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"Razones para construir juntos" | |||||||||||||
Revista electrónica semanal, Puebla, México, año 1, núm. 6, 26 de septiembre de 2004 | |||||||||||||
Política - Sociedad - Cultura | |||||||||||||
El Parnaso | |||||||||||||
MADRE Fidencio Aguilar Víquez Madre, te recuerdo en el viento, en la melodía de la soledad y de la memoria; Viene a mí aquél momento en que yo, siendo niño, te vi partir a la eternidad. Yo, el chiquillo de nueve años, te vi, tendida, en el suelo, en medio de cuatro cirios; Y vi cómo mi hermano -tu hijo- el más pequeño de los diez, se acercó para decirte: "Mamá, ¡levántate!" Ahí, el más pequeño -que apenas balbuceaba-, te extendió los brazos; el más pequeño de todos, que siempre -como todos- te extrañará y te echará de menos. Te recuerdo, madre, madre valiente, en una suerte de sombra desvanecida, tu cuidado, tu cariño, tu voz, tu rostro, tus pasos y, sobre todo, tus caminos, tus días. Te recuerdo, Madre, con la ternura de un hijo, de un hijo chico -de apenas nueve años-, que no entiende [o que no entendía] lo que es la muerte, lo que es irse a la eternidad. Y recuerdo, aquel día de Reyes, en que nuestro regalo fue tu partida, en que nos visitó la muerte, llevándose no sólo a un ser querido, sino a un ser que sostiene el ser de otros seres. Y recuerdo que, aunque el sostén de la casa ya no estaba, la casa no se derrumbó; la casa siguió, la casa caminó. Y dio sus frutos, de todos colores y de todos sabores, y con la misma raíz: la raíz de una madre que se entrega, que abre los horizontes y que acompaña; te recuerdo, madre, en aquellas mañanas en que acudías al templo para soportar el tiempo [los tiempos difíciles], para pedir, sin duda, por tus chiquillos [y por los hijos jóvenes -qué problemas son los hijos jóvenes], por los que, quizá algún día, habrías de dejar. Y te escucho cantar y rezar a la Virgen, en el templo y en el tiempo [templum casi es lo mismo que tempus], en el tiempo de la casa y del trabajo, de las penas de las arduas jornadas, y por la tarde rezar el rosario de la Virgen, y cantar los cantos de la Virgen. No me olvido y recuerdo. Y tus besos y tus abrazos, cuidando a los tuyos, a tus pequeños, a tus chiquitos; y pedir a la Virgen por ellos [y por tus hijos jóvenes -qué problemas son los hijos jóvenes]; para que no les falte el pan [y sobre todo el Pan del cielo]. Te recuerdo, ahí, en el templo y en el tiempo. Y tus hijos, y sobre todo este hijo -de apenas nueve años-, que te seguía los pasos, en el templo y en el tiempo, en la plegaria a la Virgen y en los cantos; te recuerdo uniendo tus manos y cerrando tus ojos, y comiendo el Pan del cielo [para que tus hijos también comieran el pan de la tierra]; y te veo dejando el pan [y la leche, y la poca carne] para tus hijos, para que comieran tus hijos. Madre, te recuerdo y doy gracias al Cielo por haber tenido una madre como tú; que echó la raíz, que echó la primera tierra, y la primera semilla del árbol, del árbol de la fe, y de la esperanza -sobre todo de la esperanza- y, no lo sé aún, si de la caridad. Te recuerdo, madre, ahí, de rodillas, y de pie, y lavando y trabajando y diciéndonos a todos que el gran don de Dios es la paternidad; que lo más grande que hay en el corazón del hombre es descubrir la paternidad: la paternidad de Dios. |
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