Católicos a su manera


Divorcio entre Jerarquía y pueblo creyente obedece al orgullo de la primera, que no sabe escuchar. ¿Acaso vox populi no es vox Dei?

Un reciente estudio académico de opinión pública concluyó que tres de cada cuatro chilenos se consideran católicos y que la institución más confiable en el país sigue siendo esa Iglesia, pese a lo cual se observa a escala nacional un abrumador respaldo a una ley de divorcio y la gran mayoría de los fieles se abstiene de asistir regularmente al templo y no acata las enseñanzas oficiales en materia de regulación de nacimientos y sexualidad en general.

¿Qué significado cabe atribuir a estas cifras, que sólo sirven de aval a la comprobación de que muchos católicos, por plantarlo en términos caricaturescos, creen en Dios y la Virgen, pero no en los curas?

Cisma silencioso
Hay católicos conscientes, alejados de la Iglesia o que siguen dentro de ella con una perseverancia admirable, que consideran que estamos en presencia de un cisma silencioso de imprevisibles consecuencias, que entraña gravedad mucho mayor que el provocado a fines de la década de los 80 por el arzobispo rebelde, como llamaba la prensa al ultraconservador Marcel Lefevre, quien murió sin designar un heredero, con lo que su movimiento feneció.

Lefevre planteó sus discrepancias en público, luchó, denunció, dialogó, presionó. buscó o simuló buscar acuerdos con el Vaticano. Se le pudo criticar y estar en absoluto desacuerdo con sus planteamientos. Pero su conducta fue hasta cierto punto más rescatable que la de tantos católicos, incluso sacerdotes, que parecen haberse convencido de que no vale la pena discutir dentro de la Iglesia. y viven su fe y hasta su ministerio "a su manera".

Un gran número de fieles ha abandonado silenciosamente la Iglesia., a la que vuelven sólo en ocasiones muy especiales, si es que no emigran a otras confesiones, en las que se sienten tomados en cuenta no sólo para definir el horario de las misas dominicales, sino para elaborar respuestas. a la luz del Evangelio, a los grandes problemas del hombre de hoy.

Otros cristianos comprometidos se limitan a asistir de vez en cuando a Misa, pero no participan en ninguna comunidad. Esa actitud prescindente no deja de causarles frustración, pero perciben que tampoco tiene mayor sentido buscar una participación más activa en una Iglesia que en realidad no la quiere.

Miles de matrimonios cristianos escuchan la enseñanza oficial de la Iglesia acerca de la regulación de la natalidad .... y se encogen de hombros. En ocasiones hasta comulgan, sin hacerse mayores problemas. No se dan la molestia de exponer su discrepancia. En lugar de un debate sincero, lo que prevalece es el silencio. No es ausencia de conflicto; es que los que están en desacuerdo se van o no se interesan en (o no se atreven a ) en plantear sus discrepancias.

Numerosos sacerdotes autorizan discretamente a católicos vueltos a casar a que se acerquen a la Eucaristía, pese a que la doctrina oficial lo impide. Pero el tema de una modificación del trato pastoral oficial a los católicos divorciados sigue siendo tabú y la pastoral familiar se sigue organizando como si el divorcio entre los católicos fuese todavía un fenómeno excepcional.

Los jóvenes (y los que no lo son tanto) escuchan la doctrina católica en materia de sexualidad... y no la aceptan. No es que no la cumplan: eso sería lo de menos, ya que todo ideal es siempre difícil de materializar; lo grave es que no la encuentran creíble. Ni siquiera los jóvenes católicos aceptan la moral sexual que postula oficialmente la Iglesia. Pero prefieren callar antes que trabarse en un debate que consideran de la partida inútil.

Las vocaciones sacerdotales no cesan de disminuir, pese a los arrestos triunfalistas de algunos en años recientes, pero Roma insiste en un modelo de Iglesia que condena a los laicos a la condición de niños de guardería infantil o, a lo sumo, de escolares de enseñanza básica. Se les pide que oren para que el Señor suscite más vocaciones sacerdotales. Y en el secreto del corazón, muchos piden a Dios que remezca a la Iglesia para que tenga el coraje de liberarse de añejeces que impiden el acceso de los casados y las mujeres al sacerdocio, lo que permitiría superar de golpe la escasez actual. Pero de estos temas no se habla en público.

La crisis no reside tanto la existencia de puntos de vista discrepantes. En un mundo tan complejo y de cambios vertiginosos, como el actual, no es extraño que haya diferencias. Lo trágico es que se haya llegado a un punto en que los católicos no son capaces ni siquiera de poner sus discrepancias en común.

Divorcio creciente
Diez años atrás, el obispo católico Jorge Hourton planteaba en un sesudo artículo en una revista especializada su impresión de que "la pastoral organizada que dirigimos los obispos y los curas llega sólo a un reducido grupo de gente y aun sobre ellos no 'muerde' mucho. A la hora de las evaluaciones, parece que no hubiera proporción entre los planes, comisiones, personal, recursos y tiempo, de un lado, los resultados, del otro".

