Nuestra única confianza
Por: José Adín González laroca25@prodigy.net.mx
Los peligros que hoy asechan al ser humano son tan angustiosos y graves
que el ansia de seguridad ha dejado de ser una preocupación para convertirse en
una obsesión. Se vive en constante sobresalto; el temor y la incertidumbre se
han posesionado del corazón humano. Los antiguos fantasmas de la pobreza, del
dolor y de la muerte asumen hoy formas tan diversas y tan amenazantes que
resulta muy difícil conservar la calma. Calamidades tan dramáticas como
terremotos, inundaciones y tornados se repiten cada vez con mayor frecuencia.
El equilibrio económico y la estabilidad emocional también son alterados por
toda suerte de accidentes y enfermedades solapadas. Y, ¿qué decir de los dramas
provocados por la ola de violencia que inunda la tierra?
Personas de las más diversas culturas o posición social sienten zozobra
y ansiedad. Los inestimables bienes de la vida, como la libertad y la salud,
parecen estar a merced de los caprichos o pasiones de los demás. Y en medio de
esa atmósfera de ansiedad y de inquietud, e impulsado por el poderoso instinto
de conservación, el ser humano reclama paz y seguridad. ¿Es que se trata de una
demanda imposible? ¿Es un anhelo reñido con la realidad de las cosas? El
anuncio publicitario de una compañía de seguros decía: "Vendemos
seguridad". Es una oferta atractiva, pero imposible de satisfacer.
Afirmaba un destacado escritor que "el hombre quiere estar
seguro de todo. Porque quiere estarlo de su destino trascendente, investiga las
religiones; porque quiere estarlo de las ideas, hace filosofía; porque quiere
estarlo del pasado, hace historia; y porque quiere estarlo de las cosas físicas
y calculables, hace pólizas de seguro". Y agrega: "Aunque
estamos asegurados de muchas cosas, estamos seguros de muy pocas". ¡Qué
paradoja! ¡Qué contraste más significativo! Aunque aumentan los recursos de la
ciencia, la circulación del dinero, las conquistas de la inteligencia y el
poderío de nuestra civilización, la humanidad, sin embargo, se siente impotente
ante la avalancha de la necesidad, de la desolación y de la anarquía.
La buena voluntad del hombre no logra resolver ni conjurar los dilemas
y los peligros de nuestra época. Este fracaso o frustración se puede asemejar a
lo que ocurrió con un hombre de 29 años, que hizo colocar barrotes de hierro a
todas las aberturas de su casa por temor a los ladrones. En vez de ser víctima
del robo, pereció abrasado por un incendio que se produjo en su domicilio. La
puerta a prueba de ladrones se atascó de tal modo que no pudo escapar del
fuego. A semejanza de este hombre, también nosotros podemos equivocarnos al
escoger nuestro sistema de seguridad.
¿Cuál es la mejor defensa ante los riesgos de la vida? En el libro de Salmos
46:1-3 podemos encontrar estas maravillosas promesas: "Dios
es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por
tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida, y se traspasen los montes
al corazón de la mar; aunque bramen y se turben las aguas, y tiemblen los
montes a causa de su bravura".
El omnipotente Creador de los cielos y de la tierra es la única fuente
de seguridad y fortaleza. Cualesquiera sean los riesgos que debamos afrontar,
en él está el auxilio oportuno. El rey David, ese hombre que arrostró peligros
de toda naturaleza, escribió el Salmo 91, que bien se lo puede
llamar "el cántico de la liberación y la confianza". Dice así:
"El que habita al abrigo del Altísimo, morará bajo la sombra del
Omnipotente. Diré yo a Jehová: Esperanza mía y castillo mío; mi Dios, en quien
confiaré. El te librará del lazo del cazador, de la peste destructora. Con sus
plumas te cubrirá, y debajo de sus alas estarás seguro; escudo y adarga es su
verdad. No temerás el terror nocturno, ni saeta que vuele de día, ni
pestilencia que ande en oscuridad, ni mortandad que en medio del
día destruya". Y agrega, "porque tú has puesto a
Jehová, que es mi esperanza, al Altísimo por tu habitación, no te sobrevendrá
mal, ni plaga tocará tu morada. Pues que a sus ángeles mandará cerca de ti, que
te guarden en todos tus caminos... Por cuanto en mí ha puesto su amor, yo
también lo libraré; le pondré en alto, por cuanto ha conocido mi nombre. Me
invocará, y yo le responderé; con él estaré yo en la angustia; lo libraré y le
glorificaré. Lo saciaré de larga vida, y le mostraré mi salvación".
Son promesas de Dios; él es nuestro refugio, nuestra fortaleza
protectora, nuestra única seguridad. No significa esto que desaparecerán los
contratiempos y riesgos de la vida. Las consecuencias del pecado son
inevitables; mientras estemos en este mundo habrá dolor, enfermedad y muerte.
Pero la promesa divina es que en medio de la angustia tendremos la compañía del
Señor. "No temas --dice el Señor--, porque yo te
redimí; te puse nombre, mío eres tú. Cuando pases por las aguas, yo estaré
contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te
quemarás, ni la llama arderá en ti" Isaías 43:1-3.
¿Podemos vivir seguros? Sí, pero para eso es indispensable confiar en
Dios. La fe es como un escudo que protege el alma de los dardos del maligno.
