"Razones para construir juntos"
Revista electrónica semanal, Puebla, México, año 1, núm. 7, 3 de octubre de 2004
Política - Sociedad - Cultura
Educación, ciencia y cultura
El endiablado "mundo real"
Jorge Navarro Campos
“Los filósofos no han hecho otra cosa que interpretar el mundo, lo que hay que hacer es transformarlo”. 
La famosa “onceava tesis” con la que Marx demuele a su precursor Feuerbach, expresa la quintaesencia del espíritu burgués; a saber la de un tipo humano que quiere instalarse en el mundo lo más cómodamente posible. Se trata de ese tipo que se ha formado en el transcurso del siglo XVI al XIX, que no cree, ni espera  en “otra vida”, que no sea la presente y se propone plasmar la realidad, el mundo, de acuerdo a su medida. En justicia, hay que decir que también Marx se aparta del individualismo en el que arraiga esa visión burguesa, para exaltar el colectivo humano como la norma y medida de la realidad.
Es una de objeción a la filosofía [¿que sentido tiene la realidad?, ¿en definitiva por que vale la pena vivir?, ¿en ultima instancia de que están hechas las cosas?] y a la “teoría” que suponemos preside la vida intelectual en cualquiera de sus múltiples modalidades, ciencia, arte, técnica, filosofía, teología.
La objeción practicista tiene otras inflexiones. No faltan las exhortativas, como la de Garín, que invita a la producción de pensamiento, “sin vuelos a imposibles utopías, porque el hombre es centro y señor del mundo, pero a condición de dar cuerpo y consistencia (hacerlo) a este libre señoría suyo”. O la de Dewey en la que se puede subrayar sus acentos de razonabilidad aparente: “Abandonar la investigación de la realidad, del valor absoluto e inmutable puede parecer un sacrificio, pero esta renuncia es la condición  para comprometerse  en una vocación más vital. La búsqueda de3 los valores que puedan ser asegurados y compartidos por todos…”
En nombre de la acción, de la praxis, del compromiso, de la revolución, del éxito, del poder, del dominio se  desautoriza la investigación de la realidad en la totalidad de su sentido y de su valor. ¿Qué utilidad reporta?, ¿a quién beneficia?
Pero la praxis humana no acepta, en realidad, esta simplificación.  La teoría es ineliminable de la forma como el hombre se relaciona con la realidad. Decía Chesterton que no hay peor filosofía que la del que dice no tener ninguna.  De manera similar podemos decir que la peor teoría es la de aquel que dice no necesitarla.
El animal, ciertamente no requiere teoría alguna,  posee una capacidad innata para “resolver problemas prácticos” y en condiciones normales tal capacidad es muy efectiva: se llama instinto. No estamos demasiado lejos de la realidad si afirmamos que, desde este punto de vista, es decir de la eficacia “para resolver problemas prácticos”, el hombre es una “animal defectuoso”, porque carece de la eficacia instintiva.  No posee instintos efectivos y a tan desvalido “animal” no le queda otra salida para resolver problemas concretos, necesita hacerse cargo de la situación y… “pensar que ha de hacer”.
El ratón en el laberinto es muy hábil para llegar al queso, más que el divagante ser humano. Toda una “altísima filosofía práctica” para uso de espíritus emprendedores, se puede construir en problema del queso y del laberinto.
No se describiría adecuadamente al ser humano diciendo que es el animal que resuelve problemas, porque todos los animales de hecho los resuelven. El ser humano, no lo es porque resuelva problemas, sino porque se los plantea. Plantear problemas, entonces es una prerrogativa del hombre. En el animal la situación problemática, no hace sino disparar la respuesta que el instinto le tiene prefabricada.  En cambio el hombre debe “concebir”, la respuesta, imaginar una situación diferente a la real y la manera de plasmarla. Pero, una condición para actuar y modificar la realidad es comprender el sentido y la consistencia de las cosas.
Sin esta aspiración a comprender el sentido y la consistencia verdadera de las cosas, la realidad acaba confundida con la impresión fugaz y con las sugestiones inmediatas que las cosas nos provocan.
Este sentido de realidad, aprisionado en la impresión inmediata y fugaz es lo que   C. S. Lewis  señala como “tentación diabólica”, en la obra de las “Cartas de Escrutopo a su sobrino”. En las que la imaginación genial del profesor inglés concibe los consejos que un diablo viejo dirige a su sobrino para que se aplique en la perdición de su “paciente” y dar resultados satisfactorias al “Padre que esta en las Profundidades”. El diablillo novato cree que si el candidato al infierno se interesa y aprende ciencia se alejará de la fe. Escrutopo,  el viejo experto lo  reconviene: “¡No pierdas el tiempo tratando de hacerle creer (al paciente) que el materialismo es la verdad!, Hazle pensar que es poderoso, (…) que es la filosofía del futuro. Eso es lo que importa.”
La estrategia del “diablo viejo” consiste en evitar el pensamiento, el razonamiento que “despeja la mente del paciente”. Según el viejo no se debe reforzar “la funesta costumbre de ocuparse de cuestiones generales y de dejar de atender al flujo de sus experiencias inmediatas”.
Hasta que el viejo Escrutopo señale la calve de su estrategia: “Tu trabajo consiste en fijar su atención en sus experiencias sensoriales inmediatas. Enséñale a llamarlo “vida real” y no dejes preguntarse que entiende por “real”.
Escrutopo como diablo experimentado tiene algunas recomendaciones finales para su sobrino inexperto. “Y si ha de juguetear con las ciencias, que se limite a la economía y a la sociología; no lo dejes alejarse de la invaluable “vida real”. Pero lo mejor es no dejarle leer libros científicos, sin darle la sensación general que todo lo sabe todo, y que todo lo que haya pescado en conversaciones o lecturas es “el resultado de sus últimas investigaciones”.
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