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Nacional Pifias históricas: La expropiación bancaria en México La frivolidad e ineptitud de un presidente fueron pretexto para que se arrebatara a los particulares el sistema financiero del país. El Fobaproa tuvo su real origen en aquellos años autoritarios AGOSTO, 2007. La mañana del primero de septiembre de 1982 era soleada en el D.F. Un rumor entre los politólogos señalaba que ese día el presidente haría un "anuncio extraordinario" aunque nadie parecía preocupado, menos los banqueros a quienes José López Portillo había felicitado por su "patriotismo" apenas cinco meses antes. La situación económica se había complicado ese año: el dólar se disparó de 21.50 a 100 pesos en cuestión de días, lo cual detuvo todos los proyectos de inversión. Así pues, el ambiente se sentía tenso aquella fecha tradicional en que el mandatario rinde su Informe de Gobierno. El presidente López Portillo entró al Congreso, por entonces instalado en Donceles, sede actual de la Asamblea de Representantes del D.F. Con el rostro helado comenzó a dar un listado de cifras, números y estadísticas que elogiaban sus seis años de gobierno, pero al terminar comenzaron las alusiones directas hasta que el presidente, histrión consumado, golpeó el estrado por "haberle fallado" a los pobres. Pero en vez de admitir su culpa, López Portillo dirigió su artillería contra aquellos en quienes "había confiado" y lo traicionaron "con inquina, con mala fe y con el saqueo de nuestro patrimonio". Hizo otra pausa para sollozar y reviró "¡ya nos saquearon, no nos volverán a saquear!" para luego decretar la "nacionalización" del sistema bancario: "La Banca deja de ser propiedad privada a partir de hoy", dijo entre aplausos y vítores. Con esa medida, el Estado mexicano se convertía en virtual dueño del 70 por ciento de la economía mexicana dado el endeudamiento que la iniciativa privada tenía con las instituciones financieras. Ese día, por entonces de descanso obligatorio, los banqueros fueron agarrados con los pantalones abajo; lejos de haber ayudado a "saquear", la mayoría se la había jugado por México, entre ellos Manuel Espinoza Yglesias, quien apenas un año antes había inaugurado un enorme complejo de oficinas de Bancomer, el cual perdió, con todo y edificio, en cuestión de horas. Al día siguiente elementos del Ejército tomaron las instalaciones de los bancos. Para entonces los dueños ya estaban amparados pero sirvió de poco en un país donde la impunidad y el poco respeto a las leyes, la fachada de democracia se había caído mientras que López Portillo (apodado JoLoPo por sus iniciales) ya gobernaba de facto dado que su decisión jamás pasó por el Congreso con todo y que igualmente habría sido aprobada son problemas pues el PRI ostentaba la mayoría, aunque, sin duda, ello habría puesto a la defensiva a los banqueros. Así pues, la operación se llevó con tal sigilo que el gabinete se enteró apenas minutos antes del Informe. Los secretarios firmaron alegremente su aprobación, a excepción de Jesús Silva Herzog, quien expresó sus dudas --lo que le valdría la posterior animadversión de JoLoPo y de Adrián Lajous, ministro de Energía, único que declinó firmar el documento, sabedor que eso habría de costarle su empleo. La "nacionalización" bancaria había sido obra de dos oscuros personajes. Uno era Carlos Tello Macías, director del Banco de México y keynesiano radical. Tello era un entusiasta fanático de la Escuela de Cambridge, seguidora de Lord Keynes, promotor del desarrollo impulsado por un Estado benefactor y dadivoso. El otro era Agit Singh, un hindú invitado a México con gastos pagados por el gobierno. Para Singh, maestro en Cambridge, los bancos en manos privadas no podían tener responsabilidad social pues enfocaban su financiamiento únicamente en aquellos puntos que les representaran un lucro, es decir, de los particulares. Una Banca administrada por el Estado, sostenía Singh, serviría a la comunidad en su conjunto, Nadie le recordó a Singh que ya existían en México esos proyectos de "Banca social" a través del Banrural y que habían terminado en fraude y enriquecimiento de burócratas. Tello y Singh (junto con José Andrés de Oteyza, otro gris funcionario miembro del club de Lord Keynes) convencieron a JoLoPo: no sólo limpiaría su nombre culpando a los banqueros, pocos simpáticos a ojos de los ahorradores, para de paso quedar en la historia como un gran estadista a la altura de Lázaro Cárdenas. No batallaron mucho en disuadirlo en vista de la egolatría y adicción a la lisonja que padecía el primer mandatario. Para mediados de julio la decisión ya estaba tomada, aunque se mantuvo como secreto de archicofradía. Bueno, casi: los altos burócratas fueron informados