El sufrimiento viene con la
libertad de escoger
Los padres amorosos anhelan proteger a sus hijos del dolor innecesario. Pero
los padres sabios conocen el peligro de la sobreprotección. Saben que la
libertad de escoger está en el centro de lo que significa ser humano, y que un
mundo sin opciones sería peor que un mundo sin dolor. Peor aún sería un mundo
poblado por personas que pudieran elegir mal sin sufrir por ello. Nadie es más
peligroso que el mentiroso, el ladrón o el asesino que no siente el daño que se
hace a sí mismo y a los demás (Génesis 2:15-17).
El dolor nos advierte del peligro
Odiamos el dolor, especialmente cuando aflige a aquellos que amamos. Sin embargo,
sin él, los enfermos no irían al médico, los cuerpos cansados no descansarían,
los criminales no temerían a la ley, y los niños se reirían de la corrección.
Sin la acusación de la conciencia, la insatisfacción diaria del aburrimiento o
el anhelo vacío de significación, los seres humanos, que fueron creados para
encontrar satisfacción en un Padre eterno, se conformarían con mucho menos. El
ejemplo de Salomón, atraído por el placer y enseñado por su dolor, nos muestra
que hasta los más sabios entre nosotros tendemos a alejarnos del bien y de Dios
hasta que nos detenemos frente al dolor que causan nuestras malas decisiones
(Eclesiastés 1-12; Salmo 78:34,35; Romanos 3:10-18).
El sufrimiento revela lo que hay en nuestros corazones
El sufrimiento muchas veces ocurre como consecuencia de las acciones de otros.
Pero tiene la habilidad de revelar lo que está en nuestros propios corazones.
Nuestra capacidad de sentir amor, misericordia, ira, envidia y orgullo puede
dormir hasta verse despertada por las circunstancias. La fortaleza y la
debilidad de corazón se encuentran, no cuando todo va como queremos, sino
cuando las llamas del sufrimiento y la tentación prueban nuestro carácter. Así
como el oro y la plata se refinan por el fuego, y como el carbón necesita
tiempo y presión para convertirse en diamante, el corazón humano se revela y se
desarrolla al soportar la presión y el calor del tiempo y las circunstancias.
La fortaleza de carácter se muestra, no cuando todo está en orden en nuestro
mundo, sino en la presencia del dolor y el sufrimiento humanos (Job 42:1-17;
Romanos 5:3-5; Santiago 1:2-5; 1 Pedro 1:6-8).
El sufrimiento nos lleva al borde de la eternidad
Si la muerte es el fin de todo, entonces una vida llena de sufrimiento no es
justa. Pero si el fin de esta vida nos lleva al umbral de la eternidad,
entonces las personas más afortunadas del universo son aquellas que descubren,
a través del sufrimiento, que esta vida no es todo por lo que tenemos que
vivir. Aquellos que se encuentran a sí mismos y a su Dios eterno a través del
sufrimiento no han malgastado su dolor. Han dejado que su pobreza, sufrimiento
y hambre los lleven al Señor de la eternidad. Son los que descubrirán para su
propio gozo eterno por qué Jesús dijo: «Bienaventurados
los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mateo
5:1-12; Romanos 8:18,19).
El dolor nos hace aferrarnos menos a esta vida
Con el tiempo, nuestro trabajo y opiniones son menos solicitados. Nuestros
cuerpos se desgastan. Gradualmente sucumben a la obsolescencia inevitable. Las
articulaciones se endurecen y duelen. Los ojos se oscurecen. La digestión se
vuelve más lenta. Dormir se hace más difícil. Los problemas se vuelven cada vez
mayores mientras las opciones son cada vez menos. Sin embargo, si la muerte no
es el fin sino el inicio de un nuevo día, la maldición de la vejez también es
una bendición. Cada dolor nuevo hace a este mundo menos interesante y la vida
por venir más atractiva. En su propia forma, el dolor prepara el camino para
una partida más honrosa (Eclesiastés 12:1-14).
El sufrimiento nos hace confiar en Dios
La persona sufrida más famosa de todos los tiempos fue un hombre llamado Job.
Según la Biblia, Job perdió su familia por la guerra, su riqueza por el viento
y el fuego, y su salud por causa de unas dolorosas llagas. A través de todo
ello, Dios nunca dijo a Job por qué le sucedía todo eso. Mientras Job soportaba
las acusaciones de sus amigos, el cielo permanecía silente. Cuando Dios habló
finalmente, no reveló que Satanás, su archienemigo, había cuestionado la
motivación de Job para servir a Dios.. El Señor tampoco pidió perdón por
permitir que Satanás probara la devoción de Job a Él. En vez de ello, Dios
habló de las cabras monteses dando a luz, leones pequeños de caza y cuervos en
sus nidos. Citó el comportamiento del avestruz, la fuerza del buey y el paso
del caballo. Habló de las maravillas de los cielos y del mar y del ciclo de las
estaciones. Job sólo pudo concluir que si Dios tenía poder y sabiduría para
crear este universo físico, había que confiar en Él también en el tiempo del
dolor (Job 1-42).