El mencionado obispo postulaba la hipótesis de que hay dos eclesiologías vigentes y correlacionadas. Una oficial, la del tratado teológico, las definiciones magisteriales, los estudios teológicos, el Derecho Canónico, las normas diocesanas, etc. La segunda, la de la vida y cultura religiosa cristiana, tal como en concreto y de hecho la vive el pueblo fiel, con sus creencias, devociones, sentimientos, prácticas, virtudes y defectos, ritmos y sus experiencias. "Estoy hablando de lo que es y no de lo que debiera ser... La primera es influyente, poderosa y constantemente activa. La segunda acoge con respeto la conducción de la primera, pero también tiene vida, opinión, experiencia y juicio propios. Las dos son reales, se interpenetran e influyen mutuamente, pero no se recubren totalmente... La primera visión tiene establecido un ritmo de práctica dominical, de contribución al dinero del culto, de frecuencia sacramental y otros mandamientos de la Iglesia. La segunda está representada por un elevado porcentaje de católicos no practicante, y entre ellos es muy probable que la mayoría no considere pecado dejar de cumplir tales normas".

Por ser tan lúcido y tan franco, el obispo Jorge Hourton fue relegado desde la capital a una diócesis sureña, donde se encuentra hace años, mientras que otros, que no le llegan ni a la rodilla desde el punto de vista intelectual, pero que se caracterizan por su obsecuencia, han pasado a ocupar puestos claves en el episcopado chileno. Sin embargo, el paso del tiempo no ha hecho sino agudizar la polaridad señalada por Hourton.

El cisma encubierto que se vive al interior de la Iglesia universal, y por cierto en la chilena, se ha agudizado a tal punto que las partes involucradas no tienen mayor interés en dirigirse la palabra, por lo que la eficacia de la Iglesia en su tarea de anunciar el Evangelio se ve severamente resentida.

¿Adónde va la Iglesia?
El problema de fondo es que una época en que, como fruto de una larga y dolorosa evolución de la humanidad, se imponen por doquier la descentralización y el pluralismo, han retomado el control de la Iglesia algunos grupos que, seguramente con la mejor buena fe, impulsan el centralismo y la unidad monolítica. Y que vienen desde hace algún tiempo desplegando una sistemática labor de aplastamiento de quienes postulan una postura diferente. Estos otros, sorprendidos primero, desilusionados después, han optado por dejarles vía libre. Entre medio, hay muchos obispos, sacerdotes y laicos abiertos al diálogo, partidarios de posturas más flexibles, que se resisten a creer lo que está pasando y que no hallan qué hacer. Entonces optan por vivir discretamente a su manera su fe.

Para los fieles con mayor nivel intelectual es devastador que nada haya cambiado desde que hace una década un connotado sacerdote señalara en la revista "Mensaje", con prudencia y mesura, pero de manera inequívoca, algunos elementos de esta profunda crisis. La revista partía advirtiendo que se trataba de un artículo escrito "con profundo cariño hacia la Iglesia, de la cual todos somos responsables". Luego se justificaba, anticipándose a críticas y malentendidos: "Consideramos un buen servicio eclesial el publicar este artículo, que representa el sentir y el pensar de un numeroso grupo de católicos".

El sacerdote Sergio Silva trata de ser prudente, de ceñirse a los estrechos límites que le impone su condición de sacerdote y de escribir para una revista católica. Pero de repente se descontrola y escribe cosas que tienen que haberle provocado más de algún problema. Así, expresa su preocupación ante una Iglesia, que después de experimentar un marcado rejuvenecimiento y reforma para servir mejor al mundo, vuelve a encerrarse sobre si misma y a poner como centro de su tarea sus propios problemas. Textualmente exponía: "El que ejerce el poder en la Iglesia tiene que estar extraordinariamente atento a la voz del Espíritu, a fin de no contagiarse con el espíritu del mundo, que lleva a ejercer el poder en forma dictatorial, sin disposición a aprender de los súbditos, como si la Iglesia fuera una pirámide en que todo viene de la Jerarquía, cuando en realidad es un pueblo, animado en todas sus partes por el mismo Espíritu... No me parece sano para la Iglesia que se cree un clima en que la crítica aparezca casi como una herejía o una división cismática...En la Iglesia hay pecado, y no sólo el de sus miembros individuales, sino también el de estructuras de pecado que pueden institucionalizarse en su seno, de modo que la crítica certera debe ser recibida como un bien, como una corrección fraterna y salvadora".

Por desgracia, si algún cambio se ha operado al interior de la Iglesia Católica en los últimos diez años ha sido para peor, para acentuar el foso entre una Jerarquía, empezando por el Papa, que se cree la única depositaria de la verdad y que, por consiguiente, no escucha al pueblo fiel, no lo toma en cuenta ni lo respeta.

Silenciosamente, a lo largo del ya excesivamente extenso reinado de Juan Pablo II, se ha ido incubando pues un cisma de insospechadas consecuencias, del que los resultados de las encuestas sobre religiosidad no son más que un pálido reflejo. (06/08/01)

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Archivo traido desde: www.granvalparaiso.cl/iglesia/iglesia.htm

Agosto 6, 2001

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