"Razones para construir juntos"
Revista electrónica semanal, año 1, núm. 8, 11 de octubre de 2004
Política - sociedad - cultura
Editorial
DERECHO, ESTADO Y SOCIEDAD
"Porque la razón es la que posee los derechos de primogenitura es superior por la edad a toda opinión y prejuicio que la han oscurecido en el curso de los siglos." Este era el lema que adoptó la Filosofía de las Luces en el siglo XVIII. Tal convicción llevó no sólo a los filósofos sino también a los políticos a la pretensión de constituir -o restituir- un derecho sobre la base de la razón.
Pufendorf, un filósofo de esa época, señalaba que, así como en las matemáticas, era posible establecer un orden racional para los asuntos humanos; tal poder constructivo y constitutivo de la razón debía establecer el estado de derecho. Otro pensador, acaso más conocido, Grocio, señalaba que el derecho no vale porque exista Dios, el gobernante o alguna otra persona, sino por la idea misma de bien y de justicia, que es una idea en sí misma constitutiva y que impide que fundemos el sentido de derecho en ningún ente. En pocos términos, el derecho no procede de otra revelación -ni divina ni humana- sino en la garantía de sí mismo y en tal virtud mantiene distancia de toda confusión y falsificación.
Voltaire -que reconocía el arrastre de las pasiones- confiaba en la luz de la razón como el modo de pasar de la embriaguez a la cordura y esto lo veía, sobre todo, en la vida política y social; incluso sostenía que por la razón la sociedad humana tiene continuidad y encuentra la necesidad recíproca que nos lleva los unos hacia los otros.
Diderot también confiaba en la naturaleza racional y moral de los hombres para sostenerse en el principio firme de la justicia, ya no como principio abstracto -o como mandato racional abstracto- sino como el vínculo verdadero y firme en el que coinciden las inclinaciones naturales y sociales de los hombres, de sus impulsos y de sus necesidades sensibles.
Y D'Alembert, otro pensador de la Enciclopedia, establecía los límites metodológicos de igual manera que sus contemporáneos mostrando cómo los individuos pueden tomar su lugar dentro de la sociedad humana y emplear sus fuerzas para el bien común de manera adecuada.
Sobre estas bases se estableció la doctrina de los derechos del hombre y del ciudadano y sobre esta doctrina se estableció el centro espiritual de la renovación moral y de la reforma política y social. A partir de ahí -se creyó- era posible la conquista y el aseguramiento de una verdadera libertad, tanto de pensamiento como política. Para ello era preciso una declaración de los derechos fundamentales inalienables, el derecho de seguridad de la persona, el disfrute libre de la propiedad, de la igualdad ante la ley y la participación ciudadana en la legislación.
Si bien todos estos planteamientos -y el ideal mismo de las Luces- tuvieron sus puntos de quiebra en el siglo XX, los traemos a colación al menos para tener un mínimo de referencia para analizar el espectro político de nuestro tiempo -y en particular el asunto doméstico de la elección en Puebla.
Todo mundo -políticos, candidatos, medios de comunicación- habla de la necesidad de campañas "de altura"; pero nadie se atreve siquiera a levantar la mirada. Tal es el caso del candidato priísta a la gubernatura del Estado que, una y otra vez, se niega a debatir bajo el pretexto de la descalificación y de que "mejor" se esperará al debate oficial del Instituto Electoral del Estado. El caso de la asamblea ordinaria de la Coparmex es tan sólo un botón de muestra [que por cierto, uno no se explica cómo los dirigentes de ese sindicato patronal inician sometiéndose a las condiciones del candidato priísta y terminan señalando que -ahora sí- existe la convicción de la necesidad de debates].
Ahora bien, estos autores del siglos de las Luces, los traemos a colación porque bien podrían servirle al candidato priísta de inspiración para su "campaña de altura" y porque es abogado -seguramente los estudió-. Con tal arsenal intelectual bien podría deshacer a sus adversarios políticos en un debate y demostrar por qué quiere ser gobernador. No se trata, desde luego, de una lección académica, sino de las miras que puede y debe tener un hombre que aspira a gobernar a una sociedad. La pregunta, por lo tanto, tendrá que imponerse: entre los dos principales candidatos a la gubernatura de Puebla, ¿quién es el estadista? Porque no es lo mismo un estadista que un buen burócrata, ni mucho menos un aglutinador de grupos de poder. Quizá sigue siendo válida la observación de Ortega y Gasset: el defecto de los políticos es resolver problemas inmediatos sin darse cuenta que abonan más problemas para el futuro. En cambio la virtud política -sigue diciendo el pensador español- es hacer obras de largo alcance.
Pues bien, ni el candidato priísta ni el candidato panista nos han dicho cuál será su obra de largo alcance y cómo la realizará. Y para ello se necesita, no andarse cuidando de no salpicarse, sino abrir el debate, mostrar la visión, los programas y la agenda. Hasta ahora no hemos visto esta política de altura, y sí hemos visto ?en cambio- la política de la imagen y del endiosamiento de las encuestas que para nada darán ?seguridad y empleo? a la sociedad del Estado de Puebla.
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