Iglesia Católica y los límites de la tolerancia


En una sociedad pluralista no existe tanto un centro cuanto una plaza pública, donde confluyen distintas opiniones

Centro de Etica, Universidad Alberto Hurtado*

El 12 de marzo del año 2000 el Papa Juan Pablo II pidió solemnemente perdón por las veces que en algunas épocas de la historia los cristianos han transgredido con métodos de intolerancia y no han seguido el gran mandamiento del amor, porque la búsqueda y la promoción de la verdad sólo se impone con la fuerza de la verdad misma. Lo mismo hicieron los obispos de Chile el 24 de noviembre del año 2000 por las veces que en el país los hombres y las mujeres de la Iglesia Católica no respetaron la libertad de las conciencias, no han acogido a quienes piensan distinto, y con intolerancia se han producido incomunicación, beligerancia y odiosas exclusiones.

Hacia una sociedad tolerante
La tolerancia tiene su historia, con un significado que ha ido evolucionando de acuerdo a los distintos contextos culturales. La aconfesionalidad del poder político, el fortalecimiento del discurso racional, y el desencanto de las ideologías tradicionales han favorecido una cultura tolerante.

Pero en el lenguaje cotidiano no queda muy claro si esta palabra, pronunciada por distintas personas conlleva un referente común de contenido. ¿Ser tolerante significa respetar al otro o, más bien, indiferencia frente al otro? ¿Tolerancia significa que todo da igual, porque todo es relativo? Lo decisivo no está tanto en la palabra empleada, sino en el significado otorgado.

En su sentido moderno, la tolerancia, como hecho social, nació en el contexto del pluralismo. Una sociedad es pluralista cuando no existe una única ideología ni un poder único que la configura, porque en ella concurren diversas concepciones del mundo y de la vida, como también se da un espacio democrático con la triple división de poderes: judicial, legislativo, ejecutivo. En una sociedad pluralista no existe tanto un centro cuanto una plaza pública, donde confluyen distintas opiniones, y el proceso de socialización exige la convicción personal frente a la oferta de distintas opiniones, formas de vida y creencias.

Este entorno pluralista puede ser vivido en el diálogo (aprendiendo unos de otros), en el indiferentismo (todo da igual con tal que nadie moleste a nadie), o en el fanatismo (la imposición de unos sobre otros). El pluralismo introduce la tolerancia en la sociedad; pero ¿significa esta tolerancia el arte de la persuasión, el ambiente de la permisividad, o la lucha de la condenación mutua?

Por de pronto, la tolerancia tiene límites claros. Una tolerancia es simplemente peligrosa para la sociedad cuando permite los atropellos a la dignidad de las personas o de los grupos, cuando caben privilegiados que se aprovechan en beneficio propio a costa de otros, cuando implica resignación y cobardía frente a los necesarios cambios sociales.

La tolerancia se torna intolerante frente a todo obstáculo que impide la realización de todos en la sociedad. Por ello, se habla de intolerancia justa frente a todo racismo y clasismo, o discriminación positiva en favor de los más desvalidos y vulnerables en la sociedad, en cuanto su situación no involucra responsabilidad personal sino falta de oportunidades.

La tolerancia del Estado dice relación a su imparcialidad frente a los ciudadanos pero, ciertamente, no puede significar una institución amoral (sin valores). Un Estado democrático y una sociedad pluralista no implican un orden vacío, sin reglas ni valores socialmente reconocidos y compartidos. Esto sería simplemente el caos y la anarquía. Justamente, la ética civil no apunta a un vacío ético, sino a un contenido compartido en la diversidad, que se construye sobre el principio básico del respeto por la dignidad de todo y cada ciudadano, que permite y hace posible, a su vez, la convivencia en la participación.

Grados de tolerancia
La convivencia pacífica de distintas formas de vida es el primer paso (tolerancia mínima), porque implica la aceptación de la diferencia como un hecho social. Pero, siendo un primer paso necesario, resulta insuficiente para la sociedad. La convivencia precisa de un proyecto común, de valores básicos y compartidos, justamente para poder convivir y realizarse, como individuos y como sociedad. El quehacer de uno depende de incide en lo que hacen otros. Vivir es comunicación: el espacio público no está para aislarse, sino para comunicarse; por ello, no puede constituirse sobre la desconfianza (aislamiento) sino sobre la confianza (apertura hacia el otro).

La diferencia llega a ser un factor de cohesión cuando predomina el diálogo, que no es la reducción de dos monólogos a uno solo, sino la superación del monólogo por la palabra comunicativa, que es siempre palabra entre dos. El monólogo es auto-referente y cerrado, pero el diálogo reconoce la presencia del otro; el monólogo es para escucharse a uno mismo y terminar pensando igual, mientras el diálogo escucha al otro y se enriquecen ambos. Por ello, cuando en la sociedad toda diferencia termina en polarización y polémica, todavía se está en una sociedad con múltiples monólogos, donde aún predomina la intolerancia.

Una tolerancia que no se esfuerza por buscar la verdad sobre la sociedad y la persona se encamina hacia la destrucción social, porque el ser humano es incapaz de soportar el vacío de sentido. La finalidad última de la tolerancia es la búsqueda de la verdad entre todos. Renunciar a esta búsqueda es huir del mundo humano y perder la significación del otro en la propia vida, con la consecuente destrucción de la convivencia por la pérdida de la propia identidad (sólo frente al otro se encuentra el propio yo), y el paso de la autonomía al automatismo (hacer cosas sin sentido).

Catolicismo y pluralismo
La fe católica no exime de esta constante búsqueda de la verdad. En el Hijo Jesús, Dios se ha auto-revelado definitivamente, pero su progresiva comprensión y correspondiente formulación son tarea humana, guiada por la presencia del Espíritu de Jesús en la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio.

Se pueden tolerar las ideas, pero sólo cabe el respeto hacia las personas. 'Combatiré tu opinión hasta el fin de mi vida, pero lucharé con todas mis fuerzas para que tú puedas expresarla" (Voltaire).

Tolerar al otro no es soportarlo, sino aceptarlo y respetarlo. El respeto hacia el otro, en su alteridad, implica reconocer el misterio del otro frente al yo, porque el otro jamás es cabalmente conocido, ya que en este caso sería poseerlo. Respetar al otro es el esfuerzo constante de abrirse a él. Respetar al otro es la disposición valiente de darle una segunda oportunidad sin clasificarlo en categorías estériles. Respetar al otro es comunicarse desde la propia identidad hacia la alteridad. Respetar al otro no es indiferencia sino compromiso.

El cristianismo da un paso más. Respetar al otro es amarlo. El amor cristiano no es vago ni nebuloso, porque tiene un referente preciso: Jesús el Cristo. Amense como Yo les he amado, y, concretamente, nadie tiene mayor amor que el que da su vida por los amigos (Juan 15, 12 - 13). Vivir es desvivirse en el convivir para que el otro tenga vida. Esta opción es invitación divina y responsabilidad humana. (07/05/01)


* Párrafos del Informe Ethos Nº 12, aparecido bajo el título "¿Tolerancia o respeto". El título y los subtítulos son de la redacción del Gran Valparaíso. Para obtener el texto íntegro y/o de mayor información sobre el Centro de Etica, Informes Ethos o comentarios, comuníquese con ethos@uahurtado.cl, Almirante Barroso, Santiago, teléfono 671 7130, fax 6986873

 

Archivo traido desde www.granvalparaiso.cl/iglesia/iglesia.htm

Mayo 7, 2001

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