Cuando esa virtud inunda el corazón, desaparecen milagrosamente la ansiedad y
la incertidumbre. Alguien dijo: "El miedo llamó a la puerta; la fe
contestó y abrió; no había nadie". Frente a la fe, el miedo había
desaparecido.
Marconi, el renombrado inventor, declaró: "La ciencia es apenas
algo más que la luz indispensable de una linterna de bolsillo que se difunde en
una selva oscura, en la cual la humanidad anda dolorosamente a tientas en su
camino hacia Dios. Únicamente la fe puede tender un puente sobre el golfo que
existe entre el hombre y el infinito". ¿Nos atrevemos a confiar en
Dios? ¿Elevaremos nuestra mirada hacia el Altísimo? ¿Dependeremos de su fuerza
y de su sabiduría?
A pesar de las incontables evidencias que revelan la bondad y el poder
divinos, somos muy inconstantes en ejercitar la fe en Dios. Nos comportamos en
manera similar a ese apóstol que al mandato de Jesús empezó a caminar sobre las
aguas, pero al ver el fuerte viento tuvo miedo, y comenzó a hundirse. ¿Qué
había ocurrido? En medio de la noche, Jesús había venido caminando sobre las
aguas hacia la barca donde se encontraban los discípulos. Y éstos, viéndolo
andar sobre el agua se turbaron, diciendo: "¡Un fantasma!, y dieron
voces de miedo". Pero en seguida Jesús les habló, diciendo: "Tened
ánimo, yo soy, no temáis". Entonces el apóstol Pedro respondió, y
le dijo a Jesús: "Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre
las aguas" (S. Mateo 14:26-28). Y Cristo le ordenó que viniese.
Sin vacilación, Pedro avanzó hacia su Maestro. Era un milagro; estaba caminando
sobre las aguas. De pronto, envanecido por su hazaña, concentró su atención en
sí mismo y apartó su vista de Jesús. En seguida fue turbado por el viento y
empezó a hundirse. Desesperadamente imploró el rescate y Jesucristo,
extendiendo su mano, lo libró.
Ante los peligros extremos que acosan contra nuestra seguridad física,
y ante las amenazas internas que asechan nuestro bienestar espiritual, debemos
mantener nuestra confianza en Dios. Con humildad y valentía necesitamos
reconocer que nuestra victoria se encuentra en el Señor Jesucristo, en su amor,
en su Palabra y en su Espíritu. En este tiempo hay multitudes que adormecen su
conciencia y procuran encontrar seguridad para sus vidas en cualquier otro
recurso, menos en el Señor Jesús. Simplemente lo olvidan, o lo ignoran. Dejan
de reconocerlo como el Salvador de sus almas y el Señor del universo. No toman
en cuenta la promesa de su advenimiento glorioso. ¿Cuál será el destino de los
tales? Dice el apóstol San Pablo: "Cuando digan: Paz y seguridad,
entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina, como los dolores a la mujer
encinta, y no escaparán". Y agrega: "Mas vosotros,
hermanos, no estáis en tinieblas para que aquel día os sobrecoja como ladrón.
Porque todos vosotros sois hijos de luz, e hijos del día; no somos de la noche,
de las tinieblas. Pero nosotros que somos del día, seamos sobrios; habiéndonos
vestido con la coraza de fe y de amor, y con la esperanza de salvación como
yelmo" (1 Tesalonicenses 5:3, 4, 8). Aquí se describe la experiencia
de dos grupos de personas. Por un lado, la de quienes buscan seguridad fuera de
Jesús; para los tales habrá destrucción repentina. Pero están los otros;
aquellos que han cubierto sus vidas con la coraza de la fe y del amor, y cuya
defensa es la esperanza de salvación. Aunque este grupo bienaventurado debe
afrontar las vicisitudes propias de la etapa final de la historia humana, vive
iluminado por la voluntad y el amor de Dios. Su alma está protegida de todo mal
e incertidumbre. La fe en Jesús y en su Palabra los mantiene firmes y seguros
en su camino por esta vida y en rumbo a la vida eterna.
No hay fuerza humana suficiente para neutralizar los peligros de esta
tierra; no hay ningún medio seguro inventado por los hombres para conjurar los
desastres provocados por un corazón pecaminoso y egoísta. Sólo en Jesús están
la salvación y la seguridad del alma. Unidos a él por la fe, podemos mirar el
futuro con confianza. El amor de Jesús desplazará todo temor y, entonces,
podremos hacer nuestra la experiencia del apóstol Pablo, quien exclamó: "¿Quién
nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o
hambre, o desnudez, o peligro, o espada?" Y agrega: "Por
lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados,
ni potestades, ni lo presente, ni lo porvenir, ni lo alto, ni lo profundo, ni
ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo
Jesús Señor nuestro" (Romanos 8:35, 38, 39).
Que Dios te bendiga, querido lector, para que disfrutes de esta
seguridad que proporciona la presencia de Jesús en tu vida. Confía en él de
todo corazón y entonces disfrutarás de paz, de gozo y de esperanza. Con la
vista dirigida hacia la altura afrontarás exitosamente todos los problemas de
este mundo, porque en Jesús, y sólo en él, está la salvación.
Este es un mensaje de amor y esperanza que me permito hacerte llegar
con el fin de darle honra y gloria al Supremo Creador del Universo.
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