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             f a s e n l i n e a c o m  | 
        
| ANÁLISIS, COMENTARIO Y DEMÁS | 
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          Internacional
             
 Los presidentes: John F. Kennedy Pocas
            veces un disparo ha cambiado tan dramáticamente el camino de la
            historia. Entre la guerra fría y una obsesión por las mujeres
            bellas, pocos como él habían levantado tanto la esperanza
            norteamericana NOVIEMBRE,
            2006. Mucho se ha especulado sobre un John F. Kennedy que obtiene la
            reelección en 1964 y termina su segundo periodo en enero de 1969.
            ¿Se habría ahorrado el país una guerra impopular seguida de una
            decadencia moral? Suena ideal, pero lo más seguro es que Kennedy de
            cualquier modo no hubiera vivido tanto; ya desde sus primeros años
            de gestión sufría de varias enfermedades que tal vez habrían
            acabado con él, ello sin contar los terribles dolores de espalda
            que él aplacaba con inyecciones de morfina. El
            presidente 34 de Estados Unidos nació destinado a cosas grandes.
            Perteneció a una familia de la alta sociedad de Boston de
            ascendencia irlandesa. De todos los hijos del matrimonio Kennedy
            tres de ellos se dedicaron a la política y estuvieron en el ejército.
            De hecho, John, "Jack", el mayor, alcanzó el grado de
            teniente durante la segunda guerra mundial, cuando la lancha donde
            se transportaba fue torpedeada en el Pacífico. Ahí sufrió la lesión
            en la espalda que le acompañaría el resto de su vida. Al
            terminar el conflicto, Kennedy fue galardonado con el Corazón Púrpura,
            el más alto honor al que puede aspirar un soldado en combate.
            Gracias a la importancia que su padre había tenido en el gabinete
            de Franklin Roosevelt y también dentro del Partido Demócrata,
            Kennedy vio abierto el camino a sus aspiraciones políticas que
            iniciaron con un ascenso meteórico muy parecido al de Richard M.
            Nixon, sólo que él de éste ocurrió en el bando republicano. Como
            sea, el ya popular político fue primero representante (diputado) y
            luego senador. En 1957 contrajo nupcias con Jacqueline Bouvier,
            miembro de una familia acaudalada de origen francés. Los
            años cincuenta no fueron muy buenos para los demócratas, y de
            hecho parecía que la siguiente década sería igual de pobre. Pero
            la tibia reacción del gobierno de Eisenhower cuando los
            "barbudos" castristas comenzaron a afectar los intereses
            norteamericanos en la isla. La poderosa oratoria de Kennedy y su
            persuasión lo hicieron el candidato idóneo para la Presidencia.
            Durante la Convención Demócrata en junio de 1959 Kennedy no tuvo
            rivales fuertes que le quitaran la nominación. Sin
            embargo los republicanos seguían fuertes. Nixon insinuó la
            presencia de "traidores" dentro del gobierno
            norteamericano --sus pesquisas habían llevado a la captura del espía
            Alger Hiss-- y además aseguraba que, de llegar al poder,
            "borraría la amenaza comunista que se construye en Cuba".
            Lo que definió la moneda, como se sabe, fue el debate televisado
            donde Nixon, quien no tuvo tiempo para afeitarse, lucía siniestro
            en las pantallas de blanco y negro mientras que Kennedy, inspirado
            como pocas veces, lucía fresco y juvenil. Con todo, en las
            elecciones de noviembre de ese año el demócrata ganó la
            presidencia por un estrecho margen. Misiles y oso en
            retirada A
            diferencia de quienes le siguieron en el cargo, Kennedy era
            enormemente popular fuera de su país. En Irlanda, tierra de sus
            ancestros, su imagen fue colocada en muchas aulas escolares. Cuando
            visitó Berlín Occidental poco después del levantamiento del Muro,
            Kennedy pronunció un discurso frente a éste del cual sus asesores
            no estaban al tanto y que terminaría con la frase "Ich bein
            Berliner" (Todos somos berlineses) y que en su momento se temía
            desataría la furia del oso soviético. La
            respuesta pareció llegar meses después cuando los servicios de
            Inteligencia norteamericanos revelaron que la URSS estaba colocando
            misiles nucleares en Cuba que apuntaban directamente al territorio
            continental. Kennedy advirtió a Khruschev que esta vez "no
            habría marcha atrás", esto en relación con lo ocurrido en
            Bahía de Cochinos y que tanto había dañado su prestigio. Ante la
            negativa de Moscú, Kennedy endureció su discurso: si no se
            retiraban los misiles de Cuba, la respuesta bélica sería
            inmediata. El
            22 de junio de 1962 fue el día más álgido. Millones de
            norteamericanos --y aun gente en las fronteras mexicana y
            canadiense-- protegieron sus casas con colchones y cinta adhesiva.
