3.Convencerte de tu mérito. ¿Eres merecedora de portar a lo divino? La cuestión es tan simple desde la nueva espiritualidad de las mujeres, que responderla es muy difícil sin cambiar las perspectivas.

Una de las grandes ventajas de los hombres es que sus propias instituciones religiosas han declarado que están hechos “a imagen y semejanza” del Creador (y no te engañes aquí con la suprema falacia de que el término “hombre” abarca tanto a las mujeres como a los varones, porque en la práctica es inaplicable). Si atendemos a las básicas nociones patriarcales, las mujeres siempre seremos “el otro”, el adversario (el diabolus) diferente y deforme, las transgresoras que provocan la pérdida del Paraíso. Borra todo eso - dile basta a esta falsedad de la cultura - y surge incólume nuestra trascendente dignidad de madres de la especie, de exclusivos vehículos del dar a luz y la preservación e, incluso, de la cordura necesaria para que la vida pueda continuar. Dignidad sin soberbia, porque es parte del proceso de la vida y todas transportamos a la Diosa. Dignidad de Portadoras de la próxima cultura y de la única esperanza de sanación universal.

Asume por un momento la noción de que una Diosa Creadora te dio origen (algún principio dinámico de originamiento tiene que haberlo hecho, o no estarías aquí), y con un mínimo de apasionada lógica podrás concluir que siendo su producto llevas una chispa de ella dentro de tu ser. Hasta que hayamos entendido la verdadera relación entre la Creadora y su Criatura humana, eso podrá bastarte para no sentirte indigna de portarla. La relación entre ambas tendría que ser de amorosa intimidad, y de tu parte la actitud más lógica y potenciadora sería ese estar disponible para cumplir sus sugerencias que podrá ser, a la larga, el mejor de tus poderes personales.


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