"Razones para construir juntos"
Revista electrónica semanal, Puebla, México, año 1, núm. 7, 3 de octubre de 2004
Política - Sociedad - Cultura
Editorial
La fuerza del mito en las campañas electorales
En todos los tiempos ha habido mitos; pero esto no debe espantarnos; en el fondo –como seres humanos- tenemos una constitución de interpretación de la existencia cuyos componentes corresponden a los elementos míticos. En realidad no deberían de preocuparnos los mitos, lo que debería ocuparnos es contar con el criterio –es decir, el juicio adecuado- para valorar los mitos y, en consecuencia, saber cuáles de los mitos que se nos presentan son verdaderos y cuáles no.
Mircea Elíade, historiador de las religiones y filósofo, señala de manera recurrente en sus obras que el mito contiene al menos cinco elementos para operar como tal. 1) El iniciado, 2) la meta por alcanzar, 3) el camino que recorrer, 4) los peligros que asaltan y seducen pero que en el fondo buscan perder al iniciado: el Enemigo siempre está acechando, y 5) la ayuda a la cual acudir para enfrentar los peligros. Todos estos elementos tienen sus respectivos rituales, que es la parte sensible y visible de la verdad del mito.
En la antigüedad el pensamiento mítico pervivió en los rituales religiosos de consagración de las ciudades, de los templos, de las montañas, los árboles y todos aquellos símbolos que permitían al hombre arcaico comprender su papel en la vida y en el cosmos. La realidad sagrada se mostraba como verdadera y auténtica frente a la apariencia de lo no sagrado y profano. Esta misma distinción entre lo real y lo aparente mantuvo a los filósofos griegos –y en general al pensamiento filosófico posterior- en la posición de que la realidad auténtica y verdadera era accesible sólo al pensamiento –al logos- y lo aparente pertenecía a la esfera de los sentidos.
Tal postura –de distinguir lo aparente para los sentidos y lo “real” para la razón- se mantuvo en el nacimiento de la Edad moderna; para los científicos modernos, en efecto, los sentidos no podían sino “engañarnos”, y sólo la razón era garantía de verdadera y auténtica certeza. El mundo aparente seguía en manos de lo sensible, y el mundo “real” accesible sólo a la razón y al conocimiento científico.
Si traducimos los cinco elementos míticos señalados por Elíade, podríamos decir que la Modernidad los concibió así: 1) El iniciado era la Humanidad; 2) la meta por alcanzar era la felicidad y su manifestación en el ideal de Libertad, Igualdad y Fraternidad; 3) el camino que recorrer era la Historia y sus leyes; 4) los peligros que vencer era el “oscurantismo” y el fanatismo religioso o de cualquier otro tipo; y 5) la ayuda para vencer esos peligros [es decir al Enemigo] eran, precisamente, la razón y la ciencia.
El siglo XX, como se ha repetido muchas veces, ha mostrado el fracaso de ese ideal moderno; la Humanidad y el camino que recorrió, con la ciencia y la tecnología, llegó al colapso de los totalitarismos, de las guerras, de Auschswitz e Hiroshima y de todas las secuelas que hoy se traducen en flagelos de la humanidad cual jinetes apocalípticos: el hambre, el deterioro ecológico, el narcotráfico y el terrorismo en sus variadas formas.
La forma mítica de comprensión se vuelve patente en todos lados y de uno u otro lado. El Enemigo toma rostro, aunque de forma imprecisa, y ora es el neoliberalismo, ora el terrorismo, ora la anarquía. Y este es el problema, que en la posmodernidad hay tantos rostros como en el menú de un sistema de televisión por cable. La razón se pierde y el criterio desaparece: todo mundo cree cualquier cosa y el día de mañana una cosa distinta.
En la vida política, incluyendo la poblana, los componentes del mito surgen y toman sus formas sensibles y, hasta podríamos decir, rituales. Hay varias interpretaciones míticas [en particular entre las visiones del PRI y del PAN], pero se está imponiendo una: la de las encuestas. Estas, si consideramos los cinco elementos míticos, corresponden a la ayuda [una suerte de “mesías” salvador] para vencer definitivamente al enemigo. Y esta estrategia es la que está tomando el PRI, en una suerte de “oráculo divino” que señala ya quién ha de ganar de manera definitiva, contundente, sin objeción. En otras palabras, el PRI, ya sin fijarse en el iniciado (la sociedad), ni en el camino (los programas y las plataformas ideológicas), ni en la meta (la justicia social), se ha apostado de manera definitiva en las encuestas para vencer a su adversario, el PAN. Podría decirse que toda la “maquinaria electoral”, al menos en esta fase, está concentrada en vencer por las encuestas: el voto llegará como consecuencia. Quizá valdría la pena recordarles –a los priístas- los casos de Oaxaca y Veracruz, en donde la realidad electoral no fue la que decían las encuestas previas. Y hay que añadir otro dato más [ya publicado por el periódico digital e-consulta en su edición del viernes 1 de octubre]: que la “aplastante” ventaja del PRI sobre el PAN en la capital –y en el estado en el rubro de diputados- se reducía a 6% y no al tan cacareado 20%, que incluso una firma encuestadora había publicado en otro periódico digital; 6% es perfectamente reversible, y más si consideramos los márgenes de error de toda encuesta, de aquí al 14 de noviembre. El mito, como se ha dicho, sigue vigente; pero ahora con una novedad, el principio de incertidumbre: ¿a quién creerle?
El PAN, por su parte, no ha logrado establecer la forma mítica adecuada: aunque en la capital va tomando cuerpo la expresión fresca, natural y hasta confiada del candidato albiazul. En efecto, el discurso de Pablo Rodríguez, centrado en la participación ciudadana, está prendiendo entre el electorado; y al decir de los analistas y enterados, si a esto se le suma la fractura Marín-Doger, no es extraño que el joven candidato vaya siendo el joven alcalde. Pero, ¿no será esto precisamente lo que quieran los mismos priístas, es decir, llegar a una situación similar a la del 95 con Bartlett e Hinojosa, pero ahora con Marín y Rodríguez?
De ser así, el propio candidato priísta a la gubernatura, Mario Marín, tendría que aclararlo. Por lo pronto, los panistas tendrían elementos para formular su planteamiento mítico: la sombra de Bartlett detrás de Marín, y por tanto, la dureza, el desplante, el narcotráfico (insistimos, hablamos de símbolos) y todas sus secuelas. Pero también, como señalara Jorge Navarro en su artículo del número anterior, pesaría la sombra de un PRI nacional cuyos diputados y senadores en el Congreso de la Unión se han opuesto sistemáticamente a las reformas estructurales.
Pero quizá los panistas no tengan el enemigo fuera, sino dentro; y a los primeros que tendrían que convencer sería a los propios panistas; el desconcierto está dentro y, como en El señor de los anillos de Tolkien, necesitan un Gandalf y una comunidad del anillo capaz de arriesgarse para enfrentar al señor oscuro.
En resumen, en Puebla, ¿hay exceso de política? ¿exceso de mitos? Hay más bien un hiato entre idealidad y realidad, donde lo que se percibe es lo que se ve; pero esto anula la inteligencia y, por tanto, el criterio, es decir, tratar de ir más allá de lo que se ve.
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