            Cuando las tropas comenzaban a desplegarse llegó el aviso de
            Khruschev. Incondicionalmente retiraría los misiles de Cuba
            "por así convenir a nuestros intereses". No faltó quien
            dijera que ese había sido "un acto pacifista" del Kremlin
            aunque la verdad, según revelaron los archivos de la KGB al
            desaparecer la URSS, la superioridad nuclear de los Estados Unidos
            era evidente e irrebasable. Semejante
            triunfo llevaba un fuerte aroma a reelección de modo que Kennedy
            manifestó a sus allegados, a mediados de 1963, su intención de
            postularse para un segundo periodo. Y es que el presidente era
            enormemente popular no sólo en su país sino en buena parte de
            Europa y aun América Latina. Ese año realizó una visita a México
            donde se le dio una calurosa acogida mientras en la calle miles de
            ciudadanos le aplaudían. Por cierto, fue entonces cuando Kennedy
            propuso frente al entonces presidente López Mateos unirse a la
            "Alianza para el Progreso" (un respaldo económico para
            que los gobiernos de la región presionaran al régimen castrista) a
            lo cual éste declinó, fuerte pero cortésmente. Al
            iniciar 1963 las cosas pintaban inmejorables para el gobierno
            norteamericano. La economía mostraba un rápido crecimiento; la
            clase media crecía sustancialmente. Para marzo de ese año la
            popularidad de Kennedy lo hacía invencible. Sin embargo había
            problemas: se sabía que su matrimonio con Jackie estaba naufragando
            por las frecuentes infidelidades de él. Su hermano Robert había
            tenido fuertes encontronazos con gente como el líder sindical Jimmy
            Hoffa, así como con importantes miembros de la mafia con quienes el
            clan Kennedy había tenido décadas de trato, ello sin mencionar la
            animadversión del viejo Herbert Hoover, con quien sostenía
            rencillas a muerte. Otra
            cuestión que interesaba a Kennedy era Vietnam, una antigua colonia
            francesa donde el ejército norteamericano se había metido para
            "estabilizar" la situación. Sin embargo el conflicto
            empezaba a enredarse; dado que se trataba de una "operación de
            bajo perfil", el Congreso nunca había declarado la guerra, lo
            cual se prestaba a que millones de dólares en la venta de armamento
            quedaran sin fiscalizar. Pero
            Cuba era el asunto más importante para Kennedy a mediados de 1963.
            "Cuba es de interés vital para nosotros", afirmó. Y pese
            a que las elecciones estaban programadas para el 64, el mandatario
            había iniciado una temprana gira proselitista. En noviembre de ese
            año aceptó una invitación del gobernador Conally para visitar
            Dallas, Texas. Esa mañana el presidente amaneció de excelente
            humor e, incluso, se ufanó de que en un estado con fuerte presencia
            republicana él haría a la gente cambiar de partido. Ya
            se sabe lo que ocurrió a las pocas horas de ese día 22. El
            asesinato de Kennedy conmocionó a una sociedad que entonces
            irradiaba optimismo. Ese presidente que aparentaba menos de los 46 años
            que tenía, católico y "con una sonrisa del tamaño de
            California", como se llegó a decir, fue ultimado por Lee
            Harvey Oswald, un francotirador que a su vez fue muerto menos de 48
            horas después por Jack Ruby, un regenteador de centros nocturnos y
            salas de prostitución. La Comisión Warren, a cargo del juez Earl
            de los mismos apellidos, determinó en 1965 que el asesino había
            actuado sólo, conclusión que obviamente no satisfizo a nadie. Las
            teorías conspiratorias empezaron a multiplicarse: que había sido
            Fidel Castro, la CIA, Hoover, los traficantes de armas, la mafia,
            disgustada porque la Casa Blanca había permitido que se expropiaran
            sus casinos en La Habana, los "tres francotiradores" y las
            "investigacioenn particulares" de Neil Garrison, a quien
            Oliver Stone idealizó en la cinta JFK. La
            muerte de Kennedy también terminó con la buena suerte que hasta
            entonces había tenido Estados Unidos. Lyndon Johnson, su sucesor,
            incrementó la presencia militar en Vietnam; la drogadicción, pérdida
            de valores morales, todo ello fue la penitencia que el país tuvo
            que soportar por la desaparición de su presidente. Este
            mes se cumplen 46 años de la muerte de John F. Kennedy y las
            especulaciones siguen. Es más, las teorías conspiratorias jamás
            desaparecerán en torno a tan singular político, quien seguirá
            siendo recordado en las décadas por venir.  |