de la "nacionalización" y el control de cambios de modo que sacaron sus capitales antes de la lógica debacle. Otros más --los famosos "sacadólares" que JoLoPo había demonizado con rabia-- simplemente protegieron su patrimonio tras las devaluaciones y frente a una moneda que cada vez valía menos. El Ejecutivo alegó que había actuado de acuerdo a la Constitución, que respalda la expropiación de bienes cuando la seguridad nacional se vea amenazada, como ocurrió en 1938 cuando el petróleo pasó a manos del Estado. Sin embargo los banqueros se habían apegado a la ley y en ningún momento se habían rebelado contra el presidente; antes bien, lo consideraban un aliado confiable. Tampoco hicieron actos de sedición y, de forma alevosa, no se les dio oportunidad de defenderse. Se trataba pues, de un abierto atraco más tarde "aprobado" por el Congreso sin cambiarle una coma al tiempo que el Poder Judicial también avaló la medida sin mayor problema. Pese a lo catastrófico que resultaba ser el decreto hubo quienes, hipnotizados por un romanticismo de izquierda, alabaron la decisión. El compositor Óscar Chávez cantaba "mandaron a la banca a los banqueros/que sea para bien/amén" mientras el fallecido columnista José Luis Mejías escribió, con cierto candor "ésta nacionalización está destinada a funcionar siempre y cuando el gobierno mexicano ponga a gente honesta y capacitada al frente de las instituciones. Enseguida llegó la segunda parte del plan Singh-Tello, la confiscación de las cuentas en dólares que miles de ahorradores tenían en los bancos de modo que les eran entregados en pesos y en paridad oficial al momento de retirarlos. En los días posteriores la producción se desplomó mientras el sexenio exacerbaba su populismo; se cambió el nombre de Plaza de la Constitución por "Plaza de la Banca Nacionalizada", los anuncios por radio y TV que alababan la "patriótica medida" se hicieron insoportables. Para fin de año la situación no podía empeorar más, con un dólar cabalgando en los 130 pesos y la inflación que cerraba en un 28 por ciento. Por supuesto que la "nacionalización" jamás fue tal. Fue una expropiación pues los banqueros, por ley, debían ser nacidos en México de modo que no se podía "nacionalizar" algo que era manejado por mexicanos. Paradójicamente, el Bank of America, única institución extranjera autorizada para operar en el país, no fue tocada ni de casualidad por el decreto. Un punto interesante fue que en los ocho años en que la Banca fue del Estado, ésta siguió manejándose como membretes independientes: ni Banamex, Bancomer, ni Serfin, por nombrar las más poderosas, fueron fusionadas en una sola institución de crédito. El gobierno de Miguel de la Madrid argumentó que, en tiempos de crisis, la unión de todos los bancos habría resultado bastante onerosas de modo que se optó por mantener la estructura de sus antiguos dueños. Pero la verdad era otra, pues De la Madrid no ocultaba la irritación que, como presidente electo, le hubieran heredado un paquete que él no había buscado. Aquello quedó corroborado apenas cinco años después de la "nacionalización" cuando el Estado mexicano anunció un proceso de "adelgazamiento" que culminó en 1990 en que la Banca fue vendida al sector privado. La pifia, por otro lado, nunca fue aceptada totalmente: "se actuó de acuerdo a las circunstancias de ese momento", refirió un alto funcionario delamadridista, señal de que el gobierno federal habría de dar reversa a la medida en cuento tuviera oportunidad. La Banca "nacionalizada" simplemente pasó la cartera vencida de 1982 a la deuda interna y lo mismo hizo que la deuda que arrastraban casi todos los armatostes burocráticos y, claro, la de los políticos. Durante los años de la "nacionalización", el sector bancario se mantuvo descapitalizado y sólo empezó a sobreponerse hasta principios de los noventa. Aquellos fueron los inicios de ese monstruo que más adelante conoceríamos como Fobaproa. Y al final el ex presidente López Portillo jamás consiguió su anhelada inmortalidad. A Lázaro Cárdenas se le aplaudía o lo felicitaban al verlo en la calle. JoLoPo, en cambio, recibía ladridos en donde pusiera un pie debido a su promesa aquélla de "defender el peso como un perro" meses antes de una devaluación cercana al 120 por ciento que de milagro no destruyó al país. El resto de su vida López Portillo los vivió como un paria político mientras sus hijos peleaban ferozmente su herencia. Se casó con la vedette Sasha Montenegro en el 2003 para divorciarse tiempo después. También quiso lanzar, sin éxito alguno, un tequila llamado Don Pepe. Un par de años después falleció sin haber aceptado el enorme daño que la "nacionalización" bancaria trajo al país.
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