
Después de haber descrito
estas magníficas "señales", Jesús declaró, refiriéndose a la
gente que las vería y reconocería su significado: "No pasará esta
generación sin que todo esto acontezca" (S. Mateo 24:34). Y de
veras parecía como que esa generación sería testigo de la segunda venida de
Cristo. La profecía de Daniel según la cual en "el tiempo del fin"
muchos correrían de aquí para allá, y la ciencia aumentaría, se cumplió en
forma dramática. Casi inmediatamente comenzaron a aparecer una tras otra,
fantásticas invenciones: el alumbrado de gas, en 1798; los barcos a vapor, en 1803;
en 1825, las locomotoras a vapor; el telégrafo en 1836; la máquina de coser, en
1841; la máquina de escribir, en 1865; el teléfono, en 1876; en 1879, la luz
eléctrica; en 1893 el cinematógrafo, y en 1895 el automóvil. Y así sigue la
lista hasta nuestros días, la edad de las computadoras.
Pero durante todo este "tiempo
del fin", una última gran señal permanece sin cumplirse. Jesús dijo: "Y
será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a
todas las naciones; y entonces vendrá el fin" (S. Mateo 24;14).
Al mismo tiempo en que comenzaron a aparecer todos estos nuevos inventos, el
Espíritu Santo movió a las iglesias para que mandaran misioneros a todo el
mundo para predicar el evangelio. Pronto, entre muchas tribus y culturas paganas,
se formaron nuevas congregaciones de ex paganos que comenzaban a comprender la
Biblia, y que aceptaron la verdad bíblica en la medida de su comprensión.
La tarea no está completa
todavía. Aún hay gente que no ha escuchado las Buenas Nuevas del Evangelio, y
el apóstol Pedro nos asegura que "el Señor no retarda su promesa, según
algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no
queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento"
(2 S. Pedro 3:9). Esta es, según la Biblia, la razón de que todavía
Jesús no haya vuelto.
Además, la Biblia nos enseña
claramente que los santos de todas las edades "duermen" en sus
tumbas, esperando la resurrección que tendrá lugar cuando Jesús vuelva (1
Tesalonicenses 4:13-17). Nadie puede resucitarlos sino el divino Hijo
de Dios; en otras palabras, están presos hasta que Cristo vuelva.
Los enemigos del Evangelio
dicen que es imposible que alguien pueda vencer al pecado. Pero a San Juan se
le mostró en santa visión que Dios tendrá un pueblo así al fin del "tiempo
del fin". "Después miré, y he aquí el Cordero estaba en pie sobre
el monte de Sión, y con él ciento cuarenta y cuatro mil, que tenían el nombre
de él y el de su Padre escrito en la frente... y en sus bocas no fue hallada
mentira, pues son sin mancha delante del trono de Dios" (Apocalipsis
14:1, 5).
Qué es lo que permite este
maravilloso desenlace, después de seis mil años de pecado en este mundo? La
respuesta es: una comprensión más clara del evangelio eterno que la que
haya sido jamás proclamada ante el mundo. Pablo dice que el evangelio "es
poder de Dios para salvación a todo aquel que cree" (Romanos 1:16).
Pero hay más de un
evangelio; hay "la verdad del evangelio" (Gálatas 2:5),
y hay también el evangelio falso de Satanás, lo que la Biblia llama las
enseñanzas de "Babilonia". ¡En estos últimos días, este
evangelio falsificado debe ser expuesto como la falsedad que es! Por eso, el
segundo ángel proclama, en Apocalipsis 14:8, "Ha caído
Babilonia". Y el tercer ángel de esta serie de mensajeros celestiales
advierte al mundo de las consecuencias de creer este evangelio falso, diciendo
que aceptarlo es lo mismo que aceptar "la marca" de la bestia
enemiga de Dios y de su pueblo (versículos 9-11).
Seguidamente, el escenario
profético nos muestra un pueblo proveniente de toda nación, tribu, lengua y
pueblo, por el poder del evangelio, cuyos integrantes se distinguen porque "guardan
los mandamientos de Dios y la fe de Jesús" (vers.12). Y luego,
en santa visión el apóstol Juan contempla el desarrollo del mayor esfuerzo
evangélico de la historia. Nada podrá detenerlos, porque por fin se verá
claramente que "cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia" (Romanos
5:20). ¡La revelación plena de la gracia de Cristo derrotará para
siempre al pecado!
No pasarán otros mil años;
ni siquiera otro siglo. Puede ser que el advenimiento de Cristo parezca
demorarse un poquito, pero "aunque tardare, espéralo, porque sin duda
vendrá, no tardará" (Habacuc 2:3, ú. p.). ¡Hemos llegado a los
últimos días!
Este es un Mensaje de
Reflexión y Esperanza, y una invitación para estar preparados espiritualmente
en todo momento, dando siempre la honra y la gloria que nuestro Dios merece.
FRATERNALMENTE
José Adín González
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