Dios sufre con nosotros en nuestro sufrimiento
Nadie ha sufrido más que nuestro Padre celestial. Nadie ha pagado un mayor
precio por permitir el pecado en el mundo. Nadie se ha contristado más
continuamente por el dolor de una raza descarriada. Nadie ha sufrido como Aquel
que pagó por nuestro pecado en el cuerpo crucificado de su propio Hijo. Nadie
ha sufrido más que Aquel que, cuando abrió los brazos y murió, nos mostró
cuánto nos amaba. Es este el Dios que, al acercarnos a Él, nos pide que
confiemos en Él cuando sufrimos y cuando las personas que amamos claman en
nuestra presencia (1 Pedro 2:21; 3:18; 4:1).
El consuelo de Dios es mayor que el sufrimiento
El apóstol Pablo rogó al Señor que le quitara una fuente no identificada de
sufrimiento. Pero el Señor se negó a hacerlo diciendo: «Bástate
mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto -dice
Pablo- de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose
sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las
debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias;
porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.» (2 Corintios 12:9,10). Pablo aprendió que era mejor estar con Cristo en su
sufrimiento que sin Cristo con buena salud y en circunstancias agradables.
En las crisis nos encontramos mutuamente
Nadie escogería el dolor y el sufrimiento. Pero cuando no hay opción, hay una
fuente de consolación. Los desastres naturales y los tiempos de crisis nos
unen. Los huracanes, los fuegos, los terremotos, las revueltas, las
enfermedades y los accidentes tienen el poder de volvernos en sí. De repente
recordamos que nosotros mismos somos mortales y que las personas son más
importantes que las cosas. Recordamos que sí nos necesitamos los unos a los
otros y que, sobre todo, necesitamos a Dios.
Cada vez que descubrimos la consolación de Dios en nuestro propio sufrimiento, nuestra
capacidad de ayudar a otros aumenta. Esto es lo que el apóstol Pablo tenía en
mente al escribir: «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor
Jesucristo, padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos
consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros
consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación
con que nosotros somos consolados por Dios» (2 Corintios 1:3,4).
Dios puede usar el
sufrimiento para nuestro bien
Esta verdad se muestra mejor en los muchos ejemplos de la Biblia. A través de
los sufrimientos de Job vemos a un hombre que, no sólo logró una compresión más
profunda de Dios, sino que también se convirtió en fuente de aliento para los
hombres de todas las generaciones que le siguieron. Por el desprecio, traición,
esclavitud y encarcelamiento injusto de un hombre llamado José, vemos a alguien
que con el tiempo pudo decir a los que le hicieron daño: «Vosotros
pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos
hoy, para mantener en vida a mucho pueblo» (Génesis 50:20). Cuando todo nuestro ser grita a los cielos por
permitir el sufrimiento, tenemos razones para mirar hacia el resultado eterno y
el gozo de Jesús quien, en su propio sufrimiento en la cruz del ejecutor,
gritó: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» (Mateo 27:46).
No estás solo...
No estás solo si la injusticia y el sufrimiento de esta vida te llevan a dudar que haya un Dios en el cielo a quien le importas. Pero considera nuevamente el sufrimiento de Aquel de quien el profeta Isaías dijo: «Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebrantos» (Isaías 53:3). Piensa en su espalda azotada, su frente sangrante, sus manos y pies clavados, su costado traspasado, su agonía en el huerto y su grito patético de abandono. Considera las afirmaciones de Cristo, quien decía sufrir, no por sus propios pecados, sino por los nuestros. Para darnos la libertad de escoger, Él nos permite sufrir. Pero Él mismo pagó la pena y el dolor final de todos nuestros pecados (2 Corintios 5:21; 1 Pedro 2:24).
Cuando veas la razón por la que sufrió, ten en
cuenta que la Biblia dice que Cristo murió para pagar el precio de nuestros
pecados, y que aquellos que creen en su corazón que Dios lo ha levantado de
entre los muertos serán salvos (Romanos 10:9,10). El perdón y la vida eterna
que Cristo ofrece no son una recompensa al esfuerzo nuestro, sino un regalo a
todos aquellos que, a la luz de la evidencia, colocan su confianza en Él.
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