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Janucá y la Gesta de los Macabeos

Noviembre 2002

 

167 años a.e.c. la Judea estaba bajo el yugo de los reyes seleucidas, que heredaron la parte asiática luego de haberse disgregado el enorme imperio de Alejandro el Grande. Al principio, los judíos no resistían la dependencia política -debido a su reducida fuerza- con tal que los dejaran practicar tranquilos su religión y adorar al D´s único.

Pero el hecho es que la cultura greco-pagana se iba expandiendo por el Oriente antigua y sus reyes creyeron que uno de los instrumentos de su dominio sería la uniformidad en el culto y la imposición de sus prácticas paganas en sus territorios y provincias.

Esta tendencia se acentuó de más en más cuando el rey seleucida Antíoco Epifanes IV asciende al trono de Antioquia. Monarca ególatra y depravado, no tuvo dificultad en imponer esta política a los demás pueblos paganos, a quienes no les resultaba excesivamente oneroso cambiar unos ídolos por otros. Pero los judíos daban la sensación de ser un pueblo de dura cerviz en su fidelidad hacia su religión y hacia su D´s.

Es así que Antíoco emitió órdenes estrictas para que se prohibiera a los judíos su culto, para que el sábado no fuera observado, que no practicara la circuncisión, que no se enseñara la Torá, que se obligara a los judíos a comer carne de cerdo entre otras cosas. Incluso profanaron el Templo de Jerusalem e instaló en él un ídolo de Júpiter, ante quien ordenó sacrificar cerdos.

Por supuesto que los judíos desobedecieron las órdenes del rey. Entonces comenzó una furiosa campaña de represión, con matanzas y saqueos. Patrullas de soldados del rey recorrían las aldeas y las ciudades, obligando a los judíos a violar los mandamientos de su religión e imponiéndoles las costumbres del culto pagano. Los judíos no gustaban de la guerra, no tenían entrenamiento para ello, sus armas eran muy rudimentarias y carecían de una organización adecuada. Preferían vivir en paz, siempre que los dejaran en libertad para profesar sus costumbres y creencias.

Un día una patrulla del rey Antíoco, encabezada por un general, llegó a Modin, en el camino hacia Jerusalem. Levantó en la plaza central un altar en honor a Júpiter, congregó a la población y conminó al más anciano del lugar, el sacerdote Matatías el Hasmoneo, para que diera el ejemplo, sacrificando a Júpiter. Este le replicó con soberbia que aunque todo el pueblo se rendía ante el culto pagano, él y sus cinco hijos quedarían a cualquier precio fieles al D´s Universal de su antepasados.

Mientras el anciano hacía esta declaración de fe, un judío traidor se acercó voluntariamente al altar para sacrificar ante el ídolo. Poseído por una sagrada ira, Matatías se abalanzó sobre el apóstata, desenvainó su cuchillo y allí mismo degolló al traidor. Luego emitió un grito de guerra y al frente de sus hijos mató al general sirio y su escolta. En aquel instante habíase proclamado la revolución nacional de los hasmoneos.

Luego Matatías al frente de sus cinco hijos se retiró a las montañas como verdaderos guerrilleros y el anciano sacerdote comenzó a gritar por las laderas de las colinas de Judea “¡Quien está con D´s me siga!”. Numerosos patriotas se le unieron y de inmediato comenzó a formarse la milicia judía, al frente de la cual Matatías puso a su hijo Judas, hombre temerario y valeroso, que encabezó la rebelión Macabea. Asistido por sus cuatro hermanos, Simeón, Yojanán, Eleazar y Jonatán.

Los guerrilleros Macabeos comenzaron a organizar pequeños ataques aislados contra los acantonamientos sirios, a hostigarlos y a diezmarlos, hasta que Antíoco consideró que el prestigio de su imperio corría serio peligro -lo que podría provocar otras rebeliones- por lo que resolvió enviar contra Judas el Macabeo, un ejército formidable. Los judíos hostigaban sin cesar a las huestes griegas y tuvieron que recurrir a tácticas y estrategias especiales para poder enfrentar con 3.000 soldados mal equipados a ejércitos numerosos que sumaban entre 25.000 a 40.000 soldados equipados con tropas blindadas representadas, a la sazón, por destacamentos de elefantes.

Sucesivamente fueron vencidos por Judas el Macabeo, asistido por sus hermanos y sus aguerridos soldados-campesinos, el general Apolinius, en la batalla al norte de Modin; el general Serón, en la batalla de Beit Jorón; Nicanor, en la batalla del Valle de Ayalón, que dejó expedido el camino para la reconquista de Jerusalem por Judas el Macabeo.

Cuando los bravos Hasmoneos liberaron la capital hebrea, se toparon con que el templo estaba profanado por el culto pagano. Destruyeron el altar de Júpiter, limpiaron la Casa de D´s de todo lo pagano y se prepararon para inaugurar el culto de D´s el día 25 de Kislev. Pero, desafortunadamente, los griegos habían contaminado todos los aceites sagrados. Luego de una búsqueda a fondo encontraron una pequeña alcuza sellada de aceite puro en un rincón remoto del Templo, cuyo contenido bastaría apenas para iluminar un día las luces del santuario. Cuenta la leyenda que aquella limitada cantidad de aceite alcanzó ocho días, en lugar de un solo, hasta dar tiempo a los levitas para preparar nuevas cantidades de aceite puro.

Los judíos interpretaron que de tal suerte D´s les hacía un milagro por la redención y la consagración del Templo purificado.  El 25 de Kislev se inauguró el Templo (en hebreo inauguración equivale a Janucá) y como el aceite sagrado duró ocho días, Judas el Macabeo estableció que en adelante todos los años se celebre durante igual cantidad de días la fiesta de Janucá.

Esta celebración -que este año comienza el 25 de noviembre hasta el 2 de diciembre- se festeja prendiendo las velas de la Janukiá, una la primera noche, dos la segunda y así sucesivamente, hasta prender las ocho velas la última noche, además de la luz superior, denominada “shamash”, que es la que sirve para encender todas las demás. 

Aunque Janucá es una fiesta establecida para conmemorar la rebelión de los Macabeos -que logró su cometido por la victoria de las armas- su contenido es eminentemente espiritual, porque fue motivada por la lucha encarnizada para perpetuar la cultura hebrea, las tradiciones del pueblo, el acervo de su creación a través de los siglos. Por eso, precisamente, las luminarias de Janucá son todo un símbolo espiritual que reflejan a través de su llama la antorcha inextinguible del pueblo judío, que muchos tiranos se empeñaron por apagar, pudiendo tan sólo quemarse ante su ardor y desaparecer de la tierra, mientras el pueblo judío pudo iluminarse, renacer y cobrar nuevas fuerzas y vigor ante el resplandor que iluminó su existencia y le dio contenido y brilló a través de los milenios.

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